“La dificultad radical del Parlamento de las Religiones fue que se
ofreció como un ámbito donde los credos pudieran ponerse de acuerdo. El
verdadero interés hubiera sido el de un lugar donde pudieran no estar de
acuerdo. Los credos deben estar en desacuerdo, esto es lo divertido de esta
cuestión. Si yo pienso que el universo es triangular y usted piensa que es
cuadrangular, no va a haber lugar para dos universos. Podemos discutir con
educación. Podemos discutir con humanidad. Podemos discutir con gran beneficio
mutuo. Pero, obviamente, debemos discutir. La tolerancia moderna es realmente
una tiranía. Es una tiranía porque es un silencio. Decir que no debo negar la
fe de mi oponente es decir que no debo discutirla. Puedo no decir que el
budismo es falso, y eso es todo lo que necesito decir sobre el budismo. Es lo
único interesante que cualquiera puede querer decir sobre el budismo; o sea,
que es falso o que es verdadero. Pero en esas asambleas modernas, que se supone
son tolerantes y científicas, se ha difundido un acuerdo general y tácito de
que no debe haber ninguna aserción o negación violenta de una fe. Esto no es
sólo hipocresía sino falta de practicidad, porque no se va al grano. En una
palabra, la torpeza de un congreso de credos es que si se encuentran dos credos
absolutos, probablemente van a enfrentarse, y si no se enfrentan, no tiene
mucho valor que se hayan encontrado”.
G. K. Chesterton, “La historia de las religiones”, 10 de octubre de 1908. En “Cien años después”, Ed. Vórtice, 2008.