La Universidad Católica Argentina
celebró, el 11 de Octubre pasado, el cincuentenario de la apertura del Concilio
Vaticano II con un acto interreligioso, consecuencia lógica e inevitable de la
puesta “al día”, el “aggiornamiento”, que han producido aquellas declaraciones,
de farragoso lenguaje, que vieron la luz en dicha festejada asamblea. Durante
el acto en la UCA, se le otorgó el Doctorado Honoris Causa al rabino Abraham Skorka.
Ya habíamos hablado, con
aflicción, de lo que ocurre con los ejemplos del ecumenismo en varios artículos,
de sus nefastas consecuencias (por ejemplo en Camino irrevocable). Esta forma de “diálogo” conlleva graves
errores prácticos que, a su vez, estos acarrean teologías deicidas y consecuencias
tales como el ateísmo práctico. Tantas aberraciones se han dicho de la relación
entre el pueblo judío y el pueblo cristiano que ya no nos asombran estas cosas
que ocurren en los fueros, en las universidades, otrora católicas.
Como sabemos, el recientemente
rabino Skorka, premiado por iniciativa del Cardenal Bergoglio,
aprueba el aberrante “matrimonio” homosexual:
“El rabino Abraham Skorka, de la Comunidad Benei Tikvá, dio su voto a
favor de la “unión entre homosexuales”, pero aclaró que este contrato “no se
llamaría matrimonio, que está definido por característica heterosexuales”.
También en diálogo con AJN, Skorka sostuvo que la Argentina vive “en una
realidad democrática y sabemos perfectamente bien que existen personas que
tienen una sexualidad definida en otro sentido respecto de la concepción
bíblica”.
El religioso consideró que “a estas personas, con el máximo de los
respeto, se les debe dar la posibilidad de conformar una unión”. (Agencia Judía
de Noticias)
A continuación reproducimos un artículo del Dr. Antonio
Caponnetto que comenta con dolor estos últimos y penosos sucesos en la
Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA).
Un capítulo más de
la Iglesia traicionada
Finalmente, y como estaba
previsto, el pasado 11 de octubre, en el auditorio Juan Pablo II de la UCA, las
máximas autoridades de la misma, le han entregado el Doctorado Honoris
Causa al Rabino Abraham Skorka. Se hallaban presentes en la ceremonia
el Predicador Pontificio y el Nuncio Apostólico, testigos inequívocos ambos del
aval que a tal acto se le daba directamente desde Roma.
Evitemos los circunloquios,
porque los registros fílmicos y auditivos de lo sucedido, que hemos analizado,
nos obligan a ser directos en nuestros juicios[1].
Humanamente hablando, lo que se ejecutó ese día fue un hecho inicuo, consumado
bajo el sello de la obsecuencia servil al judaísmo, de la adulación rastrera a
la Sinagoga, del vasallaje envilecedor al Sanedrín, de la horribilísima abdicación
ante el poder de Israel.
Si el prolongado y sensual abrazo
entre el homenajeado y Bergoglio sirven de símbolo a la fiera felonía, no
resulta menos simbólico el comportamiento del rebaño que presidía o secundaba
la fiesta, abyectamente presto a lisonjear con aplausos al circunciso, cada vez
que de su boca salían las más insolentes o insólitas afirmaciones.
Religiosamente hablando, en
cambio, lo que se ejecutó ese día fue un hecho aún más trágico, que no puede
pasar sin registro y sin protesta. Quedó fundada oficial, pública e
institucionalmente en nuestra patria, la herejía judeo-católica, cuya
impune existencia tiene ya larga data. De mentar a sus servidores y capitostes
se ocupó el mismo hebreo, al dar gracias por tal coyunda a Mejía, Braun,
Karlic, Rivas, Poli y el precitado Bergoglio, amén del rector Víctor Manuel
Fernández, quien insiste en hacerse llamar Tucho, para que su
ridículo apodo coincida con su condición intelectual y moral.
La nueva herejía, como cualquiera
de pasados tiempos, se exhibió impúdicamente con gestos y palabras difícilmente
exentos del calificativo de blasfemos. Cristo fue el Gran Ausente y a la par el
Gran Traicionado. Y para que el sacrilegio fuera completo, la herética pravedad
sentó sus reales en una casa de estudios que fuera alguna vez, en sus honrosos
inicios, baluarte de la ortodoxia. Sin embargo y por lo que sabemos, hasta
ahora no hubo voces eclesiales en disidencia manifiesta.
