RECEN
POR MÍ
A
propósito del Nuevo Pontificado
Por
Antonio Caponnetto
Dios primero y mi hogar después, son
testigos de la cantidad innúmera de personas que me solicitan alguna opinión
orientadora sobre lo que acaba de suceder en la Iglesia. Esos requerimientos,
en algunos, toman el modo de una dolorosísima y apremiante necesidad de
discernir cuanto ocurre y de obrar en consecuencia. En otros bordea la
desesperanza y la angustia, desaconsejables compañías si las hay. Y aunque en
todos los casos he recomendado oración, espera silenciosa, vigilia cauta y
fortaleza –y sobre todo, aguardar con paciencia el curso de los primeros
tiempos del nuevo pontificado- tanto desasosiego junto percibido en unos y en
otros me obligan a hablar, siquiera provisoriamente y sin mengua de futuros
retoques a cuanto ahora escribimos.
Sé bien que la razón principal de
esta demanda amistosa de la que soy objeto, no se debe a ninguna especial
facultad mía, ni a contarme yo entre los especialistas en la disciplinas
propias de los clérigos; sino al hecho por todos conocido de haberme visto
obligado a mantener con el Cardenal Bergoglio un doloroso y sistemático
disenso, dejando documentadas mis acusaciones a sus múltiples desvaríos y
yerros en un libro editado en Buenos Aires, en el año 2010, bajo el título La
Iglesia
Traicionada. Si ésta es la causa singular por la que
puede revestir algún interés que haga públicas mis primeras reflexiones, queden
asentadas a continuación.
ººº
1º) Será tarea de los teólogos de la
historia más eminentes, discernir con solvencia si el Cónclave que eligió al
Papa Francisco estuvo iluminado y movido por la inspiración
del Espíritu Santo, como la fe nos lo señala; o si por alguna razón que ahora
ignoramos, los Cardenales electores fueron engañados, resultaron objeto de
alguna extraña manipulación, o cerraron su entendimiento a la lumbre del
Paráclito. “La nube cubrió el Tabernáculo de la Reunión , y la gloria de
Yahvé llenó la Morada ”,
dice el Libro del Éxodo (40,34). Pero
esa nube sólo puede ser vista cuando los ojos son el espejo que reflejan “el
fuego de la noche” que pone en marcha a los creyentes fieles. La Nube, según la
metáfora veterotestamentaria, puede hacerse visible, pero no todos los ojos
pueden tener la misma visibilidad.
San Ignacio de Antioquía ve a la Iglesia como una casa, en
la cual, el maderamen que la sostiene es la Cruz de Cristo, y el Espíritu Santo como la
maroma que la alza (Carta a Éfeso,
IX,1). Mas para contemplar dócilmente a la maroma –dulcis hospes animae- el alma debe estar a la escucha (1 Sam 3,10),
existiendo la dramática posibilidad de que no se perciban las cosas del
Espíritu, como lo notó San Pablo en el capítulo segundo de la Primera Carta a los Corintios. Son,
pues, cosas diversas las que conviene distinguir desde el comienzo. Una la
presencia del Espíritu Santo, que no osaríamos negar. Otra la recepción del
mismo por parte de los electores, que pudo haber estado parcialmente eclipsada,
por los motivos que la misma Escritura advierte. Por eso Malachi Martin, desde
los renglones iniciales de su obra El
Cónclave Final, advierte con el Libro de la Sabiduría (9,14-17), que
si no se está atento al Espíritu, “las deliberaciones de los hombres son
indecisas y sus resoluciones precarias”.
Entiéndase que la duda aquí
planteada –que bien quisiéramos que no fuera duda alguna- tiene su razón de
ser, no en el cuestionamiento de la asistencia de la Tercera Persona Trinitaria en
el Cónclave,ni en la valía moral de quienes se aprontaban a ser movidos por Él,
sino en la incertidumbre sobre la ciencia, la serenidad y la prudencia de este específico Cardenalato para
signar a la persona indicada. Humanamente consideradas las cosas –y no es
ilegítima esta consideración- la conducta de los electores estuvo condicionada
por la circunstancia inédita y atípica de tener vivo al Papa al que había que
reemplazar. Y reemplazar tras una decisión abdicatoria que aún hoy siembra
inquietudes, suspicacias e interrogantes. Ponerle fin a la vacancia de la sede,
con un Papa honorario o emérito que orando vigila y aguarda, no es ni ha sido
hasta hoy el clima habitual de los Cónclaves.
