Non tentabis
Dominum Deum
No tentarás al Señor
tu Dios.
(Matth. VI,
7)
En el
Evangelio de hoy leemos, que habiendo ido Jesucristo al desierto, permitió que
el demonio le llevase sobre el pináculo o cimborio del Templo, y allí
le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo» Si
filius Dei es, mitte te deorsum; añadiéndole, que los ángeles le tomarían en
las palmas de sus manos para que no se hiciese daño. Pero el Señor le
respondió: Está escrito en la santa Escritura: «No tentarás al Señor tu
Dios». Non tentabis Dominum Deum tuum. El pecador que se abandona al
pecado sin querer resistir a las tentaciones, o al menos, sin querer
encomendarse a Dios para que le de el auxilio necesario para resistirlas,
esperando que el Señor le librará algún día de aquel precipicio, tienta a Dios
para que haga milagros, o para que use con él de una misericordia
extraordinaria fuera del orden de las cosas. Dios quiere que todos los hombres
se salven, cómo dice el Apóstol: Omnes homines vult salvos fieri, (I. Tim.
II, 4); pero quiere también, que nos valgamos de las medidas necesarias para
salir de la esclavitud del enemigo, y que obedezcamos a Dios cuando nos llama a
penitencia. Los pecadores oyen a Dios cuando los llama; pero se olvidan de Él
bien presto, y perseveran en sus pecados, aunque Dios no lo olvida. Porque
cuenta lo mismo las gracias que nos dispensa, que los pecados que nosotros
cometemos; y cuando llega el tiempo prefijado por Él, priva de sus gracias y
nos castiga. Esto es lo que quiero demostrar hoy en el presente discurso, a
saber: que llegando los pecados a cierto número, Dios castiga y no perdona ya.
Prestadme atención.
1. Dicen muchos santos
Padres, San Basilio, San Jerónimo, San Ambrosio, San Juan
Crisóstomo,San Agustín y otros que así como Dios tiene determinado el
número de de los días de la vida, los grados de sanidad o de talento que quiere
dar a cada hombre, según dice la Escritura: Omnia in mesura et numero,
et pondere disposuisti (Sap. XI, 21), así también tiene
determinado el número de pecados que quiere perdonar a cada uno, cumplido el
cual, ya no perdona. San Agustínañade: «Conviene que meditemos
que, Dios tolera a cada uno hasta que, llenada la medida, no le queda lugar de
perdón». Illud sentire nos convenit tamdiu unumquemque a Dei patientia
sustineri, quo consumato, nullam illi veniam reservari. (De vita
Christi cap. 3). Lo mismo escribe Eusebio de Cesárea: Deus
expetat usque ad certum numerum, et postea deserit: «Dios espera hasta
que llenemos cierto número, y después nos abandona. (Lib. VIII, cap.
2) . Y lo mismo afirman los Padres arriba mencionados.
2. Missit me Domine, ut mederer contritis corde. Dios
está pronto a sanar a los que tienen voluntad de enmendar su vida; no puede,
empero, compadecerse de los que viven obstinados en el pecado. Perdona los
pecados, más no puede perdonar el propósito de pecar. Nosotros no podemos
reconvenir a Dios, porque perdona cien pecados a uno, y quita la vida y condena
al Infierno a otro al tercero o cuarto pecado que comete. Acerca de esto es
necesario adorar los juicios divinos, y exclamar con el Apóstol: «¡Oh
profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios; cuan
incomprensibles son tus juicios!» (Rom. XI, 33). El que es
perdonado, -dice San Agustín-, lo es por la sola misericordia de
Dios; y el que es castigado, lo es por la justicia. ¡A cuántos ha enviado Dios
al Infierno por el primer pecado que cometieron! San Gregorio escribe,
que un niño de cinco años, que tenía ya uso de razón, fue llevado a los
Infiernos por los demonios, por haber dicho una blasfemia. A Benita de
Florencia, gran sierva de Dios, reveló la Virgen María, que un
muchacho de doce años se condenó por el primer pecado que cometió. Pero diréis
vosotros: Yo soy joven, y hay muchachos que tienen más pecados que yo. ¿Y que
se infiere de eso? ¿Está Dios obligado a esperarte si pecas, porque eres
joven? En el Evangelio de San Mateo leemos, que la primera vez
que nuestro divino Salvador halló una higuera que no daba fruto, la
maldijo diciendo: Numquam ex te nascatur fructus, y se secó.
