sábado, 10 de noviembre de 2012

Camino irrevocable.




El ecumenismo y el diálogo Interreligloso como piezas clave del Concilio vaticano II no han sufrido ninguna desaceleración, tal como puede verse por la actividad de estos últimos meses. Lo que queda demostrado sencillamente con dos hechos: la vi­sita del Papa a la gran sinagoga de Roma, el de enero de 2010, y la visita al templo luterano de Roma, el 14 de marzo de 2010. Este artículo fue publicado en la revista de los dominicos de Avrillé (Francia), Le sel de la Terre, en su n° 73.

Tal vez algunos lectores pensarán que no es el momento de criticar al Papa, justo cuando una odiosa campaña mediática se ensaña con él.
Vamos a responder brevemente: la verdad es la verdad y es importante conocerla. Ahora bien, este aspecto de la personalidad del Santo Padre, es de­cir su compromiso con el ecumenismo y el diálogo interreligioso (especial­mente con la religión judía talmúdica) no es muy conocido por parte de los católicos tradicionalistas.
Desde el concilio, y en la actuali­dad también, el único “pecado” per­seguido a ultranza es el pecado de “tradicionalismo”. Precisamente por ser tradicionalistas, Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer, así como los sacerdotes unidos a ellos, fueron excomulgados, echados fue­ra, injuriados de múltiples formas, y todo esto por los que en la Iglesia hu­bieran debido felicitarlos y animarlos. Al mismo tiempo, los obispos y sacer­dotes de ideas heréticas y costumbres degradadas no sufrieron pena alguna de consideración. Se ha permitido sin mostrar interés alguno que los católi­cos se hundan en el hedonismo más
vergonzoso. Ahora se recogen los fru­tos de lo que se sembró. De Dios nadie se ríe.
Además lejos de reconocer que este ecumenismo y este diálogo in­terreligioso sólo llevan a la ruina y a la apostasía, la jerarquía conciliar no pierde ocasión alguna para repetir que es un “camino irrevocable”. Una y otra vez permite nuevas concesiones y nuevas peticiones de perdón. Cuantas más pruebas de debilidad da, más se envalentonan los enemigos de la Igle­sia para seguir reclamando. El único medio de hacerles frente nos lo ha dado Nuestro Señor Jesucristo, con su ejemplo y su enseñanza: dar testimo­nio de la verdad y si es necesario hasta entregar la propia vida. Aquí está la salvación de los que dan testimonio y a menudo la salvación de los que los escuchan.
Si sacamos a la luz estos hechos no es por una cuestión de celo amargo o un deseo malsano de dar a conocer los fallos de las autoridades eclesiásticas. Es por amor a la verdad y para hacer comprender cuáles son las verdaderas causas de las actuales desgracias de la Iglesia.

Benedicto XVI en la sinagoga de Roma

El Papa visitó la sinagoga de Roma el domingo 17 de enero de 2010[1]. Du­rante el rezo del Ángelus de este día, el Papa explicó el sentido de esta vi­sita:

«Esta tarde, casi veinticuatro años después de la histórica visita del venerable Juan Pablo II (el primer Papa que visitó una sinagoga), estaré pre­sente en la gran sinagoga de Roma, llamada Gran Templo, para encontrarme con la comunidad judía de la ciudad y franquear una nueva etapa en el camino de concordia y amistad entre católicos y judíos. En efecto, a pesar de los problemas y las di­ficultades, se respira entre los creyentes de estas dos religiones un clima de gran respeto y diálogo, lo que demuestra que se ha madurado en cuanto a las rela­ciones y él compromiso común de realzar lo que nos une, la fe en el único Dios, esto ante todo, pero también la protección de la vida y de la familia, el deseo de la justicia social y de la paz».

¿Cómo puede decir el Papa que está unido a los judíos por la fe en el único Dios? ¿Acaso ignora que los judíos no creen en la Santísima Trinidad? Los cristianos creen en el Dios uno y trino, los judíos creen en un “Dios” único y no trino. No estamos unidos por la fe en el mismo único Dios.
En su discurso en la sinagoga, Be­nedicto XVI ha recordado la visita hecha por su predecesor en este lugar, el 13 de abril de 1986, en donde afirmó lo siguiente: «Mi visita se inscribe en el camino trazado, para confirmarlo y refor­zarlo».


