jueves, 1 de noviembre de 2012

1 de Noviembre: Fiesta de todos los santos.



La Iglesia, nuestra Madre, regida por el Espíritu Santo, no contenta con proponer cada día en particular alguno o algunos de los que habitan la celestial Jerusalén, junta hoy todos aquellos héroes por materia de su culto, porque siendo nuestros poderosos intercesores y abogados, derrame Dios sobre nosotros los tesoros de su misericordia y las gracias para imitarlos. Ellos fueron lo que somos nosotros, y algún día podemos ser nosotros como fueron ellos. La gloria que gozan merece nuestro culto y es un objeto digno de nuestros deseos. Tributamos en este día veneración a aquellos santos, cuyos nombres sólo están escritos en el libro de la vida, y aunque no los conozcamos, no por eso son menos dignos de nuestra veneración y respeto.
Antiguamente se solemnizaba esta fiesta entre las dos Pascuas de Resurrección y Pentecostés, pero no comprendía más que a María Santísima, Reina de todos los Santos y Apóstoles y Mártires, cuyo glorioso triunfo se celebraba en aquel tiempo con alegría y regocijo. El famoso panteón de Roma, templo de todos los dioses, era el edificio más suntuoso, reputado por maravilla del arte y el último esmero de la arquitectura, al que se le dio el nombre de Panteónpara denotar que en él se tributaban adoraciones a todos los dioses. Dió ocasión para la grande fiesta Bonifacio IV, quién purificó y consagró este soberbio edificio, que se conservó hasta su tiempo, el que dedicó a la Reina de los Ángeles y a Todos los Santos, e hizo trasladar a él veintiocho carros de huesos de santos mártires, sacándolos de las catacumbas.
La época de esta festividad se debe colocar en el pontificado de Gregorio III, quién por los años de 732 hizo erigir una capilla en la iglesia de San Pedro, en honor del Salvador, de su Santísima Madre y de Todos los Santos que reinan con Cristo en el Cielo, y fue colocada entre las fiestas de mayor solemnidad. Habiendo pasado a Francia el papa Gregorio IV en el año de 835, mandó que se celebrase solemnemente la fiesta de Todos los Santos, para que todos fuesen en un mismo día venerados, en oprobio de los gentiles que en otro día igual tributaban veneraciones a todos los falsos dioses. En el reino de Inglaterra era fiesta de precepto aun después del cisma y de la herejía que desterraron casi todas las otras. El papa Sixto IV mandó que se celebrase con octava, y que fuese una entre las más solemnes de la Iglesia universal.
Grande es el número de los santos cuya memoria celebra cada día la santa Iglesia; pero es mucho mayor el nombre de aquellos cuyos nombres, virtudes y méritos se ocultan a su noticia. Éstos los conoció Dios, los premió abundantemente y los hará gloriosos a los ojos de los hombres en el gran día de los premios y de los castigos. En esta festividad nos presenta la Iglesia a todos estos privados del Altísimo, no sólo para que los veneremos con su culto, sino para que los imitemos con el ejemplo; porque estos escogidos de Dios fueron de nuestro mismo sexo, condición, estado, empleo y de nuestro nacimiento. Hoy tributamos honores al pobre oficial, al humilde labrador, y al ínfimo criado, que en los penosos ejercicios de su abatido ministerio supieron ser santos, haciendo una vida inocente, devota y cristiana.
Honramos a San Luis, a San Fernando, San Eduardo, Santa Clotilde, y a Santa Isabel, en la elevación del trono por sus grandes virtudes. A San Isidro, labrador en el campo; a San Homobono en su taller, y a Santa Blandina en su cocina. Tantos santos como vivieron como nosotros dentro de una misma ciudad, de una misma comunidad y de nuestra familia, son argumentos convincentes de que todos podemos practicar las virtudes cristianas y ser santos.
Hoy en los púlpitos se predican alabanzas a Todos los Santos; ¿llegará acaso el día en que se prediquen las nuestras? Pero si no llega este día, ¿cuál será nuestra desgraciada suerte?

San Beda:

«Ea pues, hermanos míos, -exclama el venerable Beda-, emprendamos con esfuerzo y alegría el camino de la vida, porque el Cielo es nuestra Patria, y estamos en él escritos como ciudadanos suyos; suspiremos por aquella celestial mansión, y llevemos con paciencia las amarguras de este destierro: somos en la tierra huéspedes, forasteros y caminantes; y supuesto que todos los santos son realmente nuestros compatriotas, algún día hemos de ser sus compañeros en la ciudad de Dios, sus herederos y coherederos de Jesucristo, si tenemos parte en sus trabajos y queremos participar de su gloria: ¿Cómo es posible que no se dirijan todos nuestros suspiros y ansias hacia aquella dichosa ciudad?»

Dice San Cipriano:

«Ella nos está esperando. Una multitud de parientes y amigos nuestros. Pongámonos los ojos en aquella numerosa tropa de nuestros hermanos, conocidos y de nuestros hijos, que asegurados de su dichosa suerte y solícitos de la nuestra, nos están convidando sin cesar a participar de la misma corona. Sean, hermanos míos, todos nuestros suspiros, todos nuestros deseos, ambición y anhelo, por merecer el mismo premio. ¡Oh, grandes Apóstoles, Gloriosos Mártires, Confesores y Vírgenes, mirad que nos hallamos luchando en el golfo peligroso de éste mundo; socorrednos con vuestra poderosa intercesión; alcanzadnos del Señor aquella gracia particular, para que imitando vuestros ejemplos, nos anime vuestra gloria a vivir como debemos.»

Visto en Ecce Cristianvs.