Publicamos la nota que apareció en el número 107
de Cabildo (enero-febrero 2014). Ahora
volvemos a publicarla, bastante más ampliada y retocada por el mismo autor, con
la esperanza de que pueda prestar algún servicio.
A UN AÑO DEL PONTIFICADO DE FRANCISCO
Por Antonio Caponnetto
El próximo 19 de
marzo, Festividad de San José, se cumple un año de la asunción pontificia del
Cardenal Bergoglio.
Otros
estarán capacitados para hacer un balance exhaustivo, completo y erudito.Lo
esperamos con necesidad espiritual. Otros no querrán hacerlo, limitándose a un
aséptico encogimiento de hombros, a una aprobación irrestricta y apriori de
carácter papolátrico o a una condena en bloque de todos sus dichos y
quehaceres; y otros –me temo que los más- se desvivirán en panegíricos de burdo
tinte mundano,como ya viene sucediendo para desconcierto de la católica grey,
pues tales encomios gozan del beneplácito del homenajeado, o al menos de su
tácita aquiescencia. Lo que no resulta aconsejable para ninguna práctica de la
tan declamada humildad.
De
mi parte –y hablo deliberadamente en primera persona, pues no quiero involucrar
a nadie en este juicio- debo decir,con genuino dolor de súbdito, que lo que he
podido analizar objetivamente hasta hoy confirma y potencia cuanto escribí en
su momento en mi obra La Iglesia traicionada, editada en el año 2010.
En
efecto, el Cardenal Bergoglio, devenido ya en el Pontífice Francisco, es un
hombre que conspira contra la Verdad. Y
lo hace de los cuatro modos posible más comunes: por vía de la mentira, del error, de la confusión y de la ignorancia.
Como
los ejemplos se multiplican, para nuestra hiriente desazón y pesadumbre impar,
sólo pondremos un caso: su tratamiento de
la cuestión judía. Y como este tratamiento tiene su vez un sinfín de facetas –desde dedicarles
públicas ternezas a los hebreos que a otros católicos se les niega, hasta
permitirles sus ritos cultuales en el Vaticano, acompañando activamente los mismos;
desde remitirles misivas con un afecto no simétrico hacia los descalificados
por “cristianos restauracionistas”, hasta felicitarlos por sus fiestas, aunque
ellas supongan la virtual negación de Cristo como Mesías- nos limitaremos a lo
enseñado en la Exhoración Apostólica
Evangelii Gaudium; esto es, a una
expresión formal, institucional y oficial de su magisterio petrino.
-Es
mentira que la Alianza
entre Dios y el pueblo judío “jamás ha sido revocada”(Evangelii Gaudium,247). Se prueba de muchas y complementarias
formas –yendo a los Padres, a los Doctores, a los Santos, a las encíclicas,los
concilios, las bulas, los textos litúrgicos, a Tomás de Aquino y al Catecismo
de primeras nociones- pero está dicho en la Sagrada Escritura ,
sin posibilidades de equívoco. De modo expreso, por ejemplo en Hebreos 8,6-9:
“porque ellos no permanecieron fieles a mi alianza, y yo me desentendí de
ellos, dice el Señor”. “Mirad, días vendrán, dice el Señor, en que concluiré
una alianza nueva con la Casa
de Israel y con la Casa
de Judá, no conforme a la alianza que
concerté con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la
tierra de Egipto” (Jeremías, 31, 31-34). Y de modo no menos expreso, pero con
lenguaje simbólico,quedá probado en la Parábola de la Higuera Estéril
o de Los viñadores Homicidas.
No;
es exactamente al revés: la
Alianza fue revocada; lo que no quiere decir –como bien lo
explica el Apóstol- que la misericordia de Dios no pueda reinjertar a los
israelitas contritos, conversos y vueltos humildemente hacia el Autor de la Vida que “matásteis”(Hechos
3,13-15) y al Señor de la
Gloria que “crucificásteis”(I Cor.2,8).Se supone que para eso
estábamos hasta hoy,entre otras cosas, los católicos, para procurar la
conversión de los judíos, no para mantenerlos en sus idolatrías, agasajándolos
con comida kosher.
