En el blog del conocido sacerdote español José Antonio Fortea, en la entrada titulada “Declaraciones del Papa Francisco”, 20-Sep-2013, dice:
He recibido un cierto número de emails en los
últimos meses, preguntándome a nivel personal qué pienso de tal o cual
declaración del Papa Francisco.
En ciertos de esos emails, percibo una cierta
preocupación. Algunos tienen la sensación indefinida de temor a que diga que es
blanco lo que es negro.
Quedaos tranquilos. Tenemos un pastor visible
sobre la tierra, y Dios quiere que obedezcamos a nuestro legítimo
supremo pastor: el Papa.
En el ajedrez de la fe, las reglas están
claras. Y el Papa puede mover las fichas a su antojo. Mientras las mueva
según las reglas, tiene toda la libertad del mundo para hacer las jugadas que
desee.
¿Y si el Papa realiza un movimiento que no está permitido? Entonces
somos nosotros los equivocados al pensar que ese movimiento no estaba permitido.
Acabamos de leer un clarísimo postulado de
abolición de la inteligencia y de exhortación al voluntarismo por sobre el
juicio crítico que de ella se deriba. De ahí que publicamos estas
interesantes respuestas (originalmente publicadas en The
Wanderer, 25-Mar-2014) a ese tipo de objeciones carentes de sentido
común. Aquí las respuestas:
Breve diccionario de respuestas
Se trata de un Breve Diccionario, que puede ser
completado y perfeccionado, con las respuestas a las argumentaciones
papolátricas de los católicos neocones.
1) “A mí no me gustaba Bergoglio cuando estaba en
Buenos Aires. Pero, desde que es papa, debemos ser fieles a él y obedecer y
aceptar todo lo que enseña, incluso en nuestra interioridad, aunque no siempre
estemos de acuerdo o comprendamos el motivo por el que dice algunas cosas”.
Esta es la objeción típica de un neocon,
particularmente popularizada por el Opus Dei y sus epígonos. Lo que postulan,
en definitiva, es la abdicación de la inteligencia y del juicio crítico. Así,
con la inteligencia vedada, queda la sola voluntad que, como sabemos, es ciega.
El que “ve” por nosotros no es nuestra inteligencia sino el papa. Abdico,
entonces, de mi función y del deber impuesto por mi propia naturaleza humana de
ver y juzgar por mí mismo y se la entrego al pontífice romano, o al obispo, o al
superior.
No podemos negar que se trata de una posición muy
cómoda. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, y es así. “Inteligencia que
no juzga, cristiano sin problemas”, podríamos traducir, porque soportar día a
día las sandeces que se dicen y se hacen en la colina Vaticana cuesta y provoca
dolor, sufrimientos, malasangre, depresiones y problemas cardíacos. Y muchos
saben que no exagero. Si yo no veo cómo preparan las empanadas en la rotisería
de la esquina, las como con gusto. Si, en cambio, veo la calidad de la carne,
el estado de las cebollas y las condiciones de higiene del lugar, nunca más
volveré a comprar empanadas allí y tendré que caminar quince cuadras para
encontrar otra rotisería. Es más cómodo no ver.
Nuestra fidelidad como cristianos no es al papa,
que es un personaje circunstancial, sino que es a Cristo y al Evangelio. Por
cierto, Cristo designó a Pedro como la piedra sobre la que edificó a su
Iglesia, y Francisco es el sucesor legítimo de Pedro. Pero ha sido la misma
Iglesia la que, a lo largo de los siglos y basada en la Tradición y las
enseñanzas apostólicas, nos ha señalado en qué aspectos debemos ser fieles al
Vicario de Cristo. Y todos sabemos que la fidelidad estricta se refiere
exclusivamente a los actos magisteriales que comporten definiciones dogmáticas,
es decir, el magisterio extraordinario. También debemos observar y respetar las
enseñanzas del magisterio ordinario y no cuestionarlas porque se nos ocurra o
porque no nos gusten. En todo caso, deberemos tener razones muy fundadas para
hacerlo.
Pero, por ejemplo, las homilías diarias de
Francisco en la Casa San Marta, ¿son acaso parte del magisterio petrino? Por
cierto que no lo son, y ningún católico está obligado a seguirlas. Más aún, si
alguien, en uso de su inteligencia juzga que están equivocadas, no debe
seguirlas porque no puede ir contra lo que el mismo Dios le ha dado como parte
de su naturaleza, vale decir, el uso de capacidad intelectual.
