Ya es conocido, entre nosotros,
los ataques (a veces apasionados) del padre José María Iraburu hacia los católicos tradicionales (o tradicionalistas).
Hemos reconocido conocido sus sofismas y sus pretendidos argumentos a la hora
de defender lo indefendible, recordemos su triste “defensa” al gesto que tuvo
el Papa Juan Pablo II, en un encuentro ecuménico con los musulmanes, en el cual
besó el Corán y quedó plasmado en una fotografía, intentando una defensa
totalmente subjetiva, una “interpretación benigna” forzada y contraria a la
realidad. Recordemos sus constantes ataques en sus artículos sobre lo que él
llama “filo-lefebvrismo” (que no es otra cosa que católicos tradicionales que
se preocupan por la crisis de la Iglesia).
En esta ocasión, el ataque es
hacia el Dr. Antonio Caponnetto por su artículo Recen
por mí. A propósito del Nuevo Pontificado a raíz de la última elección que
dio como resultado al Cardenal Jorge Mario Bergoglio hoy Papa Francisco.
Publicamos la interesante y bien fundamentada respuesta del Dr. Caponnetto:
RESPUESTA AL PADRE IRABURU
Por Antonio
Caponnetto
Al artículo que publicara en su
blog Reforma o Apostasía, bajo el
título El
Papa Francisco y el Apocalipsis, el 24 de marzo de 2013.
“No puede entenderlo, porque hay
que discernirlo espiritualmente”
San Pablo, 1 Corintios 2,14
“No es que no puedan ver la solución.
No pueden ver el problema”
Chesterton
1.-Dos medidas de tiempo
Exactamente el
20 de marzo hice circular una nota titulada Recen
por mí. A propósito del Nuevo Pontificado. En la nota se hace
referencia visible a unas expresiones de Francisco vertidas el día 18, y a su
homilía del 19, pronunciada con motivo de la asunción formal a la Silla de
Pedro. Demoré deliberadamente una semana para darle forma a mis reflexiones,
pidiendo el consejo de varias personas prudentes en el entretanto, y aclarando
de modo expreso en la Introducción, que hacía públicas tales palabras “siquiera
provisoriamente y sin mengua de futuros retoques a cuanto ahora escribimos”.
Bastaba una
lectura elementalmente comprensiva de la nota para darse cuenta de esto que
decimos. O menos aún, bastaba con mirar el calendario de los distintos sitios
de internet en que comenzó a difundirse el escrito de marras.
Pero el Padre
José María Iraburu no hizo ninguna de las dos cosas. Y en su destemplada
respuesta a mis opiniones, utiliza en más de un pasaje, como argumento
descalificatorio, que manifesté aquéllas “en seguida de la elección del Papa”,
“a los dos días de la elección del Papa”, o expresiones equivalentes. El
propósito, por cierto, es acusarme de impremeditación. No se percata de que
conozco a Jorge Mario Bergoglio hace más de veinte años.
Le corregí de
inmediato el error posteando la aclaración en su blog e instándolo a una
caballeresca disculpa. No por el dato en sí, que es absolutamente baladí, sino
porque si la incomprensión de mi texto existe para los meros datos subalternos,
tanto más existirá para la comprensión de los argumentos sustanciales y
complejos. El Padre Iraburu no sólo rechazó disculparse, sino que –manos a la
obra ya de la crasa cronolatría- sostuvo que “los siete días primeros del Nuevo
Pontificado son un cortísimo espacio de tiempo para fundamentar los
diagnósticos tremendos que Ud. hace”.
No sé qué
desdoro puede implicar hacer un diagnóstico tremendo, ya que en buen castellano
la palabra carece de significación negativa per se, y aún posee una semántica
ingénitamente positiva. En Las elegías de Duino, por ejemplo, tremendo o
terrible es el calificativo utilizado por Rilke para designar la presencia de
los ángeles, “cuando el viento lleno de espacio cósmico nos sacude la cara” con
sus mensajes. Pero algo queda en claro: una semana es un período indebido para
que un simple mortal como yo establezca humanos interrogantes sobre el nuevo
pontificado. El Padre Iraburu, en cambio, en el mismo tiempo
transcurrido, ya sabe que todo lo que hará Francisco de aquí y en
adelante será óptimo. Sea que provoque “una cierta evolución en la forma
concreta de los signos sagrados”, o que decida salirse “de la Capilla Sixtina”.
“Nadie, pues, cuando el Papa Francisco realice los cambios que estime
prudentes, venga a calificarlos de atropellos a la Tradición o de ofensivos
distanciamientos de su predecesores”. Porque todo en él carecerá de mácula o de
humanísimo descuido, y “mantendrá también en cuestiones menores una continuidad
espiritual con las mejores tradiciones de la Iglesia”. Da gusto debatir con un
profeta.
Es más; una
semana para que yo trace una semblanza objetable pero esperanzadora, dubitativa
pero promisoria, crítica pero sobrenaturalmente confiada, de un hombre a quien
conocí, traté y vi en acción, en forma cercana y directa, durante veinte años,
es un tiempo “cortísimo” para permitirme emitir un diagnóstico. Al Padre
Iraburu, en cambio, le bastaron cuatro días de circulación de mi artículo, para
saber que el mismo forma parte del “siniestro objetivo de dificultar al máximo
a los fieles católicos tradicionales y a los tradicionalistas la aceptación del
nuevo Papa Francisco en fe y confianza, caridad y obediencia”. En cuatro días
sabe este hombre omnisciente que escritos como el mío «colaboran con el
Enemigo, que disfruta destruyendo el amor al Papa y a la Iglesia en el corazón
de los fieles». Y lo sabe aunque reciba pruebas fehacientes en sentido
contrario.
El “siniestro objetivo”
Es curioso.
Que haya un Papa apoyado ostensiblemente por los poderes judaicos, masónicos,
modernistas y marxistas, por las cabezas del Nuevo Orden Mundial y por notorios
cuan repugnantes heresiarcas, no le merecen al ilustre sacerdote español
ningún comentario sobre “el siniestro objetivo”. Silencio absoluto y ominoso al
respecto. Que “el Enemigo” –con o sin mayúsculas, como se prefiera- pueda, en
consecuencia, disfrutar “destruyendo el amor al Papa y a la Iglesia, para
sustituirlo por un amor mundano al “Papa de todos, de la gente” o “Papa
revolucionario o innovador”, como ya está sucediendo, tampoco le merece el
menor estremecimiento o repudio. La condena es para nosotros, calificados como
protagonistas de un plan siniestro al servicio del Enemigo. ¡Nada menos! ¿Se da
cuenta el Padre Iraburu de la temeridad sumada a la falsía en la que está incurriendo?
¿Es consciente de que, si en el terreno de la moral está pecando contra el
octavo mandamiento: “non loqueris contra proximum tuum falsum testimonium” (Ex.
20, 16), en el terreno del derecho incurre en calumnias e injurias? ¿Avizora
acaso que, aunque coloque el insuficiente paliativo de que tal plan siniestro,
superaría nuestras intenciones, en el mejor de los casos nos está calificando
de necios? Y en mi caso particular, puesto que a mí me ataca, ¿cómo se
conciliaría esta última posibilidad con “la calidad espiritual” que me
adjudica, tras editar una oración que escribí con ocasión de la renuncia de
Benedicto?
No acaba aquí
su desmadre. Tras tildarme con las enormidades que acabamos de transcribir,
agrega que soy portador de “una gran falsedad”, de “una falsedad intolerable” y
de “críticas crueles que sólo sirven para denigrar al Papa”. Empiezo a
barruntar que el hombre que esto escribe no es el mismo que ha pergeñado
páginas notables, cuando posteando en su propio blog dice: “No publicaré ningún
comentario agresivo contra el profesor Caponnetto”. Está claro que tal decisión
se debe a que se reserva el monopolio de las agresiones hacia mi persona.
Aunque poco después, magnánimo, permite que muchos otros de sus prosélitos me
sigan ofendiendo. Poco duró la palabra empeñada del Padre Iraburu. Se ve que la
predicación sobre la ternura del Papa Francisco no ha llegado a sus oídos.
Interpelado
además por algún lector que –entre vituperio y chacota- le solicita
aclaraciones extras sobre el tema apocalíptico, acota el Padre Iraburu: “Sería
interesante, sin duda. Pero en este momento, en un marco mental como el que ha
creado el Sr. Caponnetto y otros que piensan como él, me parece altamente
inoportuno y no lo haré”. Acusado inopinadamente que he sido, con los más
graves cargos y con argumentos falaces, sometido al opinionismo anónimo de una
banda de indoctos a la que el Padre Iraburu dá libre cabida en su blog, la
parábola se cierra del modo más reñido con la ética: convirtiendo a la víctima
en victimario. El problema no es la andanada gratuita y arbitraria de dicterios
que se me ha lanzado, torciendo, incomprendiendo y mutilando el sentido de mi
nota, sino “el marco mental” que yo he creado al tratar de
defenderme. Sofisma ad misericordiam en estado puro. Apliquémoslo a un ejemplo
ajeno para medir sus consecuencias. Discutiríamos sobre la parusía, por
supuesto, pero dado “el marco mental” creado por Jesucristo al defenderse de
las acusaciones de los fariseos, es altamente inoportuno hacerlo. Mejor
sigámosle dando azotes.
