Publicamos artículo del
Blog The
Wanderer sobre el papa Francisco escrito por un sacerdote que conocemos
personalmente. Si bien no compartimos su postura en ciertos aspectos del
combate por la doctrina, no podemos dejar d epasar por lado este interesante y
certero artículo.
Mete
miedo.
Doy mi
palabra que estoy preparando un post sobre un tema que nada tiene que ver con
el papa. Es sobre una cuestión que hemos tratado varias veces en el blog de
refilón y que merece un poco de profundización: nobleza y
cristianismo, y he elegido seguir la línea que propone Volkoff. Quedará
para más adelante, aunque bueno sería apurarla porque se complementaría con el
escrito que apareció ayer sobre “Francisco y los príncipes”, fruto de la pluma
de Antonio Caponnetto, y que pueden bajar desde aquí. [SV: O leer desde aquí]
Pero la
urgencia del momento exige, a mi pesar, ocuparse del Personaje. Varias veces se
me ha pasado por la cabeza la posibilidad de que Bergoglio no sea más que una
obsesión nuestra debido, sobre todo, a que somos argentinos, lo conocemos bien
y fuimos siempre acérrimos críticos suyos. En definitiva, que no fuera más que
una comprensible reacción emocional porque en él se concentra todo lo que
detestamos: el progresismo, el oportunismo, el plebeyismo, la mediocridad,
etc.
Sin
embargo, frente a esta posibilidad, se oponen la objetividad de los hechos que
aparecen, no ya semana tras semana, sino día tras día y, también, la misma
sensación de gravedad que puede percibirse en católicos de otros continentes, y
que tenían hacia el nuevo papa una actitud expectante o positiva. Muchos
ejemplos podría dar sobre, pero menciono el blog Ex Orbis, que no pertenece a ningún
grupo de tradicionalistas recalcitrantes, y a las palabras que pronunció hace
pocos días el cardenal Dolan. Dijo: “Queríamos un Papa con buena capacidad de
mando y de gestión, y hasta ahora lo que se ha visto es poco. Es un pequeño
elemento sorpresivo que él no se haya expresado todavía en este terreno. Espero
que luego de la pausa estival se vea algún signo más de cambio en la gestión”.
Y en cuanto a la esperada sustitución del secretario de Estado, Tarcisio
Bertone, agrega Dolan: “Si no sucede nada en el mes de octubre estaré sorprendido.
Yo pensaba que ello debía acontecer a fines de junio o en julio, pero no ha
sido así, por eso pienso que probablemente se producirá en el otoño”. Pueden
leer la entrevista entera aquí.
El prelado americano está inquieto -muy inquieto diría yo-, para animarse a
decirse tales palabras en Río de Janeiro, en medio de la apoteosis
francisquista, y publicarlas en uno de los periódicos católicos más leídos de
Estados Unidos.
Antes de
entrar en el tema del post, se imponen otros comentarios inquietantes: hace no
más de dos semanas, Omar Bello, un publicista del arzobispado de Buenos Aires,
periodista ocasional de Perfil, y de cercanía con Bergoglio, autor de la última
entrevista que concedió antes de ser elegido en papa, publicó un libro titulado El
verdadero Francisco. Intimidad, psicología, grandezas, secretos y dudas del
Papa argentino. Por el filósofo que más lo conoce. Lo compré hace unos días
y lo estoy leyendo de a poco. No quiero atragantarme y que se me nuble el
juicio pero, lo que hasta ahora puede percibirse, es que el actual papa es un
personaje de cuidado, con una psicología digna de ser analizada por un
especialista. Un solo detalle que me ha llamado mucho la atención: del libro se
colige que Bergoglio es incapaz de establecer vínculos afectivos con nadie: ni
con su familia de sangre, ni con su familia religiosa, ni con quienes lo
rodearon en la Curia. Simplemente, usa a las personas y luego las deshecha. Bello
le pregunta a un sacerdote muy cercano al entonces cardenal primado qué grado
de verdad había en las acusación que le hiciera Verbitsky de colaborar en la
desaparición de dos sacerdotes jesuitas durante los ’70. La repuesta fue: “No
creo que sea cierto. Pero no te engañes por los motivos… Bergoglio nunca
hubiera arruinado su carrera con semejante error” (p. 75). La probable
protección de sus hermanos de religión no venía por el lados de los afectos y,
mucho menos de la caridad…
Pero lo
curioso es que el libro no tuvo casi difusión: apenas un recuadrito en las
angostas columnas laterales del sitio web de Perfil y, a pesar de que apenas
está editado, resulta imposible conseguirlo. Sus lugares de ventas -dado que
fue editado por la revista “Noticias”- son los kioskos y no las librerías, pero
por datos que tengo de amigos, tanto de Capital como del interior, el libro
está desaparecido. Es muy raro que los medios de todo el mundo, a
diferencia de la gran campaña publicitaria que hicieron a la biografía
escrita por Rubín, callen como lápidas frente a la aparición de este nuevo
texto. Para aquellos que quieran leerlo - y es de lectura imprescindible si
quieren saber quién es realmente el papa Francisco-, pueden descargar una
versión PDF desde aquí.
