Un año de pontificado, un año de
confusión
1. La noche de su
elección, Francisco se presentó como el «Obispo de Roma», sin pronunciar la
palabra «Papa». Ese proceder, reiterado luego en varias ocasiones, fue confirmado
por la nueva edición del Anuario Pontificio publicado en mayo. Calificándose a
sí mismo exclusivamente con el título de Obispo de Roma, y ya no de Papa, Soberano
Pontífice o Vicario de Cristo, Francisco realiza un gesto inédito en la
historia de la Iglesia, claramente revolucionario, que menoscaba de manera
brutal la autoridad de la Sede Romana.
2. Con ocasión de
las JMJ celebradas en julio 2013 en Río de Janeiro, Francisco declaró, durante
una entrevista de prensa concedida a la televisión brasilera, que «si un niño
recibe su educación de los católicos, protestantes, ortodoxos o judíos, eso no
me interesa». Lo que le interesa es «que lo eduquen y que le den de comer».
Tales palabras no requieren comentario. A condición, evidentemente, de no haber
perdido la Fe.
3. El 16 de marzo
de 2013, al final de la audiencia otorgada a los periodistas del mundo entero
en la sala Pablo VI del Vaticano, Francisco les dio una bendición totalmente
atípica, una «bendición silenciosa, respetando la conciencia de cada uno». No
se dignó a hacer el signo de la Cruz sobre la multitud de periodistas ni a
pronunciar el santo nombre de las Tres Personas Divinas. Lo que nos enseñó
Jesús se sitúa en las antípodas de esa falsa noción de respeto: «Todo poder me
ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id pues y enseñad a todas las
naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado» (Mt. 28, 18-20). Nuestro
Divino Maestro nos ha dicho también: «A todo el que me confesare delante de los
hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre, que está en los Cielos;
pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo lo negaré también
delante de mi Padre, que está en los Cielos» (Mt. 10, 32-33). Hablemos claramente:
el «respeto de la conciencia» alegado por Francisco para dispensarse de ejercer
su suprema autoridad apostólica carece de todo fundamento escriturístico,
patrístico o magisterial. Se trata de una noción cuyo origen se halla en los
«filósofos» del Iluminismo y que forma parte integrante de la enseñanza
impartida en las logias masónicas. En la encíclica Mirari Vos (1832) Gregorio
XVI afirma que de la «fuente envenenada del indiferentismo deriva esa máxima
falsa y absurda, o mejor dicho ese delirio, según el cual se debe garantizar a
cada uno la libertad de conciencia, error de lo más contagioso (…) que ciertos
hombres, por un exceso de impudicia, no vacilan en presentar como ventajoso
para la religión».
4. Durante esa
misma audiencia dijo que deseaba «una Iglesia pobre para los pobres». Es un
deseo novador y completamente extranjero a la enseñanza y a la práctica bimilenaria
de la Iglesia. «María, tomando una libra de ungüento de nardo legítimo de gran
valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se
llenó del olor del ungüento. Uno de sus discípulos, Judas Iscariote, el que
habría de entregarlo, dijo -¿Por qué este ungüento no se vendió por trescientos
denarios y se dio a los pobres?» (Jn. 12, 3-5).
5. El 11 de
septiembre Francisco recibió en audiencia privada al religioso peruano Gustavo
Gutiérrez, sacerdote modernista, izquierdista y subversivo, quien diera origen
al nombre de «teología de la liberación» gracias a su libro homónimo publicado
en 1971. Este «teólogo», cómplice de los movimientos marxistas y
tercermundistas latinoamericanos comprometidos en la lucha armada
revolucionaria, considera que la salvación cristiana pasa por la emancipación
de las servidumbres terrenas: «La creación de una sociedad justa y fraterna es
la salvación de los seres humanos, si por salvación entendemos el paso de lo
menos humano a lo más humano. No se puede ser cristiano hoy sin un compromiso
de liberación», es decir, sin recurrir a una praxis histórica marxista ordenada
a la emancipación revolucionaria de las masas «oprimidas» socialmente, en el
seno de una «iglesia popular» que, gracias a su «conciencia de clase», toma partido
por la lucha de los pobres contra la clase poseedora y contra la jerarquía
eclesiástica. Es interesante notar que la semana anterior L’Osservatore Romano le había consagrado un largo artículo con
motivo de la publicación de un libro que había co-escrito con Monseñor Gerhard
Müller, actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
intitulado “De parte de los pobres, teología de la liberación, teología de la
Iglesia”.