-Es error sostener
que “creemos juntos[católicos y judíos] en el único Dios que actúa en la
historia, y acogemos con ellos[los judíos]la común Palabra revelada” (Evangelii Gaudium,247).
El
único Dios que actúa en la historia es Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Ni un catecúmeno de parroquia barrial puede desconocer que los judíos no creen
en la Santa Trinidad ,
ni en Jesucristo como verdadero Dios Hijo del Padre. Y no pueden creerlo,
precisamente porque rechazan una parte sustancial de la “Palabra revelada” que
es el Nuevo Testamento. La “común Palabra revelada” que podríamos tener, si por
ella se alude al universo veterotestamentario,está toda ordenada, encaminada y
dirigida a la aceptación de Cristo, como desde siempre enseñó el Magisterio.
Luego, al negar los judíos su natural y sobrenatural coronación y desenlace,
deja de ser un patrimonio “común”. Por el contrario, se convierte en crucial y
dramática divisoria de aguas.
-Es
confusión afirmar que “si bien algunas convicciones cristianas son inaceptables
para el Judaísmo”,igual podemos “compartir muchas convicciones éticas y la
común preocupación por la justicia y el desarrollo de los pueblos” (Evangelii Gaudium,249). La confusión es
presentar “las convicciones cristianas” con un cierto aire de lamento o de
reproche hacia las mismas, por no permitir una comunión más plena y
totalizadora con los israelitas. La confusión es partir de la base de que “las
inaceptables” para el Judaísmo, son “algunas” de nuestras “conviciones”, y no
las formulaciones dogmáticas del Credo,
empezando por la que dice:“Et
in Iesum Christum, filium eius unicum, Dominum Nostrum”.La confusión es pensar
que “la común preocupación por la justicia” se puede mantener en pie si el
Verdadero Dios no es la fuente y la razón de la Justicia ; si las
“convicciones éticas” no remiten del ethos al nomos y al logos divinos
de Jesucristo. La confusión es hablar del “desarrollo de los pueblos” como
supuesto factor de unidad, cuando no es ni puede ser el mismo el concepto de desarrollo popular para quien niega o
acepta la Reyecía Social
de Jesucristo. La confusión es pensar que podemos obrar en común en acciones
inmanentes y temporales, cuando nos separan tajantes e irrevocables diferencias
trascendentes e intemporales.La confusión, en suma, es no queder advertir ni
manifestar que esas obstaculizantes convicciones no son materia opinable. Han
sido pagadas al altísimo precio de la sangre derramada en el Calvario. Efusión
en la cual, los judíos, cumplieron y cumplen el trágico protagonismo de
verdugos.
-Es ignorancia “lamentar sincera y amargamente las terribles
persecuciones de las que fueron y son objeto [los judíos],particularmente
aquellas que involucran o involucraron a cristianos (Evangelii Gaudium,248). Es ignorancia de los innúmeros fraudes
con que han enmascarado y enmascaran esas presuntas persecuciones. Es
ignorancia de la peligrosa teología dogmática hebrea sobre el holocausto, que
destrona a Cristo como víctima para colocarlo como victimario. Es ignorancia
del carácter teórico y práctico de persecutores activos que han ejercido los
hebreos contra los cristianos, y que aún hasta hoy siguen ejerciendo. Es
ignorancia del historial de crímenes y de latrocinios mediante los cuales
Israel se constituyó en Poder Mundial. Es ignorancia de las Actas de los Mártires, de los Hechos de los Apóstoles y del santoral
pasado y presente que incluye un sinfín de víctimas de la vesania judía.Es
ignorancia incluso de que la plana mayor del judaísmo “argentino”, recibida
cordialísimamente por el Papa, no sólo representa las antípodas de un supuesto
ideal de Iglesia de los pobres,
puesto que sus miembros constituyen una voraz oligarquía, persecutora y
expoliadora de los que menos tienen, sino que es responsable ineludible de un
sinfín de ataques y de vejámenes a las instituciones y tradiciones cristianas
de la patria. ¡Cuánto habría que decir al respecto!¡Y cuánto de lo sucedido
recientemente por culpa y causa de ellos! ¡Qué cantidad de imperdonables
olvidos comete Francisco frente a estos personajes siniestros, al sentarlos a
su mesa sin pedirles el más mínimo acto de contrición por la larga lista de
iniquidades perpetradas!
