Como hemos visto, la prensa ha
festejado algunas de las declaraciones de Francisco realizadas a la revista Civiltà Cattolica. En cambio, por dichas
declaraciones, algunos periodistas católicos que, bien podemos afirmar no son
lo que llamaríamos “lefebvristas”, se están comenzando a preocupar. Tal es el
ejemplo del ya conocido Juan Manuel De Prada. Acá su artículo:
Los Nidos de Antaño
Ignoro si en
otro tiempo estuve loco; pero hoy, leyendo cierta entrevista, he sentido que he
hecho el canelo durante todos estos años
LA democracia,
nos instruía Somerset Maugham, es una fiesta a la que se invita a todo el
mundo, pero en la que luego sólo puedes entrar si agasajas al portero. A
agasajar al portero lo llamaba la vieja teología «halagar al mundo». Que la
sentencia de Somerset Maugham es una verdad como un templo lo comprobamos, por
ejemplo, en el modo en que los políticos demócratas confiesan su filiación: un
político de izquierdas se confiesa de izquierdas tan campante y orgulloso de
serlo; un político de derechas, en cambio, se presenta acomplejadamente como
«centrista», o «reformista·, o cualquier otra mamarrachada al uso, pero no dirá
ni aunque lo torturen pellizcándole las tetillas que es de derechas. Cuando
alguien se declara de derechas se convierte, ipso facto, en un aguafiestas
de la democracia; y lo que la democracia necesita son animadores, no
aguafiestas. Sospecho que ahora mismo no hay en el mundo un solo demócrata, del
Papa abajo, que se atreva a decir que es de derechas.
Otra forma de
animar la democracia consiste en no hablar de las cuestiones que la democracia
juzga escabrosas y como de lumpen católico, como por ejemplo el aborto. En
España, por ejemplo, hubo un tiempo en que la derecha aguafiestas, para rascar
votos entre el lumpen católico, se puso a dar la tabarra con estas cuestiones,
interpuso recursos de inconstitucionalidad contra su práctica y hasta prometió
que una vez que alcanzase el poder cambiaría las leyes que las amparan. Pero,
una vez alcanzado el poder, la derecha decidió que había que animar la
democracia; y, desde entonces, decidió aparcar estas cuestiones escabrosas. Un
verdadero demócrata no debe hablar de ciertos temas escabrosos, pues le dirán
que está obsesionado (como si denunciar las miles de vidas gestantes que cada
día son arrojadas al vertedero fuese «obsesión»); y, si es un demócrata en
pugna con sus creencias, deberá en todo caso ver, oír y callar, so pena de ser
considerado lumpen católico.
Yo no he
nacido para ver, oír y callar; así que, para mi salud personal, opto desde hoy
por no ver ni oír ciertas cosas, para no tener que callar como hago hoy. En
cierta ocasión, una lectora me escribió una carta pidiéndome que, si algún día
perdía la fe, no lo dejase traslucir en mis artículos, pues infligiría una
herida muy profunda a personas como ella, que alimentaban la suya leyéndome.
Hay cosas que, aun queriéndolo, no puede uno desembarazarse de ellas: así le
ocurría a Jonás con la encomienda de predicar en Nínive; y así me ocurre a mí
con la fe. Pero San Agustín nos enseñaba que, si bien nunca hemos de rehuir el
martirio, no debemos tampoco entregarnos a él insensatamente. Yo, que soy el
hombre más insensato del mundo, estuve durante muchos años entregándome
alegremente al martirio, en un combate con el mundo que me ha dejado hecho jirones,
con mi carrera literaria tirada en la papelera y convertido en el hazmerreír de
todos mis colegas; y este diario ejercicio de inmolación lo hacía con alegría,
porque consideraba que mi obligación no era complacer al mundo, sino combatirlo
hasta el último aliento.
Donde hubo
nidos antaño no hay pájaros hogaño, nos dice don Quijote, cuando recobra la
cordura. Ignoro si en otro tiempo estuve loco; pero hoy, leyendo cierta
entrevista que ha levantado mucha polvareda, he sentido que he hecho el canelo
durante todos estos años. Y, siguiendo el ejemplo del ilustre entrevistado, me
dedicaré desde hoy a complacer y halagar al mundo, para evitar su condena.
Juan Manuel De Prada, 21-09-2013, ABC.es.