Excomunión
No me preocupa
saber quién le enseñó lógica al Padre Iraburu, sino quién es su maestro de
caridad para tratar de este modo a los católicos alertas y despiertos, que sin
mérito alguno, y por el sólo hecho de haber vivido en la ciudad natal del
Cardenal Bergoglio, asistiendo a sus desquicios múltiples y continuados
desmadres, tienen todo el derecho y el deber de cumplir el teresiano “ya no
durmáis, no durmáis”.
Que la Iglesia
esté preñada de inmorales de toda ralea y de altos jerarcas portadores de las
más gruesas heterodoxias, burlando y violando el Magisterio Pontificio en forma
sistemática, tampoco es algo que turbe en la ocasión “el marco mental” del
Padre Iraburu. Ni una modesta coma reprobatoria contiene su artículo respecto
de aquella legión de clérigos y de obispos que ultrajan a mansalva la Cátedra
de Pedro. Pero mi posición, según sugiere, sería acreedora a la excomunión, de
acuerdo con el canon 1370, 1, pues “si el que «atenta físicamente» contra el
Papa queda automáticamente excomulgado considérese la sanción que merece quien
«atenta espiritualmente» contra él, denigrándolo públicamente y difundiendo su
personal convicción de que es un amigo de herejes y un perseguidor de la
ortodoxia”.
“Pequeño
detalle” al margen de que yo no he dicho esto del Papa sino del Cardenal
Bergoglio, sepa por lo pronto dos cosas el Padre Iraburu. La primera, que el
precitado Bergoglio “atentó espiritualmente” contra los dos últimos pontífices
en no pocas ocasiones públicas. Principalmente al obstaculizar con todas sus
artimañas, tanto la aplicación del Motu Proprio Summorum Pontificum, como los criterios de dignificación litúrgica
propuestos por Juan Pablo II en la Redemptionis
Sacramentum y por Benedicto XVI en la Sacramentum
Caritatis. Hay miles de católicos argentinos, honestos y lúcidos, que no me
dejarán mentir. Atentó espiritualmente contra el Papado toda vez que desoyó la
voz perenne del Magisterio para aliarse con los adversarios más insolentes de
Roma y condenar, el 31 de diciembre de 2004, al puñado de católicos militantes
que atacaron virilmente la exposición blasfema de León Ferrari, montada
grotescamente para profanar al Papa y a la Iglesia.
Monseñor
Bergoglio, además, no sólo no sancionó canónicamente al obispo Monseñor Laguna,
de la diócesis de Morón, en ninguna de las ocasiones en que este prelado
indigno contradijo groseramente a los dos últimos pontífices, llegado al
extremo de ridiculizarlos y de befarlos en órganos de prensa abiertamente izquierdistas,
sino que cultivó la amistad con él, y despidió sus restos en la Catedral de
Morón, el 5 de noviembre de 2011, en un clima de fervoroso panegírico hacia el
prete felón que acaba de morir. ¿Por qué el canon 1370, 1 habría de detener su
efecto punitivo contra quienes de este modo, y desde altísimos cargos,
atentaron espiritual y moralmente contra dos Sumos Pontífices, y contra el
mismísimo Jesucristo?
Tener en cuenta rectamente el pasado
Lo segundo que
debe saber el Padre Iraburu es que ningún mal se comete al recordar los pésimos
antecedentes históricos de la persona y de la larga gestión del ex Arzobispo de
Buenos Aires. Una cosa es -como lo dijimos en nuestro escrito- establecer
un hiato sobrenaturalmente esperanzador entre Bergoglio y Francisco, sin
condicionar el porvenir venturoso a lo pretérito desdichado. Pero otra cosa
es negarse cerrilmente a publicar “aquellos comentarios que denuncien los
malos antecedentes del Papa actual”. Si lo primero es virtud, lo segundo es
ceguera. Esa que zahiere el Evangelio cuando nombra a quienes “se les han
embotado los oídos y se les han cerrado los ojos” (Mt. 13, 1, 15) Si suponer
que, de modo fatal, quien mal obró obrará mal siempre, es determinismo craso;
ignorar las lecciones del pasado, o más modestamente los ligamentos entre el
antecedente y el consecuente, es atentar contra la historia y la lógica.
Escuchemos al
Cardenal Jorge Mario Bergoglio: “El acercarse a nuestra historia tiene un
primer cometido: recuperar nuestra memoria [...]. No todo será luz en esta
trayectoria [...]. No todo será gracia. También los jesuitas son y han sido
pecadores. No han faltado tergiversaciones pecaminosas en su misión y, por
momentos, la fidelidad al pasado ha sido mezquino esclerotizamiento; y su
lanzarse al futuro no siempre ha estado exento de indiscreto vanguardismo. Y su
zigzagueante búsqueda de realismo no ha estado a veces carente de un oportunismo
acomodaticio [...]. Esta memoria que nos salva de ‘dejarnos seducir por
doctrinas varias y extrañas’ (Heb, 13, 9), nos ‘fortalece el corazón’ (ibid)”
(Cfr. Jorge Mario Bergoglio, Meditaciones para religiosos, Buenos Aires, Diego
de Torres, 1982, p. 11,13, 232).
Ya que el
Padre Iraburu se empeña en mostrarse como un defensor de estricta observancia
de todo cuanto roce la vida del cardenal argentino, bien podría tomar este
atinado consejo del hoy Papa Francisco.
Carencia de probidad intelectual
He comenzado
esta nota remitiendo a los sitios en los cuales el lector interesado podrá
acceder al artículo completo del Padre Iraburu. Es lo que corresponde en
cualquier debate honesto. Mi objetor, en cambio, no sólo no ha hecho lo mismo,
mutilando capciosamente la letra de mi breve ensayo, y tergiversando por momentos
el espíritu del mismo, sino que, ante un pedido expreso de que diera a conocer
la totalidad de mis reflexiones ha posteado que no, “porque no me gusta
conectar a mis lectores con páginas-web filolefebvrianas o sedevacantistas. Hay
más de media docena que han reproducido íntegro el artículo de Caponnetto. Está
también, según me dicen, en el blog de Cabildo, pero con mi PC no logro verlo”.
¿Tampoco funciona en la PC del Padre Iraburu la opción “copiar y pegar, para
resolver el pedido de su feligrés transcribiendo íntegro en su
propio blog el artículo original mío que, según relata en un posteo, le
hicieron llegar desde Argentina?
No sé si el
Padre Iraburu sabe que, a raíz de mi nota, he sido atacado virulentamente por
ciertos sectores sedevacantistas; sobre todo por un tal Foro Católico, desde el que un anónimo escriba intenta un par de
estocadas parapetado tras un brioso monitor. Pero curioso criterio el del Padre
Iraburu. Apliquémoslo tal como hicimos con el caso del “marco mental”. No
recomiendo leer la Sagrada Escritura, porque no me gusta poner a mis lectores
en contacto con historias extrañas, como la de una mujer que seduce a un
hombre, se acuesta con él y al final le corta la cabeza...
De esta falta
de probidad metodológica, sumada a una ausencia de lectura atenta y
comprensiva, en virtud de la cual, el Padre Iraburu ni siquiera sabe darse
cuenta de la data cronológica de mi escrito, se siguen una serie de yerros, que
a vuelapluma enuncio. Digo yerros por modo más castizo de invocar a las
mentiras.
a) -No es
cierto que se pueda asentar apodícticamente que mi texto ha “causado en no
pocos católicos una perplejidad y angustia muy graves”. Entre la totalidad de
los católicos argentinos tradicionales –para usar la expresión del Padre
Iraburu- la angustia y la perplejidad muy graves la ha causado el nombramiento
del Cardenal Bergoglio como Papa Francisco. Es esto lo que realmente importa y
lo que el Padre Iraburu oculta, calla y disimula. Lo demás, me tiene sin
cuidado. Los frutos de estas primeras y acotadas opiniones mías, ahora en
debate, han causado adhesiones y rechazos. Agradezco enormemente la calidad de
las primeras, y discierno la procedencia y la finalidad de los segundos para
sacar provecho. Cuando escribo busco la complacencia de la Verdad, no de las
tribunas. Mucho menos las digitales.
b)- No es
cierto que mi nota sea “ejemplo y síntesis de los argumentos contrarios a la
elección del nuevo Papa”. A la elección del nuevo Papa ni me niego ni podría
negarme. Me rehúso en cambio a dos actitudes, que claramente quedan demarcadas
en mi texto. Una es a la desesperación –pecado contra la Esperanza- y según la
cual, nada bueno cabe esperar de Francisco. Otra es esa mezcla de memez y
cobardía por la cual está prohibido pensar católicamente que la profecía
apocalíptica pueda estar cumpliéndose ante nuestros ojos. Si no faltan motivos
para la esperanza con la primera hipótesis, tampoco faltan en el caso que fuera
la segunda. Porque entiéndase de una vez, con el Padre Castellani, que el
Apokalipsis es un libro de esperanza, no de terror. Si un Falso Profeta ocupara
altísimo sitial religioso, lo último no sería su victoria, sino el triunfo de
Cristo Rey.