Seguidamente se ha referido al Concilio Vaticano II:

«La doctrina del Concilio Vaticano II ha representado para los católicos un punto de referencia hacia él que pueden orientarse constantemente en su actitud y relaciones con él pueblo judío, lo que mar­ca una etapa nueva y decisiva. El acon­tecimiento conciliar ha dado un impulso decisivo al compromiso de recorrer un ca­mino irrevocable de diálogo, de fraterni­dad y de amistad».

El Papa de esta forma nos advierte que este camino es “irrevocable”.
Ha denominado (como lo hizo Juan Pablo II) al pueblo judío “el pueblo de la Alianza”.

«Yo también, durante estos años de pontificado, he querido demostrar mi cer­canía y mi afecto al pueblo de la Alianza».

Esta denominación es falsa. El pue­blo judío ha sido antes de la Encarna­ción del Hijo de Dios, el pueblo de la antigua Alianza. Ahora estamos, desde hace más de 2000 años, en la era de la nueva Alianza. La antigua alianza ha sido reemplazada por la nueva y los judíos (actuales) que no aceptan en­trar en la Iglesia no guardan ninguna alianza con Dios.
Seguidamente el Papa ha entonado su “tua culpa” por las pretendidas fal­tas de sus predecesores:

«Por otra parte la Iglesia no ha dejado de lamentarse por las faltas de sus hijos e hijas pidiendo perdón por todo lo que ha podido favorecer de una forma u otra las llagas del antisemitismo y del antijudaísmo (confrón­tese la Comisión para las relaciones religio­sas con el judaísmo, “No lo olvidamos: una reflexión sobre la Shoah”, 16 de marzo de 1998). ¡Ojalá que estas llagas se curen para siempre! Me viene a la memoria la oración llena de tristeza del Papa Juan Pablo II en el Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, el 26 de marzo de 2000, que resuena con verdad y sinceridad en lo más profun­do de nuestro corazón: “Dios de nuestros padres, Tú has escogido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre sea dado a conocer a todos los pueblos; sentimos una profunda tristeza por el comportamiento de los que, a través de la historia, han hecho sufrir a los que son tus hijos y, al pedirte perdón, queremos comprometernos a vivir una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza».
Seguidamente habla de la Shoah: «El singular y escalo­friante drama de la Shoah representa de alguna for­ma la cumbre de proceso de odio que nace cuando el hombre olvida a su Crea­dor y él mismo se sitúa en el centro del universo. Como lo expresé con mo­tivo de mi visita el 28 de mayo de 2006 en el campo de concentración de Auschwitz, y que sigue aún grabado profundamente en mi mente, “los poderosos del Tercer Reich querían aplastar al todo el pueblo judío” y en el fondo “mediante la ani­quilación de este pueblo pensaban matar a este Dios que llamó a Abraham y que, hablando en el Sinaí, estableció los crite­rios para orientarse la Humanidad y que permanecen válidos para siempre[2].
¿Cómo no acordarse en este lugar de los judíos romanos que fueron expulsados de sus hogares, testigos son estos muros, y en medio de una matanza horrible fueron asesinados en Auschwitz? ¿Cómo es posi­ble olvidar sus rostros, sus nombres, las lágrimas, la desesperación de los hombres, mujeres y niños? La exterminación del pueblo de la Alianza de Moisés, primero anunciada y más tarde sistemáticamente programada y llevada a cabo en Europa bajo la dominación nazi, llega también a Roma en este día trágico?».

Frente al ataque insolente de Riccardo Pacifici, presidente de la co­munidad judía de Roma, que había estigmatizado el “silencio de Pío XII” el Papa se limitó a decir: «La Sede Apos­tólica llevó a cabo también una acción de socorro a las víctimas, a menudo escondi­da y discreta».
Dijo acto seguido que al pueblo ju­dío «pertenecen la adopción filial, la glo­ria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas». Esta última frase es una cita de San Pablo (Rom. 11, 29), cita que se aplica a los judíos del Antiguo Testamento y no a los actuales judíos a quie­nes hablaba el Papa.
Más tarde desarrolló «las implicaciones deri­vadas de esta herencia común»:

«Primeramente la so­lidaridad que une a la Iglesia con el pueblo ju­dío “incluso a nivel de su identidad” espiritual y que ofrece a los cristianos la oportunidad de promover “un respeto renovado por la interpreta­ción judía del Antiguo Testamento”[3], (...) el compromiso para preparar o realizar el Reino del Altísimo en el “cuidado de la creación” confiada por Dios al hombre para cultivarla y protegerla de manera responsable (cf. Gen. 2,15)».

