Generalmente se suele acusar
fácilmente de “antisemitismo” a todo aquello que contenga palabras de
desaprobación de ciertas posturas políticas o religiosas promovidas por y vinculadas
con el pueblo judío. El uso del término sin distinciones, es –generalmente- utilizado
hasta el hartazgo por quiénes, embebidos en el espíritu de la “corrección política”,
fácilmente llevados por la propaganda ideológica y mediática de los mass media, sin hacer la más pálida
distinción de si esas acusaciones tienen un verdadero y objetivo fundamento. Repetimos
que, generalmente, no se hacen las distinciones necesarias (antes de acusar) ni
se sopesan las razones históricas que han acuñado el término en cuestión, como
para utilizarlo razonable y justamente. Aquí un artículo publicado por infoCaótica,
28-Feb-2014.
La Enciclopedia Cattolica* es una obra de referencia
publicada en la ciudad del Vaticano durante el pontificado de Pío XII. Sus
contenidos constituyen por lo general una muestra paradigmática de los
planteamientos de la denominada Escuela
Romana de Teología. La consulta de esta obra siempre será de
utilidad para quien desee hacerse una idea del estado de alguna cuestión
teológica anterior Vaticano II. Reproducimos ahora una traducción de la voz antisemitismo realizada
por un amigo de nuestra bitácora.
ANTISEMITISMO: Aversión
al pueblo judío, que se verificó en tiempos antiguos y modernos, basada
sobre motivos sociales más que religiosos. El término es muy impropio (debería
decirse antijudaísmo) porque los hebreos son tradicionalmente odiados en
su mayoría por otro pueblo semítico moderno: los árabes. Fue acuñado por
W. Marr en 1880 y se difundió en Alemania y Austria sobre la base de la
antítesis étnico-social. Hoy significa la hostilidad a los hebreos
por cualquier motivo.
En el mundo cristiano. Los
cristianos por el precepto de la caridad, no tuvieron ningún
prejuicio hacia los hebreos como nación o raza. Después del Calvario, el
odio judío contra los cristianos era muy activo. Tertuliano llama a la
sinagoga “fontes persecutionem”. (…) Las leyes restrictivas de
Teodosio II y de Justiniano (De iudaeis et coelicolis) quedaron en vigor
en las naciones cristianas hasta los tiempos modernos.
En el medioevo, como siempre, la
Iglesia, custodiando los principios morales y religiosos,
protegía abiertamente a los hebreos contra las persecuciones, pero
prohibía que ejercitaran influjo en la sociedad cristiana. “Ha impedido,
cuanto pudo, tanto que se usara violencia contra ellos como que se
confiara en ellos” (M. Landrieux, p.86). El III Concilio de Toledo les prohibió
todo cargo público y la posesión de esclavos cristianos, decretando la
confiscación de bienes para los convertidos que volvieran al judaísmo. El
IV Concilio de Toledo presidido por San Isidoro, confirmó esto,
pero criticó al rey Sisebuto que forzaba a los judíos a hacerse
cristianos. (…)
El Derecho Canónico prohibía (Decretales de
Gregorio IX) que los hebreos ejercitaran cargos públicos oficiales, que
tuvieran siervos cristianos, que construyeran nuevas sinagogas, e imponía
a ellos llevar un vestido especial. Pero prescribía “Principes
seaculares excommunicari debent, qui Iudaeos baptizatos suis bonis
spoliare praesumunt” y “Iudaei inviti non sunt baptizandi, nec ad
hoc cogendi, vel in suis festivitatibus molestandi, nec ipsorum coemeteria
violanda”. (...)
Desde el siglo XII se va
agravando progresivamente la legislación antijudía. Pero el papado fue
en general un poder moderador. Nicolas V (1447), condena las acusaciones
antijudaicas en España. Paulo III (1540) las de Hungría, Bohemia y
Polonia. Inocencio III (Licet perfidia iudaeorum) recomienda
reprimir su insolencia pero prohíbe acosarlos por ser judíos. (…)
Antisemitismos y moral
católica. El antisemitismo en cuanto implica odio y/o fomenta la
violencia es contrario a la moral cristiana y comporta graves peligros para
le fe (errores de desigualdad de razas, desprecio del Antiguo
Testamento, etc.). La iglesia condena “odium nempe illud, quod vulgo
´antisemitismi´ nomine nunc significari solet” (Santo Oficio
25/3/1928). Religión del amor el cristianismo prohíbe que se dañe o ataque
a cualquier hombre, aun como respuesta a una ofensa.