Mentira, error, confusión e ignorancia.
Se analice el tema que se analizare, tras un año de pontificado, estas son las
cuatro y trágicas notas dominantes que aparecen. Quede en claro que hemos
tomado apenas un ejemplo representativo. Tomar el conjunto demandaría mucho más
que esta nota. No nos place ser cronistas de la apostasía; quisiéramos acaso
merecer el anhelo de ser testigos de la Verdad.
Respuestas rápidas a preguntas difíciles
¿Quiere decirse con lo antedicho que no hubo nada
bueno durante este año de Pontificado?
Cuanto
de bueno se hizo o se pudo haber dicho no lo ignoramos ni nos cerramos a que se
nos lo haga notar. Mucho menos juzgamos
intenciones, y en absoluto es éste un juicio al Papado o ad personam. El
que no quiera entender la diferencia es, redondamente, un necio. Sólo vemos con dolor y preocupación la
prevalencia de las funestas notas características ya enunciadas. Prevalencia
recurrente, dañina y generalizada. A la par que “lo bueno” ejecutado es lo que
obviamente se supone que, como mínimo, debe manifestar un Pontífice o cualquier
bautizado fiel. De todos modos, enbuenahora puedan señalarse bondades; y no nos
las quite el Señor. Antes bien las incremente.
¿Basta esta constatación real o potencial de
lo bueno para tranquilizar las conciencias?
Conformarse cada vez con menos es el principio
del pecado de la tibieza, según Santo Tomás. Mala cosa si hemos llegado al
punto de darnos por satisfecho porque el Papa aún sigue rezando el rosario.
Mala cosa si, en virtud de este conformismo absurdo, seguimos callando lo que
indefectiblemente ha de ser dicho. Mala y pésima cosa si seguimos forzando la
hermenéutica de la continuidad, allí donde se manifieste la alevosa, culpable y
patética ruptura. Si hay algo que ya no se soporta es el malabarismo de
aquellos que –a veces con santo afán,
otras con irresponsable torpeza- siguen haciendo de cuenta que todo cuanto
acontece en Roma es normal y corriente. Como si el anuncio del Anticristo y de
sus fieras propedéuticas fuera un cuento de los hermanos Grimm. Tampoco se
soporta la irresponsabilidad de los otros que ven al mismísimo demonio tras
absolutamente todos y cualesquiera de los detalles de cuanto acontece hoy en el
Vaticano. Que haya entrado el humo de Satán y que no se haya declarado su
expulsión ni constatado su retirada, es una cosa. Y gravísima, por decir lo menos. Pero de allí tampoco se sigue que
hay un diablo escondido tras cada pliego de los cortinados curiales.
¿Pero algunos o todos estos extravíos
señalados no vienen de lejos, o de las últimas décadas, y aún del pontificado
de Benedicto XVI?
Por
cierto que sí. Lamentablemente así son las cosas; aunque lo legítimo sería
matizar juicios y lo prudente graduar responsabilidades con sumo cuidado. Más
en este año transcurrido los tales extravíos se han exacerbado, radicalizado y
popularizado, y han gozado de la horrorosa pleitesía y de los aplausos del
mundo y de la Jerarquía Eclesiástica
como nunca antes. De allí la perentoriedad e inevitabilidad de referirnos al
tema, con tono imprecatorio y urgido. Por eso, es cierto, no es ésta la primera
vez que hablamos; y es de temer que no podrá ser la última.
¿Nosotros
somos la derecha yanki que acusa al Papa de comunista?
No;
que no se nos confunda con liberales asustados ni con modernistas prudentosos,
ni con conservadores escandalizados, ni con arqueologistas de la Fe o neoconservadores de sus
prebendas. Ojalá el Papa hablara más y mejor sobre las verdaderas raíces
teológicas y los auténticos responsables del Imperialismo Internacional del Dinero, al que supo referirse Pío
XI. Ojalá se diera cuenta de que su denostada usura la practican aquellos a los
que sienta a su mesa, kipá insolente en ristre. Ojalá tumbara con el cayado
firme en la diestra a tantos calvinistas santones encerrados en prelaturas y a
tantos fabricantes de vocaciones que terminan siendo mercaderes de conciencias
y de patrimonios.
