Ser fuerte o
valiente no significa sino esto: poder recibir una herida. Si el hombre puede
ser fuerte, es porque es esencialmente vulnerable.
Pero la más grave
y honda de todas las heridas es la muerte.
De este modo la
fortaleza está siempre referida a la muerte, a la que ni un instante cesa de
mirar cara a cara. Ser fuerte es, en el fondo, estar dispuesto a morir. O
dicho con más exactitud: estar dispuesto a caer, si por caer entendemos morir
en el combate.
Todo acto de fortaleza
se nutre así de la disposición a morir como de su raíz más profunda, por
distante que un tal acto pueda parecer visto desde fuera, del pensamiento de
la muerte. Una fortaleza que no descienda hasta las profundidades del estar
dispuesto a caer, está podrida de raíz y falta de auténtica eficacia.
La disposición se
manifiesta en el riesgo de la acción. El acto propio y supremo de la virtud
de la fortaleza, aquel en el que ésta alcanza su plenitud, es el martirio. La
disposición para el martirio es la raíz esencial de la fortaleza cristiana.
Sin una tal disposición jamás se daría este hábito.
Cuando el concepto
y la posibilidad real del martirio se desvanecen en el horizonte visual de una
época, fatalmente degradará ésta la imagen de la virtud de la fortaleza, al no
ver en ella otra cosa que un gesto de bravuconería. Pero no estará de más
advertir que ese desvanecimiento puede tener lugar de múltiples modos. El pequeño
burgués estima que la verdad y el bien “se imponen” “por sí mismos” sin que
tenga que exponerse la persona; y esta opinión es en todo equiparable a ese
entusiasmo de bajo precio que no se cansa nunca de elogiar la “alegre
disposición para el martirio”. Porque en uno y otro caso se diluye por igual la
realidad de este acto.
La Iglesia piensa
de otra forma en este asunto. Por un lado nos dice que el estar dispuesto a
verter la sangre por Cristo es cosa que cae de modo inmediato bajo la rigurosa
obligación del mandato divino “el hombre tiene que estar dispuesto a dejarse
matar antes que negar a Cristo o pecar gravemente”. La disposición para la
muerte es, por tanto, uno de los fundamentos de la doctrina cristiana.
Josef Pieper, La
fortaleza, “Las virtudes fundamentales”.
Visto en Syllabus.