Después de un trabajo de varios siglos de destrucción, se ha logrado acabar por fin con aquello antes conocido como, “sentido común”.
Ese sentir había logrado aquel glorioso apelativo habiéndose instalado en una
mayoría suficientemente amplia como para poder ser llamado, “común”.
Aunque nunca llegó su triunfo a ser total,
perfecto y completo (como toda cosa humana, perecedera y falible) sin embargo,
había logrado instalar un cierto grado de sensatez general. Esto venía siendo sostenido,
en parte, por una sabiduría popular durante siglos, registrada y archivada en
la memoria de las gentes en los dichos y en los refranes populares. Digo bien, en parte, porque
la raíz, lo más importante, se afincaba en la instrucción y en la vivencia de
la religión desde la infancia: El sentido de lo sagrado; el saber que el hombre
es solo una criatura dependiente; la responsabilidad sobre su propio destino; y
no solo sus derechos en la sociedad sino también sus propios deberes para con
ella; El sentido de ésta vida; el saber que existe lo bueno y lo malo, y que no
está permitido hacer cualquier cosa sin antes considerar no solo el bien
individual sino también el social; que las acciones buenas o malas no terminan
clausuradas en nuestro pequeño mundo individual sino que tienen una repercusión
en todos los demás seres y las cosas que nos rodean. Que cada acción nuestra se
difunde a nuestro alrededor como las ondas en una fuente de agua; que aún nuestra
vida interior tiene una influencia afuera de nosotros, para bien o para mal; Que
existía un juicio después de la muerte con un premio o un castigo in eternum. Y todas estas cosas conformaban un
intrincado tejido capaz de cobijar y, a la vez, de dar un piso en donde
afirmarse para poder andar. Todo esto llegó a conformar naturalmente un sentir
común acerca de todas las cosas. Llegó a formar aquello conocido como el “buen sentido” o sensatez, a
tal punto de haber merecido llamarse “sentido común”. Pero a causa de su
liquidación y expulsión de la sociedad toda, (celebrado por algunos como un
triunfo) podríamos llamar a los restos esparcidos de aquel sentido otrora común, sobreviviente ahora solo en
pequeños islotes, cada vez más raros, como el sentido menos común que existe. Entonces existirá desde ahora otro tipo de
sentir común. Es el de sentirse los hombres navegando todos a la deriva, sin
brújula y sin destino cierto de nada. Ya no hay piso en donde apoyar los pies
para poder andar, ya no hay un norte que nos guíe, no hay brújula, no hay
mapas. Solo cantos difusos de sirenas engañadoras, cantos halagadores del
egoísmo y de placeres que dispersan y embrutecen al hombre; Y fuerzas titánicas
desatándose por todas partes y agitando furiosamente las olas sobre las que
flotamos. El cielo ha sido ocultado y cerrado con las espesas nubes de locas
ideologías, manejadas por los pocos poderosos que azuzan el caos para reinar
desde sus tronos seguros y ocultos en esas mismas oscuridades. Ha sido abierto
un negro abismo debajo de los hombres. La trascendencia hacía arriba ha sido suplantada
por otra, hacia abajo, hacia las cavidades infernales. Síntoma claro manifiesto
ya en la música, el cine y el arte todo (incluido el sacro, o lo que quede de
él). Es que quieren comenzar una
sociedad nueva y un mundo nuevos desde el cero. Diabólica ilusión que ignora la
verdadera naturaleza del hombre y de todas las cosas. Se crea la máquina de una
sociedad teórica y tecnológicamente perfecta y, luego, se pretende meter al
hombre dentro de ella y, si el hombre se rompe, no será culpa de la máquina
sino del hombre. Entonces habrá que remodelar al hombre. Hacer un hombre nuevo,
para que pueda funcionar dentro de la sociedad-máquina, sin romperse.
Sin considerar que lo que podría funcionar allí adentro
no puede ser jamás el hombre natural sino un hombre artificial, un hombre
máquina, un robot. Me retracto. Sí. Han considerado al hombre natural. Al
hombre tal como le conocemos, o lo que va quedando de él. Al hombre, por decir
así, naturalmente humano. Entonces hay que remodelar a este hombre. Hacerlo más
maleable, más afín, más adecuado a la máquina. Y esto sería, precisamente, un
robot – piensan los ideólogos ayudados por sus tecnócratas – y un robot no se
romperá además de poseer una ventaja
adicional. Y esta ventaja es esta, el
robot puede ser programado para que no se rebele. Los robots no se rebelan, no
pueden como robots que son. Solo hay que saber “fabricarlos”, programarlos. Y
los medios de comunicación han logrado ya muy significativos avances en este
sentido. Hasta ahora ha significado más que un buen ensayo. Tal vez haya aún
que hacer algunos “ajustes” con otros “métodos auxiliares”. La máquina ya está
en marcha. Hemos anestesiado bastante al paciente como para lograr una
operación sin demasiados inconvenientes. Siempre habrá algunas reacciones ante
el dolor por herir a la naturaleza. Pero eso ya ¡qué importa! Lo que importa realmente
es lograr esa sociedad “perfecta”, matemáticamente perfecta. Científicamente
perfecta. Creada solo por el hombre y hecha a su medida. No más misterios. Una
sociedad de laboratorio, una sociedad clínicamente esterilizada ante posibles
virus. Ya no habrá el antiguo y obsoleto “sentido común”. El obsoleto sentido
común de antaño era, no solo un fruto natural de la humanidad, sino que había sido
“tocado” y transformado por el cristianismo. Por eso ya no sirve más. Desde ahora
habrá de haber un nuevo sentido de las cosas, de todas las cosas, y regirá
desde hoy. El Anticristo ha hablado.
Carlos Pérez Agüero