¿Pero realmente el Papa piensa que el “Reino del Altísimo”, Reino cuya venida pedimos en el Pater, consiste en el «cuidado de la creación confiada por Dios al hombre para cultivarla y proteger­la de manera responsable»? Si no lo pien­sa, ¿por qué se siente obligado a decirlo y por lo tanto a dejar que lo crean sus interlocutores?
El Papa insistió a continuación so­bre el Decálogo, válido para todos los hombres[4]. Es verdad pero el final no suena bien:

«Todos los mandamientos se resumen en el amor a Dios y en la misericordia ha­cia el prójimo. Esta regla obliga a judíos y cristianos a dar testimonio en nuestras sociedades de una especial generosidad ha­cia los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los enfermos, los débiles, cual­quier persona que se halle en necesidad. Existe en la tradición judía un dicho ad­mirable de los Padres de Israel: “El mundo se funda sobre tres cosas: la Torah, el culto y los actos de misericordia” (Aboth 1, 2). Mediante el ejercicio de la justicia y de la misericordia, los judíos y los cristianos es­tán llamados a anunciar y dar testimonio del Reino del Altísimo que viene y por el que oramos y nos esforzamos cada día en la esperanza».

Es de advertir que el Papa no dice que la “generosidad hacia los pobres”, si no es caridad, es decir si no va acom­pañada de la verdadera fe en Dios, sus frutos son nulos para la vida eterna: «Y si repartiere toda mi hacienda y entregare mi cuerpo al fuego, no teniendo caridad, nada me aprovecha» (I Cor. 13, 3).
No olvidemos tampoco que él Papa cita el Talmud en varias ocasiones. Es el primer Papa, que nosotros sepamos, en tener tal actuación[5].
Pero sobre todo leamos de nuevo la última frase, es típica del ecumenismo conciliar sin pelos en la lengua: «Los judíos y los cristianos están llamados a anunciar y a dar testi­monio del Reino del Altísi­mo que viene». No puede haber frase más equívo­ca pues no es el mismo reino el que esperan ju­díos y cristianos. Noso­tros esperamos la vuelta del verdadero Mesías, Jesucristo, ellos esperan la venida de otro “Me­sías”. El “Mesías” que esperan ellos no es el mismo que el nuestro y por lo tan­to no esperamos el mismo Reino.
El Papa ha afirmado además que «los cristianos y los judíos (...) rezan al mismo Señor». Sin embargo él repite a menudo en el Gloria cuando dice la Misa: «Tu solus Dominus, tu solus Altissimus, Jesu Christe (sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo, Jesucristo)». ¿Cómo puede decir en­tonces que reza al mismo Señor que los judíos? ¿Rezan ellos también a Jesús, el Señor?
Es la tercera visita de Benedicto XVI a una sinagoga, después de la de Colonia en agosto de 2005 (visita no contemplada en el programa del Papa y que él mismo la añadió sobre la marcha) y la de Nueva York en abril de 2008. En mayo de 2009, cuando su viaje a Tierra Santa, el Papa visitó, en Jerusalén, el Yad Yashem (memorial de la Shoah), el Muro de las Lamentaciones y el Gran Rabinato de Jerusalén.
Para comprender esta actitud del ac­tual Papa con respecto a la religión judía hay que acordarse de lo que él mis­mo ha explicado en su autobiografía: «He llegado a pensar que él judaísmo (que no comienza, stricto sensu, sino al final de la constitución de un canon de las Escrituras, es decir en el primer siglo des­pués de Cristo) y la fe cristiana expuesta en él Nuevo Testamento son dos modos diferentes de apropiación de los textos sa­grados de Israel, los dos en último térmi­no determinados por la forma de captar el personaje de Jesús de Nazaret. La Escritu­ra que hoy denominamos Antiguo Testa­mento está en sí misma abierta a estas dos vías. Y en realidad sólo después de la Se­gunda Guerra mundial hemos comenzado a comprender que la interpretación judía “después de Jesucristo” posee también su propio mensaje teológico»[6].
El judaísmo talmúdico («que no comienza, stricto sensu, (...) sino en él primer siglo después de Cristo») y la reli­gión cristiana no son (para el Cardenal Ratzinger) nada más que «dos modos diferentes de apropiación de los textos sa­grados», aparentemente tan legítimos el uno como el otro. Desde entonces, ¿por qué no buscar para enriquecerse mutuamente el intercambio de los re­sultados de su propia lectura?
Comprendemos pues que el Papa haya invitado a un rabino para hablar en el Sínodo de los obispos explicando la manera correcta de leer las Sagra­das Escrituras[7], que haya pedido que no se pronuncie más el nombre de Yavé en la lectura de la Bi­blia[8], así como que haya sido el primer Papa en citar de manera significativa el Talmud, experimentando tanto entu­siasmo en sus visitas a las sinagogas y otros centros judíos.
Verdaderamente, tal como decía Monseñor Lefebvre tras la primera vi­sita de un Papa a una sinagoga: «Haec est hora vestra et potestas tenebrarum (ésta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas)” (Lc 22, 52-53)[9].

