Dice el Espíritu Santo en el Deuteronomio
(13,3): Os tienta el Señor Dios vuestro para que se vea si lo amáis de
veras y de todo vuestro corazón, o no. El bienaventurado San Agustín
mueve una cuestión sobre estas palabras: ¿Cómo dice aquí la sagrada Escritura
que Dios nos tienta, y por otra parte dice el apóstol Santiago: Dios no
tienta a nadie? Responde, que hay dos maneras de tentar: una para engañar
y hacer caer en pecado, y de esta manera no tienta Dios a nadie, sino
el demonio, cuyo oficio es ése. Otra manera de tentar hay para probar y
tomar experiencia de uno; y de esta manera dice aquí la divina escritura que
nos tienta y prueba Dios. Y en el capítulo 22 del Génesis dice: Tentó
y probó Dios a Abraham. Nos da el Señor un tiento, y muchos tientos,
para que conozcamos nuestras fuerzas, y entendamos qué tanto es lo que amamos y
tememos a Dios. Y así dijo luego el mismo Dios a Abraham, cuando echó mano al
cuchillo para sacrificar a su hijo: Ahora conocí que amas a Dios, que es, como
declara San Agustín: Ahora he hecho que conozcas que temes a Dios. De
manera que unas tentaciones nos envía el Señor de su mano, y otras permite que
nos vengan por medio del demonio, mundo y carne, nuestros enemigos.
Pero, ¿Cuál es la causa por que permite y
quiere el Señor que tengamos tentaciones? San Gregorio, Casiano, y otros tratan
muy bien de este punto, y dicen lo primero, que nos es provechoso el ser tentados
y atribulados, y que alce el Señor algunas veces un poco la mano de nosotros;
porque si esto no fuera así, no dijera y pidiera el Profeta a Dios: Señor,
no me dejéis ni desamparéis del todo; pero porque sabía muy bien que
algunas veces suele el Señor desamparar a sus siervos, y alzar un poco la mano
de ellos para mayor bien y provecho suyo, por eso no pide a Dios que no lo
desampare nunca, ni alce jamás la mano de él, sino que no lo desampare del
todo. Y en el salmo 24 no pide a Dios que no se aparte de él en ningún tiempo y
de ninguna manera, sino que no se aparte de él en ira, que no lo desampare
tanto que venga a caer en pecado; pero que lo pruebe y le envíe tentaciones y
trabajos, antes lo pide en el salmo 25: Pruébame, Señor, y tiéntame. Y
por Isaías (53 ,7) dice el mismo Señor: Por un breve instante te abandoné,
pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi
rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido.
Pero veamos en particular qué bienes y
provechos son los que se nos siguen de las tentaciones. Casiano dice que se ha
Dios con nosotros como se hubo con los hijos de Israel, que no quiso del todo
destruir los enemigos de su pueblo, sino dejó en la tierra de promisión
aquellas gentes de los cananeos, amorreos y jebuseos, etc. para enseñar y
ejercitar a su pueblo, para que no estuviesen con la seguridad ociosos, sino
que se hiciesen valientes y hombres de guerra. Así, dice, quiere el Señor
que tengamos enemigos, y que seamos combatidos de tentaciones, para que
teniendo ejercicio de pelear, no nos haga daño la ociosidad o prosperidad;
porque muchas veces a los que el enemigo no pudo vencer con peleas, con
seguridad falsa los engañó y derribó.