6. El día de su
elección, antes de impartir la bendición apostólica a los fieles congregados en
la plaza San Pedro, Francisco pidió a la muchedumbre que ella rezara primero
por él para que Dios lo bendijese. El simbolismo del gesto es claro: la
bendición ya no procede de lo alto, a través del papa que recibió su
investidura de derecho divino, y que él hace descender luego directamente sobre
los fieles: nos encontramos ante un gesto que evoca los principios democráticos
revolucionarios, según los cuales el poder emana del pueblo, única fuente de
legitimidad para el ejercicio de la autoridad.
7. Con ocasión de
su homilía en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el 22 de mayo de 2013,
Francisco dijo que el Señor salvó «a todos los hombres» por la Sangre de
Cristo, y que de este modo se convierten en «hijos de Dios, no sólo los
católicos, todos, los ateos también». Gregorio XVI, en la encíclica citada
anteriormente, censuraba «el indiferentismo, esa funesta opinión difundida por
la depravación de los malvados según la cual es posible obtener la salvación
por cualquier profesión de fe, con tal de que las costumbres sean conformes a
la justicia y a la probidad».
8. Francisco
organizó una jornada de oración y de ayuno por la paz en Siria, lo que es en sí
mismo algo laudable. Desgraciadamente, este evento fue convocado siguiendo el
espíritu del falso ecumenismo conciliar de Nostra
Aetate y de Asís, puesto que extiende la invitación «a todos los cristianos
de otras confesiones, a los hombres y mujeres de cada religión, así como a los
hermanos y hermanas no creyentes». Esto se opone diametralmente tanto a la
doctrina como a la práctica constante de la Iglesia hasta Vaticano II. He aquí
lo que decía Pío XI al respecto: «(…) invitan a todos los hombres
indistintamente, a los infieles de todo género como a los fieles de Cristo (…)
Tales empresas no pueden ser aprobadas por los católicos de ninguna manera, ya
que se basan sobra la teoría errónea según la cual todas las religiones son
todas más o menos buenas, en el sentido de que todas, aunque de maneras
diferentes, manifiestan y significan el sentimiento natural e innato que nos
conduce a Dios y nos lleva a reconocer con respeto su poder. La verdad es que
los partidarios de esa teoría se extravían en pleno error, pero además,
pervirtiendo la noción de la verdadera religión, la repudian (…) La conclusión
es clara: solidarizarse con los partidarios y los propagadores de tales
doctrinas es alejarse completamente de la religión divinamente revelada» (Mortalium Animos, 1928). Francisco
prosigue diciendo que «la cultura del diálogo es el único camino para la paz».
Ahora bien, esto supone una concepción errónea de la paz, fundada en una visión
naturalista de la vida y en el relativismo religioso: estamos ante una utopía
humanista y un desconocimiento caracterizado de la naturaleza humana real,
caída y redimida por la Sangre de Cristo, redención que se comunica a los hombres
a través de su Cuerpo Místico, la Iglesia, fuera de la cual la humanidad,
individual y socialmente considerada, permanece cautiva del pecado y sometida
al imperio de Satán. En tales condiciones, hablar de «diálogo» como del «único
camino para la paz» resulta un embuste grotesco y repulsivo. Sepan disculpar la
extensa citación que me veo forzado a realizar para probar lo que digo: «El día
en que Estados y gobiernos estimen ser un deber sagrado el atenerse a las
enseñanzas y a las prescripciones de Jesucristo en sus relaciones interiores y
exteriores, sólo así llegarán a gozar de una paz provechosa, mantendrán
relaciones de confianza recíproca y resolverán pacíficamente los conflictos que
pudiesen surgir (…) Síguese entonces que no podrá existir ninguna paz
verdadera, a saber, la tan deseada paz de Cristo, hasta tanto los hombres no
sigan en la vida pública y privada con fidelidad las enseñanzas, los preceptos
y los ejemplos de Cristo. Una vez así constituida ordenadamente la sociedad,
pueda por fin la Iglesia, desempeñando su divina misión, hacer valer todos y cada
uno de los derechos de Dios lo mismo sobre los individuos como sobre las
sociedades. En esto consiste la breve fórmula: el reino de Cristo (…) De todo
lo cual resulta claro que no hay paz de Cristo sin el reino de Cristo» (Ubi Arcano, Pío XI, 1922). Y también: «Si
los hombres reconociesen la autoridad real de Cristo en su vida privada y en su
vida pública, inmensos beneficios –una justa libertad, el orden y la
tranquilidad- se propagarían infaliblemente sobre toda la sociedad» (Quas Primas, Pío XI, 1925).
