El Rabino Sergio Bergman,
conocido amigo del ahora Papa Francisco quien ya habría hablado en este artículo, nos muestra su visión casi mesiánica y ve
en dicho pontífice un “punto de inflexión histórico”, un “antes de Francisco y
después de él”. Los resaltados son nuestros.
[Sergio Bergman | La Nación – 20-03-2013]
Ante un punto de inflexión
histórico.
ROMA – La
Plaza San Pedro está colmada de almas exaltadas en solemne comunión. No puedo
contener la emoción. Me sumo en este día como un peregrino más; y siendo judío,
vivo en tiempo presente la memoria del pasado bíblico de las sagradas
convocatorias en las que mis antepasados peregrinaban al Gran Templo de
Jerusalén.
Aquí, en la
basílica vaticana en Roma, consagro tanto mi vocación rabínica como cívica y
política, en el privilegio como argentino de ser testigo de este punto de
inflexión de lo espiritual y lo humano de la familia universal que somos.
Vibro con la
profunda alegría del corazón que late con millones de fieles que, como hermanos
de diferentes geografías, tradiciones, confesiones y convicciones, hoy somos
una sola comunidad, convocados por la Iglesia Católica, que nos invita a que
seamos parte de esta fiesta.
Es un
espacio-tiempo de lo eterno, y se llama Roma donde el Cielo anticipa en la
Tierra un cambio de era que dejará su marca, abriendo un nuevo capítulo en la historia con su huella en el
tiempo: a.F. y d.F., antes de Francisco y después de él.
Antes de
Francisco, dos antecedentes: la acción arrolladora del transformador de nuestra
era, Juan Pablo II, que traduce en revoluciones que aún no hemos asumido con
plena conciencia, en la grandeza
tanto de encarnar en su ser y en el hacer la doctrina del Concilio Vaticano II,
practicando la cotidianeidad del diálogo interreligioso; designándonos hermanos
mayores en la fe al cruzar la misma plaza que hoy visito, ingresando en la
Sinagoga de Roma y cerrando 2000 años en una reconciliación que migra de Caín y
Abel a José con sus hermanos.
Un papa
peregrino que de Polonia llegó a Roma con tanta sorpresa y admiración como la
que hoy recibe quien llega al mismo trono de Pedro desde Buenos Aires.
Un hombre
santo que canalizó en la historia la transformación espiritual y política del
mundo, siendo peregrino de lo humano, recorriendo las distancias que acortó en
su Pontificado, donde dio testimonio de que es posible desde la fe creer en lo
que no se ve, y que con esperanza y dedicación se logra mover montañas sin
violencia ni prepotencia, para derribar los muros que separan, en nuestros
tiempos, la fraternidad de ser todos humanos.
Antes de
Francisco fue la evidencia de la renuncia de Benedicto XVI, quien sólo como
saben hacerlo los grandes, teniendo poder plenipotenciario hasta el final de
sus días, tomó la decisión con coraje de renunciar, sin dejar de ordenar la
agenda que viene y de la cual su generosa disposición hace que sea ineludible
asumir aquellas acciones que sólo un visionario que es estadista podrá tomar
como destino de su misión. Ello, sin abandonar su humilde disposición de
conciliador, con la firmeza que tiene su decisión de hacer posible la
transformación pendiente.
Bergoglio es
rabino por ser maestro. Rabi, en el decir del Evangelio, como el mismo Jesús.
La tradición judeocristiana nos enseña que lo compartido de la raíz fortalece
el tronco común, que dando origen a dos ramas bien diferenciadas no cancela su
unidad de coincidencias por el proyecto humano en la Tierra y la comunión del Cielo
en un único Padre que clama y reclama que juntos nos sentemos a su mesa.
Hoy (por ayer) es un día de
fiesta. Se inicia un nuevo tiempo.
Un mundo después de Francisco, del que seremos testigos privilegiados al ser
protagonistas y constructores de una nueva
revolución. Así será cuando podamos reconocer en este liderazgo una senda
más del mismo camino que nos llama a redimir, en nuestro tiempo, tanto el Cielo
como la Tierra, al ofrendar en servicio la obra de nuestras manos. Sean
bendecidas las obras de la manos del papa Francisco, mi rabino, maestro del
camino de hacer posible lo imposible.