¿Y por qué, se
preguntan algunos, pensar ahora en esta posibilidad? Sencillamente porque hay
signos, y signos lacerantes de que algo atípicamente anómalo podría estar
ocurriendo en la Iglesia. Los que niegan toda posibilidad parusíaca, no pecan
principalmente de papólatras sino de pusilánimes. No quieren siquiera pensar en
el capítulo trece del texto joánico, porque de ser cierto que ande
cumpliéndose, se acaba la fiesta y empieza la persecución desatada y la
confusión horrenda. Y para sobrellevarla hace falta algo más que andar escribiendo
endechas apriorísticas e inconcusas sobre todo candidato elegido por el
Cónclave.
c)- No es
cierto que yo afirme que “los cristianos no tenemos hoy conocimiento cierto
sobre la elección del Papa Francisco, en tanto ‘los teólogos de la historia más
eminentes’ dictaminen sobre tan gravísimo asunto”. (Sólo el entrecomillado
simple es frase literalmente mía). El Padre Iraburu no sabe inteligir lo que
lee, o al menos lo que de mí está leyendo. Porque lo que he dicho y reitero, es
que no seré yo quien pueda “discernir con solvencia si el Cónclave que eligió
al Papa Francisco estuvo iluminado y movido por la inspiración del Espíritu
Santo, como la fe nos lo señala; o si por alguna razón que ahora ignoramos, los
Cardenales electores fueron engañados, resultaron objeto de alguna extraña
manipulación, o cerraron su entendimiento a la lumbre del Paráclito”. No seré
yo, y mucho me temo que tampoco el Padre Iraburu y sus clonados seguidores.
Serán, en el mejor de los casos, “los teólogos de la historia más eminentes”.
No veo qué reproche puede formulárseme, si en vez de buscar a los hermeneutas
del Cónclave entre las páginas amarillas de Corriere
della Sera o del New York Times,
sostengo la conveniencia de escuchar a los que saben.
d)- Por lo
tanto, cuando afirmo lo que he escrito sobre el Cónclave, no estoy sosteniendo
“un gran falsedad”, como aventura irresponsablemente el Padre Iraburu. Estoy
sosteniendo y reclamando una necesidad elemental y clásica: que los sabios nos
ayuden a comprender; que nos orienten y guíen. Los hombres comunes solemos
tener estos requerimientos; somos mendigos de lo Absoluto, diría León Bloy. En
el Olimpo Iraburiano, en cambio, tamañas contingencias parecen ser
innecesarias.
Acota el Padre
Iraburu: “si fuera ésta [la de la necesidad de un discernimiento de los sabios]
una exigencia verdadera, tendría que decirnos cuántos años habrá de esperar el
pueblo cristiano a que se produzca ese discernimiento «histórico» fidedigno. Y
qué debe hacer mientras tanto”.
Pregunta
moderna la del Padre Iraburu, propia de una mentalidad cuantitativista. Ya
dejola entrever en el comienzo, cuando según peculiar logaritmo, una semana
suya no es lo mismo que otra mía, y cuatro días de publicada mi nota
valen más que veinte años de análisis directo de una persona. Por lo
pronto no entiende que la mía (mi referencia a los teólogos de la historia) no
es una “exigencia” sino una súplica.
Pregunta
moderna y sin embargo fechada en el tiempo oscuro de la confusión de los
apóstoles, cuando sin comprender lo que estaba desplegándose ante sus ojos, le
preguntaron al Señor: “¿Es éste el tiempo en que restableces el reino para
Israel?” (Hechos 1,6).
No; no se
trata la mía de una pregunta planteada en el terreno de cronos, o que de cronos
obtenga segura respuesta. Es una inquisición teologal que en la Revelación
encuentra la mejor pista. Nos daremos cuenta por los frutos, por los
resultados, por los efectos, por las consecuencias. Nos daremos cuenta si
seguimos a rajatablas el consejo del Señor: “cuando estas cosas ocurran, cobrad
ánimo y levantad vuestras cabezas” (Ls. 21,28).
En cuanto a lo
que hay que hacer en “el mientras tanto”, ya lo he dicho en mi nota, pero está
probado que el Padre Iraburu ha leído de ella lo que quiso, y ha entendido
menos que un grano de anís. Lo reproduzco, pues:
“En esa espera
tensa nos acompaña una promesa, un pedido y un ejemplo. La promesa es de
Nuestro Señor Jesucristo. ‘Yo rezaré por tí para que no desfallezca tu fe’, le
dijo a su primer vicario, y en él a todos sus sucesores. Si la Fe no le
desfallece y la conversión lo reviste con su gracia, habrá un bien para la
Barca y aún para la Argentina.
El pedido es
el del mismo Papa Francisco, en su primera aparición; quien sin olvidar su
clásico “recen por mí”, agregó además el recemos los unos por los otros. Oremus
ad invicem. Éso hagamos. Recemos recíprocamente para sostenernos en estos
tiempos, tal vez apocalípticos, sin el uso hiperbólico sino estricto de la palabra;
y elevemos en común la plegaria a la Trinidad Santa para que nos permita discernir,
sirviendo siempre a lo que es de Dios y combatiendo con ahínco cuanto se le
oponga, proceda de donde procediera. Si fuera la hora de la luz, que nos
dejemos envolver por ella, olvidándonos de las tenebrosidades del pasado. Si en
cambio éstas persistieran, que no desertemos de la luz, como diría Thibon. No
estamos llamando a la rebeldía ni a la desobediencia, ni a dar por nula la
autoridad pontificia, sino al recto discernimiento [...]
Una promesa,
un pedido y un ejemplo, decíamos. El ejemplo es el de San Francisco de Asís
[...]. No los halagos de los más perversos enemigos de la Cruz, que hoy forman
fila para congratularse y encomiarlo, sean los adornos del Papa Francisco. Sino
aquellos rituales ‘que otrora abrían las compuertas de la aurora’. Y mejor aún:
las señales cruentas, abiertas y sangrantes del Madero. Porque la única
revolución que necesita la Iglesia es en la acepción que hiciera Chesterton de
la odiosa palabra: dar la vuelta entera; que en este caso no sería otra cosa
más que regresar a las fuentes vivas, primeras y fundantes de su Gloriosa
Tradición”.
e)- No es
cierto que “prueba de ello” [en negrita en el original la palabra “prueba”, y
ello se refiere a que Bergoglio asuma que debe dejar de ser tal para
comportarse como Francisco] es el episodio de la llamada telefónica a Buenos
Aires, durante la cual pide que lo llamen Padre Bergoglio, a secas. No uso este
argumento como prueba sino que lo califico de “noticia menor”. Porque eso es, y
no pasa del plano anecdótico. Aunque otros llamados posteriores hubo repitiendo
exactamente la misma actitud. Entre ellos, uno a Gustavo Vera, Jefe de la ONG
La Alameda, del que dá cuenta La Nación de Buenos Aires, el 26 de marzo.
Pero no hago
este reconocimiento al carácter meramente anecdótico de estos episodios para
atemperar la fuerza de mi relato, sino para que se advierta, por enésima vez,
la liviandad con que el Padre Iraburu tuerce mi escrito. Y digo que,
dolorosamente, no puedo atemperar en esto la fuerza de mi relato, porque no
puedo dejar de ver, al día de hoy, más síntomas de que a Francisco le cuesta
sacarse de encima al hombre viejo.
Recibir
cálidamente al agitador marxista Pérez Esquivel, compartiendo sus ideales
ecumenistas –que no son precisamente los que supo predicar tradicionalmente la
Iglesia-; saludar especialmente y de modo deferencial a un degenerado como
Mauricio Macri; ponderar la acción de los líderes latinoamericanos reunido con
la corrupta Cristina Kirchner, cuando sabido es que el grueso de aquéllos
abraza el socialismo sino la guerrilla homicida; hacer notar que sigue viva la
amistad con Clelia Luro, la escandalosa amante del obispo tercermundista
apóstata Jerónimo Podestá (cfr. La Nación, 26-3-13, p.3),tender lazos de unión
con todas las religiones, enfatizando desde el comienzo los vínculos con
mahometanos y judíos, no son gestos que puedan incrementar nuestros fervientes
y legítimos anhelos de un Papado y de un Papa que tomen férrea distancia de
tantas conductas desconcertantes, desgraciadamente comunes en las últimas
décadas.
El Padre
Iraburu recuerda con razón el canon 1404, según el cual, “La Santa Sede por
nadie puede ser juzgada”. Pero la trágica paradoja es que este canon no es
invocado para fustigar a Francisco, que recibe hospitalario y afable a
los más funestos enjuiciadores e impugnadores de la Santa Sede, sino a
aquellos que nos proponemos cumplir con nuestros deberes de súbditos “golpeando
y hociqueando al obispo para que nos dé la leche de la divina sabiduría”. Y
esta enseñanza de San Césareo de Arlés me la comunicó personalmente el entonces
Monseñor Bergoglio, en carta del 14 de octubre de 1992, que he reproducido en
mi libro La Iglesia Traicionada. Guarda plena consonancia con lo que reza
el canon (212,3), según el cual, “los fieles tienen el derecho, y a veces incluso
el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de
manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al
bien de la Iglesia”.
