domingo, 2 de marzo de 2014

A un año del pontificado de Francisco.


“El Cardenal Bergo­glio, devenido ya en el Pontífice Francisco, es un hombre 
que cons­pira contra la Verdad”.


Por Antonio Caponnetto, Revista Cabildo N° 107 – Enero-Febrero 2014. Syllabus, 2-Feb-2014.


El próximo 19 de marzo, Festividad de San José, se cumple un año de la asun­ción pontificia del Cardenal Bergo­glio.
Otros estarán capacitados para hacer un balance exhaustivo, com­pleto y erudito. Lo esperamos con necesidad espiritual. Otros no que­rrán hacerlo, limitándose a un asép­tico encogimiento de hombros, a una aprobación irrestricta y a priori de carácter papolátrico o a una condena en bloque de todos sus di­chos y quehaceres; y otros —me te­mo que los más— se desvivirán en panegíricos de burdo tinte munda­no, como ya viene sucediendo para desconcierto de la católica grey, pues tales encomios gozan del be­neplácito del homenajeado, o al menos de su tácita aquiescencia.
De mi parte —y hablo delibera­damente en primera persona, pues no quiero involucrar a nadie en es­te juicio— debo decir, con genuino dolor de súbdito, que lo que he po­dido analizar objetivamente hasta hoy confirma y potencia cuanto es­cribí en su momento en mi obra “La Iglesia traicionada”, editada en el año 2010.
En efecto, el Cardenal Bergo­glio, devenido ya en el Pontífice Francisco, es un hombre que cons­pira contra la Verdad. Y lo hace de los cuatro modos posibles más co­munes: por vía de la mentira, del error, de la confusión y de la igno­rancia.
Como los ejemplos se multipli­can, para nuestra hiriente desazón y pesadumbre impar, sólo pondre­mos un caso: su tratamiento de la cuestión judía. Y como este trata­miento tiene a su vez un sinfín de fa­cetas —desde dedicarles públicas ternezas a los hebreos que a otros católicos se les niega, hasta permi­tirles sus ritos cultuales en el Vatica­no, acompañando activamente los mismos; desde remitirles misivas con un afecto no simétrico hacia los descalificados por “cristianos restauracionistas”, hasta felicitarlos por sus fiestas, aunque ellas supon­gan la virtual negación de Cristo co­mo Mesías— nos limitaremos a lo enseñado en la Exhoración Apostó­lica “Evangelii Gaudium”; esto es, a una expresión formal, institucio­nal y oficial de su magisterio petrino.
- Es mentira que la Alianza en­tre Dios y el pueblo judío “jamás ha sido revocada” (“Evangelii Gau­dium”, 247). Se prueba de mu­chas y complementarias formas — yendo a los Padres, a los Doctores, a los Santos, a las encíclicas, los concilios, las bulas, los textos litúr­gicos, a Tomás de Aquino y al Ca­tecismo de primeras nociones— pero está dicho en la Sagrada Escri­tura, sin posibilidades de equívoco. De modo expreso, por ejemplo en Hebreos 8, 6-9: “porque ellos no permanecieron fieles a mi alian­za, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. “Mirad, días ven­drán, dice el Señor, en que con­cluiré una alianza nueva con la Casa de Israel y con la Casa de Judá, no conforme a la alianza que concerté con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto” (Jeremías, 31, 31-34). Y de modo no menos expreso, pero con len­guaje simbólico, quedó probado en la Parábola de la Higuera Estéril o de Los viñadores Homicidas. No; es exactamente al revés: la Alianza fue revocada; lo que no quiere decir —como bien lo explica el Após­tol— que la misericordia de Dios no pueda reinjertar a los israelitas con­tritos, conversos y vueltos humilde­mente hacia el Autor de la Vida que “matásteis” (Hechos. 3, 13-15) y al Señor de la Gloria que “crucificásteis” (I Corintios, 2. 8). Se su­pone que para eso estábamos has­ta hoy, entre otras cosas, los católi­cos, para procurar la conversión de los judíos, no para mantenerlos en sus idolatrías, agasajándolos con comida kosher.