Si tuviéramos que remitirnos a
las palabras dichas por el homenajeado (y dichas, ya no sin el don de la
elocuencia, sino siquiera sin la prolijidad mínima de quien posee el hábito
docente, ver
aquí), esa noche se le rindió honores públicos:
1º) a quien exaltó “el ideal
profundo del movimiento sionista”, callando su historial de crímenes horrendos,
de terrorismos sistemáticos, de posiciones racistas, de avasallamientos a las
soberanías de otros estados, sin excluir la del propio Estado Argentino, coto
de caza declarado como tal por Teodoro Herzl desde 1896, cuando escribió El
Estado Judío. El historial homicida del movimiento sionista, y su
consiguiente rechazo, es un hecho reconocido hoy aún por algunos judíos
prominentes, como los que integran la International Jewish Anti-Zionist
Network. Pero ni Skorka ni sus genuflexos glorificadores parecen estar
anoticiados.
2º) a quien ofendió gravemente a
la Iglesia, acusándola de antisemita, y sosteniendo expresamente que el
antisemitismo nacional-socialista “tuvo raíces en la teología que se fue
desarrollando en la Iglesia Católica”; ocultando así, burdamente, las
diferencias doctrinales entre la Cátedra de Pedro y los ideólogos del
Neo-paganismo, las verdaderas raíces teologales de la enemistad
cristiano-israelita, y las pesadas culpas judaicas en tal
acerba enemistad.
3º) a quien osó reivindicar a los
peores enemigos de Jesucristo, pidiendo que se revisara la condena evangélica
al fariseísmo, y sosteniendo que “todo cristiano que no sabe la esencia del
judaísmo, no sabe la esencia del cristianismo”; afirmación esta última que sólo
puede ser cierta por contraste y antagonismo, mas no por convergencia y
similitud, como aquí se la ha presentado.
4º) a quien ultrajó a Jesús,
llamándolo “colega”, y sosteniendo que sus enseñanzas sobre el amor ya estaban
contenidas en el Talmud. Como si no constara a cualquier persona
instruida la aborrecible cantidad de enseñanzas ofensivas, odiosas y
agraviantes contra Nuestro Señor, que contienen las páginas talmúdicas. Y como
si las reprobaciones que pesan sobre ellas, elaboradas por no menos de diez
Pontífices o rubricadas oportunamente en Trento, pudieran ser declaradas letra
muerta.
5º) a quien exaltó la memoria del
rabino Marshall Meyer (“bendita memoria”, la había llamado ya en su Identidad
Judía y el diálogo Judeo-Cristiano, ver aquí),
personaje cuya condición de pederasta y corruptor de menores, no sólo
habría sido probada en los estrados judiciales (Buenos Aires, año 1971, causa
26.176, Sala V de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional), sino
que, y por lo mismo, significó la expulsión y el repudio del reo por parte de
las mismas comunidades judías del país. Tal como lo certifican las firmas de
Rafael Kugielsky, Sión Cohen, David Kahana y otros rabinos, en sendos
dictámenes y/o informes emitidos durante 1971 por esas agrupaciones israelitas
radicadas en el país antes mencionadas. Específicamente la AMIA, la DAIA y la
OSA.
6º) a quien avivó reiteradamente
las brasas de la mitología de la Shoa, cuyas significativas
mendacidades (como hemos probado de manera analítica en otro trabajo: cfr.
nuestro ensayo El juramento antinegacionista, ver
aquí), no guarda antes relación con la historiografía, la
demografía o la política, sino con la teología y la economía de la Salvación.
Para los judíos, entiéndase de una vez, el holocausto no es cuestión de una
cifra ficta y arbitraria de muertos, sino de reemplazar a Cristo como Víctima,
para que su lugar lo ocupe Israel. Es el Trono del Cordero el que disputan, no
el funcionamiento de las cámaras de gas.
7º) a quien se permitió coronar
su desfachatez discursiva, concluyendo –con un plural deliberado que a todos
los presentes incluía- con un “estamos esperando al Mesías. Él va a venir
cuando Dios lo disponga”. Ni el Nuncio de Su Santidad, ni el Predicador
Pontificio, ni el Cardenal Primado atisbaron la menor discordancia ante la
audacia. Por el contrario, un aplauso sostenido corroboró el descarado
manifiesto del judío, que estaba allí –en esa noche apostática y ruin de la
UCA- para probar que por su boca no hablaban Natanael, ni Zolli ni Edith Stein,
sino la vieja y remozada perfidia de Caifás. Purim 2012, imperdonablemente
renovado, celebraron juntos así, a la vista y regodeo de la comunidad
académica, las testas más visibles y más descaradas de la herejía judeo-católica.
Nadie silenció ni enmendó al
locuaz cuanto falsario e irreverente rabino. Nadie salió en defensa –no ya del
honor de Cristo Rey y de la Santa Madre Iglesia- sino de la tan pedida hermenéutica
de la continuidad, toda vez que el homenajeado la quebraba a sabiendas, con
su división dialéctica entre una Iglesia antes y después de Nostra
Aetate. Y no es que faltara a la verdad Skorka con tal aseveración aciaga.