Tampoco ayuda
a percibir ese necesario abandono del hombre viejo, la salutación de Francisco
a los líderes de la comunidad hebrea, fechada el 25 de marzo, en la cual, los
felicita por la fiesta del Pesaj, diciéndoles que “El Omnipotente, que liberó a
su pueblo de la esclavitud de Egipto para guiarlo a la Tierra Prometida continúe
liberándoles de todo mal y acompañándoles con su bendición”. Algo distinto dice
la Carta a los Hebreos (8, 6-9): “Mirad, días vendrán, dice el Señor, en que
concluiré una alianza nueva con la casa de Israel y con la casa de Judá, no
conforme a la alianza que concerté con sus padres el día que lo tomé de la mano
para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron fieles a mi
alianza, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. Consciente de este cambio
pontificio en la valoración del Pesaj, el gran y homenajeado amigo de Bergoglio,
el rabino Abraham Skorka, se apresuró a poner en evidencia que en “ésta, su
primera Pascua como Papa en Roma, pero sin lugar a dudas, con su corazón y
mirada hacia Jerusalén”, Francisco hace posible que judíos y cristianos busquen
“las sendas que conllevan la dignidad del individuo” (cfr. La lección del
Pesaj, La Nación, Buenos Aires, 26-3-13, p.21). Esto será ahora la Pascua: una
amalgama hebreocristiana en pos de la dignidad del hombre.
Nada de lo
predicho, por supuesto, inclina la balanza de nuestro juicio a creer que
estamos ante la Fiera de la Tierra, como enseguida deducirá el Padre Iraburu,
pronto a atacar lo inatacable y a defender lo indefendible. Pero sí nos inclina
–y mucho más de lo que quisiéramos- al recuerdo fresco y reciente del Cardenal
Bergoglio tejiendo estrechas amistades con todos; con todos los enemigos de la
Iglesia, menos con los católicos que combaten por la Realeza Social de
Jesucristo. A ellos -a nosotros, hablemos claro- siempre nos destrató con
claros motes y ademanes despreciativos. Abrazos, paces cósmicas y predicadas
ternezas las reservó de continuo para los otros.
f)- No es
cierto, por último, que yo haya “profetizado una bicefalía” en la Iglesia.
Desde que Benedicto renunció y sigue vivo como Papa Honorario, la tal bicefalía
no necesita ser profetizada sino observada; y para que el mundo entero la
pudiera verificar ambos pontífices se reunieron sin ocultamientos ni ambages.
Que a nadie asombre eclesiológicamente este insólito encuentro de dos Papas, y
que sólo quede reducido a una rareza histórica a la que se nos permite acceder,
es una prueba más de esa pérdida de los hábitos sacros que alguna vez
denunciara el mismo Monseñor Danielou. Porque el dilema vuelve a ser parusíaco,
no administrativo o canónico, como parece entender el Padre Iraburu. Es la
famosa y necesaria hermenéutica de la continuidad la que está en juego. La
Cátedra de la Unidad, como gustaba llamarla Jordán Bruno Genta.
Y este dilema exige, nuevamente, una perspectiva parusíaca; para saber si
en los últimos tiempos es posible que convivan dos Iglesias, como decía el
Padre Julio Meinvielle: la de la Publicidad y la de las Promesas; o si se
podría dar el caso de la Iglesia de Filadelfia imbricada en Laodicea, como ha
estudiado con solvencia Federico Mihura Seeber en su obra De Prophetia.
Por lo pronto
–y en orden a registrar, no a profetizar- esta dramática y eventual bicefalía,
una frase consternante del Papa Francisco ya fue dicha: él quisiera una Iglesia
pobre y de los pobres. Antes de él, por lo visto, no existió tal cosa. Él es el
nuevo axis mundi; pero eso sí, con la modestia de un muchacho de barrio porteño.
La verdad es que “no hay Iglesia de los pobres, ni Iglesia de los ricos” –decía
Juan Carlos Goyeneche ya en 1970- “Hay Iglesia de los hombres redimidos por la
sangre salvadora de Cristo, derramada en la Cruz. No hay Iglesia para las
luchas sociales; hay Iglesia, precisamente, para hacer esas luchas imposibles”.
El Padre
Iraburu –con una tosquedad y un prosaísmo alarmantes- se desentiende
redondamente de estas cuestiones. El suyo es el sofisma llamado wishful thinking; optimismo
desproporcionado o pensamiento ilusorio o apelación a los deseos. La
racionalidad y la realidad son sacrificadas en el altar del voluntarismo feliz.
¡No hay ningún problema, señoras y señores! ¡Pasen y vean! No hay crisis,
ni eclipses, ni riesgos ni amenazas, ni Cristo Adveniente tras las peripecias
anunciadas; ni necesidad de discernimientos ni de milagros. “Ahora empieza la
primavera de la Iglesia”, ha dicho inverecundamente Monseñor Sandri. Por su
parte, a priori y bajo presunta ciencia infusa, ya sabe el Padre Iraburu
que todos “los cambios que estime conveniente [hacer Francisco], de ningún modo
han de producir la bicefalía anunciada por el autor”, que soy yo. Es más,
“Francisco puede introducir en cuestiones formales cambios considerables,
quitando y poniendo, según la Iglesia y las circunstancias del mundo se lo
aconsejen”. Curiosa e innovadora consejera ésta de las circunstancias del mundo.
Creíamos haber leído algo rotundamente contrario en el Evangelio. Pero de
seguro es otro de mis “climas mentales” que yo suelo introducir.
La falacia de la culpa por asociación
Consiste
en descalificar una idea o toma de posición, por haber sido sostenida por
otra persona o grupo que se juzga cuestionable o irrecomendable. Llamada
también falacia de las malas compañías, suele complementare con otra argucia
denominada sofisma genético. Las cosas o los pensamientos no son buenos o malos
per se, sino por un origen que se conjetura negativo.
De tamaños
despliegues contrarios a la lógica y a la ética se vale el Padre Iraburu para
atacar mi artículo. Por eso, asocia un fragmento del mismo a un concepto
de Monseñor Lefevbre, vertido en 1987 o a unas declaraciones del Padre
Bernard Fellay [nota de SV: no es padre, si no Obispo Bernard Fellay] – Superior General de la F.S.S.P.X- del año 2012. No
importa que en estas declaraciones se sostengan verdades evidentes, o se
mencionen los mensajes de La Salette, sobre los cuales, el mismo Papa Juan
Pablo II se expidiera en inmejorables términos en 1982. Lo que importa es no
andar en “malas compañías”. Que alguien le avise al Padre Iraburu que estoy un
poquito grande para asustarme por El Coco, aunque lo pinte el maestro Goya.
La Sede Vacante
El punto
culminante de la inadmisible falsificación y mutilación de mi escrito hecha por
el Padre Iraburu es cuando escribe que “el autor no afirma estar en sede
vacante, pero sugiere la posibilidad. Si realmente la Iglesia pasa por ese
misterioso «Eclipse» que señala como posible, si la Sede de Pedro ha caído bajo
el poder del Anticristo, eso significa que la Cátedra romana está sede vacante,
pues un Papa hereje no es verdaderamente el Papa”. Recurro nuevamente al
esquema expositivo para aclarar mi posición:
a)- No he afirmado
ni he sugerido la vacancia de la Sede Romana. Otros lo han hecho, y tendrán sus
motivos, pero no es mi posición. Llamo Papa a Francisco, señalo con objetividad
y gozo las cosas buenas que ha dicho, quiero confiar en que podrá sanear la
Iglesia, declaro esperar “que todo lo santo y sabio sepa hacer”, y pido rezar
por él. Cito uno de los fragmentos de mi nota escamoteados por el Padre
Iraburu: “No estamos llamando a la rebeldía ni a la desobediencia, ni a dar por
nula la autoridad pontificia, sino al recto discernimiento. Sin palabras
crípticas digámoslo ya todo: no podemos ni debemos seguir al Cardenal
Bergoglio. Si transfigurado en cambio por la plenitud de la gracia de estado,
ese pastor que conocimos se ha convertido ya en el dulce Jesús en la tierra, se
nos conceda el privilegio de prosternarnos ante él”.
