La tentación de la humanidad hoy es realizar un reino sin
Dios, sin Jesucristo. Es la ciudad del hombre contrapuesta a la ciudad de Dios,
excomulgando de su seno todo vestigio de orden cristiano. Reino totalmente
contrapuesto a lo fue, en otros tiempos, la cristiandad de la Edad Media, época
dónde reinaba el Evangelio, al decir del Papa León XIII. Como siempre,
Castellani con su actualidad, a pesar del pasar del tiempo.
Domingo Primero de
Cuaresma (II).
De las Tentaciones de Cristo hay mucho que
hablar; pero seamos breves y notemos tres puntos principales: el Tentador, el
Tentado y nosotros.
El espíritu maligno no sabía seguro si Cristo
era el Mesías, ni mucho menos si era Dios o no. Parece increíble, con el
talento que tiene el diablo, y conociendo las profecías mesiánicas mejor que
cualquier rabino, que no sacara la conclusión que tantos hombres sacaron. Pero
es así, basta leer los Evangelios; además San Pablo dice expresamente que el
diablo no hubiera crucificado -por medio de los judíos- a Cristo, si hubiese
sabido que era el Hijo de Dios (I Cor II, 8).
Que un Dios se haga hombre es un Misterio
Absoluto; es
como si dijéramos un Absurdo: no cabe en ninguna cabeza creada. Eso no se
puede conocer y saber si no es mediante un acto de fe sobrenatural, un acto que
es imposible sin la gracia de Dios; la cual el diablo no tiene. La ciencia no
basta para alcanzar la fe; es necesaria también la buena voluntad, de que el
diablo carece.
Por eso el fin del Tentador fue, como aparece
claramente, no sólo hacer pecar a Cristo sino también sacarse él esa duda; lo cual
no consiguió: “Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”.
Pero hay que reconocerle al diablo que su atrevimiento es infinito: es un sinvergüenza,
porque no tiene ya nada que perder. ¡Sospechando que Cristo era una persona
divina, haberlo sin embargo agarrado y llevado al Campanario! “¡Qué
miedo tendría el maldito -dice Santa Teresa- mientras iba volando!”... Pero en
realidad no sabemos si fue volando.
El diablo tiene un poder grandísimo -eso
muestra este evangelio- y por otra parte es un poder vano, porque se puede
vencer “de palabra”, con la palabra Dios.
Gran encomio de la Escritura Sagrada hay en
este evangelio: Cristo vence las Tres Tentaciones con el arma de la Escritura.
Pero el poder del diablo es tremendo en los que están desarmados. Cuando le
dijo a Cristo: “Todo esto es mío y a quien yo quiera se lo doy”, mostrándole
los Reinos de la Tierra -en la política se puede decir que el diablo no tiene
rival- Cristo no le respondió: “¡Mentiroso! Todo esto es de Dios, no tuyo”; no
se metió a discutir con él, porque en algún sentido todo eso es, en efecto, del
diantre; en el sentido de que hoy día, por nuestros pecados, él mangonea todo.
Él es el Fuerte Armado, es la Potencia de las Tinieblas, es el Príncipe de
este Mundo, como lo designó Cristo en otros lugares. Es probable que Satán de
nacimiento haya sido el Arcángel que estaba predestinado al manejo y control
del mundo material; o por lo menos, de este planeta; y por haber pecado, no
perdió ese poder connatural para con el pobre “planeta mudo”[1].
Pero todo poder de Dios es.
Eso que llamaban nuestros mayores “vender el
alma al diablo” es posible: es la operación que se propuso a Cristo en la
Tercera Tentación. Cuando en este mundo a un malvado le va bien incesantemente,
se trata un demoníaco; a los inicuos comunes, la moral los castiga a corto
plazo. Si Dios no se lo impide, el diablo puede hacer cosas rarísimas con los
hombres; y eso yo lo sé por los libros; pero si yo dijera que lo sé solamente
por los libros, mentiría.
¿Por qué tentó a Cristo con esas cosas raras?
Con la Bobobrígida o algunas de las otras animalitas de Dios que nos hacen el
honor de divertir a la plebe porteña; con la llave del Banco Central; o con
las urnas llenas de votos en el Congreso, yo lo tiento a cualquiera. Pero ¿con
piedras, con vuelos sin motor, con promesas fantásticas de imperios universales?...
El diablo sabía que Cristo era un varón
religioso -lo había visto prepararse para su misión religiosa con el ayuno de
Moisés, lo había visto arder como una gran fogata en oración continua-; y lo
tentó como a un hombre religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal.
Una nota del Evangelio traducido por Straubinger dice: “la primera fue una
tentación de sensualidad”... Es un error. Las tres fueron tentaciones de soberbia.
El diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen Cuaresmas tan
rigurosas como Cristo.
El diablo es la mona de Dios, puesto que
querer ser como Dios fue su caída y es su constante manía. El diablo
tienta prometiendo o dando las cosas de Dios: lo mismo que Dios nos ha de dar
si tenemos espero y fidelidad: Cristo podía procurarse pan con esperar un poco –“y
los ángeles se lo sirvieron”- sin necesidad de un milagro. El diablo nos
empuja, nos precipita, es la espuela del mundo: nos invita a anticipar, a desflorar,
a llegar antes. A los primeros hombres les dijo: “Seréis como dioses” que es
efectivamente lo que Dios se propuso hacer y hace, por medio de la adopción
divina (la gracia elevante) y la visión beatífica, con el hombre. “Entonces seremos
como Él, porque le veremos como Él es”, dice San Juan. Eva pecó porque codició
una anticipación de la visión divina. No podemos ser tentados sino de acuerdo a
nuestro natural.
