sábado, 12 de octubre de 2013

La gran preocupación de Francisco.

Algunas reflexiones justas planteadas en un artículo del blog Syllabus, 12-10-2013, sobre las contradicciones y ambigüedades de Francisco.

LA GRAN PREOCUPACIÓN DE FRANCISCO


“¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo que niega al Padre y al Hijo. Quien quiera niega al Hijo tampoco tiene al Padre; quien confiesa al Hijo tiene también al Padre”.

I San Juan, II, 22-23.


“Todo el que va más adelante y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la doctrina, ése tiene al Padre, y también al Hijo. Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis.  Porque quien le saluda participa en sus malas obras”.

II San Juan 9-11.


La portada de la última edición del periódico del Vaticano L’Osservatore Romano está encabezada por un título muy significativo, el cual parece ser la preocupación central o el tema por excelencia al que reiteradamente se ha referido Francisco: “POR UN MUNDO SIN ANTISEMITISMO”. Una consigna que sin duda podría ser sostenida –con todo derecho- por el Rabino mayor de Roma, por ejemplo, y que sin embargo es, desde el Vaticano II, un tema insoslayable e “irrevocable” en el nuevo magisterio de la iglesia conciliar[Fundada especialmente en la declaración Nostra Aetate - nota de Stat Veritas]

El mismo día en que hacía estas declaraciones ante una delegación de la comunidad judía de Roma, Francisco daba su habitual sermón en la misa en Santa Marta, diciendo entre otras cosas:

“Volviendo al Evangelio, el Papa observó que Jesús nos ofrece algunos criterios para entender esta presencia y reaccionar. “¿Cómo ir por nuestro camino cristiano cuando existen las tentaciones? ¿Cuándo entra el diablo para turbarnos?”, se preguntó. El primero de los criterios sugeridos por el pasaje evangélico “es que no se puede obtener la victoria de Jesús sobre el mal, sobre el diablo, a medias”. Para explicarlo, el Santo Padre citó las palabras de Jesús referidas por Lucas: “El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”. Y refiriéndose a la acción de Jesús respecto a los poseídos por el diablo, dijo que se trata sólo de una pequeña parte “de lo que vino a hacer por toda la humanidad”: destruir la obra del diablo para liberarnos de su esclavitud.
No se puede seguir creyendo que sea una exageración: “O estás con Jesús o estás contra Jesús. Y sobre este punto no hay matices. Hay una lucha, una lucha en la que está en juego la salvación eterna de todos nosotros”. Y no hay alternativas, aunque a veces oigamos “algunas propuestas pastorales” que parecen más acomodadoras. “¡No! O estás con Jesús -repitió el Obispo de Roma- o estás en contra. Esto es así. Y éste es uno de los criterios”.

Entonces, dice Francisco:

“No se puede seguir creyendo que sea una exageración: “O estás con Jesús o estás contra Jesús. Y sobre este punto no hay matices”.

Bien, Francisco, y los judíos, ¿están con Jesús o contra Jesús? ¿Usted qué dice? ¿Ellos confiesan que Jesús es el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios, o no? Porque si no están con Jesús, entonces, como Usted mismo lo dice, están contra Jesús. De hecho, ¿qué afirman de Jesús?

Dada la alternativa que plantea Francisco en su sermón, el gran problema es estar contra Jesús. Sin embargo, lejos de condenar el anticristianismo (¿habría que decir “antijesusismo”, ya que nunca se refiere a Cristo sino a Jesús?), Francisco ha puesto varias veces el foco en condenar el “antisemitismo”, esto como sinónimo de “antijudaísmo” o “antisinagoguismo”. Es decir, que según su criterio no habría que condenar a aquellos que “desparraman” y que “no recogen con Cristo”. Más tampoco habla de convertirlos, sino de ser su amigo, y esto a pesar de que niegan y rechazan a Cristo. “Hay una lucha, una lucha en la que está en juego la salvación eterna de todos nosotros”, dijo Francisco. ¿Cree entonces Francisco que los judíos no necesitan de Cristo para salvarse?