9. Con ocasión de
la ceremonia del lavatorio del Jueves Santo, celebrada en un centro de
detención de menores de Roma, entre las personas que representaban a los doce
apóstoles había mujeres y musulmanes, lo que infringe gravemente la tradición
litúrgica, la que ha recurrido siempre a hombres bautizados, ya que las mujeres
no son admitidas al sacerdocio cristiano ni los infieles a las ceremonias
litúrgicas. A menos que se pretenda utilizar el culto divino como una
oportunidad para promover el feminismo y buscar transformar la santa liturgia
en un espacio consagrado al relativismo y al indiferentismo religioso. A menos
que se procure convertir la Santa Misa en una vulgar representación de
humanitarismo miserabilista y demagógico, a través de una indigna operación de
comunicación destinada al sistema mediático planetario, siempre ávido del menor
gesto «humanista» y «progresista» de Francisco… La Santa Cena del Señor no fue
pues celebrada en la basílica de San Pedro, ni en la catedral de San Juan de
Letrán, en presencia del clero y de los fieles romanos y de los peregrinos procedentes
del mundo entero para asistir a las festividades de la Semana Santa, sino nada
menos que en una cárcel, lugar por completo inconveniente para una acción litúrgica,
en presencia de una mayoría de no católicos, en una ceremonia confidencial,
inaccesible para los fieles… Y como por casualidad, ese gesto insólito de
ruptura de la tradición litúrgica tuvo lugar el día en que la Iglesia celebraba
solemnemente la institución de la Santa Eucaristía y del Sacerdocio por Nuestro
Señor Jesucristo… Visitar a los prisioneros es ciertamente una acción muy
laudable, puesto que es una obra de misericordia. En cambio, servirse de ella
como pretexto para rebajar el culto divino celebrando la Misa in Cena Domini en una cárcel, sin clero
ni feligreses, sin predicación sobre la institución de la Eucaristía y del
sacerdocio cristiano por Nuestro Señor, invitando a participar a infieles en la
ceremonia, dista mucho de ser una acción laudable: se trata, lisa y llanamente,
de un sacrilegio. Fieles, casi no había. Fotos e imágenes para la televisión,
sí. Y dieron la vuelta al mundo. Parece ser que la operación fue todo un éxito.
10. El 28 de agosto
Francisco recibió en la basílica de San Pedro un grupo de 500 jóvenes
peregrinos de la diócesis de Piacenza. Hacia el final, les pidió: «recen por
mí, porque este trabajo es insalubre, no hace bien». La misión de pastor
universal de las almas, de vicario de Nuestro Señor Jesucristo en la tierra
para «apacentar a sus ovejas» (Jn. 21,17) y para «confirmar a sus hermanos en
la Fe» (Lc. 22, 32) no constituye para él más que un trabajo, y para colmo,
insalubre… Jamás se había escuchado a un papa expresarse en esos términos, en
los que vulgaridad y ridículo concurren a una desacralización notoria del
ministerio petrino.
11. Así como la
primera misiva oficial de Francisco no había tenido por destinatarios a
católicos, sino a los judíos de Roma, así también su primer viaje oficial tuvo
por beneficiario a gente de otra religión, escogiendo un desplazamiento
altamente simbólico y extremadamente mediático, con visos de manifiesto
ideológico. En efecto, el 8 de julio acudió a Lampedusa, en memoria de los
inmigrantes clandestinos musulmanes que se ahogaron tratando de alcanzar esa
isla italiana desde África en el transcurso de los últimos quince años. Y eso
en el mismo momento en que Europa, enteramente descristianizada, observa como
el islam se vuelve de manera irresistible la religión preponderante,
especialmente gracias a la inmigración masiva de musulmanes procedentes de
África.
