“Fiel es Dios, dice el apóstol San Pablo, que no
permitirá que seáis tentados más de lo que podéis; y si creciere la tentación,
crecerá también el socorro y favor para vencer y triunfar de vuestros enemigos,
y quedar con ganancia de la tentación”. Esta es una cosa de grandísimo
consuelo, y que pone gran ánimo en las tentaciones. Por una parte sabemos que
el demonio no puede más de lo que Dios le diere licencia, ni nos podrá tentar
un punto más. Por otra parte estamos ciertos que Dios no le dará licencia
para que nos tiente más de lo que pudiéremos llevar, como dice aquí el
Apóstol. ¿Quién con esto no se consolará y animará? No hay médico que con tanto
cuidado mida y tase las onzas de acíbar que ha de dar al enfermo, conforme la
disposición del sujeto, como aquel físico celestial mide y tasa el acíbar de la
tentación y tribulación que ha de dar o permitir a sus siervos, conforme la
virtud y fuerzas de cada uno. Dice muy bien el santo Abad Efrén: Si el ollero,
que hace vasos de barro, y los pone en el horno, sabe muy bien el tiempo que
conviene tenerlos en el fuego para que salgan bien sazonados y templados, y
sean provechosos para el uso de los hombres, y no los tiene más tiempo del que
es menester, para que no se quemen y se quiebren, ni los tiene menos tiempo del
necesario, para que no salgan tan tiernos que luego se deshagan entre las
manos; ¿cuánto más hará esto Dios con nosotros, que es de infinita sabiduría y
bondad, y es grande el amor paternal que nos tiene?
Dice San Gregorio: La pretensión del
demonio con la tentación es mala; mas la del Señor es buena: como la
sanguijuela, cuando chupa la sangre del enfermo, lo que pretende es hartarse de
ella, y bebérsela toda si pudiese; pero el médico pretende con ella sacar la
mala sangre, y dar la salud al enfermo. Y cuando dan un botón de fuego a un
enfermo, lo que pretende el fuego es abrasar; pero el cirujano no pretende sino
sanar. El fuego querría pasar a lo sano; el cirujano sólo a lo enfermo, y no lo
deja pasar adelante. Así el demonio con la tentación pretende destruir la
virtud, y el merecimiento y gloria nuestra; pero el Señor pretende y obra
maravillosamente todo lo contrario por ese mismo medio, y así las piedras
que el demonio arroja contra nosotros para descalabrarnos y matarnos, las toma
Dios para labrarnos de ellas una muy hermosa y preciosísima corona, como leemos
del glorioso San Esteban, que estaba rodeado de sus perseguidores, y cercado de
piedras que le tiraban, y ve abiertos los cielos, y allí a Jesucristo, como
estaba recogiendo aquellas piedras para de ellas fabricarle una corona de
pedrería de gloria.
San Ambrosio, sobre aquello de San Mateo: "Subió
a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó en el mar una
tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido ", dice:
Notad que también los escogidos del Señor, y que andan en su compañía, son
combatidos por tentaciones, y algunas veces hace Él del que duerme, escondiendo
como buen padre el amor que tiene a sus hijos para que acudan más a Él; pero no
duerme Dios ni se ha olvidado de vos. Dice el profeta Habacuc: Si nos
pareciere que tarda el Señor, esperémoslo, y estemos muy ciertos de que vendrá
y no tardará. Nos parece que tarda, mas en realidad de verdad no tarda. Al
enfermo le parece larga la noche, y que se tarda el día; mas no es así, no se
tarda, que a su tiempo viene. Así Dios no se tarda, aunque a nosotros como al
enfermo nos parezca que sí. Él sabe muy bien la ocasión y la coyuntura, y
acudirá al tiempo de la necesidad.
San Agustín trae a este propósito aquello que
respondió Cristo nuestro Redentor a las hermanas de Lázaro, Marta y María: “Esta
enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios
sea glorificado por ella”. Le habían enviado a decir que estaba enfermo su
amigo Lázaro, y se detuvo dos días: no quiso ir allá para que el milagro fuese
más señalado. Así, dice, hace Dios muchas veces con sus siervos: los deja por
algún tiempo en las tentaciones y trabajos, que parece se ha olvidado de ellos;
pero no se ha olvidado, sino que lo hace para sacarlos después de ellos con
mayor triunfo y gloria: como a José, que lo dejó estar mucho tiempo en la
cárcel, para sacarlo después de allí, como lo sacó, con gran honra y gloria,
haciéndolo gobernador de toda la tierra de Egipto. Así, dice, hemos de
entender que si el Señor se detiene y permite que dure la tentación y el
trabajo espera sacarnos después de él con mayor aprovechamiento y
acrecentamiento nuestro.