Visita del Papa al templo luterano de Roma


El Papa Benedicto XVI visitó el templo luterano de Roma el domingo 14 de marzo de 2010[10]. Juan Pablo II visitó este mismo templo el 11 de di­ciembre de 1983 (con motivo del 500º aniversario del nacimiento de Lutero) y fue el primer Papa que visitó un templo protestante. Esta vez Benedic­to XVI lo que conmemoraba era el 10º aniversario de la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación[11], firmada por los representantes de la Iglesia Católica y los de la Federación luterana mundial, el 31 de octubre de 1999, en Augsburgo.
El Papa ha participado activamen­te en la celebración luterana de la Pa­labra: estaba revestido de un roquete blanco, muceta roja y una estola pasto­ral. Ha orado y cantado con los miem­bros de la comunidad, ha rezado con ellos el Credo de Nicea-constantinopolitano y el Padrenuestro. Seguidamente, tras el Pastor Kruse, ha comenzado su predicación comentando un pasaje del Evangelio según San Juan (12, 20-26, «Si el grano de trigo no muere»). Duran­te esta homilía ha glosado “la cuestión del ecumenismo” que ha expuesto de la siguiente forma:

«La tristeza de haber roto lo que significa “nosotros”, de haber subdividido el único camino en tantos sen­deros, resultando que así se encuentra oculto el testimonio que deberíamos dar de manera adecuada, y por lo tanto el amor no puede hallar su plena expre­sión. ¿Qué tendríamos que de­cir a este respecto? Hoy oímos muchos lamentos sobre el hecho de que él ecumenismo corría el peligro de estancarse, sobre acusaciones recíprocas; pienso sin embargo que deberíamos dar gracias por la gran uni­dad existente. ¡Qué hermoso es que hoy, dominica Laetare, podamos orar juntos, entonar los mismos himnos, escuchar la misma Palabra de Dios, glo­sarla juntos e intentar com­prenderla: que miremos hacia él único Cristo que vemos y al que queremos pertenecer y así, de esta manera, demos ya testi­monio de que Él es el Único, él que nos ha llamado a todos nosotros y a quien todos pertenecemos en lo más profundo de nuestro ser[12]. Creo que lo que deberíamos mostrar al mundo es sobre todo eso: fuera litigios y conflictos de cualquier tipo y en su lugar la alegría y la gratitud por el he­cho de que el Señor nos da todo esto y que existe una real unidad, que puede llegar a ser siempre más profunda y que siempre debe convertirse más y más en un testimonio de la Palabra de Cristo, del camino de Cristo en este mundo. Naturalmente no debemos contentarnos con esto aunque nos sin­tamos llenos de gratitud por esta cercanía.
Y sin embargo el he­cho de que sobre cosas esenciales, como por ejemplo en la celebración de la Eucaristía, no poda­mos beber del mismo cáliz ni congregar­nos alrededor del mismo altar, debe llenar­nos de tristeza porque somos nosotros los que cargamos con esta falta, porque somos nosotros los que vulneramos este testimonio. Interiormente debe ser para nosotros motivo para caminar hacia una unidad más grande, sabiendo que en él fondo únicamente el Señor puede conce­dérnosla ya que una unidad fruto de no­sotros mismos sería una obra humana y por lo tanto frágil, como todo lo que rea­lizan los hombres. Nos entregamos a Él, buscamos cada vez más y más conocerlo y amarlo, contemplarlo, y dejamos que Él nos conduzca de esta forma, en toda ver­dad, hacia la unidad plena, unidad por la que oramos insistentemente en este mo­mento».
