Dice el Sabio: Hijo, si quieres servir a Dios, consérvate en
justicia y en temor, y prepárate para la tentación. El
bienaventurado San Jerónimo, sobre aquello del Eclesiastés: Hay tiempo de guerra y tiempo de paz, dice,
que mientras estamos en este siglo es tiempo de guerra, y cuando pasemos al
otro será tiempo de paz. Y de ahí tomó aquella nuestra ciudad celestial el
nombre de Jerusalén, que quiere decir visión de paz. Por tanto, dice, ninguno
se tenga ahora por seguro, porque es tiempo de guerra, ahora ha de ser el pelear,
para que saliendo vencedores, descansemos después en aquella bienaventurada
paz. San Agustín, sobre aquello de San Pablo: no hago el bien que quiero, dice,
que aquí la vida del hombre justo es
pelea, y no triunfo; y así oímos ahora voces de guerra, cuales son
estas que da el Apóstol, sintiendo la repugnancia y contradicción que la carne
tiene a lo bueno, y la inclinación tan grande que tiene a lo malo, y deseando
verse ya libre de eso: Pues advierto
otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a
la ley del pecado que está en mis miembros. Pero la voz de triunfo
se oirá después, como dice el mismo Apóstol, cuando este cuerpo corruptible y mortal se vista de incorrupción e
inmortalidad. Y la voz de triunfo que entonces se oirá, será la que
dice ahí San Pablo: La muerte ha
sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está,
oh muerte, tu aguijón? Todo esto dijo muy bien el santo Job, en
aquellas breves palabras: Milicia es
la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como del mercenario. Porque
así como el oficio del jornalero es trabajar y cansarse todo el día, y después
se sigue el premio y el descanso; así también en nosotros el día de esta vida
está lleno de trabajos y tentaciones, y después se nos dará el premio y el
descanso conforme a como hubiéremos trabajado.
Pero descendiendo en particular a examinar la
causa de esta continua guerra, el apóstol Santiago la pone en su Canónica: ¿De dónde proceden las guerras y las
contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros
miembros? Dentro de nosotros mismos tenemos la causa y la raíz, que
es la rebeldía y contradicción para todo lo bueno que quedó en nuestra carne
después del pecado. Quedó también maldita la tierra de nuestra carne, y así
brota cardos y espinas que nos punzan y atormentan continuamente. Traen los
Santos a este propósito la comparación de la navecilla que dice el Sagrado
Evangelio, que comenzando a dar la
vela, se alborotó el mar, y se levantó una tempestad y olas tan grandes que la
cubrían y querían anegar. Así nuestra alma va en esta barquilla del
cuerpo rota, agujereada, que por una parte hace agua, y por otra se levantan
olas y tempestades de muchos movimientos y apetitos desordenados que la quieren
anegar y hundir: De manera que la causa de nuestras continuas tentaciones es la
corrupción de nuestra naturaleza, aquel “fomes peccati” o inclinación
mala que nos quedó después del pecado. Se nos quedó el mayor enemigo dentro de
casa, y ese es el que nos hace continua guerra. Y así no tiene el hombre de que
espantarse cuando se ve molestado de tentaciones; porque al fin es hijo de
Adán, concebido y nacido en
pecado; y no puede dejar de tener tentaciones e inclinaciones y apetitos
malos que le hagan guerra. Y así nota San Jerónimo que en la oración del Padrenuestro,
que Cristo Nuestro Señor nos enseñó, no nos dice que pidamos a Dios no tener tentaciones; porque eso es imposible: sino
que no nos deje caer en la tentación. Y eso es también lo que el
mismo Cristo en otra parte dijo a sus discípulos: Velad y orad, para que no entréis en la tentación. Dice San Jerónimo: Entrar en la tentación no es ser tentado, sino es ser
vencido de la tentación. El santo patriarca José fue tentado de
adulterio, pero no fue vencido por la tentación. La santa Susana fue tentada
también de lo mismo, pero la ayudó el Señor para que no cayese en la tentación.
Pues eso es lo que nosotros pedimos al Señor en la oración del Padrenuestro,
que nos dé gracia y fortaleza para que no caigamos ni seamos vencidos por la
tentación: No sólo rechazando la tentación, sino pidiendo las fuerzas para
sostenerse en las tentaciones. Yerras, hermano, yerras y te engañas mucho si piensas que el cristiano ha de estar
sin tentaciones: Esto es la mayor tentación, cuando te parece que no
tienes tentación. Entonces os hace el demonio mayor guerra cuando a vos os
parece que no hay guerra: Nuestro adversario
el demonio, como dice el apóstol san Pedro, anda bramando y dando vueltas como
león, a ver si halla a quien tragar, ¿y tú piensas que hay paz? Está escondido acechando para matar al
inocente, ¿y te tienes tú por seguro? Es engaño ese, porque esta
vida es tiempo de guerra y de pelea, y espantarse de las tentaciones es como si
el soldado se espantase del sonido del tiro y del fusil, y se quisiese por eso
volverse de la guerra: o como el que quisiese dejar de navegar, y salirse de
la nave, por ver que se le revuelve el estómago.
Dice San Gregorio, que es engaño de algunos
que teniendo alguna grave tentación luego les parece que está todo perdido, y
que ya los ha olvidado Dios, y que están en desgracia suya. Muy engañados
andáis; antes es menester que
entendáis que el tener tentaciones no sólo es cosa ordinaria de hombres, sino
muy propia de hombres espirituales y que tratan de virtud y
perfección, como nos lo da a entender el Sabio en las palabras propuestas, y lo
mismo nos enseña el Apóstol San Pablo: Los que quieren vivir bien, y tratan de su aprovechamiento y de adelantarse
en el servicio de Dios, esos son los perseguidos y combatidos con tentaciones; que
esos otros muchas veces no saben qué cosa es tentación, ni echan de ver la
rebelión y guerra que la carne hace al espíritu, antes hacen de eso golosina.
Nota esto muy bien San Agustín, sobre
aquellas palabras de San Pablo: La carne desea y apetece contra el espíritu: En los buenos, que tratan de espíritu de
virtud y perfección, apetece la carne contra el espíritu; pero en los malos
que no tratan de eso, no tiene la carne contra quien apetecer; y así estos no sienten la lucha de la
carne contra el espíritu, porque no hay espíritu que la contradiga y pelee
contra ella. Y así el demonio tampoco ha menester gastar tiempo en tentar a
estos tales; porque sin nada de eso ellos por su voluntad lo siguen, y se le
rinden sin dificultad ni contradicción. No andan los cazadores a la caza de jumentos,
sino a la caza de ciervos y gamos, que corren con ligereza, y se suben a los
montes: A los que con ligereza de ciervos y de gamos corren a lo alto de la
perfección, a esos anda por cazar el demonio con sus lazos y tentaciones, que a
esos otros que viven como jumentos en casa se los tiene, no ha menester él
andar a la caza de ellos. Y así no sólo no nos habernos de espantar por tener
tentaciones, sino antes las habernos de tener por buena señal, como lo advirtió
San Juan Clímaco: No hay más cierta
señal de que los demonios han sido vencidos por nosotros, que el ver que nos
hacen mucha guerra: porque por eso os la hacen, porque os habéis rebelado
contra él, y os habéis salido de su jurisdicción: por eso os persigue el
demonio, porque tiene envidia de vos, que si no, no os persiguiera tanto.
Padre
Alonso Rodríguez, S.J., Tomado de “Ejercicio
de Perfección y Virtudes Cristianas”, p. 2ª, t. 4º,
c. Iº.