Pero
la verdad es que, al menos y en principio, desde una perspectiva
católico-argentina (legítima perspectiva, porque Francisco no es un ser
desgajado de nacionalidad y hace lo posible para que se note), el Papa obra
como lo que se conoce técnicamente “un compañero de ruta” del Comunismo. Basta
leer la obra de Nello Scavo, La lista de
Bergoglio. O de considerar la actitud conciliadora y amable que tiene para
con la tiranía marxista de los Kirchner, cada vez más culpable de corrupciones
múltiples y de idelogismos castristas. Su conducta en este ámbito, como en
otros análogos, puede ser calificada de escandalosa, a fuer de oportunista, de
contemporizadora con lo políticamente correcto y de tolerante frente a descarados
agentes del gramscismo. No hay representante destacado de las izquierdas
nativas o internacionales que no haya encontrado un interlocutor válido y un
hospitalario anfitrión en Francisco. Y hasta no hay degenerado multimediático o
estulto futbolero que no haya sido acogido en su regazo. Los réprobos parecen
ser quienes queremos estar en las antípodas, o a quienes él juzga como tales.
Hasta ridiculizaciones o desaires públicos les ha aplicado en ocasiones,
faltando a la mentada misericordia.
¿Hay antecedentes de pontífices tan malencaminados?
Unos cuantos a lo largo de
toda la historia de la Iglesia. Quien
estudie, por ejemplo, el llamado Siglo de
Hierro, difícilmente entenderá cómo la Barca sobrevivió a tamaños desafueros. ¿Pero no eran sólo desarreglos morales el de
aquellos Papas, dejando a salvo la integridad doctrinal? No necesariamente
fue así. Varios de esos pontífices que consumaron acciones malas, las hacían
porque primero había en ellos una traición a la doctrina católica. Erraron en
sus actos porque traicionaron enseñanzas, definiciones, doctrinas y principios
de la Iglesia. Incluso principios ortodoxos por ellos mismos
definidos. El Magisterio quedó comprometido, la Fe lastimada. Y hasta sucedió
en ocasiones lo predicho por Nuestro Señor: “heriré al pastor y se dispersarán
las ovejas” (Mt. 26, 31). ¿Esto no es mal
de muchos consuelo de zonzos? No; esto es tomar a la historia como maestra
de vida, a la esperanza como guía insustituible; y es no olvidarse de dos
promesas del Señor. Una, que rezaría por Pedro para que no desfalleciera su Fe.
Otra, que las fuerzas del infierno no prevalecerán. Creemos firmísimamente en
ambas promesas de Jesucristo.
¿Francisco responde a un plan para destruir a la Iglesia ?
No
puede extrañar que haya más de un plan atentatorio contra la Esposa de Cristo. Se
conocen unos cuantos a lo largo de la historia y del presente, y rechazar su
existencia por el sólo prurito anti-conspirativista sería tan desacertado como
ver un complot en cada solapa tenuemente levantada.
Hay al respecto
un hecho que llama la atención. Tiene su fuente precisa y pública de
documentación. El artículo The word from Rome, de John Allen Jr.,
aparecido en The National Catholic Reporter, el 21 de enero de 2005.
Sucedió que uno de
los más encumbrados rabinos de Israel, Joseph Ehrenkranz, tuvo a su cargo la
co-organización de un encuentro judeo-católico, que se llevó a cabo en Roma
primero, con la anuencia y la bendición presencial de Juan Pablo II, y en
Auschwitz después, con la comitiva orando y comiendo en común. Los
obispos católicos asignados al suceso estaban presididos por el Cardenal
Keeler, de Baltimore y el Arzobispo Timothy Dolan, de Milwaukee. Vuelta la
singular entente judeo-católica a Roma, fue recibida y agasajaga por la Comunidad de San Egidio. Allí entonces, y a modo
de epítome del extraño tour, tomó la
palabra el susodicho Ehrenkranz, y dijo: a) que sería difícil
mantener esta unión judeo-católica tras la muerte de Juan Pablo II, pues habría
que hallar a alguien “con su misma sensibilidad” al respecto; b) que la hipótesis
de un futuro Papa latinoamericano dificultaría algo más el proyecto, pues los
latinoamericanos están menos experimentados en estos diálogos; c) que “una excepción, sin embargo, sería el
Cardenal Jorge Bergoglio, el Cardenal jesuita de Buenos Aires” (sic).