Y para
terminar esta larga introducción, debo decir me produjeron un cierto remezón
las palabras con las que la Piketa finaliza su artículo
de hoy en La Nación dedicado a criticar a los blogs ultraconservadores
que atacan a Bergoglio. Concluye: “Imágenes que dieron vuelta al mundo y
confirmaron que Francisco es un papa único, con una popularidad altísima, jamás
vista y sin oposición seria, visible, en este momento”. Estas palabras, que a
un neocon le resultan más deliciosas que un helado de Freddo, a un católico
mínimamente instruido que leyó las Escrituras y reflexionó alguna vez en las
profecías, le causa temor y desasosiego.
Pero
vayamos al punto. Lo que más inquietud me ha producido en los últimos días ha
sido escuchar la “charla” -como él mismo la definió-, que ofreció Francisco a
los obispos del Celam durante el carnaval carioca. Pueden verla desde aquí.
Empecemos
por los aspectos que, en estas circunstancias son secundarios pero que, en
otra, no lo serían tanto. Es francamente apabullante la pobreza del discurso de
este hombre. Utiliza un lenguaje ochentoso que me remonta a mis épocas de
adolescente en las que tenía que escuchar a dirigentes de Acción Católica de
cuarta categoría explicándome qué era la Iglesia. Un discurso plagado de
lugares comunes de lo más mediocres y gastados, y sin el más mínimo cuidado por
una oratoria al menos básica. Estoy convencido que un cura de barrio habla
mejor que Bergoglio.
Podría
llegar a entender, aunque jamás a justificar, que utilizara ese lenguaje
vulgarmente coloquial y mediocre en una homilía dirigida a jóvenes de las periferias
existenciales. Y digo que jamás lo justificaría porque pienso en los
grandes predicadores que tuvo la Iglesia y el modo en el cual ejercieron su
oficio. San Agustín predicaba a africanos del pueblito de Hipona que no eran
precisamente habitués de la biblioteca de Alejandría, y San Vicente Ferrer lo
hacía a aragoneses que difícilmente sabían leer o escribir. Sin embargo, por
respeto a ellos y por respeto al mensaje que transmitían, sus homilías eran
piezas de oratoria.
Nadie le pide a Francisco
que sea el Crisóstomo, pero sí le pido un mínimo de respeto por su auditorio y
por su investidura. Y cuanto más si, como es el caso, esta “charlita” no estuvo
dirigida a los jóvenes acampantes en las playas de Río, sino a los obispos y
cardenales de la Conferencia Episcopal Latinoamericana. ¿Cómo es posible que no
tenga el más mínimo cuidado en el estilo? Y no se trata aquí, como dicen los
medios, que el suyo es un estilo “llano y directo”. Se trata más bien de un
estilo simplón, anodino y ñoño, aunque muy eficaz por cierto para convertirse
en un atractivo animador de masas, aunque no ya en maestro.
