Manifestantes en Palais de Glace, dejaron las fotografías que faltaban.
RÉPLICA A MARIANA CARBAJAL
A propósito de su artículo “Imágenes de un derecho”,
A propósito de su artículo “Imágenes de un derecho”,
donde justifica el
aborto en el marco de una muestra en el Palais de Glace
“Poder abortar en mi casa, con pastillas,
me hizo sentir totalmente dueña de mí misma.
Una sensación de libertad muy similar
a la que viví cuando decidí ser madre”.
Por Juan Carlos Monedero
Da la casualidad de que las ideas no se sostienen por sí
mismas en el aire, ni por sí mismas se difunden: son como flechas y balas que a
nadie lastimarían si no hubiese quien las disparase. Es por eso que tanto esta
justificación ideológica del aborto[1] –en manos de Mariana
Carbajal, periodista de Página 12– como su
correspondiente réplica, cobran un carácter personal. Necesariamente personal:
se está metiendo con el más indefenso.
Se está metiendo con el niño
por nacer. Esa criatura frágil –pequeña pero maravillosa– que pretenden
borrar. Símbolo de toda pureza, página en blanco de la existencia, pura
posibilidad, sólo promesa: hoy estás en peligro de extinción.
Este peligro no tiene relación con enfermedad alguna.
No se trata de una peste o un virus. Es algo mucho peor: el egoísmo de
tu propia madre. Un egoísmo que luego se disfraza de razones; que se cubre de
eufemismos, que se presenta como arte cuando no es sino una triste parodia del
mismo, tal como está ocurriendo en estos momentos en la muestra del Palais de
Glace. Un egoísmo que encuentra en el ropaje ideológico feminista su
justificación teórica.
Contra eso, ¿qué antídoto podríamos ofrecer sino el
antídoto del amor? Una madre que ama no mata a su hijo. Una madre que
ama no se elige a sí misma primero. Una madre que ama no racionaliza la vida
que lleva en su vientre. Ama y punto. Y ese amor la lleva, si se deja llevar
por la mano del Buen Dios, a consecuencias hermosas y difíciles. ¿Y qué es lo heroico, si
no es la unión de lo hermoso y lo difícil?
Ser madre puede convertirse, hoy en día, en un acto de
heroísmo.
Para afirmar este heroísmo –tanto para ellas como para
nosotros mismos– escribimos estas líneas. Queremos apoyar pública, clara y
firmemente a todas las mujeres que en cualquier circunstancia
llevan adelante, con valentía y audacia, su embarazo. Un apoyo que no debe
agotarse en lo retórico sino traducirse en actos concretos.
Contrario a lo que suele pensarse, los grandes amores
exigen grandes repudios. Todo el que ama, repele lo que contraría su amor. Por
eso, a la par de manifestar nuestra admiración, apoyo y respeto por las madres
que llevan adelante su embarazo, repudiamos enérgicamente todo egoísmo que
–bajo cualquier pretexto– pretenda la aniquilación del niño por nacer. Con el
mismo énfasis con que afirmamos y queremos lo heroico para las mujeres,
deploramos a quienes ofrecen la cobarde salida del aborto.
La Madre Teresa ha dicho: Si el aborto no
está mal, nada está mal. ¡Tenía razón esta santa mujer! ¿Qué código
puede quedar en pie si levantamos nuestro puño contra el niño por nacer? ¿Qué
ley merece ser respetada si violamos de manera infame ese «santuario» de
la vida: el vientre materno?
El artículo de Mariana Carbajal
Como
hemos dicho, hace unas dos semanas el suelto de Mariana Carbajal difundió la
noticia de esta muestra en el Palais de Glace, eufemísticamente vinculada al
arte. Digamos por lo pronto que se trata de un falso arte: aquí no hay técnica,
no hay belleza, no hay nada que maraville la inteligencia ni nada que deleite
la sensibilidad en la belleza. Estamos, lisa y llanamente, ante la
promoción de un homicidio; la puesta en escena de una impostura. Han
orquestado un sistema, una maquinaria de reblandecimiento mental. Lo prueba las
transcripciones de Carbajal, muestrario de conciencias anestesiadas:
“Nunca sentí
que mataba a un bebé, más bien, fue un gesto de independencia”.
“Yo cuando me hacía
el aborto era porque yo me quería sacar eso…”.
“Nunca me
arrepentí”.
Se está justificando un homicidio agravado por el
vínculo. Ese vínculo es la maternidad y ese homicidio es el
aborto. Justificación disfrazada con palabras elegantes, vistosos argumentos
pero que –por la Gracia de Dios– no ha llegado a confundirnos.
Mariana Carbajal habla de interrupción del embarazo. “El
aborto interrumpe”, dice. ¡Falso! El aborto no interrumpe, el aborto destruye.
Lo que se interrumpe puede volver a recomenzar. Cuando se interrumpe algo,
queda suspendido pero con la posibilidad de continuar más adelante. Nada de
esto pasa en el aborto: la vida que destruimos no es recuperable. No hay vuelta
de hoja. Sin embargo, verán cómo se repite esta palabrita en su artículo.
Mariana Carbajal habla de derechos: “el derecho al aborto”.
¿Cómo puede ser un derecho acabar con la vida de tu propio hijo, única e
irrepetible? Por eso es que no se trata de limitarlo o extenderlo: se trata de
que el aborto no es un derecho. En ningún sentido.
