domingo, 17 de noviembre de 2013

Las Sirvientas de Caifás.


Francisco ha sido más duro que los jóvenes de la Catedral


Este hombre andaba con Jesús de Nazaret”

Ilustra esta entrada: “La Negación de San Pedro” (1610), óleo sobre lienzo de Caravaggio, que se conserva en el Museo de Arte Metropolitano de Nueva York. 


Hay quienes han pensado, y nosotros entre ellos, que a causa de su mención a dioses falsos y a la idolatría, los mensajes distribuidos por los jóvenes que rezaron el Santo Rosario en la Catedral de Buenos Aires el martes pasado, eran demasiado fuertes.

Sin embargo el Papa Francisco ha dicho: “quien no le reza a Jesucristo le reza al diablo”, algo igual o más duro todavía, y sobre lo que reflexiona el Dr. Antonio Caponnetto en la carta que sigue:


Las Sirvientas de Caifás

Por Antonio Caponnetto

Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Galileo»...  Y como Pedro se dirigiera hacia la salida, lo vio otra sirvienta, que dijo a los presentes: «Este hombre andaba con Jesús de Nazaret.» (Mt 26 - 69,71)


Sr. Director de Página Católica:
Mucho se ha dicho y se seguirá diciendo sobre la profanación de la Catedral de Buenos Aires con el acto litúrgico judeo-cristiano del pasado 12 de noviembre; y demasiado ha dicho ya el mundo contra quienes dieron testimonio de fe católica, tratando de impedir aquella tenebrosa profanación.

Hace varios años que vengo denunciando la comisión de este tipo de aquelarres, y dos capítulos de mi libro “La Iglesia Traicionada” están dedicados a la llamada “Noche de los Cristales”, con la consiguiente protesta dirigida a los jerarcas eclesiales que toman la impía iniciativa de organizar estas celebraciones masónicas, a todas luces sacrílegas y falaces. Quiero decir que el hecho no me es ajeno ni indiferente.

Pero si me permite acercarme a su valiosa prédica, y dado el desenlace todavía en curso que han tomado los episodios, quisiera sumar dos breves comentarios. Ya habrá tiempo para más:

1º) Según conocida y divulgada expresión de Francisco, al comienzo de su pontificado, "el que no le reza a Jesucristo, le reza al demonio". La frase, originada en un concepto de León Bloy, establece una línea divisoria irreconciliable.
Pues bien, el grueso de los judíos invitados a ocupar la Catedral, no le reza a Jesucristo; esto es evidente. Y muchos de los otros invitados procedentes de falsas iglesias y sectas varias, tampoco le rezan a Jesucristo en tanto Dios y Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ergo, los responsables de tal convite y de tamaña mixtura en la Catedral Metropolitana, permitieron la invasión de nuestro mayor templo católico por adoradores del demonio, según ha recordado el Papa.
No le rezan a Jesucristo en cuya divinidad no creen; y son múltiples los casos constatables de que además de no rezarle lo ultrajan.

Todo el clero católico comprometido en esta activa, obsecuente y servil invitación a que la Catedral fuera ocupada por quienes no le rezan a Jesucristo, tendrán que rendir cuentas de haber servido a quienes le rezan al demonio. La disyuntiva, reitero, fue planteada en tan tajantes términos por el mismo Francisco.

2º) También ha dicho Francisco -y esta segunda frase a la que aludiré es tan conocida como la anterior- que él desea “una iglesia pobre, para los pobres y de los pobres”. Pues bien; resulta que entre aquellos cultores de Mandinga insensatamente convocados a tomar un templo católico, había muchos personajes correspondientes a la plana mayor del capitalismo sionista, a la oligarquía judaica, a los monopolios plutocráticos hebreos. No se ve cómo puede condecirse tamaña promoción impúdica de los servidores del becerro de oro con el ideario del Poverello de Asis, supuestamente revalorizado a partir de este pontificado.

La conclusión parece trágicamente sencilla. Si el Papa promueve estos actos -y todo indica que sí, pues ya lo hacía activamente cuando sólo era el Cardenal Primado- su conducta es ambigua y reclama con urgencia definiciones unívocas. Tendrá que elegir: o los adoradores de Jesucristo o los del demonio. O una iglesia evangélicamente pobre o una iglesia mancillada por los plutócratas judíos. No se puede servir a dos señores. Recemos para que Dios lo haga discernir rectamente y con prontitud. Es mucho lo que está en juego con tal discernimiento.

Si el Papa fuera ajeno a estos últimos sucesos -algo improbable, pero que no queremos dejar de considerar como hipótesis por respeto y honestidad intelectual- los que han invocado su autoridad para consumar la profanación, sumarían un nuevo escándalo. Tal sería el del falso testimonio, reprobado en el octavo mandamiento.

En cualquier caso (y teniendo en cuenta la reacción de los prelados medrosos, pidiendo perdón aquí y acullá, no por el acto profanatorio que consumaron en la Catderal, sino por el mal momento que tuvieron que pasar los judíos al haber presenciado a un puñado de rezadores de Jesucristo), es evidente que la Iglesia de hoy, en nuestra patria, no está conducida sino por las sirvientas de Caifás (Mt. 26,69). Sirvientas repugnantemente dóciles a los enemigos de Jesucristo, fámulas indignas del contubernio contra el Divino Redentor, fregonas de la Iniquidad, para cuyo repudio no sabemos hallar palabras suficientemente severas e irrevocables. El estupor es tan grande, la náusea tan creciente, la perplejidad tan dolorosa, la indignación tan inenarrable, que preferimos callar y rezar.

Un conocido pasaje del evangelio joánico (Jn.8, 57-59), recuerda el trágico momento en que los judíos apedrearon a Jesús porque este se les reveló como Dios.

Bien estará que la Iglesia quiera extender hacia ellos su perdón, y que se muestre hospitalaria con los contritos y conversos, y hasta eleve a los altares a los mejores de quienes tal camino de la metanoia plena hayan recorrido. Pero para que tal gesto conciliatorio tenga lugar y feliz desenlace, primero los judíos deberán recoger una a una esas piedras arrojadas al rostro del Salvador. Deberán soldarlas con sus lágrimas, y levantar con ellas un gran altar en homenaje a Cristo Rey, arrodillándose ante Él.

Acción santa y salvífica es que la Iglesia haya propuesto durante toda su historia la conversión de los judíos. Acción perversa es que la Iglesia quiera sumarse ahora al redil de los apedreadores, darles albergue en el mismo recinto santo e instar a los católicos a que se sientan cómodos en las sinagogas, entre cuyos muros se enseña precisamente a rechazar, a injuriar y a odiar a Jesucristo.

Queremos judíos conversos, no católicos judaizados. Bienaventurados quienes sirvan de escudos a los pedruscos blasfemos lanzados contra el Redentor. Malditos sean quienes se sumen a los arrojadores sacrílegos de cantos o de riscos.

Vista en Página Católica, 16-11-2013.