Al tiempo que escribimos estas
líneas, el 15 de marzo, el Papa Francisco le ha dicho a los miembros del
Colegio Cardenalicio en la Sala Clementina :
“Es curioso: yo
pienso que el Paráclito da todas las diferencias en las Iglesias y parece como
si fuera un apóstol de Babel”. Estremece tamaña denotación y
referencia al Paráclito, a escasas horas de una acción directa del mismo sobre
el cuerpo colegiado que lo invistió sucesor de Pedro. Si cabe la posibilidad de
que algunos o muchos perciban a la Tercera
Persona como apóstol de Babel, no se pecaría de audacia
concluyendo en que, entonces, algo soterrado y anómalo pudo suceder en este
Cónclave. Permita el Señor que muy pronto tengamos que disipar este dilema con
la certidumbre de que no hubo yerro alguno entre los Cardenales. Lo permita el
Señor,trayendo frutos benditos de este nuevo pontificado, pero no cerremos los
ojos los hombres porque la realidad sea dura de contemplar. Negarse a una
lectura parusíaca de lo que acaba de suceder, por temor a quedar como un orate
de exégesis privadas, puede conllevar el riesgo de negar la existencia misma de
los Ultimos Tiempos, y de los sucesos especiales que los caracterizarían.
2º) Haga lo que hiciere a partir de
este momento el Papa Francisco –y esperamos que todo lo santo y sabio sepa
hacer- es imposible omitir o ignorar que el hombre que acaba de llegar a la
silla petrina arrastra concretos, abultados y probadísimos antecedentes que lo
sindican como un enemigo de la Tradición
Católica , un propulsor obsesivo de la herejía judeocristiana,
un perseguidor de la ortodoxia y un adherente activo a todas las formas de
sincretismo, irenismo y pseudoecumenismo crecidas al calor de la llamada
mentalidad posconciliar.
Si a quienes no han tenido ocasión
de verificar estos graves cargos –sumables a otros, largos de enunciar- lo
antedicho pareciera desmesura o apriorismo, sirvan de inocultables pruebas a posteriori las adhesiones a su
pontificado llegadas en estos mismos días desde los cabezales del Modernismo,
desde las altas y siniestras logias hebreas, como la B ’Nai Brith, o desde el templo
mayor de la masonería argentina. Documento único en su género este último, en
el que la sede local de la
Sinagoga de Satanás, con la firma del Gran Maestre Ángel
Jorge Clavero, y fechando lo dicho el 13 de marzo, por primera vez se
congratula con el nombramiento de un Obispo de Roma. Que rabinos, cabalistas y
masones estén de parabienes, y hasta compitan en prontitud por hacer llegar sus
adhesiones al nuevo Pontífice, es un aval indeseable que debería preocupar a
todo bautizado fiel.Tampoco es una señal tranquilizadora que ministros del
culto israelita llamen “mi Rabino” al Papa Francisco, mientras reconocidos
representantes del progresismo religioso más radicalizado –como Küng o Boff- ofrezcan
su beneplácito en forma ostensible. Si la complacencia o el silencio de Roma es
la única respuesta a este sinfín de adhesiones tenebrosas, la responsabilidad
no está sólo en quien respalda sino en quien se deja respaldar.
