De la lectura
del texto de la renuncia de Benedicto XVI podemos extraer algunas
conclusiones que avalan nuestra idea de que el signo de los tiempos es la “muerte
de Dios”, muerte que se evidencia en el abandono que hace el hombre en
general y en particular el hombre de Iglesia, del recurso a las Gracias
Actuales que lo asisten en cada una de sus funciones u obligaciones de estado.
Más allá de que la Gracia Habitual decrece de manera impresionante por efecto
del “descuido” de las fórmulas sacramentales que
aseguraba una liturgia ortodoxa.
El infeliz
texto de la renuncia nos muestra a un hombre que abandonado a sus solas
fuerzas, declara su impotencia frente al cúmulo de problemas que enfrenta.
Esta
conclusión, sin referencia a la asistencia del Espíritu Santo, se podría haber
hecho también en el primer día de su pontificado, como cada uno de nosotros
podemos decir que realmente no estamos en condiciones de enfrentar nuestras
vidas y nuestras obligaciones, sino tenemos este recurso que nos asegura la “promesa”
cristiana. Es sin duda la declaración de Bendicto una desoladora descripción
del alma que se “priva” en forma consciente de este recurso sobrenatural y que
desacraliza su función, en consonancia con la desacralización que se viene
llevando en todos los planos de la vida.
Los efectos de
esta toma de “conciencia”, único lugar al que remite el Papa
para el juicio de su decisión constituyen una especie de testamento espiritual
en el que se resume todo el pensamiento de Ratzinger y aún más, delinean una
conducta que se marca para el futuro.
En el estado
de evolución humana, el hombre debe prescindir del recurso sobrenatural, a fin
de que la conquista del espíritu sea en profundidad una conquista del hombre.
De un Hombre que desde su propia responsabilidad asume a Cristo en su interior
y se atreve a soltar la mano que en su etapa infantil, le tiende su Dios. Este
es para ellos el paso del Viejo Testamento al Nuevo y que en un proceso de
asunción consciente se realiza plenamente en el Concilio Vaticano II. El día en
que el hombre puede prescindir de las fórmulas dogmáticas y de la ortopedia de
la Gracia, para actuar sólo. Levántate y Camina. El hombre nuevo puede tomar ya
sus decisiones.
Pero claro,
este hombre nuevo no puede ser el hombre del total individualismo liberal que o
torna por el camino del egoísmo y la prescindencia del prójimo para llegar a
fórmulas del personalismo totalitario, o sucumbe ante el peso de una
responsabilidad que lo excede con mucho, y dentro de esta toma de conciencia
debe darse cuenta de que, aunque sin llegar a los colectivismos anulantes de la
conciencia individual, debe recurrir a formas de “sociabilidad” que los tiempos
delatan con el democratismo. Finalmentre es esto la Iglesia, no la administradora
de un Tesoro de Gracias que pasan por las manos de una sola persona que hace
las veces de puente necesario; sino la expresión de una voluntad social que
toma en forma colectiva los pesos de la colectividad y en forma personal los
pesos de la individualidad.
La vieja
fórmula de Un hombre para todo, nos lleva al fracaso, a la demolición por el
cansancio, a la abrumadora responsabilidad de tener que tomar decisiones por
los otros y contra los otros, deteniendo de esta manera el proceso de
autoformación.
Se trata de
que cada cosa tenga su plano y en cada plano se tenga un “guía” de conciencia.
Puede el Sacerdote ser el guía de la autoconciencia individual, y en esa medida
no debe crear un autómata a base de criterios autoritarios, pero en el plano
social, es la Iglesia como Pueblo de Dios que guía a la sociedad por efecto de
instituciones representativas.
