Francisco ha sido más duro que
los jóvenes de la Catedral
Este hombre andaba con Jesús de Nazaret”
Hay quienes han pensado, y
nosotros entre ellos, que a causa de su mención a dioses falsos y a la
idolatría, los mensajes distribuidos por los jóvenes que rezaron el Santo
Rosario en la Catedral de Buenos Aires el martes pasado, eran demasiado
fuertes.
Sin embargo el Papa Francisco ha
dicho: “quien no le reza a Jesucristo le reza al diablo”, algo
igual o más duro todavía, y sobre lo que reflexiona el Dr. Antonio
Caponnetto en la carta que sigue:
Las Sirvientas de Caifás
Por Antonio
Caponnetto
Mientras tanto, Pedro estaba
sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: «Tú también
estabas con Jesús, el Galileo»... Y como Pedro se dirigiera hacia la
salida, lo vio otra sirvienta, que dijo a los presentes: «Este hombre andaba
con Jesús de Nazaret.» (Mt 26 - 69,71)
Sr. Director de Página Católica:
Mucho se ha dicho y se seguirá
diciendo sobre la profanación de la Catedral de Buenos Aires con el acto
litúrgico judeo-cristiano del pasado 12 de noviembre; y demasiado ha dicho ya
el mundo contra quienes dieron testimonio de fe católica, tratando de impedir
aquella tenebrosa profanación.
Hace varios años que vengo
denunciando la comisión de este tipo de aquelarres, y dos capítulos de mi libro “La
Iglesia Traicionada” están dedicados a la llamada “Noche de los
Cristales”, con la consiguiente protesta dirigida a los jerarcas eclesiales
que toman la impía iniciativa de organizar estas celebraciones masónicas, a
todas luces sacrílegas y falaces. Quiero decir que el hecho no me es ajeno ni
indiferente.
Pero si me permite acercarme a su
valiosa prédica, y dado el desenlace todavía en curso que han tomado los
episodios, quisiera sumar dos breves comentarios. Ya habrá tiempo para más:
1º) Según conocida y divulgada
expresión de Francisco, al comienzo de su pontificado, "el que no
le reza a Jesucristo, le reza al demonio". La frase, originada en un
concepto de León Bloy, establece una línea divisoria irreconciliable.
Pues bien, el grueso de los
judíos invitados a ocupar la Catedral, no le reza a Jesucristo; esto es
evidente. Y muchos de los otros invitados procedentes de falsas iglesias y
sectas varias, tampoco le rezan a Jesucristo en tanto Dios y Segunda Persona de
la Santísima Trinidad. Ergo, los responsables de tal convite y de tamaña
mixtura en la Catedral Metropolitana, permitieron la invasión de nuestro mayor
templo católico por adoradores del demonio, según ha recordado el Papa.
No le rezan a Jesucristo en cuya
divinidad no creen; y son múltiples los casos constatables de que además de no
rezarle lo ultrajan.
Todo el clero católico
comprometido en esta activa, obsecuente y servil invitación a que la Catedral
fuera ocupada por quienes no le rezan a Jesucristo, tendrán que rendir cuentas
de haber servido a quienes le rezan al demonio. La disyuntiva, reitero, fue
planteada en tan tajantes términos por el mismo Francisco.
2º) También ha dicho Francisco -y
esta segunda frase a la que aludiré es tan conocida como la anterior- que él
desea “una iglesia pobre, para los pobres y de los pobres”. Pues
bien; resulta que entre aquellos cultores de Mandinga insensatamente convocados
a tomar un templo católico, había muchos personajes correspondientes a la plana
mayor del capitalismo sionista, a la oligarquía judaica, a los monopolios
plutocráticos hebreos. No se ve cómo puede condecirse tamaña promoción impúdica
de los servidores del becerro de oro con el ideario del Poverello de Asis,
supuestamente revalorizado a partir de este pontificado.
La conclusión parece trágicamente
sencilla. Si el Papa promueve estos actos -y todo indica que sí, pues ya lo
hacía activamente cuando sólo era el Cardenal Primado- su conducta es ambigua y
reclama con urgencia definiciones unívocas. Tendrá que elegir: o los adoradores
de Jesucristo o los del demonio. O una iglesia evangélicamente pobre o una
iglesia mancillada por los plutócratas judíos. No se puede servir a dos
señores. Recemos para que Dios lo haga discernir rectamente y con prontitud. Es
mucho lo que está en juego con tal discernimiento.
Si el Papa fuera ajeno a estos
últimos sucesos -algo improbable, pero que no queremos dejar de considerar como
hipótesis por respeto y honestidad intelectual- los que han invocado su
autoridad para consumar la profanación, sumarían un nuevo escándalo. Tal sería
el del falso testimonio, reprobado en el octavo mandamiento.
En cualquier caso (y teniendo en
cuenta la reacción de los prelados medrosos, pidiendo perdón aquí y acullá, no
por el acto profanatorio que consumaron en la Catderal, sino por el mal momento
que tuvieron que pasar los judíos al haber presenciado a un puñado de rezadores
de Jesucristo), es evidente que la Iglesia de hoy, en nuestra patria, no está
conducida sino por las sirvientas de Caifás (Mt. 26,69). Sirvientas
repugnantemente dóciles a los enemigos de Jesucristo, fámulas indignas del
contubernio contra el Divino Redentor, fregonas de la Iniquidad, para cuyo
repudio no sabemos hallar palabras suficientemente severas e irrevocables. El
estupor es tan grande, la náusea tan creciente, la perplejidad tan dolorosa, la
indignación tan inenarrable, que preferimos callar y rezar.
Un conocido pasaje del evangelio
joánico (Jn.8, 57-59), recuerda el trágico momento en que los judíos apedrearon
a Jesús porque este se les reveló como Dios.
Bien estará que la Iglesia quiera
extender hacia ellos su perdón, y que se muestre hospitalaria con los contritos
y conversos, y hasta eleve a los altares a los mejores de quienes tal camino de
la metanoia plena hayan recorrido. Pero para que tal gesto conciliatorio tenga
lugar y feliz desenlace, primero los judíos deberán recoger una a una esas
piedras arrojadas al rostro del Salvador. Deberán soldarlas con sus lágrimas, y
levantar con ellas un gran altar en homenaje a Cristo Rey, arrodillándose ante
Él.
Acción santa y salvífica es que
la Iglesia haya propuesto durante toda su historia la conversión de los judíos.
Acción perversa es que la Iglesia quiera sumarse ahora al redil de los
apedreadores, darles albergue en el mismo recinto santo e instar a los
católicos a que se sientan cómodos en las sinagogas, entre cuyos muros se
enseña precisamente a rechazar, a injuriar y a odiar a Jesucristo.
Queremos judíos conversos, no
católicos judaizados. Bienaventurados quienes sirvan de escudos a los pedruscos
blasfemos lanzados contra el Redentor. Malditos sean quienes se sumen a los
arrojadores sacrílegos de cantos o de riscos.
Vista en Página
Católica, 16-11-2013.