b)- La
metáfora del eclipse para aludir a la crisis de la Iglesia, no es mía sino de
Paulo VI, en una famosa Alocución del 30 de abril de 1972. El Padre Iraburu no
puede ignorarla, pues la cita expresamente en su libro Infidelidades de la Iglesia, Pamplona, Gratis Date, 2005, p. 7. Y
la vuelve a usar en la página siguiente, tomada esta vez del Informe sobre la Fe del Cardenal
Ratzinger, para hablar del eclipse de la teología mariana. La imagen, además,
con o sin variantes, con la literal palabra u otras análogas, fue repetida en
infinidad de ocasiones, y la usó Juan Pablo II en la Evangelium vitae (n.23). Cosas muchísimo más graves que “eclipse”
se dijeron, por boca de los pontífices, para explicar la tensión que sacude hoy
a la Barca. Recuérdese, a modo de ejemplo desgarrador, el texto del Via Crucis
del 2005, en el cual, el todavía Cardenal Ratzinger y poco después Benedicto
XVI, sostuvo que “la Nave de la Iglesia hace agua por todas partes” y que “la
cizaña parece prevalecer sobre el trigo”. Similares palabras usó en su
alocución al clero romano, pocos días antes de que abandonara el sitial
pontificio, en febrero de 2013.
c)- No he
dicho –como torcidamente vuelve a interpretar Iraburu- “que si la
Sede de Pedro ha caído bajo el poder del Anticristo, eso significa que la
Cátedra Romana está sede vacante, pues un Papa hereje no es verdaderamente el
Papa”. Midiendo y pesando una a una las palabras que utilizaba para mi escrito,
dije y sigo pensando que, en el peor de los casos, se podría cumplir en y con
el Pontificado de Francisco, la revelación apocalíptica que habla de un
Antiprofeta o Promotor del Anticristo. Me rectificaría ahora en una sola
palabra: peor. Porque si ha de manifestarse el Anticristo en plenitud, de una
vez por todas, y esa es la voluntad de Dios, seguida de la promesa final de su
victoria, eso no puede ser lo peor. Sino lo malo previsto y necesario para que,
al fin, irrumpa el Bien Supremo e Invicto.
Hay una
diferencia de grado, que en terreno tan delicado conviene respetar. No es lo
mismo declarar la vacancia de la Sede y anunciar su caída bajo el poder del
Anticristo (interpretación Iraburiana),que sostener la posibilidad de que
estemos viviendo la revelación anunciada respecto del Falso Profeta, cuya
misión sería propedéutica respecto de la Bestia, pero no la Bestia misma
(interpretación mía).
No estoy sólo
en esta torturante encrucijada. Monseñor Eugenio Pacelli, quien luego
sería Pío XII, dijo en 1938: “Escucho a mi alrededor a los innovadores
que quieren desmantelar la capilla sagrada, destruir la llama universal de la
Iglesia, rechazar sus ornamentos, hacer que se arrepienta de su pasado
histórico [...]; vendrá un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios,
en que la Iglesia dudará como San Pedro dudó”.
Pero para mi
sorpresa absoluta, no estoy solo en estas cavilaciones mías, porque de pronto
-entre la urdimbre de ignorancias sobre Bergoglio y de descalificaciones a mi
persona que el Padre Iraburu permite que se reproduzcan en su blog- el mismo
Padre Iraburu, el 25-3-13 a las 4.46 AM, postea lo siguiente: “Desde las hondas
profundidades de mi ingenuidad le diré que si en un Cónclave los electores
eligen a uno que es hereje, cosa que puede permitir Dios, no se produce un
Pastor necio, falso, precursor del Anticristo: sencillamente la votación,
aunque haya sido unánime, es nula e inválida. Hay ‘error in persona’. No hay
Papa. Hay sede vacante. Y ya la providencia de Dios verá los medios para
remediar el desastre, y asegurar un Papa verdadero en la Sede de Pedro, que es
la Roca indefectible, sobre la que Cristo edifica su Iglesia, aunque las
fuerzas infernales atenten contra ella”.
La variante
introducida súbitamente por mi impugnador, difiere en algo substancial, pero
concuerda en otra substancialidad que avanza mucho más lejos de mis conjeturas,
hasta ahora presentadas como reprensibles y pecaminosas por el José María
Iraburu. La discrepancia es que el Profeta de la Bestia, según el padre, no
pueda ser el más eminente de los dignatarios religiosos. Pero la dramática
coincidencia es que se pueda formular como hipótesis indeseable el “error in
persona”, causado por los Cardenales en el Cónclave, y que, en ese caso, haya
un usurpador o falsario en la Silla de Pedro. Pero entonces, dos interrogantes
al menos, se hacen patentes. El primero es personal: ¿a cuento de qué
tantísimos retos, admoniciones, reconvenciones e injurias, si resulta que al
final estamos coincidiendo por donde comencé mi planteo? El segundo
interrogante es de neto cuño iraburiano, y reviste la forma de un irónico
boomerang. Si “no hay Papa, hay sede vacante, y ya la providencia de Dios
verá los medios para remediar el desastre”, ¿cuánto tendremos que esperar para
que llegue el remedio reparador? ¿Cuándo nos daremos cuenta del fatal equívoco
in persona?, ¿acaso el día que se obligue a circuncidar a nuestros hijos, o el
que se promulgue como undécimo mandamiento ayunar en Ramadám?
Las herejías y el milagro
Según el Padre
Iraburu “es inadmisible afirmar que el Cardenal Bergoglio era un promotor de
herejías, y que hará falta un milagro para que sea un buen Papa Francisco [...];
el Autor, [...]difunde públicamente su convicción de que hará falta un milagro
para hacer del Papa Francisco un auténtico Sucesor de Pedro, fiel Vicario de
Cristo. Y eso es una falsedad intolerable”. Agrega después: “La Iglesia no pasa
por un eclipse. No hace falta ningún milagro para que el Papa Francisco sea un
fiel Vicario de Cristo en la tierra, pues éste es justamente el don de gracia que
Simón recibió de Jesús hace unos días para venir a ser Pedro [...].Dentro de la
economía normal de la gracia está que Cristo, eligiendo a Simón como cabeza del
colegio apostólico, lo transforme en Pedro. Por eso mismo, no se necesita
tampoco que el pueblo cristiano haga un discernimiento acerca de la autenticidad
del Papa Francisco [...]. La oración por el Papa y los Obispos está situada en
el centro de la Eucaristía y del corazón del pueblo cristiano. Y estamos
absolutamente seguros –sin necesidad de hacer discernimiento prudencial alguno–
de que el Señor nos escucha y nos concede lo que le pedimos, porque así lo ha
prometido: ‘lo que pidiereis [al Padre] en mi nombre, eso haré, para que el
Padre sea glorificado en el Hijo’ (Jn 14,13)”.
Demasiados
errores en párrafo tan prieto, obligan nuevamente al recurso escolástico.
a)- Lejos de
ser “inadmisible afirmar que el Cardenal Bergoglio era un promotor de
herejías”, es un hecho tristemente admisible y dolorosísimamente probado. Me
siento eximido de fundar aquí aserto tan duro, por haberlo hecho minuciosamente
en mi libro La Iglesia Traicionada,
aparecido en 2010, y durante casi 14 años, sistemáticamente, desde las páginas
de la revista Cabildo, que tengo el
honor de dirigir. A estas múltiples pruebas que aporto no pueden ponerle freno
ni el voluntarismo cerril del hombre de Pamplona, ni su método sofístico del
wishful thinking, ni la falacia de la petición de principios. Si no fuera
inapropiado introducir un sarcasmo, diríase que la criteriología del Padre Iraburu
es la de aquel marido infiel del chascarrillo popular, que sorprendiendo a su
mujer in fraganti adulterio, lo niega enfáticamente diciendo: ¡cómo mi esposa
me va a hacer infiel si es mi esposa! Estar enemistado con la realidad se paga
caro.
Sólo me limitaré
a poner un ejemplo para los amigos de mi amada España, primeros destinatarios
del brulote iraburiano y que no tienen porqué estar al tanto de los penosos
detalles domésticos de nuestra apostasía clerical. El 11 de octubre de 2012, la
Universidad Católica Argentina, presidida por el Cardenal Bergoglio, le
confirió el Doctorado Honoris Causa al Rabino Abraham Skorka, amigo personal
del alto prelado, a quien ya visitó y abrazó afectuosamente en Roma, una vez
convertido en Papa Francisco. Este rabino se presenta como discípulo de otro,
llamado Marshal Meyer, cuya “bendita memoria” (sic) exaltó en el mentado acto
académico, y exalta de continuo. Marshal Meyer, a su vez, fue un personaje cuya
condición de pederasta y corruptor de menores, no sólo fue probada en los
estrados judiciales (Buenos Aires, año 1971, causa 26.176, Sala V de la Cámara
de Apelaciones en lo Criminal y Correccional), sino que, y por lo mismo,
significó la expulsión y el repudio del reo por parte de las mismas comunidades
judías del país. A la hora de agradecer el doctorado, Skorka, quien también en
su momento justificó la legalización de las uniones sodomitas, agravió de
diversos modos sutiles a la Iglesia Católica y negó que Cristo fuera el Mesías.
Todo sucedió con la anuencia, la promoción y el aplauso del Cardenal Bergoglio,
con quien acabó el deicida confundido en prolongado abrazo. Pueden verse los
detalles de este funesto episodio en http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/search?q=Rabino+Skorka.