12. En el reportaje
concedido a las revistas culturales jesuitas, efectuado por el Padre Antonio
Spadaro s.j., director de La Civiltà
Cattolica, en el mes de agosto y publicado en L’Osservatore Romano del 21 de septiembre, Francisco expresó un
punto de vista totalmente novador en lo que concierne la naturaleza de la
virtud teologal de la Fe, aseverando que la duda y la incertidumbre deberían
formar parte de ella, so pena de caer en la «arrogancia», de encontrar a un
Dios que sería «a nuestra medida», de tener sobre Él una visión «estática y no
evolutiva», de tender de un modo exagerado hacia la «seguridad doctrinal»… ¿Puede
pretenderse honestamente que no se trataría, como de costumbre, sino de una
enésima citación malintencionada, de carácter tendencioso y sacando sus
palabras del contexto? He aquí las declaraciones incriminadas: «Por supuesto,
en ese buscar y encontrar a Dios en todas las cosas, queda siempre una zona de
incertidumbre. Debe existir. Si alguien dice que encontró a Dios con una
certeza total y que no deja ningún margen de incertidumbre, significa que algo
no funciona (…) El riesgo de buscar y de hallar a Dios en todo es entonces la
voluntad de explicitar demasiado; de decir con certeza humana y arrogancia:
‘‘Dios está aquí’’. Así sólo encontraremos un Dios a nuestra medida (…) Quien
hoy día no aspira sino a soluciones disciplinares, quien tiende de manera
exagerada a la ‘‘seguridad’’ doctrinal, quien busca obstinadamente recuperar el
pasado perdido, tiene una visión estática y no evolutiva. De este modo, la Fe
se vuelve una ideología como cualquier otra». Francisco reiteró la misma idea
en su Mensaje para la jornada de las
comunicaciones sociales, presentado el 23 de enero, en el cual sostiene que
«dialogar significa estar convencido que el otro tiene algo bueno para
decirnos, hacerle un lugar a su punto de vista, a sus proposiciones. Dialogar
no significa renunciar a sus propias ideas y tradiciones, pero sí a la
pretensión de que sean únicas y absolutas». Se observará la contradictio in terminis flagrante de la
última frase, y forzoso es comprobar que con tales principios se firma, ni más
ni menos, la sentencia de muerte de la Fe, para naufragar en los abismos del
subjetivismo y del relativismo modernistas más explícitos.
13. En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium
(§ 247 a 249), publicada el 24 de noviembre, Francisco afirma que la Antigua
Alianza «no ha sido nunca revocada», que no debe considerarse al judaísmo
talmúdico actual, estructurado en oposición a Cristo y a la misión evangelizadora
de la Iglesia, como a «una religión extranjera» ni decir que los judíos estén
llamados a «convertirse al verdadero Dios», puesto que juntos creemos «en el
único Dios que actúa en la historia» y «acogemos con ellos la común Palabra
revelada». Pero desafortunadamente para Francisco, el cristiano verdadero bien
sabe que sus enseñanzas son falsas y que ellas no pueden provenir sino del
padre de la mentira, ya que aprendió que «quien niega al Hijo tampoco tiene al Padre;
quien confiesa al Hijo, confiesa también al Padre.» (1 Jn. 2,22) y además que
«todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo
espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios» (1 Jn. 4, 2-3). Francisco
prosigue luego sus afirmaciones insensatas, en ruptura total con el magisterio
y la tradición unánime de la Iglesia durante veinte siglos, diciendo que «Dios
sigue obrando en el pueblo de la primera Alianza y hace nacer tesoros de
sabiduría que brotan de su encuentro con la Palabra divina. Por eso, la Iglesia
también se enriquece cuando acoge los valores del judaísmo (…) Existe una rica
complementariedad que nos permite leer juntos los textos de la Biblia hebraica
y ayudarnos recíprocamente para profundizar las riquezas de la Palabra». Perdón,
pero la Palabra de Dios es idéntica al Verbo de Dios, a la segunda Persona de
la Santísima Trinidad, que «se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1, 14)
y de la cual se dice igualmente que «vino a los suyos, pero los suyos no lo
recibieron» (Jn. 1, 11): los «suyos» son los judíos, quienes, en su gran