La conclusión parece obvia. Ocho años antes de
que el Cónclave lo eligiera Papa, el Kahal ya había puesto sus esperanzas en
él. Y dos cosas tristes no deberían dejar de decirse aquí: que el Kahal no ha
sido nunca ajeno a los planes contra la Iglesia ; y que, a juzgar por las evidencias
diarias, los altos mandos judíos y masones están conformes con la gestión del
Papa Francisco. Al menos hasta este primer aniversario de su nombramiento.
¿Se puede decir que Francisco es un hereje? San Pío X, en la
pregunta 229 de su Catecismo Mayor,
nos dice que el hereje es el que niega “las definiciones ex catedra del Papa”,
o el que “rehúsa con pertinacia creer alguna verdad revelada por Dios y
enseñada como de Fe por la
Iglesia , por ejemplo los arrianos, los nestorianos y las
varias sectas protestantes”. Según esta definición, Francisco no ha negado hasta ahora una definición ex catedra, como la Asunción de
María a los Cielos, ni alguno de los 14 artículos del Credo, como la
creencia en la resurrección de la carne, ni alguna verdad revelada como el
misterio de la Trinidad.
Ergo , llamémoslo con palabras duras y veraces, pero en
principio no estaría imposibilitado de ser Papa por ser hereje, según la
tradicional doctrina católica.
Es
cierto no obstante que el Cardenal Bergoglio, en tanto tal, arrastra un triste
historial de promoción de heterodoxias y de sincretismos desconcertantes cuanto
funestos, y que el festival babilónico de la inter-religiosidad lo ha tenido
como partícipe activo. Y es cierto que también dice San Pío X (Pregunta 177 de
su Catecismo Mayor) que “los
que rechazan las definiciones de la
Iglesia , pierden la
Fe y se hacen herejes”. Con lo que no resultaría
impropio llamarlo a Francisco heretizante
y sujeto en tan delicado terreno a rodar cuesta abajo, hacia una pendiente aún
más escabrosa. No lo permita Dios, y oremos devotamente por ello, pero tómese
cabal conciencia de la delicada situación que vivimos al tener a un hombre con
estos atributos en la Sede
de Pedro.
¿Cabe una lectura parusíaca de cuanto
ocurre?
Creemos firmemente que sí, y lo hemos escrito
en ocasiones. Aunque pocos al respecto más entonados que Federico Mihura Seeber
para dilucidar estos aspectos. La posibilidad de estar viviendo en la Iglesia de Laodicea no es un despropósito. La
posibilidad de la presencia del Anticristo entre nosotros, y de sus
anunciantes, servidores o preparadores del terreno, aún entre los primeros
dignatarios eclesiásticos o empezando por ellos, tampoco. Decir tales cosas no
es ser pesimista ni aguafiestas (a no ser que echemos agua a la fiesta del
mundo, en cuyo caso estaríamos cumpliendo con nuestro deber). Muchísimas veces
recordamos con Castellani que el Apocalipsis no es una novela de terror sino un
libro de Esperanza. Es hora de poner en práctica este dictus castellaniano.
Epílogo galeato
Recuerdo,
a modo de cierre, que esta es una nota periodística escrita a título personal.
No es el dictamen de una Junta de Teólogos ni el motu proprio de una Sagrada Congregación, sino la opinión de un laico católico, perplejo y dolorido por
cuanto ocurre. Si falla mi juicio y con
razones se me enmienda, los argumentos rectificatorios no me hallarán indócil.