Es preciso temer, pues, de cometer un pecado mortal, y mucho más cuando es el
primero que se comete.
3. Dios dice: Del pecado
perdonado no quieras estar sin temor; ni añadas pecados a pecados: De
propitiato peccato noli esse sine metu, neque adjicias peccatum super peccatum.
(Eccl. V, 5). No digas, pues, pecador, así como Dios me perdonó los otros
pecados, así también me perdonará éste si lo cometo. No lo digas; porque si tu
añades un pecado nuevo al pecado que ya se te perdonó, debes temer que éste se
una al primero, y que de este modo se complete el número y seas abandonado por
Dios. Oye como lo explica más claramente la Escritura en otro lugar:Dominus
patienter expectat, ut eas cum judicii dies advenerit, in plenitudine
peccatorum puniat: «El Señor sufre ahora con paciencia para
castigar a las naciones el día del juicio, colmada que sea la medida de sus
pecados». (II, Mach. VI, 4) Dios, pues, espera con paciencia
hasta el número prefijado; cuando empero se ha llenado el número, ya no espera
más y castiga. Los pecadores amontonan pecados sobre pecados sin contar el
número de ellos: sin embargo, ya los cuenta Dios para castigarlos cuando se ha
llenado el número.
4. De estos ejemplos
hay muchos en la divina Escritura. Hablando el Señor de los Hebreos dice: «Me
han tentado ya por diez veces» Ya veis como cuenta los pecados. «No
verán la tierra». Veis pues, como castiga cuando se ha llenado el
número: Tentaverunt me per decem vices, non videbunt terram. (Num.
XIV, 22 y 23). Hablando de los Amorreos, dice en otro lugar: que difería su
castigo, porque no habían llenado todavía la medida del número de sus maldades.Necdum
enim completae sunt iniquitates Amorrheorum. (Gen. XV, 16). En
otro lugar tenemos el ejemplo de Saúl, que habiendo
desobedecido a Dios dos veces, fue abandonado por Él: de manera, que suplicando
a Samuel que intercediese con el Señor, para que le obtuviese
el perdón de su pecado: Porta quaeso peccatum meum, et revertere mecum,
ut adorem Deum (I. Reg XV, 25): Samuel,
que sabía que estaba abandonado por el Señor, le respondió: Non
revertar tecum, quia abjecisti sermonem Domini, et projecit te Dominus: «No
hará tal, porque tu has desechado las palabras del señor, y el Señor te ha
desechado a ti» (I. Reg. XV, 26). También está el ejmplo de
Baltasar, que profanó los vasos del templo comiendo con sus mujeres, y vió
aquella mano prodigiosa que escribió en la pared: Mane, Thecel, Phares.
Vino Daniel, y habiéndole suplicado que explicara el contenido de
estas palabras, dijo al rey, explicando la palabra Thecel: «Has
sido pesado en la balanza, y has sido hallado falso»: Appensus es in
statera, et inventus es minus habens (Dan. V, 7). Dándole con
esta explicación a entender, que el peso de sus pecados había inclinado la
balanza de la justicia divina; y con efecto, Baltasar, rey de los Caldeos, fue
muerto aquella misma noche. ¿A cuántos desgraciados sucede lo mismo? Ellos
siguen ofendiendo a Dios; más, cuando sus pecados llegan al número determinado,
los asalta la muerte, y los merge en el Infierno: «Pasan en delicia los días de
su vida, y en un momento bajan al sepulcro»: Ducunt in bonis dies suos,
et in puncto ad inferna descendunt. (Job. XXI, 13). Temed,
hermanos míos, no os mande Dios al Infierno, si cometéis un pecado mortal más.
5. Si Dios castigara
inmediatamente que el hombre le ofende, no se vería tan despreciado como se ve.