En consecuencia, no se necesita
acudir a ninguna teoría conspirativa para dar como hipótesis razonablemente
válida que estas fuerzas, sempiternamente comprometidas en la disolución de la
Fe Verdadera , pudieron haber tenido algún
papel protagónico, tanto en la abdicación de Benedicto XVI, primero, como en la
elección del Cardenal Bergoglio, después. De hecho, durante su largo ministerio
como Pastor de la Argentina ,
dichas fuerzas antagonistas de la Cristiandad fueron sus públicas y visibles
amistades, a la par que se marginaba, menospreciaba y castigaba a la filas
defensoras de la ortodoxia católica. La comprensible debilidad humana hará que
muchos de estos perseguidos y damnificados por el Cardenal Bergoglio, callen ahora;
o algo más serio: simulen congratulaciones. En esto, al menos, nosotros no
podemos callar ni fingir. Otros dirán que nada se gana con recordar ahora las
muchas inconductas pasadas del prelado en cuestión. No es cierto. En su
Introducción a la monumental Historia de
los Papas, Ludovico Pastor, enseña con la autoridad que le compete, que “no
hay conflicto con la ley de la fama, al escribir[sobre los Pontífices] las
cosas malas pero verdaderas que en su tiempo fueron públicas”, mientras se
sostenga “con suficiente causa, a saber, en cuanto lo requiere la integridad de
la historia”.
3º) Si como bien se ha repetido en
estos días, el Cardenal Bergoglio ha muerto para dar paso al Vicario de Cristo,
llamado escuetamente Francisco; si Dios opera el milagro –tantas veces mentado-
de sacar agua de las piedras y de convertir, una vez más en la historia, a
Mastai Ferreti en el insigne Pío IX; si el Señor sabe escribir derecho con
renglones torcidos; pues todo esto lo creemos, esperamos y rogamos, sin ceder a
tentaciones extremosas ni a posturas eclesiológicas extravagantes. Todo esto lo
pedimos con fe inquebrantable, puesto que el milagro y el misterio están en la
vida misma de la Barca. Nosotros
creemos en el milagro. Pío IX,
renunciando virilmente al escandaloso daño que hizo en sus primeros tres años
de pontificado, supo al fin forjar “una página de historia escrita a los pies
del Crucifijo”, según sintetizó Jacques Crétineau-Joly. No hay porqué suponer
que Dios declaró clausa esta posibilidad histórica.
Pero también es católico leer el Libro del Apocalipsis. Y en el capítulo
trece se describe a dos fieras, del mar la una, de la tierra la otra, que a su
turno, y desde ámbitos distintos aunque complementarios, coadyuvan al triunfo
del Anticristo. Contestes están los hermeneutas, y citamos por lo pronto a
Straubinger –quien a su vez remite a los Padres- en que esta fiera terrena
tiene mucha semejanza con el pastor
insensato del que habla Zacarías (Zac.11,15); en que podría tratarse de “un
gran impostor que aparece con la mansedumbre de un cordero”; en que no sería
otra cosa, al fin, más que un falso profeta al servicio de la Bestia.
Pieper dice que esta fiera
representa la Propaganda Sacerdotal
del Anticristo; y de sobra es sabido que el padre Castellani sostiene que tiene
un carácter religioso, sin excluir la dolorosa posibilidad de que se trate de
un personaje individual mitrado, un Pseudoprofeta de una Religión Adulterada.
Recientemente, y entre nosotros, fue Federico Mihura Seeber el que le dedicó
pensadas páginas a escudriñar la naturaleza de esta Fiera, considerándola como
aquella que le sirve de profeta, o propagandista o maestro de ceremonias, o
Sacerdote o Pontífice de El Anticristo.
Está dicho en su libro homónimo, que tuvimos ocasión de presentar durante al
año 2012.
