Entre las muchas visiones y revelaciones que
tuvo la Venerable Ana Catalina Emmerick son particularmente interesantes las
que se refieren a Santa Catalina de Alejandría[1].
Al parecer, tocóle vivir a esta santa en un
tiempo y lugar donde predominaba un ambiente de tolerancia y de diálogo. “Por entonces —dice la vidente— se
hallaba en Alejandría el patriarca Teonás, quien con su grandísima mansedumbre
había conseguido que los paganos no persiguiesen a los cristianos. Estos vivían
muy oprimidos y tenían que proceder con la mayor cautela y guardarse de hablar
contra los ídolos. De aquí surgió una tolerancia muy peligrosa respecto de los
paganos y tibieza en los cristianos, por lo cual dispuso Dios que Catalina, con
su luz interior e inflamado celo, reanimase a muchos”.
Todo esto no es imaginación de la Emmerick.
Teonás existió realmente y el Martirologio Romano lo menciona como
santo, el 23 de agosto: “En Alejandría, san Teonás, Obispo y Confesor”. Más
explícita aún, La Leyenda de Oro se refiere a él en los siguientes
términos: “Fue colocado en la silla patriarcal de Alejandría el año 282, y la
gobernó por espacio de diez y nueve años. Por su sabiduría y santidad fue el
más bello ornamento de su iglesia, floreciente entonces en un gran número de
personajes distinguidos. Escribió una célebre instrucción en forma epistolar,
en la cual trazaba las reglas de la conducta que debían guardar los cristianos
que vivían en la corte de los emperadores, y la dirigió a Luciano, primer
chambelán de Diocleciano. El santo obispo murió en Alejandría el 23 de agosto
del año 300”[2].
He aquí, en el siglo IV, un santo varón, puesto que tal
lo considera la Iglesia, embarcado en el diálogo y en la apertura al mundo pagano. Al punto que, según la
Emmerick, “se mostraban los paganos tan aficionados a él que muchos cristianos
débiles sacaban de aquí la consecuencia de que no sería cosa tan mala el
paganismo”.
Pero, pese a las buenas intenciones de su
santo ministro, parece que el Señor tuvo distintos designios. “Por esta razón
—continúa la vidente— suscitó Dios a aquella esforzada, animosa e inspirada doncella
para que con sus palabras, con su ejemplo y con su glorioso martirio
convirtiera a muchos que de otro modo no se habrían salvado”.
¿Qué hizo Santa Catalina? Según la tradición,
llevada por fuerza al templo pagano, reprochó de palabra al Emperador su
idolatría y su conducta para con los cristianos y le expuso con sólidos
argumentos la necesidad de creer en Jesucristo para lograr la salvación eterna.
Según Ana Catalina Emmerick, su actitud fue más drástica. “Catalina —dice— fue
obligada por sus parientes a ir al templo de los ídolos; pero no sólo no fue
posible reducirla a ofrecerles sacrificios, sino que cuando la solemnidad era
mayor, Catalina, arrebatada de santo entusiasmo, se acercó a los sacerdotes y
derribó el altar de los perfumes y echó por tierra los vasos, clamando contra
las abominaciones de la idolatría. Levantóse entonces un gran tumulto; apoderáronse
de ella, la tuvieron por loca furiosa y la condujeron al peristilo del templo
para interrogarla. Ella seguía clamando con mayor violencia. Fue conducida a
la cárcel, y en el camino llamó a todos los confesores de Cristo invitándolos
a unirse a ella para derramar su sangre por Aquel que nos ha redimido con la
suya. Fue encarcelada, azotada con escorpiones y arrojada a las bestias
feroces. Yo pensaba que no era lícito buscar tan de intento el martirio; pero
se dan excepciones y hay instrumentos elegidos por Dios”.
El resto ya lo conocen quienes todavía leen
las vidas de los santos. El suplicio de las ruedas con cuchillas,
milagrosamente destruidas por un rayo, y la decapitación final[3].