Y porque no lo hace así, movido de su misericordia nos espera, y retarda el
castigo, se llenan los pecadores de orgullo y siguen ofendiéndole. Los hijos de
los hombres, dice el Eclesiastés, viendo que no se pronuncia luego la sentencia
de los malos, cometen la maldad sin temor alguno. Debemos empero persuadirnos,
que Dios espera y sufre; más no espera y sufre siempre. Siguiendo Sansón
tratando con Dálila, esperaba librarse de las asechanzas de los Filisteos, como
lo había hecho otras veces; pero esta vez fue preso por ellos y le quitaron la
vida.No digas, -advierte el Señor- «yo pequé»; ¿y
que mal me ha venido por eso? Porque el Altísimo, aunque paciente y
sufrido da el pago merecido. Ne dixeris, peccavi, et quid accidit mihi triste>? Altissimus enim
est patiens redditor. (Eccl. V,
4). Dios tiene paciencia hasta cierto término, pasado el cual, castiga los
mayores pecados y los últimos; y cuanto mayor haya sido
la paciencia de Dios, tanto mayor será su castigo.
6. Por eso dice el Crisóstomo,
que más debemos temer a Dios cuando tolera, que cuando castiga inmediatamente.
Y ¿porque? Porque como dice San Gregorio, aquellos con quienes Dios
usa de más misericordia, son castigados con mucho mayor rigor si abusan de
ella. Quos diutius expectat (Deus) durius damnat. Y añade el
Santo: que estos tales frecuentemente son castigados por Dios con una muerte
repentina, y no tienen tiempo de arrepentirse: Sæpe quidiu tolerati
sunt, subila morte rapiuntur ut nec flere ante mortem, liecat. Y
cuanto mayor es la luz que el Señor comunica a algunos para que se enmienden,
tanto mayor es su obcecación y pertinacia en el pecado. San Pedro,
en su Epístola segunda, escribió: Mejor les fuera a los pecadores no haber
conocido el camino de la justicia, que no después de conocido volver atrás:Melius
enim erat illi non cognoscere viam justiciae quam post agnitionem retrorsum
converti.(II. Cetr. II, 21) ¡Ay de aquellos pecadores, que
tornan al vómito después de haber visto la luz! porque, dice San Pablo,
es moralmente imposible, que sean renovados por la penitencia:Impossible est
enim eos, qui semel illuminati sunt, gustaveunt etiam donum cæleste… et
prolapsi sunt, rursus renovarri ad pænitentiam (Hebr. VI,
4 y 6).
7. Oye, pues, oh pecador,
lo que te dice Dios: Fili, peccasti? non adjicias iterum; sed et de
pristinis deprecare ut tibi dimittantur. Hijo, ¿has pecado? pues no vuelvas
a pecar. Antes bien haz oración por las culpas pasadas, a fin de que te sean
perdonadas. (Eccl. XXI, 1). De otra suerte puede muy bien suceder, que
si cometes otro pecado mortal, se cierre para ti la para ti la puerta de las
divinas misericordias, y quedes perdido para siempre. Así, hermanos míos,
cuando el enemigo os tiente, incitándoos a cometer otro pecado, decid en
vuestro interior: Y si Dios no me perdonase más, ¿cuál sería mi suerte por toda
la eternidad? Pero si el demonio os dice: No temáis, Dios es misericordioso;
respondedle al instante: ¿Y que seguridad tengo yo de que Dios usará de
misericordia conmigo y me perdonará, si vuelvo a pecar? Oid la amenaza que hace
el Señor a los que desprecian sus divinos consejos: Quia vocavi et
renuistis… ego quoque in interitu vestro ridedo et subsannabo vos: «Ya
que estuve yo llamando, y vosotros no me respondisteis… Yo también miraré con
risa vuestra perdición, y me mofaré de vosotros». (Prov. 1, XXIV y
XXVI). Observad estas dos palabras: «Yo también»; esto es, que asi como
vosotros os habéis burlado de Dios, confesando vuestros pecados, prometiendo la
enmienda, y volviendo a pecar de nuevo, así Dios se burlará de vosotros a la
hora de la muerte.El Señor no sufre que nadie se burle de Él: Deus
non irridetur (Gal. VI, 7). Y el Sabio dice: que como el perro
que vuelve a lo que ha vomitado, así obra el imprudente que recae en su
necedad: Sicut canis, qui rivertitur ad vomitam suum, sic imprudens qui
iterat stultitam suam(Prov. XXVI, 11). Dionisio
Cartusiano explica muy bien este texto, diciendo: que así como
es abominable y repugnante es el perro que come lo inmundo que acaba
de vomitar, del mismo modo es abominable a los ojos de Dios, el pecador que
reincide en las mismas culpas que detestara al tiempo de confesarlas: Sicut
id, quot per vomitum est rejectum, resumere est valde abominabile ac turpe, sic
peccata deleta reiterari.