Expliquémonos sin elipsis en tema
tan arduo. No estamos diciendo ni sugiriendo que el Papa Francisco sea la Fiera Terrena que columbró San
Juan. Estamos diciendo que tan católico es confiar en que la Divina Providencia
puede hacer de un heterodoxo al Papa del Syllabus,
como tener en cuenta que, alguna vez, un Falso Profeta puede acarrear a la
perdición desde un alto sitial religioso. Y que ese “alguna vez” no puede
excluir nuestro presente, sólo porque nos aterre la sola idea de protagonizar
el final. Quienes quieran confiar en la conversión del Cardenal Bergoglio, y
consecuentemente a la rehabilitación de la Esposa , tan maltrecha hoy, nos encontrarán entre
los suplicantes confiados y firmes. Es más, si como es deseable y
previsible,tal conversión se probara por los frutos, nos encontrarán entonces
al servicio incondicional y gozoso de Francisco. Pero si los frutos trajeran la
desgarradora noticia contraria, no habremos dejado de ser católicos por
recordar la profecía joánica, y obrar en consecuencia, resistiendo al mal desde
el pequeño rebaño. Como no dejó de ser católico el Padre Julio Meinvielle
cuando, en su obra La Iglesia y el Mundo Moderno, retrató los pasos
de la Revolución
Anticristina dentro de la Iglesia , anunciando su penetración en las obras y
el pensamiento, hasta provocar una verdadera dislocación interior.
Tanto se peca contra la mirada sub specie aeternitatis si nos negamos a
considerar que la gracia de estado puede hacer prodigios, aún en un hombre
contrahecho; como si nos negamos a considerar que la revelación divina
contenida en el Apocalipsis es tema que no nos compete aquí y ahora. Por eso
nos sobresaltó tanto una noticia menor, aparecida en la página segunda del
periódico La Nación , del día 16 de marzo. Según el relato, Francisco
llamó a la Curia
de Buenos Aires para cumplir con algunas salutaciones y recados pendientes.
Atendido por la secretaria habitual, y anonadada la misma, le preguntó perpleja
cómo habría de llamarlo. “Llámeme Padre Bergoglio”, fue la respuesta. El
primero que debe creer y aceptar que Bergoglio ha muerto para dar lugar al
Santo Padre Francisco, es el mismo Cardenal Jorge Mario Bergoglio. La Gracia también supone la
gracia.
4º) Más de una vez hemos distinguido
con García Morente, entre el estilo y
las maneras. Propio del caballero,
aquél; impropias del mismo éstas últimas. Aplicando a lo que ahora incumbe, no
debe confundirse la virtud de la humildad con su parodia, ni el estilo
genuinamente humilde –que brota del señorío interior- con las maneras sobreactuadas
de la modestia. Una cosa es la posesión de un estilo y otra distinta el
amaneramiento. En nada se analogan el abajamiento ascético y el plebeyismo
gestual. Y si es cierto que la captación del primero supone un espíritu
entrenado, mientras el segundo es fácilmente captable por las masas, mal camino
elegimos si en vez de propender la elevación y el afinamiento de las almas
hacemos ademanes gratos a las tribunas aplaudidoras. Sobre todo, si entre esas
tribunas se haya la prensa internacional,culpable en grado sumo de las
agresiones más viles contra la Iglesia.
Lo
primero que debería hacer un hombre auténticamente humilde es impedir que el
mundo entero cantara loas a su humildad. O por lo menos, protestar que tales
encomios violentan su carácter. Si como bien enseña Santo Tomás (Sum.Th,II,IIae,q.113), no se debe
cometer un pecado para evitar otro, en mucho ha de cuidarse el que no quiera
incurrir en soberbia, de faltar a la caridad hacia el prójimo, obrando por
contraste, de modo tal, que dicho prójimo pudiera ser tildado de presuntuoso.
Calzar por humildad zapatos ordinarios de calle, cuando hasta ayer se usaron
otros en consonancia con los colores litúrgicos y la dignidad del Divino
Peregrino a quien esos pies representan en la tierra, es ofender,o al menos
poner en duda, precisamente por contraste, la humildad de quien hasta hace
instantes calzó de ese modo. Es inexplicable –por no cargar los adjetivos- que
a la par que se alaba a Benedicto XVI públicamente, no se quiera columbrar el
destrato que se le inflige con estas promovidas comparaciones patéticas.
