domingo, 20 de octubre de 2013

San Gregorio Nacianceno, protofilolefe.


Distingamos, asimismo, la figura de San Gregorio de Nacianzo. Nació el 330 y se formó en lo mejor de la cultura clásica, pasando por las escuelas de CesareaAlejandría y  Atenas. Consagrado obispo, el pequeño grupo niceno de Constantinopla le rogó que les ayudara a reconstruir la Iglesia de aquella diócesis, entonces dominada por los arrianos, poco antes de que Teodosio entrara en esa ciudad y lo hiciera obispo de la misma. Tras renunciar a esa gloriosa sede, se hizo cargo de la de Nacianzo, en Capadocia, falleciendo en el 390.

Fue Gregorio testigo de todas las polémicas que jalonaron las disputas contra los arrianos, así como de las tan múltiples como inútiles reuniones de obispos, sínodos y concilios de todo género. Respecto de ello así escribía en una de sus cartas:

“Me siento inclinado a evitar todas las conferencias de obispos, pues no he visto nunca una que llevase a un resultado feliz, ni que remediase los males existentes, sino más bien los agravase.”

Y refiriéndose más en general a los obispos, en otro de sus escritos leemos:

“Ciertamente los pastores actuaron como unos insensatos, porque salvo un número muy reducido, que fue despreciado por su insignificancia o que resistió por su virtud, y que había de quedar como una semilla o una raíz de donde renacería de nuevo Israel bajo el influjo del Espíritu Santo, todos cedieron a las circunstancias, con la única diferencia de que unos sucumbieron más pronto y otros más tarde; unos estuvieron en primera línea de los campeones y jefes de la impiedad, otros se unieron a las filas de los soldados en batalla, vencidos por el miedo, por el interés, por el halago o, lo que es más inexcusable, por su propia ignorancia.”

Encontramos también su firma en una carta colectiva que 32 obispos orientales, [San] Basilio entre ellos, dirigieron a los obispos de Italia y las Galias. El cuadro que pintan no deja de ser trágico.

“Se trastornan los dogmas de la religión; se confunden las leyes de la Iglesia. La ambición de los que no temen al Señor salta a las dignidades, y se propone el episcopado como premio de la más descarada impiedad, de suerte que a quien más graves blasfemias profiere, se le tiene por más apto para regir al pueblo como obispo. Desapareció la gravedad episcopal. Faltan pastores que apacienten con ciencia el rebaño del Señor...
La libertad de pecar es mucha. Y es que quienes han subido al gobierno de la Iglesia por empeño humano, lo pagan luego consintiéndolo todo a quienes pecan...
La maldad no tiene límite; los pueblos no son corregidos; los prelados no tienen libertad para hablar. Porque quienes adquirieron para sí el poder o la dignidad episcopal por medio de los hombres, son esclavos de quienes les hicieron esa gracia...

Sobre todo eso ríen los incrédulos, vacilan los débiles en la fe, la fe misma es dudosa, la ignorancia se derrama sobre las almas, pues imitan la verdad los que amancillan la palabra divina en su malicia.
 Y es que las bocas de los piadosos guardan silencio, y anda suelta toda lengua blasfema.
Lo santo está profanado; la parte sana de la gente huye de los lugares de oración como de escuelas de impiedad y marchan a los desiertos, para levantar allí, entre gemidos y lágrimas, las manos al Señor del cielo. Porque sin duda ha llegado hasta vosotros lo que sucede en la mayor parte de las ciudades: la gente, con sus hijos y mujeres y hasta con los ancianos, se derraman delante de las murallas y hacen sus oraciones al aire libre, sufriendo con gran paciencia todas las inclemencias del tiempo, esperando la protección del Señor.”

A los que cuestionaban a [San] Atanasio y la falange atanasiana por sus "extremismos", San Gregorio les decía:

"Por suaves y tratables que fuesen en otras cosas, había un punto en que no sufrían ser acomodaticios y fáciles, a saber, cuando por causa del silencio o del descanso, la causa de Dios era traicionada; entonces de golpe se tornaban belicosos, ardientes y encarnizados en los combates, porque su celo era una llama; y se exponían con más facilidad a hacer lo que no era conveniente que a dejar de obrar donde el deber así lo exigía."

Cfr. R.P. Alfredo Sáenz, S.I.“La nave y las tempestades, Vol. I: “La Sinagoga y la Iglesia Primitiva”. “Las persecuciones en el Imperio Romano”. “El arrianismo”. Buenos Aires: Ediciones Gladius, 2005, 2ª ed., ISBN:950-9674-61-3, pp. 232-235. Visto en el blog Cougar Puma, 19-10-2013.