Es de advertir que el Papa compar­te la responsabilidad de la división entre los católicos y los luteranos, la­mentándose por «la tristeza de haber roto lo que significa “nosotros”, de haber subdividido el único camino en tantos y tantos senderos». Esto es contrario a la verdad histórica.
Por otra parte omite el decir que “la unidad” que existe actualmente entre ca­tólicos y protestantes es totalmente secun­daria y temporal, por­que no está incluida la unidad de fe. Lutero y los luteranos recha­zan la mayoría de los dogmas católicos: no tienen por lo tanto la verdadera fe y no pue­den salvarse si no se convierten antes de su muerte: «El que no crea se condenará» (Me 16,16)[13].
Pero sobre todo hay que saber que el Papa ha participado activamente en un culto no catolicé, revestido de roquete blanco, muceta roja y una es­tola pastoral. Incluso pensando que esta asistencia era solamente material (es decir que el Papa no compartía la “fe” herética de los luteranos), no deja de ser verdad que esta participación, según la moral católica tradicional, es pecaminosa. Esto es lo que dice el Dic-tionnaire de Théologie Cathiolique a este respecto:
«La comunicación activa, material y públi­ca es, en sí misma, algo prohibido por la ley ecle­siástica y por la ley natu­ral, bajo pena de pecado grave, y esto por varios motivos: peligro de per­versión en la fe, escánda­lo de los fieles, apariencia de aprobación de una fal­sa religión o negación de la verdadera religión[14]».
El escándalo es in­menso, en el sentido teológico de la pala­bra. Los fieles, incluso los mejores, se habi­túan a estas ceremo­nias ecuménicas. Tales ceremonias ya no les chocan[15]. Poco a poco acaban por pensar que se  puede  agradar  a Dios practicando otras religiones como el luteranismo. El Código de Derecho Canónico (de 1917) dice en el canon 1218, art. 1: «Está absolutamente prohibido a los fie­les asistir o tomar parte activamente en los cultos de los acatólicos (es decir de los no-ca­tólicos) en cualquier circunstancia o forma». Y el canónigo Naz lo comenta de la siguiente forma en su Diccionario de Derecho Canónico:
«Tal participación está prohibida bajo cualquier forma, quovis modo, ya que implica profesión de una falsa reli­gión y en consecuencia implica renegar de la fe católica. No está permitido orar, cantar, tocar el órgano en un templo herético o cismático, asociándose a los fieles que celebran ahí su culto, incluso si los términos del canto o de la oración son ortodoxos[16]».

Nuestros lectores pueden volver a leer las palabras tan fuertes de Mon­señor Lefebvre que hemos tenido ya la ocasión de citar, concernientes a la doctrina de la Iglesia sobre la “communicatio in sacris”.

Revista Tradición Católica Nº 229, octubre-diciembre de 2010.