Ejemplo nimio, se dirá; pero se
potencia hasta el extremo cuando se dice –como lo ha hecho Francisco el sábado
16 de marzo- que él bien “quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres”,
como si hasta hoy ambos bienes le hubieran resultado ajenos u hostiles a la Esposa del Redentor. Como
si no hubiera existido, por caso, un San Pío X, venerado por el pueblo llano,
sin necesidad de bajarse de su trono. Extraña humildad la de tenerse por axis mundi de una iglesia que recién con
uno mismo tomaría conciencia del bien de la pobreza; y extraña paradoja la de
optar por los pobres pero contar con las fervorosas adhesiones de masones y
judíos, que amén de lo más grave –su condición de cristofóbicos- son los
titulares de la usura internacional. Incluyendo al gran Rabino de Roma, a quien
invocando el Concilio Vaticano II, invitó expresamente a “la misa solemne de
inauguración de mi Pontificado”, pero no a donar sus finanzas para los más
necesitados.
Tampoco debe confundirse el siempre
necesario homenaje a la investidura, y en este caso, nada menos, que a la del
Vicario de Cristo, con la superflua pleitesía a la persona o al funcionario.
Bien estará que eliminemos todo signo exterior de servilismo a la persona, aún
el que pueda tener cierto arraigo o acostumbramiento por el mero paso de los
años. Pero no estará bien suprimir el ceremonial tradicional y digno, con sus
signos, sus gestos, sus pasos demarcados y significativos, porque dicha
supresión no comporta incremento de la humildad sino abolición de los ritos y
de los símbolos. La Iglesia
no es la limusina ni los uniformes de los guardias suizos. Pero bien ha
explicado Guardini la pervivencia del espíritu eclesial en los signos sagrados.
Si en nombre de la austeridad quedasen abolidas o relegadas todas aquellas
hierofanías que comporta el canto, la museta, la estola o la bendición
melismática, el Papado no habrá ganado en pobreza evangélica. Se habrá vaciado
de mytos, como diría el fraile Diego
de Jesús. Se habrá inmanentizado y rebajado, para hablar sin metáforas.
Mucho nos tememos, por lo que ya
llevamos visto, que el Papa Francisco esté en tamaño terreno tan completamente
desprovisto de un recto criterio, como transido de malos hábitos porteños,
fanatismos futboleros incluidos. El franciscanismo del Poverello de Asís es garantía de santidad probada; el de Paolo
Farinella, con su novela Habemus Papam,
apenas si conduce a la risotada zafia. Pero hay un franciscanismo aún peor que
registra con llanto la historia de la Iglesia.
Es aquel que bajo cierta influencia gnóstica de Joaquín del
Fiore produjo reformas eclesiales que adulteraron la mismísima doctrina
católica, incurriendo, entre otras, en la amenaza del utopismo, la herejía
perenne, según recordada definición de Molnar. Capítulo extraño éste del descalzismo o de la descalcez
extraviada en la vida de la
Iglesia , que ha sido estudiado,entre otros, por Fidel de
Lejarza, José Antonio Maravall o Georges Baudot. Por eso, bien recuerda el
fraile Miguel Padilla que la pobreza de San Francisco es de índole teologal, no
sociológica; y que expresamente dispensaba de la pobreza lo tocante a la Sagrada Liturgia y a la Santa Misa. “Los Vasos Sagrados, los
Ornamentos y los Libros donde están las Palabras de Jesús deben ser
esmeradamente cuidados."
Hagamos votos para que el
franciscanismo del Papa Francisco, en las antípodas de toda corriente desviada,
signifique el retorno a aquella desnudez que alegorizara Juan Ramón Jiménez:
“desnudez malva de estrellas mojadas”, como “la túnica de una inocencia
antigua”. Hagamos votos porque este franciscanismo restaure a la Nave , defenestrando de su
seno a sodomitas y a fenicios, a los adúlteros espirituales y carnales, a todos
cuanto el de Asís les enrostraba, “¡El Amor no es amado!”, porque se amaban
ellos, henchidos de fariseísmo y de poderes carnales.