Mariana Carbajal habla de libertad: “La primera
foto que llama la atención es la de una espalda desnuda con la palabra
‘libertad’”, nos dice. La desdichada Camila Sánchez, coordinadora de este
“taller”, cree poder engañarnos –y engañarse– diciendo: “Elegí esa palabra
porque quería reafirmar que una tiene que ser libre para poder ser dueña de
decidir sobre su cuerpo”.
Enmudezcamos a esta mujer: ¿Tu cuerpo? ¿No te das cuenta que no
es tuyo? ¿Y no te das cuenta, Camila, de que –aunque fuese tuyo, que no lo es–
tampoco tendrías derecho a hacer lo que quieras? Si fuese así, tendrías derecho
a suicidarte. Pero si no tenés derecho a eliminar tu propia vida, ¿cómo vas a
tener derecho a eliminar la de tu hijo? ¿No te das cuenta, Camila, que tenés
una concepción capitalista del cuerpo? ¿Cómo no advertís que tu planteo no es
otra cosa que la cobertura del egoísmo? ¿Y cómo puede
hacernos libres el egoísmo, que nos vuelve ciegos para con los demás? ¿Cómo
seremos libres si no amamos ni siquiera a ese pequeño ser –hueso de mis huesos,
carne de mi carne–, independientemente de cómo haya venido a la
existencia? ¿Se puede ser libre, estando ciego por el odio?
Mariana Carbajal habla de 12 semanas. “Hasta las doce semanas,
el aborto es una alternativa”, nos quieren hacer creer. ¿Cómo una cosa puede
ser una alternativa y, al minuto siguiente, un asesinato? 12 semanas son 3
meses. 3 meses son 90 días. ¿Lleva durante 90 días la mujer algo distinto,
acaso, a lo que lleva 60 segundos después?
Mariana Carbajal habla de aborto quirúrgico, de medicamentos, de médicos, de pastillas, de servicios
de salud, de clínicas, de hospitales, de guardias
de hospital, etc. Todas palabras vinculadas a la ciencia médica. Pero
cuidado: su utilización pretende hacernos creer que cuando hablamos de aborto,
hablamos de una práctica relacionada con la salud o con la enfermedad.
Totalmente falso: ni el embarazo ni el niño por nacer son una enfermedad. ¿Cómo
pueden correr las palabras terapia o cirugía, cuando
hay una persona en juego? Estamos hablando de vida, ¡no de un virus!
Digámoslo con todas las letras: el aborto NO
ES una práctica médica. El aborto es una práctica que realizan algunos médicos.
Y no todos. Lo cual es muy distinto. ¿Y qué médicos la realizan?
Aquellos que violan su juramento. Como los desdichados Germán
Cardoso y Gabriela Lucchetti –cirujano y médica respectivamente–, quienes
se prestaron para el circo del aborto en el artículo de Página 12.
El médico está para proteger la vida, no para destruirla.
El
colmo del engaño de Mariana Carbajal está hacia el final de su artículo. Es ahí
donde presenta su afirmación más tramposa y, por lo mismo, más repugnante. Una
de estas desdichadas mujeres presta su voz para que Babel hable
en ella. Y entonces Babel vomita lo que sigue:
“Supe que nuevamente
estaba embarazada, el día siguiente a que mi hija cumpliera 10 años. Yo tenía
en aquel momento 33 años y dos hijos. Poder abortar en mi casa, con pastillas,
me hizo sentir totalmente dueña de mí misma. Una sensación de libertad
muy similar a la que viví cuando decidí ser madre”.
Este
es, exactamente, el núcleo del error. Pretenden hacernos creer que abortar es
una decisión equivalente a continuar el embarazo. Pretenden hacernos creer que
ser madre de un hijo vivo es lo mismo que ser madre de un hijo muerto.
¡Pretenden igualar lo desigual, el amor con el odio, el sacrificio con el
egoísmo! Apenas puede concebirse semejante violencia mental sin que nuestras
entrañas mismas se vean conmovidas.
A
todas estas mentiras y falsos argumentos –y a las que pudiesen venir–
opongámosle la palabra. La palabra veraz, una palabra que –si la embebemos en
el cántaro de la Verdad– se convertirá en luz. Tal palabra, capaz de
irradiar, es vida: vida de la inteligencia y vida del espíritu. La
palabra del engaño –por el contrario– sólo nos lleva a la putrefacción y a la
muerte.
Si callamos, pecaremos por cobardía: el silencio es contra el
Verbo, decía el Padre Julio Meinvielle. No subestimemos el poder de la
palabra ni la capacidad de afirmar: aunque sea una afirmación en soledad, un
grito sin eco, cada verdad que afirmemos hace retroceder al reino de la
mentira. La palabra veraz es como un hechizo. Es un conjuro. Y cuando
el hombre la afirma, los demonios huyen. Es la hora de la palabra y es la hora
de la Verdad.
No es hombre quien no ama la verdad. Y amar la
verdad es amarla sobre todas las cosas, porque sabemos que la verdad es Dios
mismo.
Volvamos entonces a nuestras ocupaciones con esa
divisa: afirmar la Verdad. La verdad sobre la vida,
el amor, el niño por nacer, el aborto. Afirmar estas verdades para que
las mentiras retrocedan. Y así, respirar el aire puro y limpio que nos
da esa libertad en la verdad, propia de los hijos de Dios. Que Nuestra Santa
Madre, que cobijó en su seno al Niño Dios, nos acompañe en esta empresa.
Lunes 26 de agosto de 2013