Como ya han advertido otros sitios (aquí,
aquí),
el Superior General de los jesuítas, el p. Adolfo Nicolás, durante un
acto en la Universidad Gregoriana, ha sostenido esta herejía:
“Más que un código de doctrinas y enseñanzas, la religión es una
sensibilidad frente a las dimensiones trascendentes que están detrás de la
experiencia humana y se parece más al sentido musical que a un sistema
racional de enseñanzas y explicaciones”
También, Adolfo Nicolás, defiende a los “diáconos
casados” y “diaconado femenino” (ver aquí
el discurso).
Como señala el blog de Augusto Padilla Catapulta (25-Mar-2014), a
semejantes delirios, se podría transcribir íntegramente la encíclica Pascendi,
pero bastaría con estos párrafos para mostrar el grave error inmanentista que
predica el jesuíta español:
“El aspecto positivo (de la doctrina de los modernistas) está
constituido por la llamada inmanencia vital.
“…abolida por completo toda revelación externa, resulta claro que
no puede buscarse fuera del hombre la explicación apetecida, y debe hallarse en
lo interior del hombre; pero como la religión es una forma de la vida,
la explicación ha de hallarse exclusivamente en la vida misma del hombre. Por
tal procedimiento se llega a establecer el principio de la inmanencia
religiosa. En efecto, todo fenómeno vital —y ya queda dicho que tal
es la religión— reconoce por primer estimulante cierto impulso o indigencia, y
por primera manifestación, ese movimiento del corazón que llamamos sentimiento.
Por esta razón, siendo Dios el objeto de la religión, síguese de lo expuesto
que la fe, principio y fundamento de toda religión, reside en un
sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino.
“…esa indigencia de lo divino …al principio yace sepultada bajo
la conciencia, o, para emplear un vocablo tomado de la filosofía moderna, en la
subconsciencia, donde también su raíz permanece escondida e
inaccesible.
“Por tradición entienden los modernistas cierta comunicación de
alguna experiencia original que se hace a otros mediante la predicación y en
virtud de la fórmula intelectual; a la cual fórmula atribuyen, además de su
fuerza representativa, como dicen, cierto poder sugestivo que se
ejerce, ora en el creyente mismo para despertar en él el sentimiento religioso,
tal vez dormido, y restaurar la experiencia que alguna vez tuvo…”
El “efecto Francisco” continúa. Los modenristas siguen
multiplicándose y saliendo del closet.