En fin, él
mismo con su ejemplo demuestra el colapso de una forma personalista para
atender asuntos de tan variada importancia; y este colapso implica un repensar
la forma. Podemos nosotros decir desde nuestra vetusta concepción, que el
colapso se produce como efecto de privarse del recurso a la Gracia, pero
nos contestarán que la gracia es un bastón que debemos dejar en un momento para
inaugurar nuestra maduirez individual, para hacernos otros cristos, como
efectivamente nos pide el evangelio.
Esta sincera
actitud del Papa, coincide con nuestra propia realidad. Es cierto que como
padres estamos asistiendo a un colapso de nuestra capacidad de guiar los hijos,
y también estamos asistiendo al final de los personalismos políticos; son
sistemas o mecanismos liderados los que deben actuar. Las propia empresas comerciales
colapsan porque “funden” a sus capitanes. Se imponen
las formas asociadas. Nuevamente podemos agregar nosotros con las viejas
fórmulas que el colapso es producto de la desacralización de estas realidades y
por tanto de la falta de recurso a las Gracias Actuales que se han prometido
para su sostenimiento desde el Gólgota. De que Cristo ya no está “asociado” a
nuestras empresas por el doble efecto de que lo queremos hacer “solos” y
de que nuestros fines confesos o inconfesos, ya no permiten Su asocio, es decir
que no sólo solos, sino “escondidos” como Adan y Eva luego del pecado.
La renuncia
del Papa nos deja estas enseñanzas. El hombre sólo no puede nada más que
consigo mismo. Las formas asociadas son las únicas que darán cuenta con los
problemas sociales. Ya el hombre no debe ni puede recurrir a “energías
sobrenaturales” porque este es justamente el desafío de su toma de
conciencia y de su realización. Este es –para ellos- el ejemplo de Cristo.
De igual
manera juzgamos nosotros los tiempos. El hombre está solo. Esta es su verdadera“conversión” a
la preparación del reino anticristiano. Está sólo porque ha dejado de recurrir
a Dios –a su Gracia– en sus empresas. Ha dejado de recurrir a él no tanto
porque es una decisión de rebelión demoníaca, sino porque sus empresas tienen
fines contrarios a su voluntad y no quiere “soltarlas”. El hombre está solo
porque se “esconde de Dios” y Dios se aleja. Este es el drama que vivimos y que
se refleja en nuestro Papa. No sólo ha prescindido del Espíritu por un acto de
soberbia o rebelión disfrazado de la toma de conciencia y acceso a la plena
responsabilidad personal moderna, sino que ha debido esconderse de su mirada
porque sus empresas ya no son santas y el resultado final de todas ellas son el
hartazgo, el cansancio, y la búsqueda del aislamiento. Es necesario
repartir la responsabilidad en nuevas formas asociadas.
Él necesita
retirarse porque quiere salvarse. Ha llegado a nuestra misma conclusión. La
única manera de salvarme es dejar la empresa de este mundo, por lo menos
dejarla con un tiempo suficiente para recuperar mi alma. Está hastiado de su
trabajo enajenante como lo estamos todos.
Al fin, cuando
cualquier empresa ha perdido su sentido en la “caridad” y
su causa eficiente en la Gracia Sacramental, sólo puede salvarnos la Esperanza
que es individual. No hay más empresas en este mundo que nos lleven al Cielo,
la ida al Cielo pasa por el retiro.
La vejez ya no
es más el acercamiento a la juventud eterna tras una vida dedicada a ascender
en el Reino; no es más un Subir al Altar de Dios - “al Dios que alegra
mi Juventud” – sino que por el contrario y en el mejor de los casos,
es el tiempo de abandonar un buque que nos lleva a la perdición. El momento de
asumir el fracaso de nuestras vidas entregadas a empresas que hoy nos muestran
sus malos efectos que no podemos mitigar y nos llenan de culpas ensombreciendo
nuestro final, anticipándonos el llanto y el rechinar de dientes, buscando una
soledad que nos esconda de Su mirada.
Dardo J. Calderon, publicado orginalmente en Argentinidad.org.