Existe una etiqueta
bastante común de parte de quiénes desconocen el porqué de la
pocisión -llamada con cierta impresición- “tradicionalista”, que pretende
resumir en un término dicha postura “tradicionalista” frente a la crisis que
hoy sacude a la Iglesia. Esa etiqueta es la de “luterano” o “protestante” a
aquellos católicos que denuncian ciertos errores doctrinales que se han
expandido dentro de la jerarquía eclesiástica. Un buen comentario al respecto
es el que hace el Blog InfoCaótica. Veamos qué dice.
Reducción a Lutero
Pareciera
que en la vecina Infocatólica cuanto más se repite una tesis menos necesaria es
su justificación racional. Es lo que se desprende de los “sesudos” comentarios del director de dicho portal y la
corte de obsecuentes que lo acompaña.
A raíz
de una noticia, los apologetas neoconservadores
reinciden en el tópico de acusar a los tradicionalistas de “libre examen” o
“juicio privado”. Es un argumento falaz. En esencia, se trata de una amalgama de
ideas, que tiende a confundir distintos adversarios en uno solo, para
combatirlos más fácilmente. Es una variación “católica” de la reductio ad Hitlerum que combina varios sofismas para
asimilar al oponente a un sujeto despreciado, en este caso Lutero en vez de
Hitler. En infocatolica, la falacia viene aderezada con la habitual incapacidad
para debatir, censura selectiva de comentarios, anatemas ridículos y una
mentalidad antiteológica que el protestantismo ha impreso a fuego en la forma
mentis de su director.
Lutero no
sostuvo formalmente la “libre interpretación” o “juicio privado” de la
Revelación pero su concepción de la Escritura y de la fe condujo a ella como
natural resultado. Para el reformador la Escritura no requiere mediación alguna
para su inteligibilidad en lo necesario para la salvación, por parte del hombre
bien dispuesto, por lo que todo creyente puede interpretar la Biblia sin
ninguna clase de ayuda exterior, pues a quien tiene fe el Espíritu Santo le
descubre con seguridad infalible el sentido de esta. Consecuencias: se excluye
todo tipo de mediación y se suprime la necesidad de contar con la Tradición, el
Magisterio y la Iglesia docente. A partir, de Lutero, pero en fórmula no
acuñada por él, el lema sola Scriptura, se vuelve el principio
fundamental del protestantismo. Este principio, entendido absolutamente, es
decir como suficiencia, claridad e infalibilidad de la lectura privada de la
Escritura juntamente con idea de la sola fide, conducen al
denominado “libre examen”.
El
tradicionalismo no sostiene ninguna de estas proposiciones de origen luterano
sino que se opone abiertamente a ellas. El objeto material de
la controversia tradicionalista -lo que se impugna- no es toda la Revelación,
ni tampoco la Tradición. Por lo que resulta absurdo hablar de “libre
interpretación” o “juicio privado” de la Tradición para forzar una analogía. El
problema del tradicionalismo, bien delimitado, se centra algunos puntos
enseñados por el Vaticano II y luego reiterados por los pontífices posteriores.
Si algunos “apologetas” intentaran ser un poco más precisos, deberían hablar de
“libre interpretación” o “juicio privado” de algunos puntos del Vaticano II.
Pero ni eso...
¿Se puede
identificar al Vaticano II con la Tradición? Es cierto que cada Concilio
es testigo de la Tradición y que el Magisterio tiene la función de dar un
testimonio autorizado. Pero la pregunta que debe formularse es la siguiente:
¿las novedades conciliares impugnadas por el tradicionalismo pertenecen a la
Tradición y constituyen un desarrollo homogéneo que hace explícito lo que antes
estaba implícito? Si las novedades fuesen actos magisteriales infalibles habría
que dar una respuesta afirmativa con plena certeza; quien se negara a
aceptarlas, dejaría de ser católico y la comparación con el luteranismo tendría
suficientes semejanzas como para no incurrir en una falacia. Pero hay numerosos
argumentos para sostener que no estamos ante actos infalibles. Y también para
sugerir que algunas de las novedades siquiera son Magisterio en sentido propio,
pues carecen de la intención objetiva de enseñar algo que sea vinculante para
la Iglesia discente.
Tampoco
es correcto el intento de igualar al tradicionalismo con el fenómeno del “disenso progresista”. Quien no acepta la enseñanza de laHumanae vitae sobre
la inmoralidad de la contracepción, y prefiere seguir la opinión de Bernard
Häring, reemplaza la adhesión al magisterio de la Iglesia por la opinión de un
teólogo al que da igual o mayor peso. En cambio, el tradicionalista que no
acepta un derecho de inmunidad para las religiones falsas (cfr. Dignitatis
humanae), y adhiere firmemente al magisterio secular sobre la tolerancia
(cfr. Ci riesce), no reemplaza el asentimiento a una novedad
conciliar con la opinión de un teólogo a la que erige en magisterio paralelo,
sino que “fija” su adhesión en el magisterio pre-conciliar, porque le parece el
extremo más seguro.
Por
último, y en la hipótesis de que la posición tradicionalista estuviera
equivocada, habría preguntarse sobre la naturaleza de ese error. En el caso del
luteranismo, es claro que se trata de un cúmulo de herejías. En el supuesto del
tradicionalismo, en cambio, estaríamos ante un conjunto de errores en doctrina
católica y de opiniones temerarias, pero no de herejías.
En
conclusión: para el “fijismo” tradicionalista, el criterio para juzgar
las novedades del Vaticano II no es la subjetividad inmediata de cada
cristiano, sino el magisterio precedente de la Iglesia, claro y reiterado.
Para
profundizar en los temas tratados en esta entrada sugerimos los Apuntes sobre el magisterio ya publicados en nuestra bitácora.
Visto en el Blog InfoCaótica.