domingo, 11 de marzo de 2012

Los principales remedios contra las tentaciones.



Iº) Rezar jaculatorias acomodadas al tiempo de la tentación.

El medio de la oración siempre se ha de tener por muy encomendado, porque es un remedio gene­ralísimo y de los mas principales que la Divina Escritura y los Santos nos dan para esto. Y el mismo Cristo nos le enseña en el Sagrado Evangelio: "Velad y orad, porque no entréis en la tentación". Y no solo de palabra, sino con su propio ejemplo, nos le quiso enseñar la noche de su Pasión, aperci­biéndose para aquella batalla con larga y prolija oración, no porque Él tuviese necesidad, sino para enseñarnos a nosotros que lo hagamos así en todas nuestras tentaciones y adversidades: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”. “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”. “Padre; todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú”. “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
El abad Juan decía que el religioso es semejante a un hombre que está sentado debajo de un árbol grande, el cual viendo venir muchas serpientes y bestias fieras contra sí, como no las puede resistir, se sube encima del árbol, y así se salva. De la misma manera el religioso, cuando ve venir las tenta­ciones, se ha de subir a lo alto con la oración, y acogerse a Dios, y así se salvara y librara de las ten­taciones y lazos del demonio: En balde trabajará y echará él sus redes, si nosotros sabemos volar y subirnos a lo alto con las alas de la oración.
Llena tenemos la Sagrada Escritura, y especialmente los Salmos, de oraciones acomodadas para esto, cuáles son: “Levantaos, Señor, ¿por qué parecéis dormir, por qué apartáis vuestro rostro, y os olvidáis de nuestra pobreza y tribulación?”; “Tomad armas y escudo, y levantaos en nuestra ayuda; decid a mi anima: Yo soy tu salud”; “¿Hasta cuándo, Señor, me habéis de olvidar? ¿Hasta cuándo habéis de apartar de mí vuestro rostro? ¿Hasta cuándo se ha de gloriar mi enemigo sobre mí?”; “Mirad, Señor, y oídme, y alumbrad mis ojos, para que no duerma sueño de la muerte, ni pueda decir mi enemigo que prevaleció contra mí”; “Vos, sois, Señor, nuestro refugio y amparo en el tiempo de la necesidad y tribulación”; “Así como los pollitos se guarecen debajo de las alas de su madre cuando viene el aguilucho; así nosotros, Señor, estamos bien guarecidos y guardados debajo de vuestras alas”. San Agustín se alegraba mucho con esta consideración, y decía a Dios: “Señor, pollito soy tier­no y flaco, y si Vos no me amparáis, me arrebatará el aguilucho: Amparadme, Señor, debajo de vues­tras alas” . Particularmente es maravilloso para este efecto aquel principio del salmo “Levántese Dios, y sean desbaratados sus enemigos: huyan de delante de Él los que le aborrecen”; porque como les ponemos delante, no nuestra virtud, sino la de Dios, desconfiando de nosotros, e invocando contra ellos el favor de su Majestad, desfallecen y huyen los demonios, viendo que ha de salir Él a la causa contra ellos en favor nuestro. Unas veces con estas, u otras semejantes palabras de la Sagrada Escri­tura, que tienen particular fuerza; otras veces con palabras salidas de nuestra necesidad (que también suelen ser muy eficaces), siempre habernos de tener muy a la mano este remedio de acudir a Dios con la oración; y así solía decir el Padre Ávila: "La tentación a vos, y vos a Dios ": "Levanté mis ojos a aquellos montes soberanos de donde me ha de venir todo el socorro y favor". Y habernos de procu­rar que estos clamores y suspiros salgan, no solamente de la boca, sino de lo íntimo del corazón: "Desde lo profundo he clamado a Ti, Señor". Dice san Juan Crisóstomo, sobre estas palabras: No dijo "he clamado" solamente con la boca, porque estando el corazón distraído puede la lengua hablar, sino de "lo profundísimo y más íntimo de sus entrañas", y con grande fervor clamaba a Dios.

2°) Resistir desde el principio.

Otro remedio muy bueno y general nos dan aquí los Santos, y es, que procuremos resistir a los principios. Dice San Jerónimo: Cuando el enemigo es pequeño, matadlo, ahogadlo en su principio, y deshacedlo en su raíz antes que crezca; porque después por ventura no podremos. Es la tentación como una centella de fuego, que si una vez prende, crece y abrasa. Así dijo muy bien el otro: Resistid los principios: tarde viene el remedio cuando la llaga es muy vieja.
Y mucho mejor nos avisa de esto el Espíritu Santo por el profeta David: Cuando los cachorros de las tentaciones son pequeños, cuando comienzan los pensamientos de juicios, de soberbia, de la afi-cioncilla, de la amistad y de la singularidad, entonces los habéis de quebrantar en la piedra firmísi­ma, que es Cristo nuestro Redentor, con su ejemplo y consideración, para que no crezcan y vengan a destruir la vina de nuestra alma.
No podemos excusar que no nos vengan tentaciones y pensamientos malos; pero bienaventurado aquel que al principio, cuando comienzan a venir, se sabe sacudir de ellos. Así declara San Jerónimo: Importa mucho resistir a los principios cuando el enemigo es flaco y tiene pocas fuerzas; porque entonces el resistir es fácil, y después muy dificultoso.
San Crisóstomo declara esto con una comparación: Así como si a un enfermo le viene apetito de comer una cosa dañosa, y vence aquel apetito, se libra del daño que le había de hacer aquella mala comida, y sana mas presto de la enfermedad; mas si por tomar aquel poco de gusto come el manjar dañoso, agrávesele la enfermedad, y viene a morir de ella, o a tener muy grande pena en la cura, todo lo cual pudiera excusar con tomar un poco de trabajo en refrenar al principio aquel apetito de gula de comer aquel manjar dañoso; así, dice, si cuando al hombre le viene el mal pensamiento o el deseo de mirar, si vence en eso al principio, refrenando la vista, y desechando luego el mal pensamiento, se librará de la molestia y pena de la tentación que de allí se le había de levantar, y del daño en que con­sintiendo podría caer; pero si no se vence y refrena al principio por aquel pequeño descuido, y por aquel poquito de gusto que recibid mirando o pensando, viene después a morir en el alma, o a lo menos a tener gran trabajo y pena resistiendo. De manera que lo que al principio le costara poco o casi nada, le viene después a costar mucho. Y así concluye el Santo que importa grandemente resis­tir a los principios.
En las vidas de los Padres se cuenta que el demonio se le apareció una vez al abad Pacomio en figu­ra de una mujer muy hermosa, y riñéndolo el Santo porque usaba de tanta malicia para engañar a los hombres, le dijo el demonio: Si comenzáis a dar alguna entrada a nuestras tentaciones, luego os pone­mos mayores incentivos para provocaros más a pecar; empero, si vemos que al principio resistís, y no dais entrada a las imaginaciones y pensamientos que os traemos, como humo desaparecemos.

