“Esta semana alguien me vino a preguntar qué les diría a los jóvenes que profanaron este templo si me los encontrara. Y respondo con toda libertad que me encantaría encontrarme con ellos. Dejaría de lado mi báculo para que no crean que vengo con palos. Practicaría con ellos el antiguo arte del diálogo, hablar y escucharnos, matear, si se da la oportunidad. Me encantaría”.
Mons. Poli, Arzobispo de Buenos Aires
Antes de
que llamen a la Inadi, aclaremos que estas palabras de Mons. Poli se refieren a
otros jóvenes que no son los jóvenes que Uds. imaginan.
Poco
tiempo atrás, unos “chicos” –aparentemente estudiantes del Colegio Nacional de
Buenos Aires, la “elite intelectual” de la Argentina, durante una “toma” de las
instalaciones por motivos que no vienen al caso, aprovecharon para ingresar a
la vecina iglesia de San Ignacio por vetustos túneles de la colonia. A la
madrugada, estos representantes de la elite intelectual pusieron fuego a varios
objetos del histórico edificio, quemaron un banco, pintarrajearon el piso del
presbiterio y dejaron rastros de haber intentado incinerar un altar y por qué
no el templo todo. Una pintada decía: “la Iglesia que ilumina es la que arde”,
un clásico.
No pudieron completar su
tarea porque el humo que ellos mismos habían producido los corrió del lugar
tempranamente. Tal vez estos jóvenes de elite intelectual estaban un poco
flojos en química y les salió mal el atentado.
Sería
paradójico decir que fue el “humo de Satanás”, porque aunque producido por odio
a la Iglesia, fue el medio para que no completaran sus estragos. Profanar
un templo es un sacrilegio. Soy consciente de que la terminología no está muy
en uso. Y sin embargo, tal vez por razones etarias o por una incapacidad de
adaptación a los tiempos insisto en creer es la mejor forma de definir lo
sucedido.
Y sin
embargo, los “chicos” que hicieron esto han sido llamados al orden. Después de
todo, pudieran haber malinterpretado las palabras de Francisco: “hagan lío”.
Nadie más
autorizado para esta tarea que el Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Poli, cuyas
son estas amables palabras que sirven de acápite a lo dicho aquí: “Esta
semana alguien me vino a preguntar qué les diría a los jóvenes que profanaron
este templo si me los encontrara. Y respondo con toda libertad que me
encantaría encontrarme con ellos. Dejaría de lado mi báculo para que no crean
que vengo con palos. Practicaría con ellos el antiguo arte del diálogo, hablar
y escucharnos, matear, si se da la oportunidad. Me encantaría”. Pero no pudo ser. Los
incendiarios de San Ignacio no están dispuestos al diálogo, lo que nos parece
de lamentar.
¿Para qué
ser duros pudiendo ser misericordiosos, como pide a diario el Santo Padre? No
sabemos sus nombres ni conocemos sus caras. Son menores. Hay que preservarlos.
No tenemos ni una fotito de ellos con el rostro desdibujado. Hay que se
consecuentes.
Un tiempo
después, esta vez en otro lugar y en presencia de Mons. Poli, otro grupo de
“chicos” ingresó a un templo y comenzó a rezar el rosario. Parece que esto
irritó a algunos señores presentes, embajadores, políticos, diplomáticos y
grandes empresarios. Llama la atención, dicho sea de paso, que no se
hubiese invitado a personas en situación de calle o víctimas de la trata, que
son los preferidos de Mons. Poli, así como de todo el clero porteño, según las
enseñanzas de su predecesor, de exitosa memoria.
El tema
es que Mons. Poli tuvo su segunda oportunidad. Unos “chicos” que decidieron
“hacer lío”, esta vez en su presencia. No pintaron con aerosoles ni intentaron
poner fuego en la catedral. Se limitaron a rezar un inoportuno rosario. O como
dicen en las series de tv americanas cuando hay que deplorar el destino de
alguien: estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. No lo digo
yo, estimo que lo habrá pensado Mons. Poli, que es un hombre reflexivo y
misericordioso.
Y la
oportunidad se le escapó a Poli. No se puso a dialogar. O tal vez entró a la
sacristía a preparar el mate y cuando volvió ya la cosa no permitía el diálogo.
Algunos testigos sorprendidos por esta irrupción –que los hay, aunque nadie lo
crea- aseguran que Poli no se movió de su lugar, más pálido que de costumbre.
Siendo un
hombre de reflexión antes de actuar, tal vez deliberaba dentro de sí las
palabras del diálogo o la cantidad de mates que iba a necesitar. Interín unos
muchachos tocados se acercaban a los rezadores y les susurraban al oído
mensajes de paz y amor. Alguna patadita cariñosa. Y repetían con cierta
insistencia algo así como que tenían armas. Lo cual es imposible de creer.
Mons. Poli nunca hubiese permitido gente armada en el templo. Debe haber
sido alguna broma. Como la de esa amable señora que hacía como que decía
palabras injuriosas a los “chicos”, e incluso, de puro traviesa, pateó la
pierna de una “chica” que tenía una bota ortopédica. Una patadita como jugando.
Pero, jugando, jugando, a veces pasan cosas, le dijo el traumatólogo a la chica
de la bota que rezaba el rosario.
¿Sería
poco elegante decir el nombre de la señora juguetona? No, porque todo fue como
de travesura. Gloria Williams de Padilla, una teóloga, esposa del ex Secretario
de Culto Norberto Padilla jamás hubiese querido hacerle daño a una chica, menos
en condición disminuida por llevar una bota ortopédica. ¡Los únicos
privilegiados son los discapacitados!
Y el
diputado Mario Amadeo, miembro de la Comunidad San Egidio, que parecía estar
insultando a un grupo de menores de edad, y en un momento intimidando a un
chico de unos 12 años para que le diera datos personales… ¿Quién lo puede
creer? Las malas lenguas habrían dicho que buscaba iniciar una persecución de
los “chicos”. A mi no me van a convencer así nomás. Anoche lo vi en televisión
y habló tan bien, tan correcto. Debe haber sido un mal momento, una mala noche,
tal vez.
Hago
tiempo para ver si Mons. Poli se acerca a dialogar con los “chicos”. Es el
dueño de casa. Tiene invitados. Alguna palabrita debería decir. ¿Seguirá
deliberando sobre la cantidad de mates y pavas que necesita para dialogar?
Eso sí,
podemos tener desacuerdos, pero respetamos la ley. De modo que no se publicó ni
una fotografía de los menores. Hay que preservarlos del acoso de la prensa, los
derechos de los niños ante todo, pactos internacionales de jerarquía
constitucional.
Bueno
parece que no viene. Será otra oportunidad perdida para dialogar con los
chicos. A mi me preocupa el tema y lo estuve consultando con dos amigos.
Uno experto en comunicaciones, semiótica y relaciones humanas. Me dijo que la
invitación al diálogo de San Ignacio era amplia, pero sujeta a diversas
interpretaciones incluso contradictorias. Me habló de “polisemia” verbal. Yo no
entendí nada.
En cambio
otro amigo, que no tiene títulos pero me parece muy sensato me dijo una frase
esclarecedora: ¡Qué va a dialogar ese poligrillo!
Artículo aparecido en PCI,
19-11-2013.