Que
lo cuide Dios al Papa Francisco de no confundir el camino. Porque hay confusión
cuando se hace bendecir
por el pueblo; hay confusión al pedir “una gran fraternidad” omitiendo al Padre
en que tal comunión fraterna se vuelve legítima; también la hay si hace
prevalecer los supuestos derechos de las conciencias no creyentes al deber
pontificio de bendecir cruz en ristre, como si esa cruz, trazada siquiera en el
aire por la mano consagrada, pudiera ofender a los incrédulos. Confunde asimismo el proponer
como modelo sacerdotal la figura inequívocamente progresista del padre Gonzalo
Aemilius, como sucedió el domingo 16 de marzo. No; no son señales que puedan suscitar una especial tranquilidad.
Hay también otra confusión, que de
extenderse fuera del campo acotado en que se manifestó, puede acarrear acciones
gravemente desacertadas. Querer viajar a la Ciudad Eterna para postrarse
ante el Vicario de Cristo, no es un dolo que deba reprimirse, dando el monto
del pasaje a los pobres, sino una virtud llamada magnificencia: ponerse en gastos y esfuerzos, precisamente por
aquello que es santo, sacro o heroico. Algo nos quiso decir el Señor al
respecto, cuando no avaló al Iscariote que le pedía a María trocar el rico
perfume con que adoraba al Divino Hijo, por su equivalente en metálico para
ayudar a los necesitados (Jn.12,1-11).
Tampoco nos tranquiliza el cuasi
unánime aplauso del mundo que, arrobado por su campechanía, ha dejado de
tenerlo como piedra de escándalo y signo de contradicción. ¡Es uno más del
mundo, como ellos y como todos!, festejan los multimedias. Pero el mundo no
necesita que la Silla
de Pedro esté ocupada por un austero fatigador de los transportes públicos,
sino por un alter Christus vigoroso que,
báculo en mano, entre en franca y aguerrida confrontación con él, amonestándolo
y enmendándolo. Precisamente ésto enseñaba San Francisco, que la pobreza es el
muro que nos separa del espíritu del mundo.
Cuidado -suplicamos contritos- con
equivocar el camino.Pues haber recomendado la lectura del Cardenal Kasper
–llamándolo “un teólogo in gamba”- en el Primer Angelus del V Domingo de
Cuaresma, tampoco nos ayudará a recuperar la iglesia de los pobres. La
evidencia se impone. Kasper –junto con el entonces Cardenal Bergoglio- es uno
de los que en julio de 2004, en el lujoso hotel cinco estrellas Intercontinental de Buenos Aires,
organizaron el Foro Judeo Católico, auspiciado por importantes organismos
hebreos de la plutocracia americana y europea. En aquella ocasión, el ahora
recomendado autor propuso lisa y llanamente la amalgama de las religiones judía
y católica, porque “ambas son mesiánicas y el mesianismo tiene que ver con la
esperanza”.
5º) Algunos, no sin razones,
sostienen que lo bueno del Pontificado de Francisco es la impugnación que su
figura representa del gobierno tiránico kirchnerista, indignándose con los
rastreros ataques que le han propinado en estos días un puñado de sicarios del
oficialismo. Va de suyo que asomarse a la pasquinería izquierdista causa
repulsión y espanto. Y que al constatar la naturaleza teológica del odio a la Fe que esos miserables
ejecutan, no se puede sino estrechar filas junto al Santo Padre. Callar toda
reticencia y ponerse de su lado, codo a codo.
Pero también aquí el simplismo
dialéctico puede jugarnos una mala pasada hermenéutica. Si Francisco hubiera
querido diferenciarse del gobierno argentino, y confrontar abiertamente con los
criminales marxistas que lo secundan por doquier, no sólo debió haberlos
descalificados públicamente por sus múltiples aberraciones, que bien le constan
han cometido y cometen, sino que era la precisa ocasión de proclamar urbi et orbi la falsificación
sistemática de la historia reciente que se viene llevando a cabo, con el
agravante inicuo de miles de personas cautivas, y centenares de ellas muertas
en cautiverio, ofrecidas todas en el altar del revanchismo comunista. El mundo
entero podría haberse enterado de la ignominia y de las muertes que, en nombre
de los derechos humanos, se cometen hoy en nuestra desfigurada patria. El mundo
entero podría haber conocido, por boca del Pastor Universal, que en la Argentina hubo mártires
católicos, de la talla de Genta, Sacheri o Amelong, asesinados por los mismos
que ahora ocupan el poder.
