viernes, 9 de noviembre de 2012

Reducción a Lutero.



Existe una etiqueta bastante común de parte de quiénes desconocen el porqué de la pocisión -llamada con cierta impresición- “tradicionalista”, que pretende resumir en un término dicha postura “tradicionalista” frente a la crisis que hoy sacude a la Iglesia. Esa etiqueta es la de “luterano” o “protestante” a aquellos católicos que denuncian ciertos errores doctrinales que se han expandido dentro de la jerarquía eclesiástica. Un buen comentario al respecto es el que hace el Blog InfoCaótica. Veamos qué dice.


Reducción a Lutero

Pareciera que en la vecina Infocatólica cuanto más se repite una tesis menos necesaria es su justificación racional. Es lo que se desprende de  los “sesudos” comentarios del director de dicho portal y la corte de obsecuentes que lo acompaña. 
A raíz de una noticia, los apologetas neoconservadores reinciden en el tópico de acusar a los tradicionalistas de “libre examen” o “juicio privado”. Es un argumento falaz. En esencia, se trata de una amalgama de ideas, que tiende a confundir distintos adversarios en uno solo, para combatirlos más fácilmente. Es una variación “católica” de la reductio ad Hitlerum que combina varios sofismas para asimilar al oponente a un sujeto despreciado, en este caso Lutero en vez de Hitler. En infocatolica, la falacia viene aderezada con la habitual incapacidad para debatir, censura selectiva de comentarios, anatemas ridículos y una mentalidad antiteológica que el protestantismo ha impreso a fuego en la forma mentis de su director.  
Lutero no sostuvo formalmente la “libre interpretación” o “juicio privado” de la Revelación pero su concepción de la Escritura y de la fe condujo a ella como natural resultado. Para el reformador la Escritura no requiere mediación alguna para su inteligibilidad en lo necesario para la salvación, por parte del hombre bien dispuesto, por lo que todo creyente puede interpretar la Biblia sin ninguna clase de ayuda exterior, pues a quien tiene fe el Espíritu Santo le descubre con seguridad infalible el sentido de esta. Consecuencias: se excluye todo tipo de mediación y se suprime la necesidad de contar con la Tradición, el Magisterio y la Iglesia docente. A partir, de Lutero, pero en fórmula  no acuñada por él, el lema sola Scriptura, se vuelve el principio fundamental del protestantismo. Este principio, entendido absolutamente, es decir como suficiencia, claridad e infalibilidad de la lectura privada de la Escritura juntamente con idea de la sola fide, conducen al denominado “libre examen”.

El tradicionalismo no sostiene ninguna de estas proposiciones de origen luterano sino que se opone abiertamente a ellas. El objeto material de la controversia tradicionalista -lo que se impugna- no es toda la Revelación, ni tampoco la Tradición. Por lo que resulta absurdo hablar de “libre interpretación” o “juicio privado” de la Tradición para forzar una analogía. El problema del tradicionalismo, bien delimitado, se centra algunos puntos enseñados por el Vaticano II y luego reiterados por los pontífices posteriores. Si algunos “apologetas” intentaran ser un poco más precisos, deberían hablar de “libre interpretación” o “juicio privado” de algunos puntos del Vaticano II. Pero ni eso... 
¿Se puede identificar al Vaticano II con la Tradición? Es cierto que cada Concilio es testigo de la Tradición y que el Magisterio tiene la función de dar un testimonio autorizado. Pero la pregunta que debe formularse es la siguiente: ¿las novedades conciliares impugnadas por el tradicionalismo pertenecen a la Tradición y constituyen un desarrollo homogéneo que hace explícito lo que antes estaba implícito? Si las novedades fuesen actos magisteriales infalibles habría que dar una respuesta afirmativa con plena certeza; quien se negara a aceptarlas, dejaría de ser católico y la comparación con el luteranismo tendría suficientes semejanzas como para no incurrir en una falacia. Pero hay numerosos argumentos para sostener que no estamos ante actos infalibles. Y también para sugerir que algunas de las novedades siquiera son Magisterio en sentido propio, pues carecen de la intención objetiva de enseñar algo que sea vinculante para la Iglesia discente.

Tampoco es correcto el intento de igualar al tradicionalismo con el fenómeno del “disenso progresista. Quien no acepta la enseñanza de laHumanae vitae sobre la inmoralidad de la contracepción, y prefiere seguir la opinión de Bernard Häring, reemplaza la adhesión al magisterio de la Iglesia por la opinión de un teólogo al que da igual o mayor peso. En cambio, el tradicionalista que no acepta un derecho de inmunidad para las religiones falsas (cfr. Dignitatis humanae), y adhiere firmemente al magisterio secular sobre la tolerancia (cfr. Ci riesce), no reemplaza el asentimiento a una novedad conciliar con la opinión de un teólogo a la que erige en magisterio paralelo, sino que “fija” su adhesión en el magisterio pre-conciliar, porque le parece el extremo más seguro.
Por último, y en la hipótesis de que la posición tradicionalista estuviera equivocada, habría preguntarse sobre la naturaleza de ese error. En el caso del luteranismo, es claro que se trata de un cúmulo de herejías. En el supuesto del tradicionalismo, en cambio, estaríamos ante un conjunto de errores en doctrina católica y de opiniones temerarias, pero no de herejías. 
En conclusión: para el “fijismo” tradicionalista, el criterio para juzgar las novedades del Vaticano II no es la subjetividad inmediata de cada cristiano, sino el magisterio precedente de la Iglesia, claro y reiterado.

Para profundizar en los temas tratados en esta entrada sugerimos los Apuntes sobre el magisterio  ya publicados en nuestra bitácora.

Visto en el Blog InfoCaótica.