¿Francisco ha hecho uso del magisterio apostólico
en este primer año de su pontificado? No lo sé con certeza, pero sospecho que
no. Ciertamente, no hay actos de magisterio extraordinario. Y con respecto al
ordinario, podría discutirse si la exhortación Evangelii gaudium lo
es. Y pareciera que no. Es esa la opinión que ha expresado públicamente el
cardenal Burke que es, justamente, la persona más apropiada en el mundo para
expedirse sobre el tema: es el Prefecto de la Signatura Apostólica, es decir,
la cámara que interpreta el derecho canónico.
Decía el beato cardenal Newman que, con exigirles a
los hombres que adhirieran a los artículos de la fe contenidos en el Símbolo
niceno-constantinopolitano, ya era mucho. Y tenía razón. La inteligencia es una
cosa seria, y no es cuestión de pedirle a cada rato que cierre los ojos para
que la voluntad adhiera a algo que no ve. Yo le puede pedir a mi inteligencia
que no emita juicio frente a lo incomprensible que implica la existencia de un
solo Dios y tres personas distintas, y que deje que la voluntad adhiere a este
dogma de fe. Pero no puede pedirle que cierre los ojos y considere, por
ejemplo, que los cristianos no podamos juzgar la conducta de los homosexuales
cuando veo claramente que se trata de actos que van contra la naturaleza humana
y que han sido condenados por la Escritura y por la Tradición.
2) “Lo que pasa es que ustedes siguen viendo en el
papa Francisco al cardenal Bergoglio. Pero éste no existe más. Ahora es
Francisco”.
Afirmación tan cierta como el cuento de Caperucita
Roja. Apto para ser contado a niños de jardín de infantes y a allegados del
Opus Dei que, de esa manera, seguirán ocupados en sus negocios y en hacer
dinero y se evitarán problemas, y también que sus dudas con respecto al papa
pueda influir en los montos del cheque mensual que depositan en las alcancías
de la Obra.
Yo pregunto, ¿de dónde sacaron tal afirmación? ¿Qué
santo doctor de la Iglesia la propuso? ¿Qué Concilio Ecuménico la sancionó?
Muéstrenme que forma parte de la Tradición de la Iglesia….
Son preguntas que quedarán sin respuestas, a no ser
que consideren alguna charlita de don Josemaría como divinamente revelada. Y
esto por una sencilla razón: el único modo de salvar una afirmación de ese
tenor sería, cuanto menos, postular la existencia de un octavo sacramento.
Ocurre que nada a nivel natural y metafísico puede transformarse en otra cosa.
Juan no puede transformarse en Pedro (aunque ahora, con la ley de género y
según nos
advierte el vicario general de la diócesis de La Rioja, puede
transformarse en Solange Lisette) y Bergoglio no puede transformarse en
Francisco. Quiero decir, no puede haber cambio de forma sustancial. Francisco
sigue siendo el mismo Bergoglio vivito y coleante que conocimos como arzobispo
de Buenos Aires, aunque se haga llamar con otro nombre.
Los sacramentos de la Iglesia, por virtud del
Espíritu Santo, sí tienen poder de transformación, y es así, por ejemplo, que
en la Santa Misa el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo, y que en el
sacramento de la confesión nuestra alma sucia por el pecado como la grana se
convierte en blanca como la nieve. Pero no existe el “sacramento del papado”.
No hay transformación luego de la elección del Romano Pontífice.
Seguramente argüirán lo siguiente: “Tiene la gracia
de estado”. Por supuesto que es así, y se trata de la misma gracia de estado
que asiste a Juan cuando se casó para ser un buen esposo, y María, cuando dio a
luz, para ser una buena madre. Pero la doctrina católica es muy clara al decir
que la gracia, en absoluto, no supone ni una extinción de nuestra
libertad anterior por efecto del pecado original y sus consecuencias ni, menos
todavía, una pura y simple sustitución de nuestra libertad. Es decir que, si el
papa Francisco quiere seguir rosqueando para que Massa no pueda ser el próximo
presidente de Argentina, para lo cual recibe
al muchachito de La Cámpora encargado de la redacción del nuevo código
penal y le dice que está preocupado por las tendencias punitivistas que observa
en algunos políticos del país, por más toneladas de gracia de estado que le
echen encima, no se conseguirá nada, porque primero está su libertad, y Dios la
respeta.