mayoría, rechazaron a Jesucristo, el Verbo encarnado, la Palabra de Dios hecha
carne. Atreverse a sostener, contra la enseñanza explícita dela Sagrada
Escritura, que «acogemos con ellos la común Palabra revelada» y que «tesoros de
sabiduría nacen de su encuentro con la Palabra divina» supone o bien una
ignorancia supina, o bien una mala fe diabólica. En cualquier caso, estamos
ante un serio problema, si se me permite el eufemismo… Y confieso que no puedo
dejar de interrogarme: ¿llegará acaso el momento en que se prohíba a los fieles
rezar por la conversión de los judíos, por considerarlo como un acto de «intolerancia
religiosa», «discriminatorio» y «antisemita»? ¿Veremos el día en el que se nos
impondrá coactivamente la nueva teología conciliar a efectos de dejarnos así «enriquecer
con los valores del judaísmo (habla del actual, falso, talmúdico y
anti-cristiano)? ¿Seremos a término obligados a adoptar la exégesis judía para
«leer juntos los textos bíblicos» y «profundizar las riquezas» contenidas en
las Escrituras? ¿Hasta dónde nos conducirá la locura desatada por Nostra Aetate? No hace falta ser profeta
para predecir que si la lógica interna de ese documento revolucionario se desplegara
hasta sus últimas consecuencias (y, a vista humana, resulta difícil vislumbrar
otro desenlace…), se llegaría ineluctablemente a la apostasía generalizada y
los fieles, debidamente aclimatados desde hace décadas por lobos despiadados
disfrazados de ovejas a esa mutación radical de la Fe que es la impostura del
ecumenismo «judeo-cristiano», se encontrarían preparados para acoger al «mesías»
que espera la Sinagoga, y que no es otro que el Anticristo, como nos lo
advierte claramente Nuestro Señor profetizando ante los judíos incrédulos de su
época: «Yo he venido en nombre de mi Padre y vosotros ne me habéis recibido;
otro vendrá en su propio nombre y vosotros lo recibiréis» (Jn. 5, 43). En estas
proféticas palabras de Nuestro Señor se halla la clave interpretativa de los
tiempos históricos en los que nos es dado vivir, junto a 2 Tesalonicenses 2 y
Apocalipsis 13.
14. En una
entrevista mantenida con el periodista ateo Eugenio Scalfari el 24 de septiembre
en el Vaticano, publicada por el cotidiano izquierdista La Repubblica el 1 de octubre, Francisco realizó unas declaraciones
pasmosas. Cabe precisar que esta entrevista fue publicada en el sitio oficial
de la Santa Sede, lo que le confería un rango magisterial. Fue retirada al cabo
de un mes y medio, a causa de las incesantes polémicas y de las numerosas
protestas que había suscitado en ámbitos católicos conservadores. Pero la entrevista
permanece considerada «confiable en líneas generales», asegura el Padre
Federico Lombardi, el encargado de la sala de prensa de la Santa Sede. Además,
el artículo fue íntegramente publicado por el cotidiano del Vaticano, L’Osservatore Romano, incluso en su
versión semanal italiana del 8 de octubre. Sin esas polémicas y protestas, la
entrevista aún se hallaría en el sitio oficial del Vaticano, entre los documentos
oficiales del nuevo pontificado… Tras haber expuesto el contexto, leamos algunos
pasajes: «Los males más graves que afligen al mundo hoy son el desempleo de los
jóvenes y la soledad en la que son abandonados los ancianos». Frente a
semejante sentencia, resulta imposible no interrogarse: ¿Más graves incluso que
la legalización de la pornografía y del aborto, del divorcio y de la
contracepción, del «matrimonio» homosexual y de la adopción «homoparental»?
¿Más graves todavía que la apostasía de las naciones antaño católicas, que la
escuela sin Dios, que la «cultura» de masa hedonista y que la ignorancia
religiosa casi absoluta de la juventud? A renglón seguido, al periodista que se
imagina que Francisco podría intentar convertirlo, éste le responde
tranquilizándolo en términos inverosímiles: «El proselitismo es soberanamente absurdo,
no tiene ningún sentido. Hay que conocerse, escucharse mutuamente y aumentar el
conocimiento del mundo que nos rodea (…) Creo que ya he dicho al comienzo que
nuestro objetivo no es el proselitismo sino la escucha de las necesidades, de
los deseos, de las ilusiones perdidas, de la desesperación y de la esperanza.
