El Papa San Pío X, gran defensor de la fe, frente al error del modernismo. |
Muchos nos preguntamos ¿por qué
existen hoy día tantos errores dentro de la Iglesia? Existen “católicos” que
apoyan el aborto y las uniones homosexuales, entre otros errores y horrores morales;
existen quiénes convierten la misa en una reunión social, una cena
conmemorativa, y entre otros excesos que tocan lo sacrílego, caen en
transformar la misa en un recital de rock, ente otras aberraciones; existen
quienes han reformado los mismos rituales, quitando subrepticiamente todo el sentido
de lo sobrenatural y de lo sacro. Errores todos estos, provenientes y derivados
de la actitud y fe modernistas y liberales. Lo que hoy llamaríamos “catolicismo
liberal” o simplemente “progresismo religioso”, con sus diferentes matices pero
que en esencia son impulsados por la filosofía del modernismo.
En muy resumidas palabras, el modernismo es aquel error filosófico que
intenta transformar a la Iglesia (y a todas sus creencias) en algo subjetivo
desligándola a esta misma de toda trascendencia. Transformándola así, en algo
acomodado en esencia al mundo moderno. ¿Y quiénes intentan trasformar la Fe? Es
el error hoy día muy propagado y condenado por los Papas llamado modernismo.
Publicamos un pequeño y consistente
resumen realizado por el sacerdote dominico Jean-Dominique, de lo que ha creído
siempre la Iglesia y de lo que creé el modernismo de la Iglesia, como para
ilustrar a las almas que no han sido informadas de este grave error.
¿Qué es el Modernismo?
Los
juicios del magisterio de la Iglesia contra el modernismo son de una vehemencia
impresionante.
La
doctrina es calificada como:
- “veneno de error”,
- “monstruosidad”,
- “plaga terrible”,
- “perversión de espíritu”,
- “alimento envenenado”,
- “descalabro universal de errores”,
- “resumidero de todas las herejías”, que
“conduce al panteísmo” y a “la destrucción de la
religión”.
El juicio no es menos severo respecto a las
personas: “Tenemos que luchar contra hábiles enemigos”, afirma el Papa
San Pío X, “contra un género muy pernicioso de hombres, los modernistas”, que “traman la ruina de la
Iglesia”. Estos adversarios están embargados de una “sed de novedades”, poseen
“una habilidad nueva y con frecuencia pérfida”, son “enemigos que se
ocultan en el seno y en el corazón mismo de la Iglesia”; son “los peores
enemigos de la Iglesia”, de un “alma pervertida contra la autoridad”, imbuidos
de “desprecio para con el magisterio de la Iglesia”, el cual socavan
hasta sus fundamentos “afectando aires de sumisión” y “disimulando
bajo apariencia exterior de acatamiento una audacia ilimitada”. Así, los
modernistas son tanto más de temer cuanto que “su insidiosa táctica consiste
en no presentar jamás sus doctrinas metódicamente y en conjunto”.
¿Qué es
el modernismo, que amerita tamaña condenación?
Primera
aproximación.
El término “modernista” nos provee ya
una indicación sobre la naturaleza misma de esta herejía. En efecto, “moderno”
significa aquello que pertenece o conviene al tiempo presente o a una
época relativamente reciente. En consecuencia, el modernismo consiste en la
tendencia a conciliar la exégesis cristiana con los presupuestos de la crítica
histórica y la filosofía moderna.
Esta definición —es verdad— es insuficiente,
pero pone en evidencia el carácter general del modernismo. Antes que nada, el
modernismo —como indica su nombre— quiere ser moderno, quiere adaptarse al
gusto del día; no quiere quedar al margen de la sociedad. La Iglesia —dice—
debe adaptarse a las costumbres y a la manera de pensar de la época, las
cuales nacieron de una filosofía racionalista y subjetivista. El modernista “amalgama
en sí el racionalista y el católico” dirá San Pío X. “Imbuidos de filosofía moderna,
se dedican a conciliar ésta con la fe y a emplearla, según dicen, en provecho
de la fe”. Por
decirlo de alguna manera, el modernista querrá hacer un maridaje entre la fe
tradicional y las novedades salidas del Protestantismo y de la Revolución,
dándole así renovada fecundidad.
