miércoles, 7 de marzo de 2012

Por qué quiere el Señor que tengamos tentaciones.



Dice el Espíritu Santo en el Deuteronomio (13,3): Os tienta el Señor Dios vuestro para que se vea si lo amáis de veras y de todo vuestro corazón, o no. El bienaventurado San Agustín mueve una cues­tión sobre estas palabras: ¿Cómo dice aquí la sagrada Escritura que Dios nos tienta, y por otra parte dice el apóstol Santiago: Dios no tienta a nadie? Responde, que hay dos maneras de tentar: una para engañar y hacer caer en pecado, y de esta manera no tienta Dios a nadie, sino el demonio, cuyo oficio es ése. Otra manera de tentar hay para probar y tomar experiencia de uno; y de esta mane­ra dice aquí la divina escritura que nos tienta y prueba Dios. Y en el capítulo 22 del Génesis dice: Tentó y probó Dios a Abraham. Nos da el Señor un tiento, y muchos tientos, para que conozcamos nuestras fuerzas, y entendamos qué tanto es lo que amamos y tememos a Dios. Y así dijo luego el mismo Dios a Abraham, cuando echó mano al cuchillo para sacrificar a su hijo: Ahora conocí que amas a Dios, que es, como declara San Agustín: Ahora he hecho que conozcas que temes a Dios. De manera que unas tentaciones nos envía el Señor de su mano, y otras permite que nos vengan por medio del demonio, mundo y carne, nuestros enemigos.
Pero, ¿Cuál es la causa por que permite y quiere el Señor que tengamos tentaciones? San Gregorio, Casiano, y otros tratan muy bien de este punto, y dicen lo primero, que nos es provechoso el ser ten­tados y atribulados, y que alce el Señor algunas veces un poco la mano de nosotros; porque si esto no fuera así, no dijera y pidiera el Profeta a Dios: Señor, no me dejéis ni desamparéis del todo; pero por­que sabía muy bien que algunas veces suele el Señor desamparar a sus siervos, y alzar un poco la mano de ellos para mayor bien y provecho suyo, por eso no pide a Dios que no lo desampare nunca, ni alce jamás la mano de él, sino que no lo desampare del todo. Y en el salmo 24 no pide a Dios que no se aparte de él en ningún tiempo y de ninguna manera, sino que no se aparte de él en ira, que no lo desam­pare tanto que venga a caer en pecado; pero que lo pruebe y le envíe tentaciones y trabajos, antes lo pide en el salmo 25: Pruébame, Señor, y tiéntame. Y por Isaías (53 ,7) dice el mismo Señor: Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido.
Pero veamos en particular qué bienes y provechos son los que se nos siguen de las tentaciones. Casiano dice que se ha Dios con nosotros como se hubo con los hijos de Israel, que no quiso del todo destruir los enemigos de su pueblo, sino dejó en la tierra de promisión aquellas gentes de los cananeos, amorreos y jebuseos, etc. para enseñar y ejercitar a su pueblo, para que no estuviesen con la seguridad ociosos, sino que se hiciesen valientes y hombres de guerra. Así, dice, quiere el Señor que tengamos enemigos, y que seamos combatidos de tentaciones, para que teniendo ejercicio de pelear, no nos haga daño la ociosidad o prosperidad; porque muchas veces a los que el enemigo no pudo vencer con peleas, con seguridad falsa los engañó y derribó.