- Es error sostener que “cree­mos juntos [católicos y judíos] en el único Dios que actúa en la histo­ria, y acogemos con ellos [los ju­díos] la común Palabra revelada” (“Evangelii Gaudium”, 247).
El único Dios que actúa en la historia es Jesucristo, Segunda Per­sona de la Santísima Trinidad. Ni un catecúmeno de parroquia barrial puede desconocer que los judíos no creen en la Santa Trinidad, ni en Jesucristo como verdadero Dios Hi­jo del Padre. Y no pueden creerlo, precisamente porque rechazan una parte sustancial de la “Palabra reve­lada” que es el Nuevo Testamento. La “común Palabra revelada” que podríamos tener, si por ella se alu­de al universo veterotestamentario, está toda ordenada, encaminada y dirigida a la aceptación de Cristo. Luego, al negar los judíos su natural y sobrenatural coronación y desen­lace, deja de ser un patrimonio “co­mún”.
- Es confusión afirmar que “si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo”, igual podemos “com­partir muchas convic­ciones éticas y la co­mún preocupación por la justicia y el de­sarrollo de los pue­blos” (“Evangelii Gaudium”, 249).
La confusión es pre­sentar “las conviccio­nes cristianas” con un cierto aire de lamento o de reproche hacia las mismas, por no permi­tir una comunión más plena y totalizadora con los israelitas.
La confusión es par­tir de la base de que las “inaceptables” para el Judaísmo, son “algu­nas” de nuestras “convicciones”, y no las formulaciones dogmáticas del Credo, empezando por la que dice: “Et in unum Dominum Iesum Christum Filium Dei unigenitum”.
La confusión es pensar que “la común preocupación por la justi­cia” se puede mantener en pie si el Verdadero Dios no es la fuente y la razón de la Justicia; si las “convic­ciones éticas” no remiten del ethos al nomos y al logos divinos de Je­sucristo. La confusión es hablar del “desarrollo de los pueblos” como supuesto factor de unidad, cuando no es ni puede ser el mismo el con­cepto de desarrollo popular para quien niega o acepta la Reyecía So­cial de Jesucristo. La confusión es pensar que podemos obrar en co­mún en acciones inmanentes y temporales, cuando nos separan ta­jantes e irrevocables diferencias trascendentes e intemporales.
- Es ignorancia “lamentar sin­cera y amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son objeto [los judíos], particular­mente aquellas que involucran o involucraron a cristianos” (“Evangelii Gaudium”, 248).
Es ignorancia de los innúmeros fraudes con que han enmascarado y enmascaran esas presuntas perse­cuciones. Es ignorancia de la peli­grosa teología dogmática hebrea sobre el holocausto, que destrona a Cristo como víctima para colocarlo como victimario. Es ig­norancia del carácter teórico y práctico de persecutores activos que han ejercido los he­breos contra los cristia­nos, y que aún hasta hoy siguen ejerciendo. Es ignorancia del histo­rial de crímenes y de la­trocinios mediante los cuales Israel se consti­tuyó en Poder Mundial. Es ignorancia de las Actas de los Mártires, de los Hechos de los Apóstoles y del santo­ral pasado y presente que incluye un sinfín de víctimas de la vesania judía. Es ignorancia in­cluso de que la plana mayor del judaísmo “argentino”, recibido cordialísima- mente por el Papa, no sólo repre­senta las antípodas de un supuesto ideal de Iglesia de los pobres, puesto que sus miembros constituyen una voraz oligarquía, persecutora y expoliadora de los que menos tie­nen, sino que es responsable inelu­dible de un sinfín de ataques y de vejámenes a las instituciones y tradiciones cristianas de la patria. ¡Cuánto habría que decir al respec­to! ¡Y cuánto de lo sucedido recientemente por culpa y causa de ellos!

Mentira, error, confusión e ig­norancia. Se analice el tema que se analizare, tras un año de pontifi­cado, estas son las cuatro y trágicas notas dominantes que aparecen.