Tenemos que devolverles la esperanza a los jóvenes, ayudar a los viejos, mirar
al futuro, propagar el amor». Afirmaciones de este tenor podrían ser rubricadas
sin vacilar por un masón, un «libre-pensador» o un filósofo «humanista»… No es
por nada que Scalfari ha podido decir acerca de las declaraciones de Francisco
que «nunca antes la cátedra de San Pedro había dado muestras de una apertura
tan grande hacia la cultura moderna y laica, de una visión tan profunda en lo
referido a la conciencia y a su autonomía». He aquí otra sentencia bergogliana:
«Todo ser humano posee su propia visión del bien y del mal. Nuestra tarea
reside en incitarlo a seguir el camino que el considere bueno (…) No dudo en repetirlo:
cada uno tiene su propia concepción del bien y del mal, y cada uno debe escoger
seguir el bien y combatir el mal según su propia idea». Esto no es sino puro
naturalismo, relativismo moral e indiferentismo religioso. ¡Y pensar que
nosotros creíamos, sin dudas algo ingenuamente, que la principal tarea de los
clérigos consistía en anunciar a los hombres la salvación en Jesucristo! Pero
retomemos la seriedad: salta a la vista de todo creyente medianamente instruido
que la doctrina católica se sitúa en las antípodas de esas palabras inauditas y
escandalosas en boca de quien ocupa la sede de San Pedro… Acá tenemos dos de
las proposiciones solemnemente reprobadas por Pío IX en su Syllabus de 1864:
«Las leyes de la moral no requieren la sanción divina y no es en absoluto
necesario que las leyes humanas se conformen con el derecho natural o reciban
de Dios el poder de obligar» (n° 56). «La ciencia de las cuestiones filosóficas
y morales, así como las leyes civiles, pueden ser sustraídas a la autoridad
divina y eclesiástica» (n° 57). Pasemos a continuación a la última salida de Francisco:
«Yo creo en Dios. No en un Dios católico, porque no existe un Dios católico,
existe Dios (…) Por mi parte, observo que Dios es luz que ilumina las
tinieblas, incluso si no las disipa, y que una chispa de esta luz divina se
encuentra dentro de cada uno de nosotros (…) (Pero) la trascendencia permanece,
porque esta luz, toda la luz que se encuentra en todos, trasciende el universo
y las especies que lo habitan durante esta fase». Francisco hace suya la
posición teológica de su amigo y mentor, el cardenal jesuita Carlo Maria
Martini, al que en dos oportunidades cita elogiosamente en su conversación con
Scalfari, consignada en su último libro, editado en 2008, Conversaciones nocturnas en Jerusalén. Sobre el riesgo de la Fe, en
el cual este eclesiástico progresista y francmasón, reconocido como tal por el
Gran Oriente de Italia, afirmaba que «no se puede convertir a Dios en católico.
Dios está más allá de los límites y de las definiciones que establecemos». Los
dichos consternantes de Francisco eximen de mayor comentario: ellos
corresponden más a una gnosis naturalista y panteísta a la Teilhard de Chardin
(¡Otro jesuita más! San Ignacio de Loyola debe estar que se revuelve en su
tumba…) que a lo que nos enseñan la revelación divina y el magisterio de la
Iglesia sobre la naturaleza de Dios, la creación y el orden sobrenatural.