San Gregorio dice que con alta y secreta
providencia quiere el Señor que sean tentados y atribulados en esta vida los
buenos y escogidos, porque esta vida es un camino, o por mejor decir, un destierro
por donde andamos caminando y peregrinando, hasta llegar a nuestra patria
celestial; y porque suelen algunos caminantes, cuando ven en el camino algunos
prados y florestas, detenerse y apartarse del camino, por eso quiso el Señor
que estuviese esta vida llena de trabajos y tentaciones, para que no pongamos
nuestro corazón y amor en ella, ni tomemos el destierro por la patria, sino
que suspiremos siempre por ella. San Agustín da la misma razón, y dice que
aprovechan las tentaciones y trabajos para mostrarnos la miseria de esta vida
para que así deseemos más ardientemente aquella vida bienaventurada, y la
busquemos con mayor cuidado y fervor. Y en otra parte dice: Porque no amemos
el establo, y nos olvidemos de aquellos palacios reales para los que fuimos
creados. Cuando el ama quiere destetar al niño, y que comience a
comer pan, pone acíbar en los pechos; así Dios pone amargura en las cosas de
esta vida para que los hombres se aparten de ellas, y no tengan acá qué desear,
sino todo su deseo y corazón pongan en el cielo. Y así dice San Gregorio: Los
trabajos que nos fatigan y aprietan en esta vida, hacen que acudamos y nos
volvamos a Dios.
Bienaventurado el varón que sufre la
tentación, pues pasada la prueba recibirá corona de vida. Dice San Bernardo sobre estas
palabras: Necesario es que haya tentaciones, porque, como dice el Apóstol, no
será coronado sino el que peleare varonilmente; y si no hay tentaciones, ¿quién
peleará, no habiendo contra quien pelear? Todos los bienes y provechos
que la Escritura divina y los Santos nos predican de los trabajos y
adversidades, que son innumerables, todos los traen consigo las tentaciones; y
uno de ellos y el principal es el que nos dicen las palabras propuestas. Nos
las envía el Señor para que tengamos después mayor premio y corona en la
gloria. Ese es el camino real del cielo, tentaciones, trabajos y adversidades;
y así en el Apocalipsis (7,14) mostrándole a San Juan la gloria grande de los
Santos, le dijo uno de aquellos ancianos : Estos son los que vinieron de la
gran tribulación, y lavaron y blanquearon sus vestiduras en la Sangre del
Cordero.
De manera que por sangre y trabajos se entra
en el reino de los cielos. Desbástanse, lábrense y púlanse acá las piedras para
asentarlas en el templo de aquella Jerusalén celestial; porque allá no se ha de
oír golpe ni martillo, y cuanto en mejor y más principal lugar se han de
asentar las piedras, tanto más las pican y labran; y así como la piedra
de la portada suele ser la más picada y labrada, para que quede más vistosa la
entrada, así Cristo Nuestro Señor, porque se hacía nueva puerta del cielo, que
hasta Él estuvo cerrada, quiso ser muy golpeado y martillado: y también para
que nosotros pecadores tuviésemos vergüenza de entrar por puerta labrada con
tantos golpes de tribulaciones y trabajos, sin primero padecer algunos, para
quedar labrados y pulidos. Las piedras que se han de echar en el cimiento no se
suelen labrar: así los que se han de echar abajo en el profundo del infierno no
es menester labrarlos ni martillarlos: estos huélguense aquí en esta vida, y
cumplan sus antojos y apetitos, hagan su voluntad; dénse a buena vida, que con
eso quedarán pagados.
Pero los que han de ir a reparar aquellas
ruinas de los ángeles malos, y llenar aquellas sillas celestiales que ellos
perdieron por su soberbia, es menester labrarlos con tentaciones y trabajos.
Dice San Pablo: Si somos hijos, seremos herederos, y herederos de Dios, y
juntamente herederos con Cristo; empero siéndole acá primero compañeros en sus
trabajos, para que así lo seamos después en su gloria. Y el Ángel dijo a
Tobías: Porque eras acepto a Dios, y te quería bien, por eso te quiso
probar con la tentación, para que así tu premio y galardón fuese mayor. Y
de Abraham dice el Sabio que lo tentó Dios, y lo halló fiel: y porque lo halló
fiel, constante y fuerte en la tentación, luego le ofrece el premio, y le
promete con su juramento que había de multiplicar su generación como las
estrellas del cielo y como las arenas del mar. Pues para esto nos envía el
Señor los trabajos y tentaciones, para darnos mayor premio y más rica corona;
y así dicen los Santos que es mayor merced la que el Señor nos hace en darnos
tentaciones, dándonos juntamente favor para vencerlas, que si del todo nos las
quitase; porque de esa manera careceríamos del premio y gloria que con ellas
nos merecemos.
