“El Cardenal Bergoglio, devenido ya en el Pontífice Francisco, es un
hombre
que conspira contra la Verdad”.
El próximo 19 de marzo, Festividad de San José, se
cumple un año de la asunción pontificia del Cardenal Bergoglio.
Otros estarán capacitados para hacer un balance
exhaustivo, completo y erudito. Lo esperamos con necesidad espiritual. Otros
no querrán hacerlo, limitándose a un aséptico encogimiento de hombros, a una
aprobación irrestricta y a priori de carácter papolátrico o a una condena en
bloque de todos sus dichos y quehaceres; y otros —me temo que los más— se
desvivirán en panegíricos de burdo tinte mundano, como ya viene sucediendo
para desconcierto de la católica grey, pues tales encomios gozan del beneplácito
del homenajeado, o al menos de su tácita aquiescencia.
De mi parte —y hablo deliberadamente en primera
persona, pues no quiero involucrar a nadie en este juicio— debo decir, con
genuino dolor de súbdito, que lo que he podido analizar objetivamente hasta
hoy confirma y potencia cuanto escribí en su momento en mi obra “La Iglesia
traicionada”, editada en el año 2010.
En efecto, el Cardenal Bergoglio, devenido ya en el Pontífice Francisco,
es un hombre que conspira contra la Verdad. Y lo hace de los cuatro modos
posibles más comunes: por vía de la mentira, del error,
de la confusión y de la ignorancia.
Como los ejemplos se multiplican, para nuestra
hiriente desazón y pesadumbre impar, sólo pondremos un caso: su
tratamiento de la cuestión judía. Y como este tratamiento tiene a su vez
un sinfín de facetas —desde dedicarles públicas ternezas a los hebreos que a
otros católicos se les niega, hasta permitirles sus ritos cultuales en el
Vaticano, acompañando activamente los mismos; desde remitirles misivas con un
afecto no simétrico hacia los descalificados por “cristianos
restauracionistas”, hasta felicitarlos por sus fiestas, aunque ellas supongan
la virtual negación de Cristo como Mesías— nos limitaremos a lo enseñado en la
Exhoración Apostólica “Evangelii Gaudium”; esto es, a una expresión
formal, institucional y oficial de su magisterio petrino.
- Es mentira que la Alianza entre
Dios y el pueblo judío “jamás ha sido revocada” (“Evangelii Gaudium”,
247). Se prueba de muchas y complementarias formas — yendo a los Padres, a los
Doctores, a los Santos, a las encíclicas, los concilios, las bulas, los textos
litúrgicos, a Tomás de Aquino y al Catecismo de primeras nociones— pero está
dicho en la Sagrada Escritura, sin posibilidades de equívoco. De modo expreso,
por ejemplo en Hebreos 8, 6-9: “porque ellos no permanecieron fieles a mi
alianza, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. “Mirad, días vendrán,
dice el Señor, en que concluiré una alianza nueva con la Casa de Israel y con
la Casa de Judá, no conforme a la alianza que concerté con sus padres el
día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto” (Jeremías,
31, 31-34). Y de modo no menos expreso, pero con lenguaje simbólico, quedó
probado en la Parábola de la Higuera Estéril o de Los viñadores Homicidas. No; es
exactamente al revés: la Alianza fue revocada; lo que no quiere decir —como
bien lo explica el Apóstol— que la misericordia de Dios no pueda reinjertar a
los israelitas contritos, conversos y vueltos humildemente hacia el Autor de
la Vida que “matásteis” (Hechos. 3, 13-15) y al Señor de la Gloria que
“crucificásteis” (I Corintios, 2. 8). Se supone que para eso estábamos hasta
hoy, entre otras cosas, los católicos, para procurar la conversión de los
judíos, no para mantenerlos en sus idolatrías, agasajándolos con comida kosher.
- Es error sostener que “creemos
juntos [católicos y judíos] en el único Dios que actúa en la historia, y
acogemos con ellos [los judíos] la común Palabra revelada” (“Evangelii
Gaudium”, 247).
El único Dios que actúa en la historia es
Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Ni un catecúmeno de
parroquia barrial puede desconocer que los judíos no creen en la Santa
Trinidad, ni en Jesucristo como verdadero Dios Hijo del Padre. Y no pueden
creerlo, precisamente porque rechazan una parte sustancial de la “Palabra revelada”
que es el Nuevo Testamento. La “común Palabra revelada” que podríamos tener, si
por ella se alude al universo veterotestamentario, está toda ordenada,
encaminada y dirigida a la aceptación de Cristo. Luego, al negar los judíos su
natural y sobrenatural coronación y desenlace, deja de ser un patrimonio “común”.
- Es confusión afirmar que “si
bien algunas convicciones cristianas son inaceptables para el Judaísmo”, igual
podemos “compartir muchas convicciones éticas y la común preocupación por la
justicia y el desarrollo de los pueblos” (“Evangelii Gaudium”, 249).
La confusión es presentar “las convicciones
cristianas” con un cierto aire de lamento o de reproche hacia las mismas, por
no permitir una comunión más plena y totalizadora con los israelitas.
La confusión es partir de la base de que las
“inaceptables” para el Judaísmo, son “algunas” de nuestras “convicciones”, y
no las formulaciones dogmáticas del Credo, empezando por la que dice: “Et in
unum Dominum Iesum Christum Filium Dei unigenitum”.
La confusión es pensar que “la común preocupación por la justicia” se
puede mantener en pie si el Verdadero Dios no es la fuente y la razón de la
Justicia; si las “convicciones éticas” no remiten del ethos al nomos y al
logos divinos de Jesucristo. La confusión es hablar del “desarrollo de los
pueblos” como supuesto factor de unidad, cuando no es ni puede ser el mismo el
concepto de desarrollo popular para quien niega o acepta la Reyecía Social de
Jesucristo. La confusión es pensar que podemos obrar en común en
acciones inmanentes y temporales, cuando nos separan tajantes e irrevocables
diferencias trascendentes e intemporales.
- Es ignorancia “lamentar
sincera y amargamente las terribles persecuciones de las que fueron y son
objeto [los judíos], particularmente aquellas que involucran o involucraron a
cristianos” (“Evangelii Gaudium”, 248).
Es ignorancia de los innúmeros fraudes con que han
enmascarado y enmascaran esas presuntas persecuciones. Es ignorancia de la
peligrosa teología dogmática hebrea sobre el holocausto, que destrona a Cristo
como víctima para colocarlo como victimario. Es ignorancia del
carácter teórico y práctico de persecutores activos que han ejercido los hebreos
contra los cristianos, y que aún hasta hoy siguen ejerciendo. Es ignorancia
del historial de crímenes y de latrocinios mediante los cuales Israel se
constituyó en Poder Mundial. Es ignorancia de las Actas de los Mártires, de
los Hechos de los Apóstoles y del santoral pasado y presente que incluye un
sinfín de víctimas de la vesania judía. Es ignorancia incluso de que la plana
mayor del judaísmo “argentino”, recibido cordialísima- mente por el Papa, no
sólo representa las antípodas de un supuesto ideal de Iglesia de los pobres,
puesto que sus miembros constituyen una voraz oligarquía, persecutora y
expoliadora de los que menos tienen, sino que es responsable ineludible de un
sinfín de ataques y de vejámenes a las instituciones y tradiciones cristianas
de la patria. ¡Cuánto habría que decir al respecto! ¡Y cuánto de lo sucedido
recientemente por culpa y causa de ellos!
Mentira, error, confusión e ignorancia. Se
analice el tema que se analizare, tras un año de pontificado, estas son las
cuatro y trágicas notas dominantes que aparecen.