T. S. Eliot.
Perspicaces lectores de estos “Comentarios”
pueden haber observado una aparente contradicción. Por una parte, los “Comentarios”
han condenado a menudo cualquier modernidad en las artes (por ejemplo EC 114,
120, 144, 157, etc.). Por otra parte, la semana pasada el poeta anglo-americano
T.S. Eliot fue llamado un archi-modernista (Nº 239) y alabado por haber lanzado un
nuevo estilo de poesía más acorde con los tiempos modernos, caóticos por
cierto.
Como los “Comentarios” lo han
señalado muchas veces, la modernidad en las artes se caracteriza por una
fealdad y una falta de armonía porque el hombre moderno elige cada vez más
vivir sin o en contra de Dios que ha llenado su creación con orden y
hermosura. Pero esta hermosura y orden están ahora tan enterrados bajo las
pompas y obras del hombre sin Dios que es fácil para los artistas creer que
esas cualidades ya han dejado de existir. Si entonces su arte debe corresponder
a lo que perciben de su entorno y sociedad, únicamente un artista moderno excepcional
podrá transmitir algo del orden divino subyacente bajo la superficie
desordenada de la vida moderna. Al contrario la mayoría de los artistas
modernos han renunciado al orden y, como sus clientes, se revuelcan en el
desorden.
Pero Eliot nació y fue educado a
finales del siglo 19 cuando la sociedad mantenía todavía un orden relativo, y
recibió en Estados Unidos una buena educación clásica en la época en que sólo
algunos pocos maleantes en secreto soñaban con reemplazar la educación por el
entrenamiento en materias inhumanas. Así Eliot pudo haber tenido en su juventud
poco o ningún acceso a la verdadera religión, pero fue bien instruido por los
clásicos de la música y de la literatura occidental que esta religión estaba
produciendo desde la Edad Media. Sintiendo y buscando en ellos el orden que
faltaba alrededor de él, Eliot se hizo capaz de captar el profundo desorden del
naciente siglo 20, un desorden que no hizo más que explotar en la primera
guerra mundial (1914-1918). De allí, La Tierra Baldía de 1922.
Pero en este poema Eliot está
lejos de revolcarse en el desorden. Al contrario, claramente él lo odia,
mostrando cuán vacío se encuentra de calor y de valor humanos. Así, puede ser
que en “La Tierra Baldía” se encuentren pocas trazas de la religión occidental,
pero sí termina con fragmentos de la religión oriental, y como dice Scruton,
Eliot estaba seguramente sondeando la dimensión religiosa del problema. De
hecho, pocos años después Eliot casi se volvió Católico, pero fue desanimado
por la condenación de la “Acción Francesa” por parte de Pío XI en 1926, la cual
le pareció a él favorecer el desorden más que frenarlo. Así, lleno de gratitud
para una Inglaterra que le había dado tanto del orden tradicional, él optó por
una solución menos que completa, una combinación de angl icanismo y cultura
profunda con un Rosario siempre en su bolsillo. Sin embargo Dios escribe
derecho en líneas torcidas. ¿Cuántas almas en busca de orden se alejarían de
Shakespeare o Eliot si pensaran que cualquiera de los dos, por ser totalmente
Católicos, no tienen más que respuestas pre-fabricadas que no
corresponden a la vida real?
Eso es triste, pero así es. Ahora
bien, las almas pueden muy bien estar engañándose de una manera o de otra si se
alejan de los autores o artistas católicos con el pretexto de que ellos no
encaran la vida real, pero corresponde a los Católicos no darles tal excusa.
Demos nosotros los Católicos el ejemplo de no conformarnos con soluciones
artificiales para los problemas modernos ya que éstas serán necesariamente
falsas. No somos ángeles; somos criaturas terrenales invitadas al Cielo siempre
y cuando nos decidamos a llevar nuestra Cruz moderna siguiendo a Nuestro
Señor Jesucristo. ¡Solamente tales seguidores pueden reconstruir la Iglesia y
el mundo!
Kyrie eleison.
Mons. Richard
Williamson, “Comentarios Eleison”
Nº 240, 18 de febrero del 2012.