La
infalibilidad del Papa, es una cuestión que hoy día la mayoría de los católicos
no conoce o, peor aún, la malentienden. Publicamos un texto doctrinal, más que
aclarador al respecto, del padre Leonardo Castellani.
LA INFALIBILIDAD
R.P. Leonardo Castellani Conte
Pomi, SJ
Dr. Sacro Universal
La infalibilidad
del Papa que Dios ha hecho, es una cosa milagrosa; pero no es tan milagrosa
como la infalibilidad del Papa que algunos protestantes han hecho.
Ni Dios mismo,
con ser todopoderoso, puede hacer la infalibilidad que hizo Mr. Charles
Kingsley, por ejemplo, y que regaló gratuitamente al Sumo Pontífice. Por eso,
para decir lo que es, ayuda a decir juntamente lo que no es la Infalibilidad
Pontificia.
1. Infalibilidad no es el
poder del mal bien y del bien mal
La doctrina de
la Iglesia reconoce la existencia de la ley natural, existencia del bien y del
mal, es decir, de un orden que nace de la misma naturaleza de las cosas. Orden
que Dios mismo no puede deshacer, porque Dios no puede hacer cosas
contradictorias.[1]
Dios mismo no
puede hacer que una blasfemia deje de ser pecado, porque Dios no puede hacer
que la criatura no sea criatura y el Creador no sea Creador. Dios puede
dispensar de una ley divina positiva como la de comulgar alguna vez en la vida;
La Iglesia puede dispensar de una ley eclesiástica positiva, como la de
comulgar una vez al año: porque todo legislador puede dispensar de su ley, cuya
obligatoriedad dimana de su propia voluntad.
Así, pues, La
Iglesia podía quizá dispensar el impedimento del matrimonio de Enrique VIII con
Catalina de Aragón, cuyo impedimento de afinidad en primer grado, auque de
hecho no lo dispensó; pero que de eso se deduzca que el Papa “has the
power of creating right and wrong” tiene el poder de crear el bien y
el mal en tan desmesurada proporción que pueda por medio de las indulgencias
(!) asegurar el perdón a cualquiera “etsi matrem Dei violavisset” parece
que es una consecuencia tan monstruosa, que es imposible que haya sido escrita,
parece que debe ser por algún dejado de la mano de Dios.
Y si fuera
escrita por el Rev. Charles Kingsley en una crítica de la historia de Froide en
el Mac Millan Magazine, en enero de 1864, parece que yo no debería repetir sus
palabras siquiera por no ofender los píos oídos y por respeto al género humano.
Y sin embargo,
las tengo que repetir, para que se vea hasta dónde puede llevar el prejuicio de
un hombre de estudios, Doctor Divinity (doctor en teología), que dice creer en
Jesucristo y tiene a todos los papistas por fanáticos: para que sirva de
ejemplo de lo que decía arriba acerca de la razón humana.
2. Infalibilidad no es
impecabilidad.
Dicen que en
algunas lenguas estas dos ideas se expresan con una palabra común (unfehlbar en
alemán, nepogriéchimosti, en ruso), la cual hizo gritar a los viejo-católicos
alemanes y a los cismáticos rusos cuando la definición Vaticana, que los
ultramontanos habían fabricado un Papa igual que Dios. Por lo cual, en el II Congreso
de Velehrad, en 1905, el obispo ortodoxo A. Maltzew propuso cambiar por la
palabra bezochibotchnodti (sin error), para quitar piedra de tropiezo a
nuestros hermanos orientales.
Pero no es así
en la lengua latina (falli = equivocarse) ni en la nuestra. Nosotros sabemos
hace mucho tiempo que no todo es trigo limpio en la Iglesia Católica, y que no
solo pueden pecar, sino que de hecho algunos papas pecaron. ¡Miren a qué hora
se despierta el buen diputado socialista! Lo sabía yo al hacer la primera comunión,
que en el campo del Padre de familia el hombre enemigo sembró en medio del
trigo limpio, cizaña.
El Papa es pecador como hombre
privado, y por eso tiene confesor y se arrodilla ante él cada semana; pero es
infalible cuando habla ex cátedra. Esa expresión técnica de los teólogos (hablar
desde lo alto de la cátedra de Pedro) expresa las condiciones y límites de la
promesa divina, que son tres:
- cuando habla como Doctor público y cabeza de la
Universal Iglesia, no como hombre, no como teólogo, no como obispo
de Roma, precisamente;
- cuando habla acerca de las cosas de la fe y de la
moral, es decir, acerca del depósito de la revelación pública hecha por
Cristo y clausurada por los Apóstoles;
- cuando define, es decir, pronuncia juicio solemne,
auténtico y definitivo acerca de si una verdad está contenida en ese
depósito inmutable, no cuando aconseja, exhorta, insinúa o administra.