Faltaban a la congruencia los que la daban también por cierta y por laudable,
mientras se llenan las bocas predicando la continuidad, allí donde ha sido
intencionalmente conculcada.
Párrafo aparte merecería la
Justificación Oficial que de la entrega del Doctorado leyó el Rector Tucho.
Detengámonos apenas –al borde mismo de la náusea- en un par de sus afirmaciones
ruinosas. La primera es aquella, según la cual, judíos y cristianos “tenemos en
común el tesoro de la Torah”, que nos permite, a partir de esa “Palabra
Revelada, desarrollar diversas potencialidades” (Ver
aquí).
De este modo, la negación del
carácter mesiánico y divino de Jesucristo y el protagonismo central en su
pasión y muerte, sólo sería ahora, para el ucálico rector, nada más que una de
las diversas potencialidades que legítimamente pueden seguirse
de la lectura del Antiguo Testamento. Para nosotros las sagradas páginas
veterotestamentarias anuncian a Cristo, Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, ante el cual se dobla toda rodilla en los cielos y en la tierra. A
los judíos en cambio, les sirvió y les sirve para justificar la muerte de los
profetas y del mismo Dios. Pequeño detalle sin importancia. Cuestión de
potencialidades que se desarrollan a partir de la consideración de un texto
común. Al fin de cuentas, para estos progresistas estultos, la Sagrada
Escritura –como la opera aperta de Umberto Eco- es pasible de
subjetivas consideraciones y conclusiones. Unos descubren, veneran y aman a
Dios cuando la escuchan, otros lo asesinan. Pero el amor o el deicidio no
cuentan, sino el encuentro en el texto común.
Ha dicho Tucho en segundo lugar,
que con este doctorado a Skorka, se quiere premiar también, extensivamente, a
la comunidad judía toda, que tiene “en Buenos Aires [...] una población tan
numerosa, caracterizada por su nivel cultural, su creatividad y su espíritu
emprendedor”, reconociéndole y agradeciéndole “los innumerables aportes” hechos
a “nuestro país”. ¡Bien por el rector magnífico! Seguramente hay mucho que
“reconocer y agradecer” a la Migdal, a Julius Popper; o a los innúmeros
Sofovich, Graiver, Gvirtz, Szpolski, Elzstain, Alperovich, Filmus, Verbitsky,
Schoklender, Feinman o Timerman. Seguramente, asimismo, hay mucho que
“agradecer y reconocer” a quienes se opusieron al dictado de la enseñanza
católica en Catamarca, o a la presencia de la Cruz en la bandera de Tucumán. Y
a todos cuanto aparecen en el valiente libro del hebreo Fabián Spollansky, La
mafia judía en la Argentina (San Juan, Rubin, 2008).
Dice el rector también que entre
los motivos de admiración que guarda hacia Skorka, debe contarse el hecho de
“los casi tres años” que, bajo su dirección, se dedicó a estudiar “el capítulo
3 de las Lamentaciones”. Y dice el rabino que, a partir de Nostra
Aetate, “nadie podrá achacarnos más que somos deicidas”.
No sabemos qué extraña ciencia
cabalística encandiló al clérigo inverecundo y desertor. Pero él y el resto de
los miembros de la secta judeo-católica que han oficializado sin tapujos, bien
harían en aplicarse las palabras del versículo 45 del venerable texto de
Jeremías, que tanto dicen haber estudiado: “nos convertiste en desecho y en
basura en medio de las naciones”.
Tampoco sabemos quienes integran
ese “nadie” apodíctico, que según Skorka, ya no podrá enrostrarles más, ni a él
ni a los suyos, el verídico, doliente e ilevantable nombre de deicidas. Sabemos
que la promesa divina, en virtud de la cual, “mis palabras no pasarán” (Mt.24,
35), no está aplicada a Nostra Aetate sino a la buena nueva
del Nuevo Testamento.
Pues allí, entre esas palabras de
la Palabra que no pasará, seleccionamos éstas para recordarle su condición al
galardonado: “¡Matasteis al Autor de la Vida!” (Hechos 3, 13-15),
‘¡Crucificasteis al Señor de la Gloria!” (1 Cor. 2,8).
Y a la par que se las recordamos,
con dolor de bautizados fieles, repetimos con el antiguo ritual del Viernes
Santo:
Oremus et pro perfidis
Judaeis: ut Deus et Dominus noster auferat velamen de cordibus eorum; ut et
ipsi agnoscant Jesum Christum Dóminum nostrum. Oremos también
por los pérfidos judíos, para que Dios nuestro Señor, quite el velo de sus
corazones, a fin de que también ellos reconozcan a Jesucristo nuestro Señor.
Antonio Caponnetto, el Blog de Cabildo.
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