miércoles, 20 de noviembre de 2013

Poli - semia.


“Esta semana alguien me vino a preguntar qué les diría a los jóvenes que profanaron este templo si me los encontrara. Y respondo con toda libertad que me encantaría encontrarme con ellos. Dejaría de lado mi báculo para que no crean que vengo con palos. Practicaría con ellos el antiguo arte del diálogo, hablar y escucharnos, matear, si se da la oportunidad. Me encantaría”.
Mons. Poli, Arzobispo de Buenos Aires

Antes de que llamen a la Inadi, aclaremos que estas palabras de Mons. Poli se refieren a otros jóvenes que no son los jóvenes que Uds. imaginan.
Poco tiempo atrás, unos “chicos” –aparentemente estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires, la “elite intelectual” de la Argentina, durante una “toma” de las instalaciones por motivos que no vienen al caso, aprovecharon para ingresar a la vecina iglesia de San Ignacio por vetustos túneles de la colonia. A la madrugada, estos representantes de la elite intelectual pusieron fuego a varios objetos del histórico edificio, quemaron un banco, pintarrajearon el piso del presbiterio y dejaron rastros de haber intentado incinerar un altar y por qué no el templo todo. Una pintada decía: “la Iglesia que ilumina es la que arde”, un clásico.
No pudieron completar su tarea porque el humo que ellos mismos habían producido los corrió del lugar tempranamente. Tal vez estos jóvenes de elite intelectual estaban un poco flojos en química y les salió mal el atentado.
Sería paradójico decir que fue el “humo de Satanás”, porque aunque producido por odio a la Iglesia, fue el medio para que no completaran sus estragos.  Profanar un templo es un sacrilegio. Soy consciente de que la terminología no está muy en uso. Y sin embargo, tal vez por razones etarias o por una incapacidad de adaptación a los tiempos insisto en creer es la mejor forma de definir lo sucedido.
Y sin embargo, los “chicos” que hicieron esto han sido llamados al orden. Después de todo, pudieran haber malinterpretado las palabras de Francisco: “hagan lío”.
Nadie más autorizado para esta tarea que el Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Poli, cuyas son estas amables palabras que sirven de acápite a lo dicho aquí: Esta semana alguien me vino a preguntar qué les diría a los jóvenes que profanaron este templo si me los encontrara. Y respondo con toda libertad que me encantaría encontrarme con ellos. Dejaría de lado mi báculo para que no crean que vengo con palos. Practicaría con ellos el antiguo arte del diálogo, hablar y escucharnos, matear, si se da la oportunidad. Me encantaría”. Pero no pudo ser. Los incendiarios de San Ignacio no están dispuestos al diálogo, lo que nos parece de lamentar.
¿Para qué ser duros pudiendo ser misericordiosos, como pide a diario el Santo Padre? No sabemos sus nombres ni conocemos sus caras. Son menores. Hay que preservarlos. No tenemos ni una fotito de ellos con el rostro desdibujado. Hay que se consecuentes.
Un tiempo después, esta vez en otro lugar y en presencia de Mons. Poli, otro grupo de “chicos” ingresó a un templo y comenzó a rezar el rosario. Parece que esto irritó a algunos señores presentes, embajadores, políticos, diplomáticos y grandes empresarios.  Llama la atención, dicho sea de paso, que no se hubiese invitado a personas en situación de calle o víctimas de la trata, que son los preferidos de Mons. Poli, así como de todo el clero porteño, según las enseñanzas de su predecesor, de exitosa memoria.
El tema es que Mons. Poli tuvo su segunda oportunidad. Unos “chicos” que decidieron “hacer lío”, esta vez en su presencia. No pintaron con aerosoles ni intentaron poner fuego en la catedral. Se limitaron a rezar un inoportuno rosario. O como dicen en las series de tv americanas cuando hay que deplorar el destino de alguien: estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. No lo digo yo, estimo que lo habrá pensado Mons. Poli, que es un hombre reflexivo y misericordioso.
Y la oportunidad se le escapó a Poli. No se puso a dialogar. O tal vez entró a la sacristía a preparar el mate y cuando volvió ya la cosa no permitía el diálogo. Algunos testigos sorprendidos por esta irrupción –que los hay, aunque nadie lo crea- aseguran que Poli no se movió de su lugar, más pálido que de costumbre.
Siendo un hombre de reflexión antes de actuar, tal vez deliberaba dentro de sí las palabras del diálogo o la cantidad de mates que iba a necesitar. Interín unos muchachos tocados se acercaban a los rezadores y les susurraban al oído mensajes de paz y amor. Alguna patadita cariñosa. Y repetían con cierta insistencia algo así como que tenían armas. Lo cual es imposible de creer. Mons. Poli nunca hubiese permitido gente armada en el templo.  Debe haber sido alguna broma. Como la de esa amable señora que hacía como que decía palabras injuriosas a los “chicos”, e incluso, de puro traviesa, pateó la pierna de una “chica” que tenía una bota ortopédica. Una patadita como jugando. Pero, jugando, jugando, a veces pasan cosas, le dijo el traumatólogo a la chica de la bota que rezaba el rosario.
¿Sería poco elegante decir el nombre de la señora juguetona? No, porque todo fue como de travesura. Gloria Williams de Padilla, una teóloga, esposa del ex Secretario de Culto Norberto Padilla jamás hubiese querido hacerle daño a una chica, menos en condición disminuida por llevar una bota ortopédica. ¡Los únicos privilegiados son los discapacitados!
Y el diputado Mario Amadeo, miembro de la Comunidad San Egidio, que parecía estar insultando a un grupo de menores de edad, y en un momento intimidando a un chico de unos 12 años para que le diera datos personales… ¿Quién lo puede creer? Las malas lenguas habrían dicho que buscaba iniciar una persecución de los “chicos”. A mi no me van a convencer así nomás. Anoche lo vi en televisión y habló tan bien, tan correcto. Debe haber sido un mal momento, una mala noche, tal vez.
Hago tiempo para ver si Mons. Poli se acerca a dialogar con los “chicos”. Es el dueño de casa. Tiene invitados. Alguna palabrita debería decir. ¿Seguirá deliberando sobre la cantidad de mates y pavas que necesita para dialogar?
Eso sí, podemos tener desacuerdos, pero respetamos la ley. De modo que no se publicó ni una fotografía de los menores. Hay que preservarlos del acoso de la prensa, los derechos de los niños ante todo, pactos internacionales de jerarquía constitucional.
Bueno parece que no viene. Será otra oportunidad perdida para dialogar con los chicos.  A mi me preocupa el tema y lo estuve consultando con dos amigos. Uno experto en comunicaciones, semiótica y relaciones humanas. Me dijo que la invitación al diálogo de San Ignacio era amplia, pero sujeta a diversas interpretaciones incluso contradictorias. Me habló de “polisemia” verbal. Yo no entendí nada.
En cambio otro amigo, que no tiene títulos pero me parece muy sensato me dijo una frase esclarecedora: ¡Qué va a dialogar ese poligrillo!

Artículo aparecido en PCI, 19-11-2013.