San Juan Crisóstomo nota también esto:
advertid, dice, que no dijo el profeta: Librásteme, Señor, de las puertas de la
muerte, sino: Ensálzasme. Porque el Señor no solamente libra a sus
siervos de las tentaciones, sino pasa adelante haciéndolos con esto más
aventajados y señalados. Y así, por muy apretado que nos veamos, aunque nos
parezca que llegamos hasta las puertas del infierno, hemos de tener confianza
que de ahí nos sacará Dios: Él es el que mortifica y vivifica, y el que deja
llegar hasta las puertas de la muerte, y el que saca y libra de ella cuando ya
pensábamos perecer. Y así decía el santo Job: Aunque me mate, en El
esperaré. San Jerónimo pondera aquí muy bien aquello del profeta Jonás,
que cuando pensó que estaba ya perdido, y que no había remedio, sino que dan
con él en el mar: Ahí le tenía el Señor a punto una ballena que le
recibiese, no para despedazarlo, sino para salvarlo y echarlo a tierra,
como en navio muy seguro: Advertid y considerad, dice el glorioso San
Jerónimo, que lo que los hombres pensaban que era su muerte, eso fue su
guarda y su vida. Pues así, dice, nos acontece a nosotros, que lo que
pensamos muchas veces que es pérdida es ganancia, y lo que pensamos que es
muerte es vida: como la redoma de vidrio en manos de hombre que juega de
manos, que la echa muchas veces en alto, y piensan los otros que cada vez se le
ha de caer y hacer pedazos; pero después de dos o tres veces se les quita el
miedo a los que lo ven, y tienen por tan diestro al jugador, que se admiran de
su destreza. Así los siervos de Dios, que saben muy bien cuán diestro oficial
es Dios, y conocen prácticamente y por experiencia que sabe muy bien jugar con nosotros,
levantándonos y humillándonos, mortificándonos y vivificándonos, hiriendo y
sanando, no temen ya en las adversidades y peligros, aunque se tengan por
flacos y de vidrio; porque saben que están en buenas manos, que no se le
quebrará la redoma, ni la dejará caer.
En la Historia eclesiástica se refiere que
decía el Abad Isidoro: Cuarenta años hace que soy combatido por un vicio, y
nunca he consentido. Y de otros muchos de aquellos santos monjes antiguos
leemos semejantes ejemplos de tentaciones muy continuas y largas, en que
peleaban con gran fortaleza y confianza. Pues a estos gigantes, que sabían
bien pelear, habernos nosotros de imitar.
El glorioso San Cipriano para animarnos a
esto trae aquello de Isaías: No quieras temer, dice Dios, porque yo
te redimí; tú eres mío, y bien te sé el nombre: cuando pasares por las aguas
estaré contigo, y no te hundirás: cuando anduvieres en medio del fuego no te
quemarás, ni la llama te hará mal alguno; porque yo soy tu Dios, tu Señor y
Salvador. También son para esto muy tiernas y regaladas
aquellas palabras que dice Dios por el mismo Profeta: Mirad con qué amor y
ternura recibe la madre al niño, cuando teniendo miedo de alguna cosa se acoge
a ella: cómo lo abraza y lo lleva al pecho, cómo junta su rostro con el suyo, y
lo acaricia y regala. Pues con mayor amor y regalo sin comparación acoge el
Señor a los que en las tentaciones y peligros acuden a Él. Esto decía el
Profeta que lo consolaba y animaba mucho a él en sus tentaciones y trabajos: Recuerda
la palabra dada a tu servidor, de la que has hecho mi esperanza. Éste es mi
consuelo en mi miseria: que tu promesa me da vida. Esto nos ha de consolar
y animar también a nosotros, y hacer que tengamos gran ánimo y confianza en las
tentaciones, porque no puede faltar Dios a su palabra: para Dios es
imposible mentir, dice el apóstol San Pablo. En ti Señor he esperado,
no seré confundido eternamente.
Padre
Alonso Rodríguez, S.J., “Ejercicio de Perfección y Virtudes
Cristianas”, p. 2a, t. 4o, c. Io.