[1] Para más detalles, ver DICI nº 208, del 23 de enero de 2010.
[2] Discurso en el campo de Auschwitz-Birkeanu, L'Osservatore Romano, 13 de junio de 2006.
[3] Bíblica Pontificia, El pueblo ju­dío y las Sagradas Escri­turas en la Biblia cristia­na, 2001.
[4] Hay que recordar sin embargo que el Decálo­go, en la condición ac­tual de la humanidad, no se puede observar íntegramente sin la gra­cia de Nuestro Señor Jesucristo.
[5] Lo hizo por primera vez con motivo de su encuentro con los representantes de la comu­nidad judía, en la Nunciatura de París, el 12 de septiembre de 2008, reunión en la que citó el Talmud Yoma.
[6] Josepf, Cardenal Ratzinger, autobiografía Mi vida.
[7] El lunes 6 de octu­bre de 2008, el rabino Cohen, gran rabino de Haifa, fue invitado a presentar ante el Sínodo de los obispos el lugar de la Biblia en el judais­mo. El rabino aprovechó esta ocasión para recor­dar al Papa Benedicto XVI y a los 253 Padres sinodales «la larga, dura y dolorosa historia de la relación» entre la Iglesia y la sinagoga. «No podemos olvidar el hecho do­loroso de que numerosas personas, habiendo entre éstas grandes dirigentes religiosos, no se hayan le­vantado para salvar a nuestros hermanos, habien­do optado por guardar silencio», dedaró Cohen. «Esto no lo podemos perdonar y olvidar y espero que ustedes lo comprendan». (Cita tomada de La Croix). Se comprende que desde entonces el Sí­nodo haya tomado como resolución final, entre otras: «acoger el alcance universal del judaísmo; evitar todo tipo de teología de la substitución; dejar en la lectura cristiana del Antiguo Testamento un lugar para la lectura judía; compartir con los ju­díos la espera escatológica», Esta idea de que los cristianos y los judíos deben preparar juntos al mundo para la venida del Mesías no es nueva. La encontramos explícitamente mencionada desde 1985 en Notas sobre la manera correcta de presentar a los judíos y el judaísmo, de la Comisión vaticana para las Relaciones religio­sas con el judaísmo.
[8] «El Sínodo de los obispos sobre la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia ha puesto en práctica la nueva disposición de la Congregación ro­mana para el Culto divino que pide, “por iniciativa del Santo Padre”, que no se emplee ya la transcrip­ción de las cuatro consonantes hebraicas, el “Tetre-grama sagrado”, vocalizadas en “Yavé” o “Yahvé” en las traducciones, “las celebraciones litúrgicas, en los cantos y en las oraciones de la Iglesia Católica”». (Zenit.org, 24 de octubre de 2008).
[9] Carta de Monseñor Lefebvre a varios carde­nales, 27 de agosto de 1986.
[10] Para más detalles, Dici nº 212, 20 de marzo de 2010.
[11] En un artículo de Monseñor Fellay titula­do, La herejía justificada, (Sel de la Terre nº 38 y 39), puede leerse en su conclusión final lo si­guiente: «En esta Declaración común sobre la justificación “se siente la herejía - sapit haeresim”. Es un escándalo, tanto para los católicos que con este documento pierden su amor por la verdadera doctrina como para los luteranos que quedan aletar­gados en sus errores. La Declaración va a conducir a una práctica común, aumentar las “intercomuniones” sacrílegas. Hará que muchos pierdan la fe».
[12] ¿Qué significa esta frase? En un sentido obvio quiere decir que todos estamos en esta­do de gracia, protestantes y católicos. ¿Tal vez, mediante una restricción mental, significa algo distinto para el Papa? Aun suponiendo esto no es en verdad un buen servicio prestado a los protestantes, dejándoles creer “que en lo más profundo de su ser pertenecen al Señor”, cuando la verdad es que están separados de Él como sarmientos separados de la vid, por su pecado de herejía.
[13] Sobre la herejía protestante, pueden leerse los títulos siguientes: Conférence entre Luther et le diable; de Monseñor de Segur, Causeries sur le protestantisme d’aujourd'hui; del P. Marie-An-toine, O.F.M., cap., Le Protestantisme confondu par le seul argument d'autorité (disponible en Internet).
[14] Puede verse a este respecto el esquema preparado para el Concilio Vaticano II por la Comisión teológica. A pesar de algunas defi­ciencias que hemos advertido en este esque­ma, el Cardenal Ottaviani recuerda claramen­te que «es siempre ilícito participar en un culto falso e ilegítimo reconociéndole como verdadero y legítimo» y que «la communio in sacris nunca puede ser aceptada como un medio para la reunión de los cristianos».
[15] Hay que distinguir bien entre el hecho de que algo le choque a uno y el hecho de que algo le escandalice a uno. A los fieles católicos no les chocan las actividades ecuménicas del Papa, ¡por desgracia!, a los fieles católicos les escandalizan porque de esta forma se les incita al pecado de indiferentismo.
[16] Naz R., Dictionnaire de Droit Canonique, 1942, col. 1091.