El
Papa puede renunciar. Pero, ¿es oportuno que lo haga? Un autor ciertamente no
“tradicionalista”, Enzo Bianchi, en “La Stampa” de 1 de julio de 2002,
escribía: “Según la gran tradición de la iglesia de Oriente y de Occidente,
ningún Papa, ningún patriarca, ningún obispo debería renunciar solo a causa de
alcanzar un límite de edad. Es verdad que desde hace una treintena de años en
la iglesia católica hay una norma que invita a los obispos a ofrecer la propia
renuncia al pontífice al cumplir los setenta y cinco años, y es verdad que
todos los obispos acogen con obediencia esta invitación y la presentan, y es
verdad también que normalmente son atendidos y acogidas las renuncias. Pero
esta es una norma y una praxis reciente, fijada por Pablo VI y confirmada por
Juan Pablo II: nada excluye que en el futuro pueda ser revisada, después de
haber sopesado las ventajas e inconvenientes que haya traído en estos decenios
de aplicación”. La norma por la que los obispos renuncian a los 75 años a sus
diócesis es una fase reciente de la historia de la Iglesia, que parece
contradecir las palabras de san Pablo, para el que el Pastor es nombrado “ad
convivendum e ad commoriendum” (2 Cor 7, 3), para vivir y para morir
junto a su rebaño. La vocación de un Pastor, como la de todo bautizado, ata por
tanto no hasta una cierta edad, y mientras haya una buena salud, sino hasta la
muerte.
Bajo
este aspecto la renuncia al pontificado de Benedicto XVI aparece como un gesto
legítimo desde el punto de vista teológico y canónico, pero en el plano
histórico, se muestra en absoluta discontinuidad con la tradición y la praxis
de la Iglesia. Desde el
punto de vista de las consecuencias que se puedan seguir se trata de un gesto
no simplemente “innovador”, sino radicalmente “revolucionario”, como lo
ha definido Eugenio Scalfari en “La República” del 12 de febrero. La imagen de
la institución pontificia, a los ojos de la opinión pública de todo el mundo,
queda en efecto despojada de su sacralidad para ser cosignada a los criterios
del juicio de la modernidad. No por casualidad, en el “Corriere della Sera” del
mismo día, Massimo Franco habla del “síntoma extremo, final, irrevocable de
la crisis de un sistema de gobierno y de una forma de papado”.
No
se puede parangonar con Celestino V, que renuncia después de haber sido
arrancado a la fuerza de su celda eremítica, ni con Gregorio XII, que fue
obligado por su parte a renunciar para resolver el gravísimo problema del Gran
Cisma de Occidente. Se
trataba de casos excepcionales. Pero ¿cuál es la excepción en el gesto de
Bendicto XVI? La razón, oficial, plasmada en sus palabras del 11 de febrero
expresa, más que la excepción, la normalidad: “En el mundo de hoy, sujeto a
rápidos cambios y agitado por problemas de gran relevancia para la vida de la
fe, para gobernar la barca de Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario
también el vigor tanto del cuerpo como del alma, vigor que, en los últimos
meses ha disminuido en mí de modo tal que debo reconocer mi incapacidad”.
No
nos encontramos aquí ante una gran inhabilitación, como era el caso de Juan
Pablo II en el último tramo de su pontificado. Las facultades intelectuales de Benedicto XVI están
plenamente íntegras, como ha demostrado en una de sus últimas y más significativas
meditaciones en el Seminario Romano, y su salud es “en general buena”,
como ha precisado el portavoz de la Santa Sede, padre Federico
Lombardi, según el cual, sin embargo, el Papa ha advertido en los últimos
tiempos “el desequilibrio entre las tareas, entre los problemas que hay que
afrontar y las fuerzas de las que siente no disponer”.
Sin
embargo, hasta el momento de la elección, todo pontífice tiene un comprensible
sentimiento de inadecuación, advirtiendo la desproporción entre las capacidades
personales y el peso del cargo al que es llamado. ¿Quién puede decir
encontrarse en condiciones de sostener con sus solas fuerzas elmunus de
Vicario de Cristo? El
Espíritu Santo, sin embargo, asiste al Papa no solo en el momento de la
elección, sino hasta la muerte, en todo momento, también en el más difícil de
su pontificado. En la actualidad el Espíritu Santo está siendo invocado con
frecuencia indebidamente, como cuando se pretende que cubra todos los actos y
todas las palabras de un Papa o de un Concilio. En estos días, sin embargo, es
el gran ausente en los comentarios de los mass-media que valoran el gesto de
Benedicto XVI siguiendo un criterio puramente humano, como si la Iglesia fuese
una multinacional, guiada en términos de pura eficiencia, prescindiendo de todo
influjo sobrenatural.
Pero
hay que preguntarse: en
dos mil años de historia, ¿cuántos son los Papas que han reinado con buena
salud y no han advertido el declive de las fuerzas y no han sufrido
enfermedades y pruebas morales de todo género? El bienestar físico no ha sido
nunca un criterio para el gobierno de la Iglesia. ¿Lo será a partir
de Benedicto XVI? Un católico no puede dejar de hacerse esta pregunta y si no
se la hace, se la harán los hechos, como en el próximo cónclave, cuando la
elección del sucesor de Benedicto se orientará fatalmente hacia un cardenal
joven y en plenitud de fuerzas para que pueda ser considerado adecuado a la
grave misión que le espera. A menos que el núcleo del problema no sea el de los
“problemas de gran relevancia para la vida de la fe” a los que ha hecho
referencia el Pontífice, y que podrían aludir a la situación de
ingobernabilidad en que parece encontrarse hoy la Iglesia.
Sería
poco prudente, bajo este aspecto, considerar ya “cerrado” el pontificado de
Benedicto XVI, dedicándose a prematuros balances, antes de esperar el fatídico
plazo anunciado por él: la
tarde del 28 de febrero de 2013, una fecha que quedará grabada en la historia
de la Iglesia.Antes, pero también después de aquella fecha, Benedicto XVI
podría ser aún protagonista de nuevos e imprevistos escenarios. El Papa, en
efecto, ha anunciado su renuncia, pero no su silencio, y su decisión le
restituye una libertad de la que quizás se sentía privado. ¿Qué dirá y hará
Bendicto XVI, o el cardenal Ratzinger, en los próximos días, semanas o meses? Y
sobre todo, ¿quien guiará, y de qué manera, la navecilla de Pedro en las nuevas
tempestades que inevitablemente la esperan?
Tomado
de:
http://www.corrispondenzaromana.it/considerazioni-sullatto-di-rinuncia-di-benedetto-xvi/
P.S.: Un interesante contrapunto a la visión del autor en Wanderer. Visto en InfoCaótica.
P.S.: Un interesante contrapunto a la visión del autor en Wanderer. Visto en InfoCaótica.