Añade a esta razón San Buenaventura que como
nos ama tanto el Señor, no se contenta con que alcancemos la gloria, y
gran gloria, sino que quiere que gocemos presto de ella, y que no nos detengamos
en el purgatorio: y para eso nos envía aquí trabajos y tentaciones, pues
es con martillo y fragua que se quita el orín y la escoria de nuestra
anima, y queda purgada y purificada para poder entrar luego a gozar de Dios. Y
no es pequeña merced y beneficio ese, fuera del que se nos hace en conmutarnos
tanta y tan grave pena, como es la que allá habíamos de padecer en lo poco o
nada que en su comparación padecemos en esta vida.
Mas, llena está la Sagrada Escritura de que las
prosperidades de esta vida apartan el alma de Dios, y las adversidades y los
trabajos son ocasión de atraerla al mismo Dios. ¿Quién hizo al copera de
Faraón olvidarse tan presto de su intérprete José, sino la prosperidad? ¿Quién
hizo ensoberbecer al rey Ozías, teniendo tan buenos principios, sino la
prosperidad? ¿Quién desvaneció a Nabucodonosor, quién a Salomón, quién a David,
para contar al pueblo? Y los hijos de Israel, cuando se vieron muy pujantes
con los favores y mercedes grandes que el Señor les había hecho, entonces se
empeoraron, y se olvidaron más de Dios: Y por el contrario, dice el Profeta que
con los trabajos se volvían a Dios. Vuelto en bestia Nabucodonosor, ahora fuese
en realidad de verdad, ahora en su imaginación, entonces conoce a Dios.
¿Cuánto mejor le fue a David en la persecución de Saúl, que con la prosperidad
y paseo del corredor? Y así, como bien acuchillado, dice después: ¡Oh,
qué bueno ha sido, Señor, para mí el haberme humillado y atribulado! ¡Cuántos
han sanado de esa manera, que de otra se perdieran! Cuando punza la espina de
la tribulación y tentación, entonces entra uno dentro de sí, y se
convierte y vuelve a Dios. Aun allá dicen que el loco por la
pena es cuerdo; y es sentencia del Espíritu Santo por Isaías: solo al castigo
da oídos el corazón. Y más claramente por el Sabio: La enfermedad grave,
los trabajos y adversidades hacen asesar. Anda uno con la prosperidad
libre, como novillo por domar, le echa Dios el yugo de la tribulación y de la
tentación para que asiente: con el lodo dio Cristo nuestro Redentor vista al
ciego.
Pues para eso envía el Señor las tentaciones,
que son de los mayores trabajos, y que más sienten los hombres espirituales.
Porque esos otros corporales, de sucesos de hacienda, enfermedades y cosas
semejantes, para los siervos de Dios que tratan de espíritu son cosa muy
somera, y que cae muy por de fuera; porque todo eso no toca más que al cuerpo,
y así no hacen mucho caso de ello. Pero cuando el trabajo es interior y llega
al alma, como la tentación que les quiere apartar de Dios, y parece que los
pone en ese peligro y contingencia; esto es lo que se siente mucho, y lo que
les hace dar el grito tan grande como le daba el apóstol San Pablo, cuando
sentía esta guerra y contradicción de la carne, que quería llevar tras si al
espíritu: ¡Ay miserable de mí! que me lleva tras de sí lo malo, y lo
bueno que deseo no lo acabo de poner por obra; ¿quién me librará de este
cautiverio y servidumbre? ¡La Gracia de Dios por Jesucristo Nuestro Señor!
R. P.
Alonso Rodríguez, S. J. “Ejercicio de Perfección y
Virtudes Cristianas”, p.2ª, t.4°, c.3°y 4°.