San Gregorio dice que con alta y secreta providencia quiere el Señor que sean tentados y atribula­dos en esta vida los buenos y escogidos, porque esta vida es un camino, o por mejor decir, un destie­rro por donde andamos caminando y peregrinando, hasta llegar a nuestra patria celestial; y porque sue­len algunos caminantes, cuando ven en el camino algunos prados y florestas, detenerse y apartarse del camino, por eso quiso el Señor que estuviese esta vida llena de trabajos y tentaciones, para que no pongamos nuestro corazón y amor en ella, ni tomemos el destierro por la patria, sino que sus­piremos siempre por ella. San Agustín da la misma razón, y dice que aprovechan las tentaciones y tra­bajos para mostrarnos la miseria de esta vida para que así deseemos más ardientemente aquella vida bienaventurada, y la busquemos con mayor cuidado y fervor. Y en otra parte dice: Porque no ame­mos el establo, y nos olvidemos de aquellos palacios reales para los que fuimos creados. Cuando el ama quiere destetar al niño, y que comience a comer pan, pone acíbar en los pechos; así Dios pone amargura en las cosas de esta vida para que los hombres se aparten de ellas, y no tengan acá qué dese­ar, sino todo su deseo y corazón pongan en el cielo. Y así dice San Gregorio: Los trabajos que nos fatigan y aprietan en esta vida, hacen que acudamos y nos volvamos a Dios.
Bienaventurado el varón que sufre la tentación, pues pasada la prueba recibirá corona de vida. Dice San Bernardo sobre estas palabras: Necesario es que haya tentaciones, porque, como dice el Apóstol, no será coronado sino el que peleare varonilmente; y si no hay tentaciones, ¿quién pele­ará, no habiendo contra quien pelear? Todos los bienes y provechos que la Escritura divina y los Santos nos predican de los trabajos y adversidades, que son innumerables, todos los traen consigo las tentaciones; y uno de ellos y el principal es el que nos dicen las palabras propuestas. Nos las envía el Señor para que tengamos después mayor premio y corona en la gloria. Ese es el camino real del cielo, tentaciones, trabajos y adversidades; y así en el Apocalipsis (7,14) mostrándole a San Juan la gloria grande de los Santos, le dijo uno de aquellos ancianos : Estos son los que vinieron de la gran tribula­ción, y lavaron y blanquearon sus vestiduras en la Sangre del Cordero.
De manera que por sangre y trabajos se entra en el reino de los cielos. Desbástanse, lábrense y púlanse acá las piedras para asentarlas en el templo de aquella Jerusalén celestial; porque allá no se ha de oír golpe ni martillo, y cuanto en mejor y más principal lugar se han de asentar las piedras, tanto más las pican y labran; y así como la piedra de la portada suele ser la más picada y labrada, para que quede más vistosa la entrada, así Cristo Nuestro Señor, porque se hacía nueva puerta del cielo, que hasta Él estuvo cerrada, quiso ser muy golpeado y martillado: y también para que nosotros pecadores tuviésemos vergüenza de entrar por puerta labrada con tantos golpes de tribulaciones y trabajos, sin primero padecer algunos, para quedar labrados y pulidos. Las piedras que se han de echar en el cimiento no se suelen labrar: así los que se han de echar abajo en el profundo del infierno no es menes­ter labrarlos ni martillarlos: estos huélguense aquí en esta vida, y cumplan sus antojos y apetitos, hagan su voluntad; dénse a buena vida, que con eso quedarán pagados.
Pero los que han de ir a reparar aquellas ruinas de los ángeles malos, y llenar aquellas sillas celes­tiales que ellos perdieron por su soberbia, es menester labrarlos con tentaciones y trabajos. Dice San Pablo: Si somos hijos, seremos herederos, y herederos de Dios, y juntamente herederos con Cristo; empero siéndole acá primero compañeros en sus trabajos, para que así lo seamos después en su gloria. Y el Ángel dijo a Tobías: Porque eras acepto a Dios, y te quería bien, por eso te quiso probar con la tentación, para que así tu premio y galardón fuese mayor. Y de Abraham dice el Sabio que lo tentó Dios, y lo halló fiel: y porque lo halló fiel, constante y fuerte en la tentación, luego le ofrece el premio, y le promete con su juramento que había de multiplicar su generación como las estrellas del cielo y como las arenas del mar. Pues para esto nos envía el Señor los trabajos y tentaciones, para dar­nos mayor premio y más rica corona; y así dicen los Santos que es mayor merced la que el Señor nos hace en darnos tentaciones, dándonos juntamente favor para vencerlas, que si del todo nos las quita­se; porque de esa manera careceríamos del premio y gloria que con ellas nos merecemos.