Pero todo
esto, que de por sí es grave, no es sin embargo lo más grave. Como dije, lo
inquietante no son estasperiferias estilísticas, sino el contenido
del discurso consistente en una hermenéutica del documento de Aparecida. El
núcleo presenta los dos desafíos que a juicio de Francisco tiene la Iglesia en
la actualidad. Ellos son la renovación internay el diálogo
con el mundo. Me suenan bastante estas expresiones… Desde el malhadado
Vaticano II que se viene diciendo los mismo. ¿Es que a Bergoglio y a sus
obispos paniaguados -que no dejaban de tomar apuntes con obsecuencia mientras
hablaba el pontífice-, no les resulta suficiente ya toda la renovación que hubo
a lo largo de cincuenta años? ¿Es que, acaso, están tan ciegos e ideologizados
para no admitir la evidencia de los resultados a los que la tan manida reforma
llevó a la iglesia católica? Y el diálogo con el mundo, ¿ancora? ¿Más
diálogo todavía? ¿Es que pretenden que el mundo cambie su rumbo luego de dialogar con
la Iglesia? ¿O será que el mundo apenas si necesita encarrilarse? Pareciera que
los obispos, y el papa Francisco entre ellos, ven en los pretendidos avances
del mundo contemporáneo las verdades cristianas laicizadas. El espíritu libre
que organiza y domina la materia, la moral fraterna de los derechos humanos que
se funda sobre la eminente dignidad del hombre, la aspiración a construir el
mundo nuevo donde reine la justicia… todos estos ideales del mundo son -dicen-,
en su origen, verdades cristianas. Si el mundo nos persigue, se debe solamente
a un malentendido. Los cristianos podemos comulgar sin ningún escrúpulo con los
ideales de la humanidad de nuestro tiempo aunque, en apariencia, sean
peligrosas para la fe. Pero se trata sólo de apariencias. Y si no, vean ustedes
los millones de jóvenes que se congregan en las Jornadas Mundiales de la
Juventud. ¡Qué ocasión inmejorable para convertir a esa marea de ateísmo, y gritarles:
“Lo que ustedes buscan es precisamente lo que nosotros les ofrecemos.
Seguramente, dudarán de que sea así, pero eso se debe a que la infidelidad de
los cristianos y a los negocios turbios de la Curia Vaticana, que les esconde
la verdadera naturaleza del cristianismo. Pero miren un poco más de cerca, y se
darán cuenta de que se trata de la realización de sus más ardientes deseos…”.
Para edificar la ciudad fraternal -a lo que llama el lema de las próxima de JMJ
de Cracovia-, para establecer el triunfo definitivo del hombre y de sus
derechos, para llevar al hombre a su edad adulta en la verdad que finalmente ha
sido descubierta, en la libertad finalmente conquistada, los cristianos
sentimos el corazón gozoso porque tenemos el secreto infalible. Estamos seguros
de que la humanidad, una vez que se encarrile por la buena senda, reconocerá
tarde o temprano la señal indicadora que está buscando y que presiente.
Claro el
evangelio es la salvación del mundo, pero no se trata de un agradable licor que
lo hace entrar en calor a través de una borrachera dulce y gozosa, mecida por
las suaves brisas marinas de Copacabana. Se trata de un remedio terrible.
Cuando el mundo lo gusta, dice como los hijos de los profetas a Elías: “La
muerte está en la bebida”. Para el mundo, como para Dios, la encarnación es la
cruz.
El
progreso del Evangelio en el mundo, tal como parece entenderlo el Nuevo
Testamento, no es una seducción, ni una asunción progresiva ni tampoco una
pacificación de toda realidad humana. El evangelio debe despertar en el mundo
una hostilidad que estaba latente, y que será llevada a su paroxismo en los
últimos tiempos. No se trata de negar que el evangelio deba fructificar en las
almas, ni que su fruto se manifieste a través de toda clase de obras por las que
los hombres glorifiquen al Padre. Pero será una obediencia necesariamente
dolorosa la que hará nacer ese fruto y, finalmente, deberá sufrir la prueba del
fuego.
Esta
inhabilidad del papa Francisco para juzgar la realidad lo lleva, además, a
llenarse la boca hablado de “colegialidad” y reclamando la plena implementación
de consejos diocesanos y parroquiales. No puede evitar que se me vengan a la
memoria, por un lado las sabias palabras del cardenal Newman que sostenía
la incapacidad de todas las comisiones para producir algo mínimamente valioso
y, por otro, lo que dice Bouyer en sus memorias al reflexionar sobre su
participación en el Vaticano II: “Luego de estas variadas experiencias, se
comprenderá que no he conservado gran cosa de mis entusiasmos juveniles por la
“conciliaridad” en general, y mucho menos todavía sobre esta conciliaridad de
bolsillo que hoy se llama abusivamente “colegialidad”, en la que algunos
malvados, utilizando triquiñuelas, hacen creer a los “grandes personajes” que
integran esos órganos colegiados, que están tomando decisiones que, en
realidad, otros han tomado en lugar suyo”.