Pero no discutiré más con papólatras obtusos, ni con los defensores de lo
indefendible, ni con los que dan lecciones de “extremo coraje” o “suprema
coherencia” amparados en el anonimato, ni con chiquilines o maduros que no
entienden ni atienden. Si más no digo en mis exposiciones sobre estos temas, no
es porque me paralice alguna debilidad, de las tantas que humanamente pueden
quebrarme. Es, sencillamente, porque sólo sostengo aquello de lo que me cabe el
más seguro convencimiento posible, intelectual y moral.
A
mí –de carne y hueso, de nombre y apellido, de cara públicamente expuesta- me
persiguen los obispos putoides, el curerío felón y las sedes episcopales
capturadas por inauditos malandras. A mí, supuesto línea media según los paladines del inquieto mouse, me guillotinan
los libros para que no circulen (hablo sin metáforas), me cierran las
parroquias para que no disponga de ámbitos católicos desde los cuales expresarme,
y hasta me llegan amenazas larvadas de excomuniones diocesanas. No obstante,
temo más a convertirme en un perro mudo que a la jauría eclesial, cebada hoy y
dispuesta a las peores mordeduras.
Aconsejo
rezar piadosamente por el Papa. Rezar hasta el alba y rezar durante el día entero.
Pedir por la rectitud de sus intenciones y de sus resoluciones. Conservar la
cabeza sobre los hombros, sin ceder a las tentaciones de los que se han
fabricado una eclesiología propia. Priorizar la vida contemplativa. Participar
de la belleza litúrgica. Implorar al Cielo un cambio de rumbo. Aceptar la
voluntad de Dios si nos ha tocado enfrentar un tiempo de apostasía. Gritar entonces
desde los tejados todo lo que corresponda para salvar el honor de la verdad,
hoy conculcada y vilipendiada. Cumplir con las obras de misericordia, para que
no pueda acusársenos de desoír la voz de quien con todo derecho nos lo pide.
Perder el miedo a ser tomado de desobediente o de alarmista. Y sobre todo, no
dejarse vencer por la mentira, el error, la ignorancia y la confusión.
Permítaseme
elevar, una vez más, como lo hice un año atrás, ante la extraña dimisión de
Benedicto XVI, esta
Oración a San Pedro
Ecclesia mergi non potest
San Agustín, Sermón 252
Tenías puesto un mote pero te fue cambiado,
ya no el Simón hebreo: quien oye y obedece,
las manos que religan los nombres y el destino,
te bautizaron roca, la que no se estremece.
Tenías por la sangre un firme apelativo,
aquel que de Jonás se origina y procede
pero quien iba a darte el pábilo y la lumbre
te dio por nombradía la piedra que no cede.
Tenías una patria, en la agreste Betsaida
conminada a la pena de cilicio y ceniza,
pero un nuevo linaje te darían en Roma,
el gallo por escudo, las llaves por divisa.
Tenías un oficio en playas galileas
donde redes y peces se batían en lucha,
pero te fue quitado, y otra barca sin anclas
desde entonces tus voces obedece y escucha.
Tenías una espada que equivocó el momento
de talar enemigos o imponer la justicia,
te alistaron en cambio ejércitos perennes,
la invisible victoria de la aérea milicia.
Tenías una vida de nauta sin borrascas
-las orillas seguras, el velamen riente-
pero te fue exigido navegar mar adentro
y enfrentar al que brama como león rugiente.
Tenías una muerte previsible, serena,
tal vez en una noche de musical adagio,
te pidieron la sangre clavado a la madera,
Orígenes lo cuenta, lo pintó Caravaggio.
Tenías la exigencia del amor navegante
seguro en la cubierta, casi un gesto cobarde,
te volvieron testigo del Amor abrasado,
un amor que tres veces te examina en la tarde.
Nombre,patria u oficio; espada,vida y muerte,
la calma de la arena o la sombra de un cedro,
la juventud viajera, la vejez peregrina,
desde que fuiste Suyo, nada fue tuyo, Pedro.
Danos en esta hora de vigilia y quebranto
la esperanza de un puerto,el frescor del olivo,
sotérrense las puertas del infierno y se escuche:
¡Señor, tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios Vivo!