Añade a esta razón San Buenaventura que como nos ama tanto el Señor, no se contenta con que alcancemos la gloria, y gran gloria, sino que quiere que gocemos presto de ella, y que no nos deten­gamos en el purgatorio: y para eso nos envía aquí trabajos y tentaciones, pues es con martillo y fra­gua que se quita el orín y la escoria de nuestra anima, y queda purgada y purificada para poder entrar luego a gozar de Dios. Y no es pequeña merced y beneficio ese, fuera del que se nos hace en con­mutarnos tanta y tan grave pena, como es la que allá habíamos de padecer en lo poco o nada que en su comparación padecemos en esta vida.
Mas, llena está la Sagrada Escritura de que las prosperidades de esta vida apartan el alma de Dios, y las adversidades y los trabajos son ocasión de atraerla al mismo Dios. ¿Quién hizo al cope­ra de Faraón olvidarse tan presto de su intérprete José, sino la prosperidad? ¿Quién hizo ensoberbe­cer al rey Ozías, teniendo tan buenos principios, sino la prosperidad? ¿Quién desvaneció a Nabucodonosor, quién a Salomón, quién a David, para contar al pueblo? Y los hijos de Israel, cuan­do se vieron muy pujantes con los favores y mercedes grandes que el Señor les había hecho, entonces se empeoraron, y se olvidaron más de Dios: Y por el contrario, dice el Profeta que con los trabajos se volvían a Dios. Vuelto en bestia Nabucodonosor, ahora fuese en realidad de verdad, ahora en su ima­ginación, entonces conoce a Dios. ¿Cuánto mejor le fue a David en la persecución de Saúl, que con la prosperidad y paseo del corredor? Y así, como bien acuchillado, dice después: ¡Oh, qué bueno ha sido, Señor, para mí el haberme humillado y atribulado! ¡Cuántos han sanado de esa manera, que de otra se perdieran! Cuando punza la espina de la tribulación y tentación, entonces entra uno den­tro de sí, y se convierte y vuelve a Dios. Aun allá dicen que el loco por la pena es cuerdo; y es sen­tencia del Espíritu Santo por Isaías: solo al castigo da oídos el corazón. Y más claramente por el Sabio: La enfermedad grave, los trabajos y adversidades hacen asesar. Anda uno con la prosperidad libre, como novillo por domar, le echa Dios el yugo de la tribulación y de la tentación para que asien­te: con el lodo dio Cristo nuestro Redentor vista al ciego.
Pues para eso envía el Señor las tentaciones, que son de los mayores trabajos, y que más sienten los hombres espirituales. Porque esos otros corporales, de sucesos de hacienda, enfermedades y cosas semejantes, para los siervos de Dios que tratan de espíritu son cosa muy somera, y que cae muy por de fuera; porque todo eso no toca más que al cuerpo, y así no hacen mucho caso de ello. Pero cuan­do el trabajo es interior y llega al alma, como la tentación que les quiere apartar de Dios, y parece que los pone en ese peligro y contingencia; esto es lo que se siente mucho, y lo que les hace dar el grito tan grande como le daba el apóstol San Pablo, cuando sentía esta guerra y contradicción de la carne, que quería llevar tras si al espíritu: ¡Ay miserable de mí! que me lleva tras de sí lo malo, y lo bueno que deseo no lo acabo de poner por obra; ¿quién me librará de este cautiverio y servidumbre? ¡La Gracia de Dios por Jesucristo Nuestro Señor!

R. P. Alonso Rodríguez, S. J. “Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas”, p.2ª, t.4°, c.3°y 4°.