Pero lo que más preocupa es que, cuando el papa
Francisco habla de los problemas que acechan a la Iglesia hace referencia a los pelagianos
restauracionistas, que vendríamos a ser nosotros. Sostiene que afirmamos
que algo anda muy mal en la Iglesia y que como solución aspiramos a restaurarla
en lo que fue en el pasado. Disculpen mi ingenuidad, pero siempre creí que los
últimos papas tenían el mismo diagnóstico: la Iglesia se encuentra en serios
problemas, aunque diferimos en las soluciones que debe aplicarse. Pensé incluso
que el mismo Francisco pensaba igual. Y lo terrible es que no es así: para él
la Iglesia, tal como está, está bien, porque esa Iglesia del pasado es
solamente memoria en la que Dios estuvo pero ya no está. Dios
se manifiesta ahora en la Iglesia actual. Dicho de otra manera, no hay reforma
alguna que hacer porque nada está deformado. Sólo habrá que modificar aquellas
estructuras caducas -son palabras suyas- y, a lo sumo, hay que encarar
una “renovación” interna, es decir, innovar todavía más.
Francamente, es aterrador. Con el papa Benedicto
todos esperábamos, basados en datos concretos y claros, que poco a poco la
Iglesia se iría encaminando hacia una restauración. Se tardaría décadas, pero
era posible. La teatralización de esa voluntad política era, a mi juicio, los
signos de restauración litúrgica, por ejemplo, en las ceremonias pontificias.
Con Bergoglio en el solio de Pedro, olvidémonos de
todo eso. No hay “reforma” ni “restauración” porque, a su juicio, no hay nada
que reformar o que restaurar. Lo que hay que hacer es innovar; hacer de nuevo
todo, continua y constantemente.
La “charla” de Francisco a los obispos del Celam
dibuja que la Iglesia que él quiere es una Iglesia con “experiencia de pueblo”
(son sus palabras). Se trata de una Iglesia prisionera de una mera dinámica
social. Recordé de pronto su primera homilía luego del cónclave: allí definió a
la Iglesia como movimiento. Claro, a la luz de la charlita carioca, se trata de
un movimiento prisionero de las estructuras sociales en el que no hay lugar
para lo sobrenatural. No es, por cierto, el movimiento del Espíritu, de ese
Viento Santo del que hablábamos hace poco, que se mueve y va y viene por donde
quiere.
Vi el video de la charla pontificia ayer, fiesta de
la Transfiguración del Señor, una de las más importantes del calendario
litúrgico. Y a la tarde, tal como tenía previsto, repasé el oficio de las
vísperas y de los maitines de la fiesta según el rito bizantino. Se trata de
una composición maravillosa, redactada a lo largo de los siglos por los grandes
Padres y Santos de nuestra Iglesia, donde se combinan los textos bíblicos y la
poesía más sublime para recordarnos que, en el Tabor, Nuestro Señor se mostró
en la belleza de su Esencia Original a fin, no solamente de ayudarnos a
atravesar el Gólgota de este mundo, sino también de recordarnos que ese es
nuestro fin y es a esa gloria a la que nos llama (pueden bajar el texto del
oficio desde aquí).
Cuando terminé mi lectura, no pude evitar una
desconcertante certeza: la Iglesia que compuso y que rezó y que reza aún hoy
ese oficio y que, porque lex orandi, lex credendi, cree en eso que
reza, no es la iglesia de la que nos habla Francisco. No puede ser la misma.
Son cosas distintas, si es que el principio de no contradicción tiene alguna
validez. Una nos llama y nos recuerda la inconmensurable gloria y alegría del
cielo; la otra, nos involucra en una dinámica inmanente que aspira que los
niños no tengan hambre, sin importar que su formación sea cristiana, judía o
musulmana.
La verdad, mete miedo.