martes, 20 de marzo de 2012

La santa Misa y cómo participar.



Todavía no te he hablado del sol de las prácticas espirituales, que es el santísimo y muy excelso sacrificio y sacramento de la Misa, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio ine­fable, que comprende el abismo de la caridad divina, y por el cual Dios, uniéndose realmente a nosotros, nos comunica magníficamente sus gracias y favores.
La oración, hecha en unión de este divino sacrifi­cio, tiene una fuerza indecible, de suerte, Filotea, que, por él, el alma abunda en celestiales favores, porque se apoya en su Amado, el cual la llena tanto de perfumes y suavidades espirituales, que la hace semejante a una co­lumna de humo de leña aromática, de mirra, de incienso y de todas las esencias olorosas, como se dice en el Can­tar de los cantares.
Haz, pues, todos los esfuerzos posibles para asis­tir todos los días a la santa Misa, con el fin de ofrecer, con el sacerdote, el sacrificio de tu Redentor a Dios, su Padre, por ti y por toda la Iglesia. Los ángeles, como di­ce san Juan Crisóstomo, siempre están allí presentes, en gran número, para honrar este santo misterio; y nosotros, juntándonos a ellos y con la misma intención, forzosa­mente hemos de recibir muchas influencias favorables de esta compañía. Los coros de la Iglesia militante, se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino acto, para cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para hacer enteramente nuestra su misericordia. ¡Qué dicha experimenta el alma al unir sus afectos a un bien tan precioso y deseable!
Si por fuerza no puedes asistir a la celebración de este santo sacrificio, con una presencia real, es necesario que, a lo menos lleves allí tu corazón, para asistir de una manera espiritual. A cualquiera hora de la mañana ve a la iglesia en espíritu, si no puedes ir de otra manera; une tu intención a la de todos los cristianos, y, en el lugar donde te encuentres, haz los mismos actos interiores qué harías si estuvieses realmente presente a la celebración de la santa Misa en alguna iglesia.
Ahora bien, para oír, real o mentalmente, la santa Misa, cual conviene:

1. Desde que llegas, hasta que el sacerdote ha subi­do al altar, haz la preparación juntamente con él, la cual consiste en ponerte en la presencia de Dios, en recono­cer tu indignidad y en pedir perdón por tus pecados.

2. Desde que el sacerdote sube al altar hasta el Evan­gelio, considera la venida y la vida de Nuestro Señor en este mundo, con una sencilla y general consideración.

3. Desde el Evangelio hasta después del Credo, con­sidera la predicación de nuestro Salvador, promete que­rer vivir y morir en la fe y en la obediencia de su santa palabra y en la unión de la santa Iglesia católica.

4. Desde el Credo hasta el Padrenuestro, aplica tu corazón a los misterios de la muerte y pasión de nuestro Redentor, que están actual y esencialmente representa­dos en este sacrificio, el cual, juntamente con el sacerdo­te y el pueblo, ofrecerás a Dios Padre, por su honor y por tu salvación.

5. Desde el Padrenuestro hasta la comunión, esfuér­zate en hacer brotar de tu corazón mil deseos, anhelan­do ardientemente por estar para siempre abrazada y uni­da a nuestro Salvador con un amor eterno.

6. Desde la comunión hasta el fin, da gracias a su divina Majestad por su pasión y por el amor que te mani­fiesta en este santo sacrificio, conjurándole por éste, que siempre te sea propicio, lo mismo a ti que a tus padres, a tus amigos y a toda la Iglesia, y, humillándote con to­do tu corazón recibe devotamente la bendición divina que Nuestro Señor te da por conducto del celebrante.

Pero si, durante la Misa, quieres meditar los miste­rios que hayas escogido para considerar cada día, no se­rá necesario que te distraigas en hacer actos particulares, sino que bastará que, al comienzo, dirijas tu intención a querer adorar a Dios y ofrecerle este sacrificio por el ejercicio de tu meditación u oración, pues en toda medi­tación se encuentran estos mismos actos o expresa, o tá­cita o virtualmente.

San Francisco de Sales, tomado de “Introducción a la vida devota”.