Ojo con esta
palabra depósito de la revelación (“Apostoli contulerunt in Ea, tanquam in
repositorum dives, omnia quae sunt Veritatis” dice Ireneo), que no
significa una caja de verdades colgadas pinchadas y clasificadas, como la teca
de un naturalista.
En el capítulo
último de Orthodoxy, Chesterton ha ilustrado las relaciones de la autoridad y
el aventurero, con la comparación su padre llevándolo de la mano a él pequeño
al descubrimiento del jardín de su casa. “Yo sabía que mi padre no era
un montón de verdades, sino una cosa que dice la verdad.”
El montón de
verdades supraterrenas que al hijo de Dios plugo traernos están todas
contenidas en la Iglesia Católica de Pío XI, como lo estuvieron en la Iglesia
Católica de San Pedro; no precisamente en la cabeza de Pío XI, ni en el símbolo
de Pedro, ni en la Suma Teológica, ni en el Concilio de Trento; sino en la vida
de la Iglesia viva, a la cual pertenecen Pío XI y el símbolo y la Suma
Teológica y el Concilio.
La inspiración
personal de los protestantes agarrados a la Biblia es el extremo contrario del
estatismo autorital de los rusos agarrados a los ocho primeros Concilios; y las
dos exageraciones matan la verdad revelada, la primera por desangramiento, la
segunda por estrangulamiento. Porque la asistencia continúa del Espíritu de
Verdad prometida a la Iglesia, ni es la continua profecía, ni es la profecía
momentánea y petrificada en un libro o en veinte cánones.
Entre los dos
extremos de la momificación del dogma y el continuo nacimiento del dogma, hay
un medio verdadero que es la vida del dogma. Y de ésta vida del dogma es la
infalibilidad el órgano regulador y propulsor, como el corazón que en el medio
del pecho bate tranquilamente la medida.
3. Infalibilidad no es ciencia
universal.
Algunos
católicos poco instruidos se imaginan quizá la Infalibilidad como un estado de
ciencia actual, y al Papa flotando en mares de certidumbre infusa, ideal y
sintética acerca de todas las cosas divinas. Si no hay católicos tan sencillos,
protestantes sí que los hay; y de esta gruesa fantasía brota la objeción
anglicana que arbora cándidamente Chillinworth, por ejemplo [2]: “Vamos
a ver; si el Papa es infalible, ¿por qué no publica un comentario infalible de
todos los versículos de la Escritura?”. Como si dijera:“Si el Papa es
infalible, que resuelva el problema aeronáutico de volar sin motor.”
De esta
concepción nace también otra idea simplista, que ha cristalizado en el libro de
Augusto Sabatier, Réligions d’Authorité et la Réligion de l’Esprit. Representan
la historia de la religión de Cristo como una lucha continua entre la Autoridad
y la Razón, con mayúscula; y atribuyéndose a sí mismos la libertad de la razón,
nos regalan gentilmente la esclavitud de la Autoridad. En la cual mazmorra
papal el entendimiento del pobre papista tiene que estar preparado para recibir
cada día nuevas listas de credenda, nuevos dogmas y verdades que, so pena del
infierno, debe creer ciegamente, aunque contradigan todo lo que creyó ayer y
creerá mañana. Claro que Sabatier no lo dice así, porque tenía más talento que
eso; pero así lo dicen al pueblo los bautistas yanquis en la plaza Once de
Buenos Aires y los anglicanos en el Hyde Park de Londres.
Pero no hay
libertad para el entendimiento fuera de la verdad. Es no saber ontología, tener
por un bien la libertad de pensar el error, que no es más que la esclavitud del
espíritu a la carne y al orgullo. “La gente libre debajo de Dios”, llama San
Agustín al pueblo cristiano. Es no saber psicología, ignorar la elástica
energía del entendimiento del hombre, centuplicada bajo la comprensión benéfica
de la Verdad Divina, como ya notara Aristóteles[3], la elástica vitalidad de
ese hijo del cielo, que como Anteo, hijo de la tierra, a cada golpe más gozoso
salta y con freno es cuando más gallardea, piafa y salva barreras, mientras que
sin freno se desboca y precipita. Es no saber historia, ignorar por una parte
el edificio estupendo de la Teología Católica, más sublime que la metafísica
aristotélica y la ética platónica, que no son más que sus basamentos,
arquitecturado bajo el rol de la infalibilidad, por mentes como Atanasio,
Agustín y Tomás de Aquino; ignorar, por otra parte, la descomposición casi
instantánea de la teología protestante en manos del libre examen, la carrera al
ateísmo pasando por el protestantismo liberal y el racionalismo, que hacía
retroceder espantada en 1833 al alma religiosa de Newman y la ponía sobre el
rastro de Dios. Descomposición de la cual escribió el mismo Loisy, a propósito
de la encuesta “Jesus or Christ?” del Hibbert Journal: “Se siente uno
tentadísimo de pensar que la teología contemporánea-excepción hecha de la
católica romana... -es una verdadera torre babélica, donde la confusión de
ideas es peor aún que la diversidad de lenguas.”