Así pues a Jesús lo tentó de acuerdo a su
natural con lo mismo que Él había de lograr un día: Cristo había de convertir
las piedras de la gentilidad en el pan de su Cuerpo Místico, conforme a
aquello: “Creéis vosotros que de estas piedras no puedo yo sacar hijos de
Abraham?” Cristo había de volar visiblemente a los cielos delante de sus
apóstoles y unos quinientos discípulos. Finalmente, Cristo algún día ha de ser
Rey Universal del mundo entero, como lo es desde ya en derecho y esperanza.
El diablo está hoy día tentando a la
Humanidad con un Reino Universal obtenido sin Cristo con las solas
fuerzas del hombre. Todo ese gran movimiento del mundo de hoy (la ONU, la
UNESCO, la Unión de las Iglesias Protestantes, los Grandes Imperialismos, las
promesas de “mil años de paz” por parte de los Conductores) representa esa
aspiración irrestrañable de la Humanidad al Milenio, a su unidad natural y
pacífica, a su integración como Género Humano.
Es inútil oponerse a esa aspiración
actualísima -se equivocan los ultra-nacionalistas- porque es un anhelo que
está en las entrañas de la evolución histórica del mundo, como que es una
promesa divina. Pero el diablo quiere llegar antes. Los cristianos
sabemos que esto vendrá, pero que sólo puede venir con y por Cristo; y que esta
manera como se está haciendo ahora, no podemos aceptarla, porque es la vasta
preparación del Anticristo. “Si esto es servir a la patria, a mí no me gusta el
cómo”. De manera que aparecemos como impotentes por un lado; como atrasados y
reaccionarios por otro. Paciencia.
La Iglesia hoy día aparece en plena crisis;
no puede conseguir la paz de los pueblos, la necesidad más urgente del mundo,
está confusionada dentro de sí misma; no hace más que tomar medidas y actitudes
aparentemente negativas: Syllabus, Juramento antimodernístico, prohibo
esto, prohibo lo otro. No está a la cabeza de la “civilización” como en otros
tiempos, no hace más que tirar hacia atrás: es que la “civilización” ha entrado
por un mal camino; por el de la Torre de Babel. Camino satánico.
“Todo esto es mío y lo doy a quien yo quiero;
todo esto te daré si cayendo a mis pies me adorares”.
Un hombre algún día aceptará este trato. No
sé qué día. Un amigo mío que se las echa de profeta dice que ese hombre nacerá
en 1963 y será Emperador en 1996. Yo creo que ni él ni yo lo sabemos. Yo al menos
no lo sé.
No es necesario saber mucho griego ni latín
para predecir que la Iglesia será tentada, si Cristo fue tentado; y lo será
con las mismas tentaciones de Cristo.
Podríamos decir quizá que en la Edad Media
fue la primera, en el Renacimiento la segunda y ahora la tercera tentación.
Así para entendernos; aunque las tres funcionan juntas, mirándolo bien.
La primera tentación es ésta: por medio de lo
religioso procurarse cosas materiales -como si dijéramos cambiar milagros por
pan- la cual puede llegar a un extremo que se llama simonía, o venta de
lo sagrado. Pero los curas también tienen que comer y la Iglesia necesita
bienes. Yo no niego que la Iglesia necesita bienes, lo que yo sé es que hay una
rayita finita, pasada la cual los “bienes” se convierten en males. De modo que
el efecto más bien viene a ser tomar el pan y convertirlo en piedra; milagro
al revés; como por ejemplo hacer grandes templos de piedra donde falta el pan
de la palabra divina, “de la cual, como del pan, vive el hombre”, contestó
Cristo a Satán.
La segunda tentación es por medio de la
religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y “la gloria que dan los
hombres”. Y también es verdad que la Iglesia necesita buen nombre, porque una
de las notas distintivas de la verdadera religión es que sea santa. Y
así uno de los principales argumentos de San Agustín contra los herejes y
paganos eran las plano; y la corrupción de lo mejor, es la peor. Hablando de
Savonarola, el cardenal Newman dijo: “La Iglesia no puede ser reformada por la
desobediencia...”, y su interlocutor le contestó: “Mucho menos por la
crueldad, mi caro Cardenal”. El Asceta puede ser tentado de dureza de corazón,
de inhumanidad, de crueldad. “Mi hija se ha vuelto cruel como el avestruz”,
dice Dios por el Profeta.
Ésta es la última tentación, de la cual Dios
me libre y guarde; y sobre todo, que Dios libre y guarde a los otros. Como
dijo el jachalero Ramón Ibarra cuando se peleó a cuchillo con Dionisio Mendoza
y lo querían sujetar: “¡Asujetelón! ¡Asujetelón! ¡Asujetelón al otro! ¡Que yo,
mal que bien, me asujeto solo!”.
R.P. Leonardo Castellani, tomado de su obra “El Evangelio de Jesucristo”.
[1] Alude a la novela teológica de
C. S. Lewis, Out of the silentplanet.