Otro cuento para niños de jardín y para neocones.
Al papa lo eligen los cardenales luego de roscas, intrigas, pactos y cotilleos.
Y siempre fue así. Y antes era peor, porque para librarse de un enemigo no
hacían como el cardenal Sandri, que repartió a los conclavistas el curriculum oculto
de Bergoglio –y no le valió de nada-, sino que directamente lo envenenaban o lo
encarcelaban, o le pinchaban la rueda del auto –o le quebraban la pata al
caballo- para que llegara tarde al cónclave.
El Espíritu Santo, en todo caso, actúa
consecuentemente a la acción de los hombres. “Eligieron a este pelmazo. Veamos
qué podemos hacer con él”, y hace lo que puede.
“Yo no diría que al papa lo elige el Espíritu
Santo. De hecho, hay papas que el Espíritu Santo nunca habría elegido”. Estas
no son palabras mías sino del cardenal Ratzinger como pueden leer aquí.
4) “Puede ser que ustedes en varias cosas tengan
razón, pero somos católicos y, por tanto, debemos cerrar filas con el papa y no
criticarlo, para no dar pasto al enemigo”.
Justamente, somos católicos o, mejor aún, somos
cristianos, y debemos cerrar filas con Cristo, y no con el papa que, repito, es
un personaje circunstancial. Si se trata de cerrar filas con el papa, o con el
obispo, en definitiva no somos religiosos; somos afiliados a un partido
político. Lo mismo hacen los peronistas: cierran filas con su líder humano,
aunque no se lo traguen, porque si no, los radicales les ganan las elecciones.
La fe y la religión cristiana tienen un solo líder,
que es Cristo. No tienen un caudillo, que podría ser el papa, el obispo o el
fundador de la congregación. Claro que es mucho más fácil tener caudillo,
porque lo veo, lo escucho, lo toco y me provoca el constante entusiasmo triunfalista
como podemos ver, por ejemplo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud o en
las obscenas audiencias de los miércoles en la plaza San Pedro: cientos de
miles de personas vitoreando a un caudillo, llámese éste Francisco, Benedicto o
Pío, lo mismo da. Yo no veo mucha diferencia con las multitudinarias reuniones
de Nüremberg en los años ’30 o con las plazas de Mayo abarrotadas de los ’40 o
’50.
En general, seguir a Cristo no provoca entusiasmo.
Quizás al principio y después, de vez en cuando, cuando Él lo quiere. Si no, es
caminar y caminar en el Bosque Oscuro, con claros de a ratos, y no mucho más
que eso. Y si no me creen, pregúntele a Santa Teresita, que lo dejó escrito no
como Tolkien en una saga, sino en su Historia de un alma.
5) “Yo prefiero seguir los tres amores blancos de
los que habla San Juan Bosco: la Eucaristía, la Virgen y el Papa”.
Con todo el respeto y afecto que me merece Don
Bosco, no es infalible, y esto la pifió. Poner en el mismo nivel al Señor
realmente presente en la Eucaristía, a la Santísima Virgen y al Papa es, casi
casi, una superchería propia de una tribu africana o de los budistas que
consideran que el Dalai Lama es una encarnación divina.
Ciertamente, la expresión puede ser bien entendida
y, estoy seguro, que el santo la explicaba muy bien en las “buenas noches” que
diariamente impartía a los niños de sus hogares.
Dicho de otro modo, es una frase para provocar
devociones sanas a grupos de niños y adolescentes sacados de las calles de
Turín en la segunda mitad del siglo XIX. Y no más que eso. Y es muy fácil
entender el porqué: eran justamente los piamonteses quienes, liderados por
Garibaldi y otros masones, marchaban por eso años sobre los Estados Pontificios
para acabar con el papa y lograr la unificación italiana. Por eso motivo, y
como propaganda política, se presentaba al papa y al papado como los enemigos
de la “patria” italiana, tan enemigo como lo era el emperador austro-húngaro o
los Borbones del reino de Nápoles. Es decir, politiquería y patrioterismo o, en
otros términos, manipulación de las conciencias. Frente a eso, Don Bosco
propone una “devoción” por el papa, exagerándola a mi entender, para
contrarrestar las palabras e intenciones de los garibaldinos.
Pero eso no justifica a adoptar tal cual la
expresión en épocas contemporáneas.