3°) Defender nuestra parte más débil.

El bienaventurado San Bernardo dice que el demonio, cuando quiere engañar a uno, primero mira muy bien su natural, su condición e inclinación, y a donde le ve más inclinado, por allí le acomete; y así a los blandos y de suave condición les acomete con tentaciones deshonestas y de vanagloria, y a los que tienen condición áspera, con tentaciones de ira, de soberbia, de indignación e impaciencia.
Lo mismo nota San Gregorio, y trae una buena comparación: dice que así como uno de los princi­pales avisos de los cazadores es saber a qué linaje de cebo son mas aficionadas las aves que quieren cazar, para armarles con eso; así el principal cuidado de nuestros adversarios los demonios es saber a qué genero de cosas estamos más aficionados, y de que gustamos más, para armarnos y entrarnos por ahí: y así vemos que acometió y tentó el demonio a Adán por la mujer, porque sabía la afición gran­de que le tenía; y a Sansón también por ahí lo acometió y lo venció, para que declarase el enigma, y para que dijese en qué estaba su fortaleza. Anda el demonio como diestro guerrero rodeando y bus­cando con mucha diligencia la parte más flaca de nuestra alma, la pasión que reina más en cada uno, y aquello a que es más inclinado, para combatirlo por allí; y así ésta ha de ser también la prevención y remedio que nosotros habernos de poner de nuestra parte contra este ardid del enemigo, reconocer la parte más flaca de nuestra alma, y más desamparada de virtud, que es donde la inclinación natural, o la pasión o costumbre mala más nos llena, y poner ahí mayor cuidado y defensa.

4º) Vencer la mala inclinación practicando la Virtud contraria.

Otro remedio muy conforme a este nos le ponen los Santos y maestros de la vida espiritual. Dicen que habernos de tener por regla general, cuando somos combatidos de alguna tentación, acudir luego a lo contrario de ella, y defendernos con ello; porque de esta manera curan acá los médicos las enfer­medades del cuerpo: Contraria contrariis curantur. Cuando la enfermedad procede del frío, aplican cosas calientes, y cuando de sequedad, cosas húmedas; y de esa manera los humores se reducen a un medio, y se ponen en conveniente proporción. Pues de esa misma manera habernos nosotros de curar y remediar las enfermedades y tentaciones del alma, y eso es lo que nos dice nuestro santo Padre: “Débense prevenir las tentaciones con los contrarios de ellas, como es, cuando uno se entiende ser inclinado a soberbia, ejercitándose en cosas bajas, que se piensa le ayudarán para humillarse; y así de otras inclinaciones siniestras”.

5°) Nunca estar ociosos.

También es gran remedio contra las tentaciones nunca estar ociosos, y así dice Casiano que aque­llos Padres de Egipto tenían esto por primer principio, y lo guardaban como tradición antigua recibi­da de sus mayores, y lo encomendaban mucho a sus discípulos por singular remedio: Hállate siempre el demonio ocupado. Y así se lo ensenó Dios a San Antonio, y le dio este medio para poder perseve­rar en la soledad y defenderse de las tentaciones; y lo trae San Agustín, dice que San Antonio no podía siempre estar en oración con ser San Antonio, y era combatido y fatigado algunas veces con diversos pensamientos, y pidió a Dios: Señor, ¿qué haré, que querría ser bueno, y mis pensamientos no me dejan? Y oyó una voz que le dijo: Antonio, si deseas agradar a Dios, ora; y cuando no pudieres orar, trabaja: procura siempre estar ocupado en algo, y hacer lo que está de tu parte, y no te faltará el favor del Señor. Otra vez se le apareció un Ángel en figura de un mancebo, que cavaba un poco, y otro poco estaba puesto de rodillas en oración, las manos puestas y levantadas, que era decirle lo mismo. La ociosidad es raíz y origen de muchas tentaciones y de muchos males, y así nos importa mucho que nunca el demonio nos halle ociosos, sino siempre ocupados.

P. Alonso Rodríguez S. J., “Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas”, p. 2ª, t. 4º, c. 17 y c. 18.