El modernista quiere que esta unión sea
total. Lejos de subordinar el pensamiento humano a las exigencias de la fe,
pide a la Iglesia que tome la filosofía contemporánea tal como ella es. El
dato revelado en conjunto debe ser vuelto a pensar y renovado a la luz de las
novedades. Es probable que se conserve el lenguaje tradicional, pero se le
dará un sentido nuevo. “Juzgan que es absolutamente necesario que la
teología sustituya las antiguas nociones por nuevas, a resultas de las diversas
filosofías de las que, según los tiempos, aquella se sirve como instrumentos”.
El modernismo, en consecuencia, aparece a
primera vista como una pretensión de poner al día a la Iglesia, en el sentido
de una adopción sincera de los datos de la filosofía reinante. De allí que sea
más bien un estado de espíritu, con frecuencia difícil de precisar, una especie
de transfusión de sangre al cuerpo de la Iglesia que debe conducir a un cambio
radical y permanente.
los
principios del modernismo.
¿En qué consiste esta nueva filosofía, que
ejerce tanta fascinación al modernista? Con mucho criterio, el Papa San Pío X
la resumió en dos
términos: agnosticismo e inmanencia vital. ¿De qué se trata con esto?
La palabra “agnosticismo” está formada
por el privativo “a” y la raíz “gnosis” o conocimiento. En sentido
amplio, agnóstico es aquel que niega que la inteligencia humana tiene la
facultad natural de conocer la realidad tal como es. El hombre debería
contentarse con la percepción de los fenómenos, la apariencia de las cosas y
hacerse una imagen. No puede pretender conocer la naturaleza y las leyes
metafísicas de lo real. Más precisamente y como consecuencia, el agnosticismo
enseña que el hombre no puede conocer la existencia de Dios por medio de la
razón.
Extendiendo este principio, el modernista
llegará a afirmar que el camino que conduce al hombre a Dios ya está cerrado en
el propio orden natural. Corta —si puede decirse así— al hombre de Dios,
construyendo una espesa capa de cemento entre naturaleza y Creador, entre
tierra y cielo. No solamente la inteligencia no puede conocer a Dios (la
inteligencia humana debe circunscribirse a la naturaleza y a ella misma, de
modo que los individuos y las sociedades viven sin referencia a Dios), sino
también Dios mismo ya no puede entrar en contacto con el hombre (ya no son
posibles ni la encarnación, ni la revelación, ni los milagros): “la historia
del género humano se explica sin referencia alguna a Dios”.
Se reconoce también al agnóstico por su
desprecio por la verdad objetiva y las definiciones claras y definitivas.
Además, el desprecio de la inteligencia lo conduce al relativismo y al
liberalismo. ¿Cómo juzgar si una doctrina es verdadera o falsa si se está
privado de todo criterio objetivo? Entonces aparece una dificultad: ¿Dónde
encontrará el hombre las convicciones religiosas de que tiene necesidad?
¿Dónde está la fuente de este fenómeno que se encuentra en todas las culturas,
en todas las épocas y que se llama “religión”?
Dado que no puede venir de Dios
(agnosticismo), no puede sino provenir del hombre. Éste es el segundo principio
modernista tomado de la filosofía moderna, aquella de la inmanencia vital. Vida
religiosa, fe y relación con Dios, son reducidas a una experiencia interior, a
un sentimiento, a una conciencia, a una auto-realización. “La doctrina de
la inmanencia, en el sentido modernista, afirma y profesa que todo fenómeno de
conciencia proviene del hombre en tanto hombre”. “Cerrado todo camino hacia
Dios de parte de la inteligencia (agnosticismo), se empeñan en abrir
otro por parte del sentimiento y de la acción”, es decir, la experiencia. “El
sentimiento religioso, que sale así por medio de la inmanencia vital de las
profundidades del inconsciente, es el germen de toda religión, tanto como es
razón de todo lo que ha sido y será siempre de toda religión”.
El modernista, en otros términos, es como un
aurista, que privado de todo contacto con el mundo exterior, está abandonado a
sí mismo y a sus sentimientos. Privado del conocimiento de lo real y de la
causa primera en virtud de su agnosticismo, cree poder encontrar en sí mismo el
motor de su progreso. Es invitado a superarse, a fabricar su vida y su
religión dando rienda libre a su sentimiento religioso. Esto es lo que los
filósofos modernos califican como “acto trascendental”.
Una consecuencia inmediata es el ecumenismo.
Dado que el hombre fabrica su religión y que es el maestro de su aproximación
a Dios, para unir a los hombres y acercarlos a Dios será suficiente que cada
uno siga su conciencia, que practique su propio culto, sea el que fuere,
poniendo en obra su inmanencia vital. De este modo todos serán más hombres,
construirán todos juntos la humanidad y se unirán a otros hombres, avanzando
todos hacia la misma cima transitando su propio camino.
