Resulta muy interesante el comentario
que hace el padre Terzio, en su bitácora,
sobre la abdicación del Sumo Pontífice Benedicto XVI.
Este acto del Papa abdicante deja
precedentes históricos para los posteriores predecesores, lo cual, podría
constituir, una devaluación más de lo realmente es el Papado.
DIVAGACIONES SOBRE EL RETIRO DEL RENUNCIANTE, S.S. B16.
A veces
tengo la impresión de que la Iglesia Católica de los católicos obsequiosos es
como un plató de tv de esos en los que se televisan programas en los que el
regidor señala/ordena al público asistente cuándo tienen que aplaudir, cuándo
tienen que callar, cuándo tienen que reír. Por lo visto, a la mayoría
católica a-crítica obediente le han mandado aplaudir y bendecir a
Benedicto. Y están entusiasmados con la renuncia del Papa, como si les
hubiera tocado un premio. Como si vivieran el momento perfecto de la iglesia
perfecta.
Una de las
aberraciones más notables del post-concilio fue imponer las modernidades
conciliares a golpe de antigua obediencia ‘perinde ac cadáver’. Fue
así como se impuso todo, desde la liturgia revolucionada a las tendencias
innovacionistas y las iniciativas pan-aperturistas. Lo patético fue que se
logró, que se consiguió que los timoratos obedientes hicieran lo
que les mandaban los despóticos revolucionarios. Actualmente, con
variantes, sucede lo mismo.
Yo discuto
que, a estas alturas y con todo lo sucedido, se entienda que bondad sea igual
que necia obediencia, no acepto el silogismo de que el bueno es el
obediente ciego. Insisto firmemente porque me es evidente que hay un error de
principio y cuestiono que lo que se manda sea bueno. También me resisto a la
dictadura del mal menor, otro paradigma que suele estar en juego
habitualmente.
Que el Papa
renuncie, no es bueno. Aunque tenga razones, a pesar de ellas. El ministerio
singular del Papa no se puede sujetar a los modos y maneras del mundo. Si
lo hace, como lo está haciendo, el resultado es el error de interpretación
con la consiguiente errónea apreciación que hace la gente, el vulgo católico y
la plebe pagana, que es, más o menos, de este tenor: Si el Papa dimite porque
está viejo y enfermo, como cualquier hombre, es que el Papa es como cualquiera,
y de hecho es un hombre cualquiera, que se merece y tiene derecho a su
descanso, como anciano cansado que es, y es muy
humano garantizarle su reposo y sus cuidados, como un enfermo
cualquiera, como él mismo es. El problema es que no lo es, que no es
un hombre cualquiera, ni se debería esperar de él que se comportara como un
hombre cualquiera. El triple exámen del “...Simón, hijo de Jonás, ¿me
amas... me amas más que estos?...” (Jn 21, 15-19) no es un Evangelio
fácil de vivir y protagonizar, pero el ministerio único del Sucesor de Pedro lo
exige, lo requiere. Dejar el ministerio (con su gracia aneja) podría suponer el
desprecio del ministerio (y de su gracia). También su desvalorización.
Acepto que no
haya sido imprevisto, acepto que estuviera en la intención del Cardenal
Ratzinger que aceptó ser (que quiso ser) Benedicto XVI, pero, entonces, pienso
que no debería haber asumido tal elección para tal ministerio, ya que sus
predecesores no lo hicieron con esa salvedad implícita (si la hubiera habido).
En la rica
simbología de la eclesiología antigua se insistía en el desposorio y maridaje
del obispo con su iglesia, su diócesis. En el caso del Pontificado Romano, la
acentuación del vínculo era más grave y profunda porque su ministerio lo enlaza
con la Iglesia Universal. ¿Puede, según ese concepto, disolverse el
vínculo que ata al Obispo de la Urbe con todo el Orbe? ¿Dispensa
la debilidad física de la obligación moral y espiritual? ¿Se puede hacer bajo
consideraciones como las expuestas por el Papa Benedicto?
Si se pudiera
hacer sin más, otros los habrían hecho antes. La excepción que se enseña,
única, parece confirmar la regla, aunque el código vea y prevea. Pero, más allá
del caso canónico regulado en un cánon del códex, el asunto implica cuestiones
tan graves y excepcionales que opino que es aberrante asumirlo con normalidad
impasible y obsequioso contento.
Por eso no
aplaudo. Ni me río. Al contrario, me entristezco por la Iglesia, por el Papa,
por los católicos ensayados que tocan palmas. Y por los católicos conscientes
(no digo perfectos, recalco) que sufrimos una decepción más. Muy dolorosa.
Uno de los
comentaristas del articulete anterior ha escrito que la renuncia de Benedicto
XVI le ha recordado la escena de la deposición de la tiara de Pablo VI. A
mí también, ayer tuve una imagen y otra superpuestas, como si se hubiera
consumado un acto más en la devaluación premeditada del Papado.
Es obvio que
Benedicto XVI, aunque haya actuado con recta intención, deja esta hipoteca
(otra más) a su sucesor.
Oremus et ad invice
+T.