No sé qué nombre recibirá en España este episodio. Aquí, y por lo pronto, no
podemos sino consignarlo como blasfemia contra la Fe Católica, causado por
la heterodoxia insensata del judeo-cristianismo.
b)- San Agustín
define: “Milagro llamo a lo que, siendo arduo e insólito, parece rebasar las
esperanzas posibles y la capacidad del que lo contempla” (De utilitate credendi, 16,34). Santo Tomás completa: “milagro es
algo hecho por Dios más allá de las causas conocidas por los hombres (Suma teológica, I parte, q. 105, a. 7).
A esto me refiero, a esto apelo, a esto me entrego y en esto confío, cuando
impetro y reclamo de hinojos que haga Dios el milagro para que Bergoglio “sea
el buen Papa Francisco”. No estoy pidiendo que los muertos resuciten, ni estoy
desconociendo el carácter milagroso que tiene de suyo la trasmutación de Simón
en Pedro.
Hace muy mal
el Padre Iraburu al negarse a pedir el milagro de tan magna conversión.
No sólo por el bien inherente que toda conversión conlleva, (y tanto más
conllevaría en este caso), sino porque, como bien enseña el Catecismo (n.548),
“los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre, éstas
testimonian que Él es Hijo de Dios”.
El Padre
Iraburu se rehúsa a distinguir entre el milagro como don de la gracia que lo
transforma a Simón en Pedro; (y que nosotros no sólo no negamos sino que
afirmamos expresamente en nuestro artículo, en uno de esos párrafos que nos
fueran omitidos), y el milagro en la acepción que acabamos de ver, de las manos
seguras del Aquinate y del de Hipona. Se rehúsa a distinguir entre el milagro
que conlleva la gracia de estado –y en cuya creencia, en este caso concreto de
Francisco, insistimos en afirmar- y el milagro de la metanoia, por el que un
corazón de piedra puede convertirse en uno de carne, según el Profeta Ezequiel
(11, 19). También la Eucaristía es un milagro per se, la celebre el sacerdote
que la celebrare, en virtud de ese otro milagro –bellamente expresado por Hugo
Wast- de que esas manos consagrantes se transformen en manos de oro por la
gracia de estado. Pero si nos consta que el sacerdote está empecinadamente
extraviado y subvertido en su doctrina, nada mejor podremos hacer que rezar por
el milagro de su conversión.
Sí; hace mal el
Padre Iraburu en negarse a rezar por la plena conversión del Cardenal
Bergoglio. Unas páginas del notable Papini, a propósito de un poema de Roberto
Browning, y tituladas sugestivamente La
conversón del Papa, refieren el caso literario de Aureliano, quien arribado
al trono de Pedro tras largos años de fingimiento y con posterioridad al engaño
al que sometió al Colegio Cardenalicio todo, fue sujeto, de pronto, del milagro
personalísimo de su conversión. “Y en aquel instante”, relata Papini, “en
aquella sala donde el nuevo Papa se había encerrado, solo, para concentrar sus
pensamientos y sus fuerzas, sucedió algo que jamás fue conocido por otros, se
realizó el inesperado y providencial milagro: el pensamiento de toda aquella
pobre gente que corría hacia él, que creía en él porque había creído en sus
palabras, ese pensamiento lo burló, lo conmovió, lo sacudió y arrastró consigo.
Experimentó un escalofrío, se sintió agitado por un temblor, le pareció que una
luz jamás vista invadía la gruta oscura de su alma. Repentinamente se sintió
inundado y vencido por una dulzura aniquiladora jamás experimentada en su larga
vida, por una ternura infinita hacia todas aquellas almas simples, infelices y
sin embargo felices, que creían en Cristo y en su Vicario, y súbitamente, el
nudo negro y gravoso de la anhelada venganza se deshizo, se cortó, se disolvió
en un llanto continuo, desesperado, que le quemaba los ojos y el corazón, que
consumía su interior más que una llama viva. El nuevo Papa se postró sobre el
mármol del pavimento, y oró de rodillas, oró por vez primera con abandono total
del alma, con toda la sinceridad de la pasión, como nunca había orado en toda
su vida. El viento impetuoso de la Gracia lo había derribado y vencido en el
último instante. Hasta el mismo dolor del remordimiento por su infame pasado de
fingimiento, de engaño y duplicidad, le parecía un consuelo inmerecido, un
consuelo divino. Aquel dolor quemante lo podría acompañar hasta la muerte, pero
purificándolo, salvándolo de la segunda muerte”. Dios es todopoderoso; y
nosotros, repetimos, creemos en los milagros.
c)- Es mentira
que la iglesia no pasa por ningún eclipse, como entrando en burda contradicción
consigo mismo sostiene el Padre Iraburu, al sólo objeto de descalificarme y de
afianzar su optimismo vacuo. La Iglesia vive un proceso de autodemolición, con
el humo de Satanás merodeando sus entresijos, que es mucho peor que un eclipse.
La Iglesia recibió, aún desde mucho antes del Concilio, la advertencia de que
ya podría habitar en este mundo el hijo de la perdición, acechando nuestras
vidas creyentes. Lo dice San Pío X en su primera encíclica, del año 1903, E Supremi Apostolati. ¿Cómo llamar a un
sacerdote, que al solo objeto de imponerse en un debate, afirma y niega a la
vez la existencia de gravísimas infidelidades en la Iglesia?
d)- Es
contradictorio asimismo que el Padre Iraburu lance, con buenos fundamentos
teológicos, la posibilidad in genere de una elección nula en un Cónclave
amañado o torvo, y sostenga después que “no se necesita tampoco que el pueblo
cristiano haga un discernimiento acerca de la autenticidad del Papa Francisco”.
Por lo pronto
yo nunca he pedido esto último, limitando mi ruego de un discernimiento a los
textos apocalípticos que podrían arrojarnos señera lumbre en medio de tan inédita
travesía. Pero así como aturde que el Padre Iraburu se oponga a pedidos de
conversiones y de milagros, no causa menos estupor la negativa a pedir y a
cultivar ese don preciosísimo del Espíritu Santo, llamado entendimiento y que,
según Santo Tomás (S.T, II, II, q.8), es el que permite que la inteligencia
humana, bajo la acción iluminadora del Paráclito, se haga apta para una
penetrante intuición de las cosas reveladas y aún de las naturales en orden al
fin último sobrenatural. Si algo necesitamos hoy es discernir, conjugando el
verbo en esta acepción teológica.
El Padre Iraburu, niega la necesidad “de hacer discernimiento
prudencial alguno”; esto es, y dicho sin ambages, niega en tamañas
circunstancias aciagas como la que no toca vivir, la práctica de una virtud y
la recepción de un don de la Tercera Persona; y manifiesta su seguridad
absoluta “de que el Señor nos escucha y nos concede lo que le pedimos”.
Por supuesto, pero siempre y cuando, y como también lo enseña Santo
Tomás, nuestra oración sea “segura, recta, ordenada, devota y humilde”.
Medio difícil de aunar todos estos requisitos, si mi plegaria consiste en
decir: “Te pido Señor que no imploremos ni el milagro ni la conversión de un
vicario tuyo crispado de extravíos en su reciente y abultado ministerio
público. Te pido además que no nos obligues a discernir ni a recordar que tu
Barca hace agua por los cuatro costados; ¡ah!, y de paso, Señor, te pido que acabes
con el siniestro objetivo de un tal Caponnetto, que se permite recordar tu
revelación apocalíptica, tan luego cuando se acaba el eclipse y asoma la
primavera de la Iglesia”.
La humildad y la desconsagración
El Padre
Iraburu dice haber escrito en ocasiones, y es cierto, lamentando “grandemente
las pésimas consecuencias que trae la secularización del sacerdocio
ministerial, también en su apariencia exterior”. Pero como en el caso del
eclipse, no es momento éste para andar recordando esas cosas. ¡Nadie se atreva
a tocar a Bergoglio! De modo que otras enseñanzas se imponen, más bien de cuño
historicista y relativista. Por ejemplo, que “se pueden eliminar tradiciones
pontificias”, que se puede dar “una cierta evolución de los signos sagrados” y
que “modos y gestos tradicionales en la vida de la Iglesia pueden y deben
cambiar o eliminarse en el tiempo histórico oportuno”, estando atentos, como
vimos, “a las circunstancias del mundo”. Las circunstancias del mundo y el
tiempo histórico –el Siglo, diría Hello- son ahora nuestros guías para medir el
uso o el desuso de los signos pontificales. El que piense lo contrario –y
según el Padre Iraburu, que no entiende nada al respecto, ése sería mi caso- es
un malvado que “formula críticas crueles y falsas [que] sólo sirven para
denigrar al Papa Francisco gratuitamente”.