Mucho menos se autoriza que se
persiga en bloque a un pueblo o una raza, porque de esa manera se viola,
no solo la caridad sino también la justicia debida a muchísimos inocentes. La
masa, como tal, no puede jamás juzgarse responsable. El respeto absoluto
de toda persona humana, sagrada e inviolable, esta a la base de la
convivencia social e internacional. La justicia y la caridad no
excluyen la prudente y moderada defensa. No es antisemitismo hablar de los
defectos y peligros del judaísmo. Pero quien retiene que los hebreos están
a la cabeza de la masonería y del bolchevismo no puede, sin gran
injusticia, acusar a todos. Quien condena un sistema o una organización no
puede odiar a las personas que forman parte. Se puede también notar que
“en línea de hecho los hebreos en el mundo de hoy, tienen un poder excesivo”.
Pero el católico no puede por motivo de sangre o raza, negar la relación
con los hebreos regenerados por el Bautismo, sino que los debe abrazar
fraternalmente. En cuanto a los otros, no puede haber defensa moral o
religiosa sino sobre la base de comprensión y amor. Sólo sobre estas
bases, excluyendo todo odio por las personas, es lícito un antisemitismo en
el campo de las ideas para proteger el patrimonio religioso moral y social
de la cristiandad. Tal es la respuesta de Santo Tomás “Ninguna hostilidad,
sino medidas defensivas, libertad para los hebreos pero protección para
los cristianos”.
La Iglesia Católica, aun
imponiendo el respeto de los hebreos, para prevenir peligros y
malos entendidos recomienda a los cristianos no salir de su milenaria
tradición de cautela: “sea en el dominio de la fe, sea en el dominio de la
vida interior, la diferencia entre las dos religiones son tales que no hay
lugar para compenetración recíproca”. El Santo Oficio condenó la
asociación “Amigos de Israel” porque esta “rationem agendi inivisse
ac loquendi a sensu Ecclesiae, a mente SS. Patrum et ab ipsa sacra
Liturgia abhorrentem”. Los hebreos más objetivos justifican esta
posición de los católicos, que no tiene nada en común con el despreciativo
“antisemitismo de sociedad” difundido desde Polonia hasta los Estados Unidos
que tiende a excluir al hebreo, convertido o no, de las escuelas
superiores, ciertos clubes o administraciones.
Es de anhelar que el odio
antisemita desaparezca, pero es de temerse que permanecerá latente
o impetuoso, hasta que se solucione la “cuestión hebraica”. La solución
deberá venir del triunfo de la hermandad cristiana en el mundo por la cual
se evite de perseguir o humillar a los hebreos, esperando su conversión.
En cuanto al pasado sería necesario olvidar los mutuos errores, “las
recíprocas recriminaciones deberían ya cesar, porque son estas las que
hacen difícil la comprensión. Necesitamos que las manos se encuentren y se
encuentren también los corazones, porque el tiempo de la tribulación
todavía no terminó”. (Kalman Molnar a los hebreos convertidos).
Los principios de violencia, de
todas formas que se los intente justificar, son anticristianos. El
católico debe buscar que los hebreos se conviertan y vivan. Existen en el
mundo de hoy muchos problemas, no menos vitales concernientes a pueblos
mucho más numerosos; pero la “cuestión judía” es quizás la más grave, por
la importancia de esos 17 millones de hombres que están implicados. Es la que
más se presta a confusiones y abusos. “Como en los tiempos pasados, el
eterno problema que se llama cuestión hebraica agita también hoy a los
hombres. Esto permanece sin solución como la cuadratura del círculo, con
la diferencia que continua a ser hasta hoy el más ardiente problema entre
los problemas del día.” (L. Pinsker). Querer liquidarlo mediante el uso de
la fuerza es una locura, además de ser una empresa delictiva.
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