La
religión Modernista.
¿En qué se transforma la religión católica
después de haber sido examinada y corregida por semejante filosofía?
Preguntemos al modernista:
¿Qué es la Fe?
La fe católica es una virtud sobrenatural
infundida por Dios, que confiere a la inteligencia la certeza sobrenatural de
las verdades reveladas. El modernista la transforma en un sentimiento
proveniente “de las profundidades de la subconciencia”, en “una
experiencia individual”, en “cierta intuición del corazón”. Las fórmulas
del dogma no son más que “símbolos” que no conviene utilizar sino en la
medida en que sostienen y desarrollan el sentimiento religioso de cada uno.
¿Qué es la Revelación?
En lugar de ser una enseñanza de Dios que
habla con autoridad por medio de Jesucristo, los Profetas y los Apóstoles, la
revelación del modernista se reduce a “un sentimiento que aflora en la
conciencia”, a una experiencia de lo divino que dice algo de Dios y está a
disposición de todos.
¿Qué es la Tradición?
La Tradición, esto es, la transmisión de las
verdades reveladas hecha por la Iglesia, se transforma en “la comunicación
hecha a los demás de cierta experiencia original por medio del órgano de la
predicación”.
El rol del magisterio consiste sólo en
despertar en los demás, mediante el buen ejemplo y la palabra, este sentimiento
religioso que cada uno lleva en sí, en “lo profundo de su naturaleza y de su
vida”.
¿Qué es la
Iglesia?
Mientras que la Iglesia Católica es la
sociedad jerárquica de los bautizados, fundada por Cristo, unidos por la
verdadera fe, los sacramentos y la obediencia a una autoridad visible, los
modernistas la deformarán en una “colección de ciencias individuales” que
imitan el sentimiento religioso de Jesucristo. Es una “emanación vital de
la conciencia colectiva”. Lejos de ser una y visible, la Iglesia es
indefinible y no susceptible de ser conocida. Ser católico implica revivir la
inmanencia vital de Cristo-hombre, es ser hombre como Cristo. Se suprime la
diferencia entre clérigos y laicos, como así también los límites visibles de
la Iglesia.
¿Qué es el Papa?
Para el modernista, la autoridad es un árbitro
al servicio de la paz, que permite a cada uno la libre expansión de su propio
sentimiento religioso.
El Papa ya no es el Vicario de Cristo, dotado
del poder supremo de jurisdicción y magisterio. Está al servicio de la
inmanencia vital de cada uno.
Es el portavoz de la conciencia colectiva y
se esfuerza por mantener un equilibrio entre las fuerzas vivas existentes en
el interior de la Iglesia, asegurando “los cambios y los progresos” gracias
a “una suerte de compromiso y transacción entre la fuerza conservadora (la
Tradición) y la fuerza progresista”.
¿Qué es el culto?
El culto y los sacramentos no tienen el valor
teocéntrico que les son debidos. “No han sido instituidos más que para
nutrir la fe”, es decir, “para avivar y activar” el sentimiento
religioso individual.
Conclusión.
¿Qué es lo que queda, en definitiva, después
de esta relectura de la fe y de la Iglesia bajo el prisma de la filosofía
agnóstica y subjetivista?
El hombre, nada más que el hombre, el culto
del hombre, la persona humana erigida en absoluto y que se dedica a construir en
sí la humanidad mediante su “experiencia religiosa”.
Una palabra puede resumir esta nueva religión:
la ingratitud. Ingrato, en efecto, es quien ignora o niega la gratuidad de los
dones que le son hechos. Comienza por contrariar y destruir lo que se le
ofrece.
Este es el hecho de la duda agnóstica.
Después, pretende poder alcanzar por sí mismo el objeto de sus deseos. Si
acepta ciertos dones, es porque le son debidos y los ha merecido o conquistado
por sus propias fuerzas: ya no son gratuitos. Es lo que pretende hacerse con la
inmanencia vital. A este título, el modernismo hace gala de su nombre.
Coincide con el espíritu de su época, a la cual es inherente una profunda
ingratitud para con Dios y la Iglesia. A esta ingratitud de los hombres debe
corresponder la profesión pública de la gratuidad de los dones de Dios.
R.P.
Jean-Dominique, O. P. Le Chardonnet. nº 229, Junio de
2007.