Pensarán algunos que Santa Catalina sufrió el
martirio por ser incapaz del diálogo. Error profundo. Catalina era una joven
inteligente y culta. Antes de su martirio quisieron hacerla abjurar de su fe y
la enfrentaron con cincuenta doctores de Egipto. Ella expuso la Verdad con
tanta fuerza y elocuencia que convenció a muchos de ellos, a tal punto que se
convirtieron al cristianismo y murieron mártires. Aquí no hubo concesiones,
búsqueda de coincidencias y ocultamiento de disidencias, ni transbordo
ideológico inadvertido. La Verdad se impuso íntegramente. Sólo así vale la pena
el diálogo. De lo contrario suele asemejarse a los de Pedro en el patio
del tribunal de Caifás, cuando no al de Judas con los sacerdotes del Templo.
Santa Catalina es venerada por los griegos
como “la gran mártir”. Hoy el martirio cristiano no está de moda. Sigue
existiendo en la Iglesia del Silencio, pero se lo oculta lo más posible. En
cambio, están de moda otros “mártires”. Los mártires armados de ametralladora.
Los mártires asesinos. Los mártires que no entregaron su vida, sino que fueron
muertos porque no pudieron matar antes. No son mártires de Cristo. Son mártires
de la religión “humanitaria”, que es la religión del Anticristo. Son mártires
del “cambio de estructuras”. Son mártires de la “liberación”. ¡Linda liberación
hacen cuando logran el poder! Ya lo vimos en Francia en 1789, en Rusia en
1918, en España en 1931. Pero los hombres tienen mala memoria. O mucha inconsciencia.
Santa Catalina fue una de las santas más
grandes de la Cristiandad. Fue una de las tres mujeres incluidas entre los
Catorce Santos Auxiliadores, tan venerados en la Edad Media y hoy tan
olvidados. Se la considera la “sabia consejera”, patrona de estudiantes, teólogos,
filósofos, abogados, oradores e intelectuales católicos en general. Ha sido en
todas las épocas tema predilecto de los artistas, que se han complacido en
pintarla en el episodio de su vida referente a sus desposorios con el Niño
Jesús, o también con su rueda, con una pequeña cruz, con un libro, con una
espada, o en su disputa con los doctores.
Santa Gertrudis, en sus “Revelaciones”,
refiere que Dios se la mostró “en un trono tan encumbrado, que si no hubiera en
el cielo Reina mayor, la gloria de esta sola parecería bastar a hacerle sobrado
vistoso”[4].
Y Dios no sólo honró su alma, sino también su
cuerpo, haciéndolo trasladar por los ángeles al monte Sinaí. Este hecho,
aparentemente el más “legendario” de la vida de la santa, está avalado por la
Iglesia, que lo menciona en la oración de su misa y en el Martirologio Romano.
Lo confirman las revelaciones privadas de Ana Catalina Emmerick y Teresa
Neumann. Y es tradición viva en el monasterio de Santa Catalina, al pie del
monte, donde se conserva parte de sus restos.
Desgraciadamente los tiempos actuales no son
muy propicios para la devoción a Santa Catalina, a pesar que la devoción a
Santa Catalina sería muy propicia para los tiempos actuales. Cuando vemos que
se duda de todo, de la Santísima Trinidad, de Cristo, de la Eucaristía, de la
Santísima Virgen, de la Moral, de la Oración, de la Escritura, ¿cómo
sorprendernos de que se dude hasta de la existencia de Santa Catalina? Con
mayor razón cuando se trata de una santa evidentemente preconciliar y, por lo
tanto, molesta.
Fue triste para los amantes de la tradición,
y en especial para los devotos de Santa Catalina, que esta santa fuera
suprimida del calendario litúrgico desde el 1º de enero de 1970. Precisamente en estos momentos
en que los filósofos y teólogos católicos tanto necesitan de su protección para
no caer en el error y mantener incólumes los fueros de la Verdad.
Alberto Ezcurra Medrano
[1] Ana Catalina Emmerick, Visiones y Revelaciones completas, t. IV,
págs. 368-73. Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1954.
[2] La Leyenda de Oro, t. III, pág.
382. Ed. González y Cía., Barcelona, 1897.
[3] “Catalina fue martirizada en el año
299, a la edad de dieciséis años”, dice Ana Catalina Emmerick. Esto concuerda
con el relato de su muerte en tiempos tranquilos. Los hagiógrafos, en cambio,
la hacen morir en tiempos de persecución, entre el 305 y el 313, o sea en los
de Diocleciano, Maximino o Majencio, pero estas contradicciones restan valor a
sus datos.
[4] Revelaciones de Santa Gertrudis la Magna,
pág. 559. Editorial Benedictina, Buenos Aires, 1947.