En lugar de eso, un comunicado
oficial del Vaticano, firmado por el Padre Federico Lombardi, el 15 de marzo,
aclaraba que “Jorge Mario
Bergoglio hizo mucho para proteger a las personas durante la dictadura” y
recordó que una vez nombrado arzobispo de Buenos Aires “pidió perdón en nombre
de la Iglesia
por no haber hecho bastante durante el período de la dictadura”. En vez de
desmontar la falacia, la convalida elípticamente. Lo bueno del actual
Pontífice, entonces, sería lo mismo que siendo Cardenal se ocupó de probar
minuciosamente en su libro El Jesuita:
su condición de colaboracionista de la guerrilla marxista y clero asociado, con
diversos y creativos medios a su
alcance. Lo reprobable, paralelamente, y por eso mismo objeto de su pedido de
perdón, habría sido no poder cooperar más con aquellas “personas” que, sin
motivo alguno, claro, un buen día las Fuerzas Armadas Argentinas se decidieron
a combatir. Es la mentira de lo sub-implicado.
“Se trata de una campaña difamatoria, bien
conocida”, advirtió Lombardi. La difamación
no consiste en tergiversar horrendamente los acontecimientos sucedidos en la
década del ’70, sino en pretender que en aquellos turbulentos años, el Cardenal
Bergoglio haya podido estar del lado de los represores del terrorismo rojo. Así,
imprevistamente, la impostura basal de todas izquierdas vernáculas y mundiales,
ha quedado convertida en versión canónica, con el aval de la Santa Sede. Y sellada con el pacto de cortesía recíproca
que presidió el encuentro entre Francisco y la comitiva oficial del Gobierno
Argentino, el mediodía romano del 18 de marzo. Ni Francisco condena la tiranía
marxista que nos asfixia, ni Cristina avanza en su descalificación del reciente
Obispo de Roma; antes bien descubre coincidencias y comparte regalos. Entente cordiale para todos y todas.
Algún
día habrá que hallar una palabra exacta para rotular la conducta de la actual
dirigencia política –oficialismo y oposición, presidenta y escoltas, lo mismo
dá- que satánicamente hostiles a la
Iglesia y al Papado hasta hace minutos, pugnan ahora por
derrocharse en majaderías, remilgos y solícitas condescendencias. Pero si no
hallamos esas palabras, repetiremos las de Pármeno a Calisto, en el acto cuarto
de La Celestina , refiriéndose a la inmunda buscona: ¡puta vieja!. Y aunque lo nieguen, dice
Pármeno, así lo repiten los ladridos y las aves, los ganados y las bestias, los
herreros, los armeros, los caldereros y arcadores. Todos a una le gritan el
mote infamante y redondamente verídico.
6º)
Ante la renuncia de Benedicto XVI, escribimos una nota diciendo claramente que
la misma nos dolía. Y tras explicar los motivos, asentamos, entre otros, el
hecho de que, guste o disguste, la
Iglesia , en la práctica, quedará sujeta a una bicefalía .Tanto
más si, como está a la vista, el heredero del Cardenal Raztinger parece querer
diferenciarse de él, y de sus predecesores, con una seguidilla intempestiva de
actitudes externas que, o buscan presentarse como revolucionarias, o si no lo
son, resultan pasibles de ser leídas así por el mundo. No creemos que se
explicite ninguna hermenéutica de la ruptura, y tal vez todo acabe en la
argentina teatralidad de los mocasines gastados. Más que no creerlo, no lo
esperamos, pues confiamos en que la Divina Providencia
resguarde a la Cátedra
de la Unidad. Pero
lo sucedido en estos escasos días pontificales de Francisco está siendo tomado
y exigido por muchos como una ruptura, sin que hasta ahora se le haya puesto un
freno severo y categórico a tamañas conjeturas. La homilía del día de la asunción
formal del Pontificado era una ocasión propicia para ello. Se la utilizó en
cambio para dar consejos píos sobre la ternura y el cuidado del medio ambiente.