Vuelve a ser
curioso el criterio del Padre Iraburu. La crueldad y la falsía no estarían del
lado de quien irrumpe en la silla petrina trocando abruptamente la pulcrísima
majestad y dignidad litúrgica procurada por su antecesor, y poniendo así en
evidencia, de modo casi ingrato, que lo anterior le resulta desdeñable. La
crueldad y la falsía no estarían en quien introduce tintes plebeyos y
populistas en su conducta pontificia, incluyendo la de sostener la camiseta
futbolera del club de sus predilecciones, o juntarse el 20 de marzo, en plena
Cuaresma, “a comer algo” en un salón contiguo a la Sala Paulo VI, “y cantar
tangos todos juntos”, intercambiando regalos, risas, confianzudismos y
fotos “con el gordo” Juan Manuel Olmos, político vil, integrante en el año 2011
de la lista kirchnerista Filmus-Tomada, que propiciaba abiertamente un ideario
pro cultura de la muerte y revulsivamente anti católico. No; nada de eso –que
puede constatarse en todos los medios locales del 21 de marzo- es crueldad y
falsía. Sólo lo mío.
Le diré algo
al Padre Iraburu, si está en condiciones de comprenderlo. Mi preocupación no es
la silla gestatoria, el palio, la museta o el camauro. Tenemos por seguro que
por ningún cambio accidental, como bien dice, se desmoronará la Roca; y en lo
personal, de mí sé decir que en materia de gustos prefiero la augusta y solemne
austeridad monacal al desborde barroco. Tampoco creo que el semper idem de la
Iglesia consista en mantener perennemente los “flabelos, la capa magna con una
cola de cuatro o cinco metros, sostenida por un caudatario, el besapiés del
Papa”. Todo esto que Iraburu enumera como modificable, y que –sobre todo el besapiés-
más se adapta a su actitud mental de idolatrar a la persona del Papa, que a la
mía, no es el motivo central de mi combate.
Mi
preocupación es teofánica y parusíaca a la vez. Con lo que queremos decir que
si se multiplican los gestos de aseglaramiento, secularización, minimalismo
simbólico, disminución de la majestad regia, desjerarquización y populismo, la
conducta pontificia más se asemejará a una ceremonia de auto-desconsagración
que a una Vicaría terrena del Rey de Reyes. Si tanto le incomodan a Francico
los atuendos preñados de sacralidad, los legítimos talantes regios o los ritos
más raigales, no es al pueblo fiel al que dejará conforme. Porque ese pueblo
fiel –aunque hoy esté compuesto por un puñado ínfimo de hombres lúcidos- no
quiere que el Papa sea uno más que tome el colectivo con ellos. Quiere que sea
un egregio. Un Papa democrático –y he aquí el sentido parusíaco de nuestra
inquietud- más se acomodaría aún a la figura del Falso Profeta.
No sabemos,
además, a quién se quiere impresionar con esta seguidilla de gestos
abruptamente diferentes a los de sus antecesores. Si es al mundo y a los
multimedias, ya están arrobados desde el minuto inicial en que inclinó la
cabeza ante la multitud pidiendo rogativas antes de bendecirla; esto es,
horizontalizando antes que verticalizando. Pero si es a los católicos serios y
formados, cuanto ha hecho hasta ahora Francisco en materia de humildad y de arrojo
es nada, comparado con un León Magno, en sandalias, desafiando con su
solo pellejo al energúmeno de Atila o de Genserico, en las puertas de Roma, o a
San Ponciano Papa, desnudo y sangriento, trabajando como un galeote en las
minas de Cerdeña, para morir después martirizado.
Acaso sea el
momento de repasar aquel consejo dado a San Francisco Javier, que en el El
Divino Impaciente, José María Pemán puso en la boca de San Ignacio:
“... No exaltes tu
nadería,
que entre verdad y
falsía
a penas hay una tilde,
y el ufanarse de
humilde
modo es también de
ufanía”
El último sofisma del Padre Iraburu
Ya usó unos
cuantos el hombre, como hemos visto; de modo que uno más, a modo de estrambote,
no podía faltar. “El sr. Caponnetto” –sostiene- “por muy católico e
intelectual que sea, no es quién para afirmar en público que tal obispo es un
hereje”. Lo que ha hecho “es una barbaridad nefasta [...]y he argumentado suficientemente
mi posición ,que no es puramente ‘mía’, sino compartida por la inmensa mayoría
de la Cristiandad, Obispos y fieles católicos”.
Falacia ad
hominem potenciada con la del mayoritarismo. Combinacion más revolucionaria
imposible.
Pero tiene
razón el Padre Iraburu: yo no soy quién. No soy como él, nimbado de dones
preternaturales para decir cuánto se le ocurra. Falla en la homousia que no
puedo subsanar.
Por cierto que
no soy quién. El pequeño inconveniente de este burdísimo sofisma ad hominem es
que aquí no está en debate ni mi rango ontológico ni el de él, sino la Verdad.
Y Veritas, a quocumque dicitur, a Deo est. Mientras no logre probar que
falto a la Verdad, y no lo ha logrado en ninguno de los puntos en cuestión, no
intentaré defensa alguna de quién soy yo. Por lo demás, celebro que el Padre
Iraburu haya ganado las últimas elecciones democráticas de la Cristiandad,
gozando de los favores de “la inmensa mayoría”. Como yo soy católico no
voto ni me hago votar, de modo que estoy fuera de la competencia, derrotado de
antemano.
Consejos para los amigos
Les diré al
menos, y por si sirviera de algo, lo que yo estoy haciendo y pienso hacer:
1- Mientras no
se pruebe de modo fehaciente la nulidad del Cónclave –y en principio no parece
probable tal alternativa, siendo delicadísimo que así sucediera- Francisco es
Papa, y se debe proceder ante él como ante todos los Vicarios de Cristo:
veneración y obediencia. Si algo malo se supiera mañana al respecto, no me ha
de alegrar la noticia, ni el haber conjeturado desde el principio tan espantosa
hipótesis. Se me dirá que estoy condicionando mi adhesión al Pontífice. No,
porque creo en el Espíritu Santo, como repito cada mañana. Pero tampoco dejo de
repasar aquellas palabras de Jesucristo dirigidas a los fariseos: “Cuando
anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana:
Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que
sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡más las señales de los tiempos no
podéis! (Mt. 16,2). Que el mundo, empezando por el “católico”, festeje los
arreboles falsos. Nosotros tratemos de estar atentos a las señales de los
tiempos.
2- Si alguien
se preguntara cómo un prelado tan visiblemente ligado por sus antecedentes a la
promoción de la herejía, pudo haber sido elegido Papa, no encontramos otra
respuesta más que lo dicho en la Primera Carta de San Juan, capítulo 2,
versículos 18 y 19. Léase atentamente su contenido con longanimidad, fortaleza
y confianza en Dios. Y Dios permita que nos sea dado ver muy pronto que son
ellos, los heréticos, quienes tendrán que decir de Francisco: salió de nosotros
pero no era de nosotros. He aquí el texto de Juan: “Hijitos míos, es la última
hora. Se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; pues bien, ya han
venido varios anticristos, por donde comprobamos que esta es la última hora.
Ellos salieron de entre nosotros mismos, aunque realmente no eran de los
nuestros. Si hubieran sido de los nuestros se habrían quedado con nosotros. Al
salir ellos, vimos claramente que no todos los que están dentro de nosotros son
de los nuestros”
3- Rezaré y rezaré
intensamente; rezaré como nunca antes en mi vida, pidiendo el milagro de que
Francisco se convierta de sus errores pasados y de sus conductas crapulosas,
constituyéndose en el Papa santo y sabio que necesita la Iglesia para ser
restaurada. Será un honor servirle entonces. Defenderé y predicaré pública y
gozosamente cuanto de bueno, bello y verdadero sostenga y obre desde su sede,
sin confundir cualquier opinión vertida por él a lo dicho ex catedra, si lo
hubiere, que bien sabemos obliga a otra conducta. Y desde ya que me place y
conforta haberle escuchado decir en estos días algunas de esas verdades simples
que solía decir en privado, cuando era apenas Monseñor Bergoglio o el Padre
Jorge.
4- Seguiré
insistiendo, y con más énfasis que lo habitual, en el deber que tenemos los
súbditos de resistir los errores, las confusiones y las felonías de los
Pastores, y aún las del mismo Sumo Pontífice, llegado el durísimo trance. Esto
es doctrina católica y no su contraria; y tiene una antiquísima tradición
dentro de la Iglesia. Nos asistan en esta tarea Santa Catalina de Siena, San
Atanasio, San Sofronio, San Norberto, San Césareo de Arlés, y cuantos varones y
mujeres extraordinarios han tenido que obrar o enseñar que la opugnación
filial, amorosa y respetuosa al Papa, puede ser un acto de servicio para
custodiar a la Iglesia de su derrumbe, y hasta al mismísimo Santo Padre.
5- Insistiré
oportuna e inoportunamente en la obligación moral que nos asiste a “los
súbditos de celo y libertad, para que no teman corregir a los prelados,
especialmente si el crimen es público y corre peligro la mayoría de los
fieles”. Es enseñanza de Santo Tomás de Aquino (In Gal.2, 11, nº 76-77), pero
podríase sobre el particular citar una multitud de textos escriturísticos,
patrísticos, escolásticos, conciliares, canónicos y pontificios de todos los
tiempos, conformando todos ellos un corpus doctrinal, que en buena hora
redondeó admirablemente Melchor Cano -teólogo de Carlos V en Trento- diciendo:
“cuando los pastores duermen, los perros deben ladrar”.
