Artículo aparecido en InfoCaótica,
30-Mar-2014.
Desmitificar tópicos
sobre el Papa, por lo general vigentes en el catolicismo neoconservador, de
matriz ultramontana, tiene un coste. Nunca falta la reacción de alguien, más o
menos dolido, que viene a recordar al desmitificador algunos puntos de doctrina
católica sobre los que pareciera dudar o no tener en consideración. Cuando uno
lee a estos vengadores
anónimos del neoconservadurismo se pregunta qué ideas sobre la
Iglesia y el Papa están implícitas en sus comentarios. Intentaremos analizar
algunas.
1.- El pontificado no es
un sacramento. No se debe pensar en el pontificado como si fuera el
bautismo de un adulto que produce un cambio ontológico radical en quien lo
recibe, perdonando el pecado original y los pecados personales. El pontificado
no es como un segundo bautismo; y si fuera posible hacer esta analogía, habría
que recordar que el bautismo de adultos no suprime las malas inclinaciones
provenientes de la vida pasada del converso. Ningún cardenal es perdonado de
sus pecados ni rectificado en sus malas inclinaciones por llegar a ser Papa:
conserva intactos su temperamento y su carácter; no se altera por ello el
conjunto de virtudes intelectuales y morales, y los vicios que se le oponen,
que conforman su segunda naturaleza.
En cuanto al sacramento del orden
sagrado el Papa no recibe un cuarto grado del orden, que no existe; no es más
que un obispo; y por este título el Papa es igual al resto de
los obispos del mundo.
Igual a los obispos en cuanto al
orden, la superioridad del Papa está en la potestad de
jurisdicción. El Papa no recibe un nuevo sacramento sino un oficio singular: el
primado. Es un obispo diocesano –obispo de Roma- con los poderes primaciales.
Tampoco se trata de un oficio no episcopal, sino del primado de un obispo (con
potestad suprema, plena, inmediata y universal) sobre toda la Iglesia; por ello
recibe el nombre de obispo universal u obispo de toda la Iglesia.
2.- El Espíritu Santo
asiste al Papa. Una verdad que no se puede negar ni poner en duda. Y sin
embargo, cabría decir: “¡Oh, Asistencia!, ¡cuántas tonterías se dicen en tu
nombre!”
Para no errar desde el principio,
se debe entender que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia en múltiples formas
y no de manera unívoca. En primer lugar, el Paráclito garantiza una Iglesia indefectible hasta
la Parusía, lo que pone límites al potencial daño que pudieran causarle los
malos papas, pero no imposibilita períodos de decadencia eclesial como la
crisis arriana o el actual desastre postconciliar. También, bajo determinadas
condiciones estrictas, el Espíritu Santo presta al Papa una asistencia
infalible que obsta a que se equivoque en algunos de sus actos: es
el carisma ministerial de la infalibilidad, un singular privilegio del sucesor
de Pedro. Por ello pudo decir el cardenal Guidi, durante las sesiones del
Vaticano I: “no se debe decir que el Papa es infalible, porque no lo es. Lo
que hay que decir es que determinados actos del Papa son infalibles”.
Pero hay una importante cantidad
de actos pontificios que cuentan sólo con una asistencia falible,
en la que es posible encontrar errores, insuficiencias, olvidos,
tensiones, momentos críticos... La mentalidad ultramontana nubla la
inteligencia para captar de modo realista esta falibilidad pontificia y produce
mistificaciones piadosas que Castellani llamaba fetichismo
africano. Cuando los papas se equivocan, o pecan, no lo hacen porque el
Paráclito les niegue su asistencia, sino porque libremente deciden no
corresponder a su acción. Tenemos el ejemplo de los dos ladrones del Evangelio,
Dimas y Gestas para la tradición, ambos asistidos por Cristo en el momento
final de sus vidas. Uno, el buen ladrón, se dejó asistir; el otro, rechazó la
ayuda del Señor. Asimismo, el Espíritu Santo nunca dejó de asistir al Papa Juan
XXII y sin embargo se equivocó en un punto de doctrina. Parafraseando
a Newman,
¿acaso el Paráclito omitió su asistencia divina a san Pedro en Antioquía,
cuando san Pablo se le resistió, a San Víctor cuando excluyó de su comunión a
las Iglesias de Asia, a Liberio cuando excomulgó a Atanasio, a Gregorio XIII
cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de San
Bartolomé, a Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra), a Sixto V
cuando bendijo la Armada, o Urbano VIII cuando persiguió a Galileo? Los
ejemplos de Newman son discutibles en su dimensión histórica, pero lo cierto es
que cuando los papas se equivocan, o pecan, lo hacen a pesar, y en contra, de
la asistencia del Espíritu Santo.
3.- El Espíritu Santo
respeta la naturaleza de las causas segundas. Dios gobierna el mundo con su
Providencia. A los hombres concede Dios incluso el poder participar libremente
en su providencia confiándoles la responsabilidad de “someter la tierra y
dominarla” (Gn. 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes
y libres para completar la obra de la Creación. Se trata de un caso particular
del llamado "concurso divino": en las obras de las criaturas
concurren la acción propia de la causa segunda (la criatura) y la acción de la
causa Primera (Dios). Incluso cuando el Papa define ex
cathedra, sin posibilidad de errar, es condición esencial que sea
perfectamente libre en su acción, lo que está implicado necesariamente en las
condiciones requeridas por el Vaticano I.
En las acciones humanas, el
hombre “concurre” como causa inteligente y libre. Dios sabe perfectamente que
el hombre es una causa segunda y no cambia la naturaleza humana. La asistencia
del Paráclito no hace del Papa un ente carente de libertad, como los animales
que obran por instinto, o los entes inanimados que actúan por el determinismo
de las leyes físicas. La causalidad divina en la asistencia del Espíritu Santo
nunca procede de modo mecánico. Se debe entender que una cosa es que Dios
garantice abundantes gracias de estado al Romano Pontífice y
otra muy distinta es que mute su naturaleza humana privándola de su libertad:
“…fácilmente se comprende que
el hombre sea libre bajo la influencia de la gracia… Su libertad se realiza
incluso oponiéndose al movimiento que procede de Dios. Pero tampoco la gracia
eficaz le empuja como que fuera un trozo de madera o una piedra. En la gracia
actual Dios causa la acción del hombre no con causalidad mecánica, sino de
forma que el hombre siga siendo libre. Dios llama al hombre y el hombre debe
responder libremente, sea consintiendo, sea negándose. Dios se apodera del
espíritu humano de forma que sea él mismo quien obra y actúa. Es dogma de fe
que el hombre sigue siendo libre bajo la influencia de la gracia actual”
(Schmaus).
En conclusión, la asistencia
del Paráclito no es causalidad mecánica que haga del Espíritu Santo una suerte
de titiritero divino, ni implica correspondencia automática a las gracias de
estado de parte del Papa convertido en una marioneta. Si no se entiende esto,
se termina en una concepción docetista de la Iglesia –por la
cual su parte humana no es real- y en una visión mecanicista de la acción del
Paráclito. Todo ello es algo muy alejado de la realidad que puede producir
enormes perplejidades.