Quienes se entusiasman hallando en Francisco
muy buenas y oportunas expresiones de recio cuño católico, están en todo su
derecho. Nos sumanos con renovada esperanza a tan honesto entusiasmo. Porque
esas muy buenas expresiones, es cierto, las ha proferido. Pero muy avanzada
está entonces la descomposición causada por la guerra semántica en la Iglesia –por ese
pendularismo que denunciara Romano Amerio- si hemos llegado al punto en que la
sorpresa gozosa de nosotros, los fieles, es escuchar a Pedro hablar como Pedro.
Aquella
abdicación de Benedicto nos dolía, supimos decir. También nos duele esta
designación. Es un dolor indescriptible y hondo, amasado en el recuerdo vivo y
fresco del sinfín de actitudes opuestas a la Verdad que le vimos protagonizar cara a cara al
entonces Jorge Mario Bergoglio. Es un dolor que no se parece a ningún otro, y
que sólo puede cauterizar la espera esperanzadora y longánima de los frutos.
En
esa espera tensa nos acompaña una promesa, un pedido y un ejemplo. La promesa
es de Nuestro Señor Jesucristo. “Yo rezaré por tí para que no desfallezca tu
fe”, le dijo a su primer vicario, y en él a todos sus sucesores. Si la Fe no le desfallece y la
conversión lo reviste con su gracia, habrá un bien para la Barca y aún para la
Argentina.
El
pedido es el del mismo Papa Francisco, en su primera aparición; quien sin
olvidar su clásico “recen por mi”, agregó además el recemos los unos por los
otros. Oremus ad invicem. Éso
hagamos. Recemos recíprocamente para sostenernos en estos tiempos, tal vez
apocalípticos, sin el uso hiperbólico sino estricto de la palabra; y elevemos
en común la plegaria a la Trinidad Santa
para que nos permita discernir, sirviendo siempre a lo que es de Dios y
combatiendo con ahínco cuanto se le oponga, proceda de donde procediera. Si
fuera la hora de la luz, que nos dejemos envolver por ella, olvidándonos de las
tenebrosidades del pasado. Si en cambio éstas persistieran, que no desertemos
de la luz, como diría Thibon. No estamos llamando a la rebeldía ni a la
desobediencia, ni a dar por nula la autoridad pontificia, sino al recto
discernimiento. Sin palabras crípticas digámoslo ya todo: no podemos ni debemos
seguir al Cardenal Bergoglio. Si transfigurado en cambio por la plenitud de la
gracia de estado, ese pastor que conocimos se ha convertido ya en el dulce
Jesús en la tierra, se nos conceda el privilegio de prosternarnos ante él.
Una
promesa , un pedido y un ejemplo, decíamos. El ejemplo es el de San Francisco
de Asís. Así lo contempló Anzoátegui, con su pluma señera:
“Juglar de Dios,
rotoso
Príncipe y paje de
Nuestra Señora,
¡Qué dulce, qué
gozoso
aquel ritual que
otrora
te abría las
compuertas de la aurora!”
Imaginémoslo
–como lo hizo Rubén Darío- saliendo a la búsqueda del lobo para quitarle el
demonio del cuerpo. O mejor aún, como lo describe la hagiografía, recibiendo en
el monte Alverna los estigmas de Jesucristo, después de lo cual quedó transido
de un maravilloso fuego de amor.
No
los halagos de los más perversos enemigos de la Cruz , que hoy forman fila para congratularse y
encomiarlo, sean los adornos del Papa Francisco. Sino quellos rituales “que
otrora abrían las compuertas de la aurora”. Y mejor aún: las señales cruentas, abiertas
y sangrantes del Madero. Porque la única revolución
que necesita la Iglesia
es en la acepción que hiciera Chesterton de la odiosa palabra: dar la vuelta
entera; que en este caso no sería otra cosa más que regresar a las fuentes
vivas, primeras y fundantes de su Gloriosa Tradición.
Antonio
Caponnetto, revista Cabildo.