Es que dentro
de la palestra de la Infalibilidad hay espacio amplísimo para el torneo
formidable y benéfico de la Razón y la Autoridad Divina, para que se agarren
Agustín y Jerónimo sobre los ritos judaicos, tomistas y suaristas sobre los
Auxilios, mientras que fuera del recinto trazado por Dios mismo, la razón
rebelde galopa al escepticismo que es su ruina, detenida un momento solamente
por otra Autoridad bien innoble y esclavizante, la autoridad humana de un
Estado civil, del Rey de Inglaterra, jefe de la Iglesia Anglicana; del ex zar
Romanoff, ex jefe de la Iglesia Rusa.
De modo que el
magisterio infalible de Pedro no es la plenitud de la ciencia adquirida ni de
la ciencia infusa; y no a sido instituido por la Providencia para crear nuevas
creencias y dogmas, sino para custodiar incorruptas las creencias reveladas por
Jesucristo-Dios, ni una más, ni una menos.” (“para que no andemos vagando a todo viento de doctrina”),
a través de todas las vicisitudes de los tiempos, hasta el fin. He aquí como la
entiende un gran escritor ateo, y hoy amigo de la Iglesia, pero que ha leído
historia: “El viejo de blancos hábitos que asienta en la cima del
sistema católico puede parecerse a los príncipes de horca y cuchillo cuando
corta y separa, expulsa y fulmina; pero la mayor parte de las veces, su
autoridad participa de la función pacífica del maestro de coro, que marca el
compás de un canto que sus coristas conciben como él y al mismo tiempo que él.” [4]
4. Infalibilidad no es poder
despótico de gobernar la Iglesia y aun los Estados
El Sumo
Pontífice es el jefe supremo de la Iglesia y su potestad es inmediata,
ordinaria y episcopal. No podría, sin embargo, disolver el Episcopado, que es
institución divina; porque Cristo quiso que fuese monárquico-aristocrático el
gobierno de esta sociedad visible y cuerpo místico.
Pero este
poder de mandar, que llaman de imperio, no es el poder de enseñar, que llaman
de magisterio, al cual esta prometida la Infalibilidad. Lo cual no impedirá que
el tigre Clemenceau vocifere en el Senado en 1864, cuando se iba a definir: “Quieren
hacer [los ultramontanos] al Papa como en los tiempos en que los reyes eran sus
tenientes”; porque ¿Qué obligación tienen Ellos (“What They don´t know?”,
que dice Chésterton) de saber estas cosas?
Sobre el poder
temporal de los príncipes, los Papas no tienen ninguna jurisdicción directa,
como han enseñado casi unánimemente los Teólogos, Santos Padres, Apóstoles y el
mismo Cristo. Es conocido el ejemplo del jefe del Centro Alemán Mallinckrodt
negándose a seguir una insinuación meramente política de León XIII (votar leyes
militares de Bismarck), por parecerle dañosa a la patria, conducta que fue
aprobada por el mismo Pontífice.
-¿Qué es, pues, la
Infalibilidad?
La
Infalibilidad Pontificia no es más que la promesa del Hijo de Dios de la fe de
Pedro y sus sucesores no fallará; antes bien, servirá de sostén a sus hermanos,
y de este modo la Iglesia de Pedro será hasta el Fin del Mundo columna y
fundamento de la verdad revelada. Para negar que Dios pueda hacer eso, hay que
negar que hay Dios.
¿Cómo lo hará
Dios, por revelación, por inspiración, por simple vigilancia, por su eterna
presciencia sola y habitual providencia?...
El hecho es que si lo ha
prometido, lo hará.
[1] “Deus contra primum ordinem
non agit, quia contra seipsum nemo agit” Dice San Agustín
[2] Murria, De eclessia, t. II,
p. 361
[3] X Etic., c. VII; De Part. anim. II
[4] Charles Maurras,
Politique,Dilemme I, pág. 382.
R.P. Leonardo Castellani Conte
Pomi, S. J. Dr.
Sacro Universal. Visto en Página Católica.