15. Durante una
homilía pronunciada el viernes 20 de diciembre en la capilla de la Casa Santa
Marta, en el Vaticano, Francisco dio a entender que la Santísima Virgen María
experimentó sentimientos de rebeldía al pie de la Cruz, que fue tomada de improviso
por la Pasión de su divino Hijo, que creyó que las promesas formuladas por el ángel
Gabriel el día de la Anunciación no eran sino mentiras y que por ende había
sido engañada. Cito sus palabras: «Ella estaba silenciosa, pero en su corazón,
¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande;
me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre
y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir:
¡Mentiras! ¡Me han engañado!» Estas palabras son sencillamente escandalosas. La
tradición nunca ha atribuido a María sentimientos de revuelta ante el
sufrimiento. Su disposición permanente en toda circunstancia fue la que tuvo el
día de la Anunciación: «He aquí la servidora del Señor, que me sea hecho según
tu palabra» (Lc. 1, 38). La Iglesia venera a María como Reina de los Mártires,
lo que no habría sido posible si no hubiese consentido a realizar el infinito
sacrificio que Dios le pedía: hacer entrega de la vida de su divino Hijo con miras
a la salvación de la humanidad caída, y del cual ella era plenamente consiente
desde la profecía que le hiciera Simeón el día de la Presentación del Niño
Jesús en el Templo: «Y a tí una espada te atravesará el alma para que se
descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc. 2, 35). Como lo explica
San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, en su obra Las glorias de María:
«Cuanto más amaba a Jesús, tanto más su sufrimiento se acrecentaba, al
considerar que debía perderlo por una muerte tan cruel. Cuanto más se acercaba
el tiempo de la Pasión de su Hijo, tanto más desgarraba su corazón de madre la
espada de dolor predicha por Simeón.» (Segunda parte, Primer Dolor) Y también:
«(…) María, quien por amor de nosotros consintió en verlo inmolado a la
justicia divina por la barbarie de los hombres. Los espantosos tormentos que
María padeció, tormentos que le significaron más de mil muertes (…)
Contemplemos unos instantes la amargura de esta pena, que hizo de la divina
Madre la Reina de los mártires, dado que su martirio sobrepasa el de todos los
mártires (…) Como la Pasión de Jesús comenzó a su nacimiento, según San
Bernardo, así María, semejante en todo a su divino Hijo, sufrió el martirio
durante toda su vida» (Segunda parte, Discurso XI). Ningún signo de rebeldía ni
de ignorancia en María, sino una completa sumisión a la voluntad divina y una
total conciencia en su acto libre y voluntario de consentimiento en la
inmolación de su divino Hijo por la salvación de los hombres. Así como Eva fue
íntimamente asociada a la falta de Adán, así también María, la nueva Eva, fue
asociada estrechamente al sacrificio redentor de Jesús, el nuevo Adán, sobre el
altar de la Cruz. Esa es la doctrina tradicional de la Santa Iglesia de Dios,
en conformidad con la revelación divina, en las antípodas de los dichos impíos
y blasfematorios proferidos por quien ocupa la cátedra de San Pedro.
Francisco y José Mujica
16. Francisco
recibió a José Mujica, presidente del Uruguay, el sábado 1 de junio con motivo
de una larga audiencia privada. Luego de ella declaró a la prensa sentirse «muy
feliz de haber podido discutir con un hombre sabio». Este hombre «sabio» fue
miembro de los Tupamaros, una de las principales organizaciones terroristas
latino-americanas durante los años 60’/70’, cuya actividad criminal comenzó
mucho antes del golpe de estado militar de 1973. Pasó 15 años en la cárcel,
condenado por asesinato, secuestro y actos de terrorismo. Fue liberado en 1985,
«amnistiado» por el gobierno de Julio Sanguinetti. Mujica se negó a asistir a
la ceremonia de inauguración del nuevo pontificado, en razón de su ateísmo
militante. Cabe precisar que su gobierno aprobó la ley autorizando el aborto en
octubre de 2010, la del «matrimonio» homosexual y de la adopción «homo-parental»
en abril de 2013 y la de la legalización del cultivo, la venta y el consumo de
marihuana en diciembre de 2013. Que un hombre de Iglesia pueda recibir en
audiencia pública a semejante individuo, dejarse fotografiar a su lado sonriente
y dándole un abrazo, para luego hacer de él un elogio encendido a la prensa es
algo que supera lo imaginable. Sobre todo considerando que ese «hombre de Iglesia»
es ni más ni menos que quien a los ojos del mundo pasa por ser el sucesor de
San Pedro…
17. Como
consecuencia de todos esos gestos políticamente muy correctos y mediáticamente
irresistibles, Francisco fue elegido «Hombre del año» por la edición italiana
de la revista Vanity Fair. Otro tanto
hizo la revista estadounidense Time
tres días después, dedicándole la tapa con el título «El Papa del pueblo». Vanity Fair interroga a varias
celebridades sobre el nuevo papa, todas fascinadas por su humildad y su carisma.
Así, por ejemplo, el famoso cantor sodomita «Sir» Elton John declara que «Francisco
es un milagro de humildad en una época dominada por la vanidad. Espero que
sabrá hacer llegar su mensaje hasta las personas más marginadas en la sociedad,
pienso por ejemplo en los homosexuales. Esta papa parece querer llevar a la
Iglesia a los antiguos valores de Cristo, pero conduciéndola a la vez al siglo
XXI». Otra «celebridad» de fama mundial, el modista pederasta alemán Karl
Lagerfeld, dijo por su parte que a él «le gusta el nuevo papa, tiene un no sé
qué de divino, con un gran sentido del humor», pero añade seguidamente que él
no necesita «a la Iglesia» y que no cree «ni en el pecado ni en el infierno».
