Todavía no te he hablado del sol de las
prácticas espirituales, que es el santísimo y muy excelso sacrificio y
sacramento de la Misa, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción,
alma de la piedad, misterio inefable, que comprende el abismo de la caridad
divina, y por el cual Dios, uniéndose realmente a nosotros, nos comunica
magníficamente sus gracias y favores.
La oración, hecha en unión de este divino
sacrificio, tiene una fuerza indecible, de suerte, Filotea, que, por él, el
alma abunda en celestiales favores, porque se apoya en su Amado, el cual la
llena tanto de perfumes y suavidades espirituales, que la hace semejante a una
columna de humo de leña aromática, de mirra, de incienso y de todas las
esencias olorosas, como se dice en el Cantar de los cantares.
Haz, pues, todos los esfuerzos posibles para
asistir todos los días a la santa Misa, con el fin de ofrecer, con el
sacerdote, el sacrificio de tu Redentor a Dios, su Padre, por ti y por toda la
Iglesia. Los ángeles, como dice san Juan Crisóstomo, siempre están allí
presentes, en gran número, para honrar este santo misterio; y nosotros,
juntándonos a ellos y con la misma intención, forzosamente hemos de recibir
muchas influencias favorables de esta compañía. Los coros de la Iglesia
militante, se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino acto, para
cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para hacer
enteramente nuestra su misericordia. ¡Qué dicha experimenta el alma al unir sus
afectos a un bien tan precioso y deseable!
Si por fuerza no puedes asistir a la
celebración de este santo sacrificio, con una presencia real, es necesario que,
a lo menos lleves allí tu corazón, para asistir de una manera espiritual. A
cualquiera hora de la mañana ve a la iglesia en espíritu, si no puedes ir de
otra manera; une tu intención a la de todos los cristianos, y, en el lugar
donde te encuentres, haz los mismos actos interiores qué harías si estuvieses
realmente presente a la celebración de la santa Misa en alguna iglesia.
Ahora bien, para oír, real o mentalmente, la
santa Misa, cual conviene:
1. Desde que llegas, hasta que el sacerdote
ha subido al altar, haz la preparación juntamente con él, la cual consiste en
ponerte en la presencia de Dios, en reconocer tu indignidad y en pedir perdón
por tus pecados.
2. Desde que el sacerdote sube al altar hasta
el Evangelio, considera la venida y la vida de Nuestro Señor en este mundo,
con una sencilla y general consideración.
3. Desde el Evangelio hasta después del
Credo, considera la predicación de nuestro Salvador, promete querer vivir y
morir en la fe y en la obediencia de su santa palabra y en la unión de la santa
Iglesia católica.
4. Desde el Credo hasta el Padrenuestro,
aplica tu corazón a los misterios de la muerte y pasión de nuestro Redentor,
que están actual y esencialmente representados en este sacrificio, el cual,
juntamente con el sacerdote y el pueblo, ofrecerás a Dios Padre, por su honor
y por tu salvación.
5. Desde el Padrenuestro hasta la comunión,
esfuérzate en hacer brotar de tu corazón mil deseos, anhelando ardientemente
por estar para siempre abrazada y unida a nuestro Salvador con un amor eterno.
6. Desde la comunión hasta el fin, da gracias
a su divina Majestad por su pasión y por el amor que te manifiesta en este
santo sacrificio, conjurándole por éste, que siempre te sea propicio, lo mismo
a ti que a tus padres, a tus amigos y a toda la Iglesia, y, humillándote con todo
tu corazón recibe devotamente la bendición divina que Nuestro Señor te da por
conducto del celebrante.
Pero si, durante la Misa, quieres meditar los
misterios que hayas escogido para considerar cada día, no será necesario que
te distraigas en hacer actos particulares, sino que bastará que, al comienzo,
dirijas tu intención a querer adorar a Dios y ofrecerle este sacrificio por el
ejercicio de tu meditación u oración, pues en toda meditación se encuentran
estos mismos actos o expresa, o tácita o virtualmente.
San Francisco de Sales, tomado de “Introducción a la vida devota”.