6- Distinguiré,
en la medida de mis posibilidades, la vera realidad de las horribilísimas
campañas multimediáticas puestas ya en marcha sobre el nuevo Pontificado. No lo
que digan los medios, sino lo que diga y obre el Papa deberemos analizar. La
mayor restricción que hagamos al influjo de los medios masivos, será para
nuestro bien. También lo será el mayor uso que hagamos de los diálogos y
pedidos de consejo entre los sabios. No vale aquí ningún argentinismo, ninguna
papolatría, ni menos aún ninguna papoclasia. Pero que tampoco aparezca un
extranjero a querer enseñarnos quién es Monseñor Bergoglio. Veamos los frutos
de Francisco, pues ya se sabe que el árbol se conoce por sus frutos (Ls.
6,39-45). No nos fijemos un tiempo cronológico sino un lapso espiritual.
Midamos la espera en maitines y en vísperas, no en horas calendáricas.
7- Estaré
atento a las enseñanzas de Libro del Apocalipsis, explicadas principalmente por
los Padres y nuestro cura Castellani; y a las pocas revelaciones marianas aceptadas
formalmente por la Iglesia. Depuremos nuestro diagnóstico de la multitud de
aparicionismos, videntes o revelaciones privadas. Más conducen a la
demencia que a la salud. Pero no olvidemos la necesidad de una
perspectiva parusíaca, sobre todo ante esta extraña situación de dos Papas
conviviendo en Roma. Orante y monástico el uno, activista y pragmático el
otro.
Avisos parroquiales
1º.- Hace unos
años, en el 2005 -Dios sabrá porqué- Bergoglio fue causa de la ruptura de la
amistad con el Padre Torres Pardo. Ahora, ya devenido en Francisco, es causa de
ruptura con el Padre Iraburu, con quien ninguna amistad tenía, pero sí amigos y
conocidos varios en común.
Al Padre
Iraburu; aunque pensándolo mejor más que él a mis amigos, discípulos y
lectores, quiero recordarles literalmente –con algún levísimo retoque- lo que
dije en aquella respuesta del 2005, como cierre de mi carta:
“Conozco la
naturaleza humana, de puro viejo nomás. Sé que el Padre [José María Iraburu]
querrá quedarse con la última palabra. Se la cedo. La última y la penúltima y
el post scriptum. Mis energías, pocas o muchas, las que me queden, no se
gastarán sino en lo que siempre he querido quemarlas: luchando por Dios y por
la Patria. Quiero decir que no admitiré más polémicas con él, pues lo esencial
que tenía por decir ya fue dicho, sólo Dios sabe al precio de qué amargura, en
plena Semana de Pasión. Además, conozco la tópica, gracias al maestro
Aristóteles. Sé cuándo se sabe argumentar y cuándo no, y por consiguiente,
cuándo y con quien vale la pena sostener una polémica. El Padre [Iraburu] ha
cometido todos los extravíos de una tópica sin sustento, de una razón sin
timonel, de una inteligencia sin circunspección.”
“Una
aclaración postrimera me queda en el tintero y he de hacerla. No me causa
ninguna gracia andar de desencuentro en desencuentro con curas, obispos,
y Pontífices. No he sido educado para tener que rebelarme contra las
autoridades de la Iglesia, sino para arrodillarme frente a la Jerarquía,
orgulloso de mi vasallaje, y ofrecerle mis servicios. Me lastima hasta la fibra
más honda del alma constatar que, en líneas generales, nuestros pastores y
clérigos son medrosos, ambiguos, heresiarcas y hasta poco viriles, como diría
Santa Catalina de Siena. Tal situación me provoca una desazón y un tormento
que, repito, sólo Dios conoce, y sólo Él sabrá porqué lo permite. Pero no debo
callar. En mi nombre, en el de los tantos y tantos que padecen conmigo similar
dolor, en el de mis maestros mártires y en el de mis discípulos. No debo
callar, porque la esperanza está puesta en el triunfo de la Verdad Crucificada,
oportuna e inoportunamente testimoniada. No debo callar ni retroceder, porque a
pesar de la jerarquía prevaricadora y de sus inesperados obsecuentes, alguien
tiene que decir la Verdad”.
2º. Mi repudio
mayor en estas lides se lo llevan esos personajillos anónimos, cobardes,
arteros y encanallecidos, que se llaman posteadores o simples navegantes de
internet. Agradezco a Dios que por mi edad, mi impericia técnica y mi falta de
tiempo, sólo sea eventual y fugacísimo el anoticiamiento que tengo de sus fechorías.
Pero así las cosas hoy, con esta cybermanía, cualquier imbécil que jamás se
acercó a mi alma ni a mi trato, ni a mi familia ni a mi casa ni a mi vida, se
cree autorizado a acusarme de lo que se le ocurra.
He perdido
muchas cosas por dedicarme a lo que me dedico. Vivo orgullosamente con lo
puesto. Pero siempre me preocupó perder algo más: la vida eterna. Y la vida
eterna la perderé si enmudezco como un pusilánime, si disimulo como un oportunista
o si miento como un patán. Sepan, pues, los nuevos pendolistas anónimos,
pseudónimos o encubiertos; sépanlo los calumniadores ociosos y los que, por ser
ladrones, creen que todos son de su condición. Seguiré en batalla, hasta que el
Señor me llame. Y sépanlo asimismo aquellos que bien me quieren -me consta-
pero me aconsejan prudencias que no van con las urgidas perentoriedades, postergaciones
que terminan siendo renuncias y subterfugios impropios del testigo. En esto al
menos, procuro hacerle caso a Borges:
“Entre las cosas hay
una
de la que no se
arrepiente
nadie en la tierra.
Esa cosa
es haber sido
valiente”.
3- Guardo en
mi corazón –y también en mi archivo- un sinfín de cartas de amigos, de
discípulos, de maestros, de hombres prestigiosos, de familias y de gente común
de toda edad y condición, que me manifiestan su gratitud por cuanto he escrito
al respecto. Estoy contando los hechos como son, y nada gano en mentir. Son
cartas que me agradecen y ponderan sin lisonjas, en el tono coloquial que se
suscita entre almas afines, ajenas a toda negociación de vanaglorias, a todo
estúpido e inexistente posicionamiento curricular. No; ya no hay tiempo para
las majaderías entre nosotros.
Pero hay una
clase especialísima de esas cartas a las que quiero dedicar un párrafo aparte.
Son las de aquellos sacerdotes que no pueden hablar porque es mucho o es todo
lo que perderían si así lo hicieran. En privado me felicitan, me apoyan, me
sostienen, me alientan a decirlo todo, me aportan elementos de juicio, y a veces
me enmiendan con caridad y ciencia. Entiendo las razones de su silencio. No les
formulo el más mínimo reproche. No quisiera herirlos con una línea siquiera que
pudiera rozar sus nobles decisiones. Les pido perdón sinceramente y de antemano
si estos renglones pudieran embretarlos. Pero ellos saben más que yo. Es
cierto. Han estudiado disciplinas arduas cuya plena posesión me es ajena.
Harían un bien inmenso si salieran a hablar con sus rostros y voces y nombres y
títulos, a plena luz del día, desde los tejados. Harían un bien inmenso incluso,
si ante estocadas arteras como ésta que me toca hoy responder, dijeran en
público lo que me dicen en privado: que tengo razón.
A ellos, pues,
a estos sacerdotes a quienes tanto admiro y debo, sólo quiero formularles unas
preguntas, cuyas respuestas ignoro: ¿Cuál es el límite de ese silencio? ¿Cuál
es el borde de la fingida conformidad? ¿Cuándo habrá que quemar las naves?
¿Cuándo es el día del viaje desasido, sin regreso, sin orillas amigas que nos
esperen, sin lechos familiares en que reposar seguros las osamentas? Sólo el
desierto, el páramo, el peregrinaje arduo y combatiente. ¿Cuál es el día para
decir ¡basta! y gritar desde los tejados? ¿No sería menos desolada la soledad,
menos apenada la pena, menos desangeldo nuestro Ángel, si ellos hablaran de
consuno, con la facundia y la sabiduría que el Señor les ha prodigado?
Me uno a ellos
con afecto entrañable en vísperas de este nuevo Viernes de Pasión en que
termino mi escrito. Me aferro como amigo y penitente a sus manos que
saben bendecir y perdonar .Me permito pedirles un sitio en el Via Crucis, para
decirles que, tal vez por nuestro mutismo o indiferencia, Jesús se está cayendo
por cuarta vez:
La tarde huele a
sangre y a gemido,
arriba espera el
monte abovedado,
más hondo que la
huella del arado,
más seco que el ahogo
de un latido.
Ya estaba terminado
el recorrido,
pronto estaría todo
consumado
pero advertiste el
rostro de un pecado
venidero y final como
un crujido.
La Nave quiebra un
mástil, se te aparta,
¡Navega hacia alta
mar! , le gritas mudo
y caíste la vez
número cuarta.
Mañana sonarán
repiqueteos
pero hoy, tu viernes
desolado y rudo,
Aquí estamos, Señor,
tus cireneos.