Tiempo después, en diciembre, la revista Time
lo eligió también «Hombre del año 2013», haciéndolo suceder en el preciado
historial al militante pro-aborto y pro-«matrimonio gay» Barack Obama. En el
mismo mes de diciembre, la célebre revista de la comunidad homosexual
estadounidense, The Advocate, le otorgó
igualmente el premio de «Persona del año 2013», explicando a sus lectores que
las declaraciones de Francisco son «las más alentadoras que un pontífice haya
pronunciado jamás con respecto a los gays y a las lesbianas» y que, gracias a
él, «los católicos LGBT tienen ahora fundadas esperanzas de que el tiempo
propicio al cambio haya llegado». A Francisco fue dedicada también la tapa de
la famosísima revista pop estadounidense RollingStone del mes de febrero, bajo el título ‘Pope Francis: The times they are a-changin’ (Papa Francisco: Los
tiempos están cambiando), que retoma el nombre de la legendaria canción
contestataria de Bob Dylan de los años 60’ para aplicarlo a su acción durante
su primer año de pontificado. Time, Vanity Fair, The Advocate, Rolling Stone:
estamos hablando de cuatro de las publicaciones emblemáticas de la cultura
subversiva, libertaria y decadente que prevalece en el mundo occidental desde
el final de la segunda guerra mundial. Las cuatro hacen de Francisco su «héroe»
del «progreso», su ícono del «cambio», ven en él la encarnación de la apertura
mental hacia la «modernidad» y las cuatro se deshacen en alabanzas ditirámbicas
hacia su persona. De nada sirve negar la realidad, por difícil que sea mirarla
de frente: esto es algo que no tiene precedentes en la historia de la Iglesia y
que no puede sino turbar profundamente el alma de los fieles. En estos tiempos
diabólicos en los que la confusión reina soberanamente en la inmensa mayoría de
las almas, no debe perderse de vista que, en lo que atañe a nuestras relaciones
con el mundo, el cual se halla «enteramente bajo el imperio del Maligno» (1 Jn.
5, 19), Nuestro Divino Maestro nos advirtió explícitamente: «Si el mundo os
odia, sabed que me odió a mí antes que a vosotros. Si fuéseis del mundo, el
mundo amaría lo que le pertenece; pero como no sois del mundo, porque Yo os saqué
del mundo, el mundo os odia» (Jn. 15, 18-19).
Estoy descorazonado
por verme en conciencia obligado a escribir esto. Entristecido en grado sumo.
Anonadado, a decir verdad. ¡Cómo desearía que las cosas fuesen diferentes!
Poder confiar y dejarme guiar. Me horroriza la oposición a la autoridad, la
disputa, el conflicto: es una actitud ajena a mi naturaleza. Cada día imploro
al Señor tenga a bien abreviar esta situación tan penosa, humanamente
insoportable. A la espera de que Él se digne a intervenir, me resulta imposible
guardar silencio. A pesar de que querría poder hacerlo. Más de lo que podría
imaginarse. Pero sencillamente no puedo: me sentiría avergonzado de mí mismo.
La hora es grave. La confusión reina. El mal es profundo. Callar es volverse
cómplice. Lo que está en juego es vital: se trata, ni más ni menos, de lograr
conservar la Fe. Y de seguir profesándola públicamente. En el interior de la
Iglesia como fuera de ella. Ser testigos de la Verdad frente a nuestros contemporáneos,
presa del error y de la mentira vueltos sistema. Institucionalizados. Hay que
dar testimonio, «a tiempo y a destiempo», nos exhorta San Pablo (2 Tim. 4,2).
Como saben, testigo, en griego, se dice mártir. Esa es nuestra situación. En
sentido literal, quizás aun no en nuestros países, pero en el figurado muy a
menudo, y en todas partes. Los saludo fraternalmente en el Señor. Quiera El
alumbrar nuestro camino terrestre con su claridad divina y guiar nuestros pasos
hacia la gloria de su Reino venidero. Maranatha: «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap.
22,20)
Terminado el dos de febrero de 2014, en la solemnidad de la Presentación
del Niño Jesús en el Templo y de la Purificación de la Santísima Virgen María.
Alejandro Sosa Laprida