8. Pero, ¡cosa admirable!
Si compráis una casa tomáis todas las precauciones necesarias para asegurar su
posesión, y no perder el dinero que os costó: si tomáis una medicina, procuráis
aseguraros de que ella no os haga daño: si pasáis un rio, procuráis no caer
dentro de él: y por una satisfacción momentánea, por un desahogo de venganza,
por un placer bestial, que termina al punto que empieza, arriesgáis la
salvación eterna, diciendo “después lo confesaré”. Y cuando lo confesaréis, os
pregunto yo? Mañana, me responderéis. ¿Y quién os asegura que llegaréis a
mañana, y que no os quitará la vida mientras estáis pecando, como ha sucedido a
tantos? ¿Os creéis seguros un día -dice San Agustín-, cuando no lo estáis de
vivir una hora? ¿Cómo dices, pues, mañana me confesaré? Oye lo que dice San
Gregorio: «El que prometió perdón al penitente, no prometió el día de
mañana al pecador». (Homil. 12, in Evang.) Dios ha prometido el
perdón al que se arrepiente; pero no ha prometido esperar hasta mañana al que
le ofende. Quizá el Señor os concederá tiempo de penitencia, y quizá os lo
negará. Pero si os lo niega, ¿cuál será la suerte de vuestra alma? Entre tanto
os ponéis os ponéis en peligro de perderla por un vil gusto, y de condenaros
para siempre.
9. ¿Te expondrías tú,
hermano mío, a perder por un gusto del momento, dinero, casa, poder y libertad?
No. Pues ¿cómo te expones a perder el alma, el Paraíso y a Dios, por un
instantáneo placer? Dime; crees que es verdad de fe, que hay Gloria, Infierno y
Eternidad? ¿Crees que te condenarás para siempre, si te sorprende la muerte
estando en pecado mortal? ¿Y no es una temeridad, no es una locura propia de un
necio, querer condenarse a una eternidad de penas, diciendo: “Espero
enmendarme después”. San Agustín dice: Nemo sub
spe salutis vult ægrotare; «ninguno quiere enfermar con la
esperanza que después recobrará la salud». No hay necio que trague un
veneno, y diga: después tomaré el contraveneno y me curaré. ¿Cómo, pues,
quieres tú condenarte al Infierno, con la esperanza que te librarás después de
él. ¡Oh necedad, que ha llevado y lleva tantas almas al Infierno! Según
la amenaza de Dios que dice: Tú te has tenido por seguro en tu malicia… caerá
sobre ti la desgracia, y no sabrás de donde nace (Isa. XLVII, 10 y 11). Has
pecado, confiando temerariamente en la divina misericordia, tu verás presto el
castigo, sin acertar de donde viene. ¿Qué dices ahora pecador? ¿Qué terminas hacer?
Si este discurso no te mueve a hacer una firme resolución a Dios, tu eres ya
condenado para siempre sin remedio. Tu frialdad acerca de tu salvación y tu
apego al pecado, me hacen creer que Dios ha comenzado a abandonarte, según
aquellas palabras de la Escritura: Quia tepidus es, incipiam te evomere (Apoc.
III, 16) «Por cuanto eres tibio, estoy para vomitarte»; como si dijera:
comenzaré a desahuciarte y abandonarte a tí mismo: no te daré los auxilios
espirituales que necesitas para salir de este triste estado en que te hallas,
porque has ya llenado la medida de los pecados que yo me había propuesto a
perdonarte.
San Alfonso María de Ligorio, visto
en Ecce
Christianvs, 08-Mar-2014.