Por un lado, el gran problema del mundo parece ser el “antisemitismo”. Por el otro, el gran problema es si se está con Jesús o contra Jesús. La conclusión que podría obtenerse de la prédica bergogliana es que los judíos están con Jesús, por eso no hay que ser antisemita.

Pero entonces, si ellos, ellos que niegan la divinidad de Cristo, están con Jesús, ¿quién es Jesucristo para Francisco? ¿Es Jesús el Cristo, para Francisco?

Pero así como Francisco “repitió cuanto ya había dicho el pasado 24 de junio en la audiencia al Comité judío internacional para las consultas interreligiosas: “Un cristiano no puede ser antisemita” porque sus raíces “son un poco judías”, entonces tendría que decirles a los judíos: “Un judío no puede ser anticristiano, porque el Antiguo Testamento es figura del Nuevo y Jesús es el Mesías anunciado allí por los Profetas”. Pero en cambio, Francisco calla su boca y pone el “antisemitismo” como eje de su preocupación, cuando lo que no deja de manifestarse en el mundo es precisamente un cada vez mayor y feroz anticristianismo.


Y Francisco despide a sus “amigos” de la siguiente forma: “Queridos amigos, les agradezco su visita e invoco con ustedes la protección y la bendición del Altísimo para nuestro camino común de amistad y de confianza. Que Él, en su benevolencia, conceda a nuestros días su paz. ¡Gracias!”, usando una fórmula que puede caber para cualquier hereje o pagano (¡o masón!, claro) y cuidándose de no mencionar la Santísima Trinidad y de no recordarles que Jesucristo es Dios. “No tendrás otro Dios más que a Mí”. “Quien quiera niega al Hijo tampoco tiene al Padre”, dice San Juan en su Epístola. Los judíos niegan al Hijo, por lo tanto no tienen al Padre, no tienen a Dios. ¿Francisco tiene el mismo Dios que los judíos, al decir “invoco con ustedes la protección y bendición del Altísimo”? ¿Y quién es ese “Altísimo”? Sí, ya lo dijo hace poco en una entrevista el mismo Francisco: “Dios no es un Dios católico”. Eso sería ser exclusivista, y Francisco ha dicho que “la fe no debe ser intransigente”, pues él propicia la “cultura del encuentro”.

Nuevamente surge la pregunta: ¿quién es Jesucristo para Francisco?

O Dios no es un Dios católico –es decir, el Dios de la Iglesia Católica- o el que no es católico es Francisco. ¿Ustedes qué creen?

Lo concreto es que haciendo suyas las ideas, el lenguaje, los modos judeo-masónicos, Francisco no hace sino demostrar que es el principal enemigo de la Iglesia Católica, la cual supuestamente gobernaría. Pero he aquí que los Papas anteriores al maldito Vaticano II lo condenan, la Tradición Católica lo condena y por eso, sean cuales fueren sus intenciones y su cargo –pues las dudas no dejan de surgir en una situación extraordinaria como la que vivimos-, el católico fiel a la Iglesia no puede seguirlo y debe, en la medida en que Francisco persiste en destruir la Fe, resistirle y combatirlo, imitando en esto a los santos que siempre se atuvieron en los momentos críticos a la Tradición.

“Tanto como es lícito resistir a Pontífice que ataca el cuerpo, es lícito resistir al que ataca a las almas, o al que causa disturbios al orden civil o, encima de todo, al que trata de destruir a la Iglesia. Es lícito resistirle no haciendo lo que manda e impidiendo la ejecución de su voluntad”.
(San Roberto Belarmino)

“Estamos, ¡ay!, en unos tiempos en que se acogen y adoptan con gran facilidad ciertas ideas de conciliación de la Fe con el espíritu moderno, ideas que conducen mucho más lejos de lo que se piensa, no sólo al debilitamiento, sino a la pérdida total de la Fe. Ya no causa asombro oír a personas que se deleitan con pala­bras muy vagas de aspiraciones modernas, de fuerza del progreso y de la civilización, que afirman la existencia de una conciencia seglar, de una conciencia política, opuesta a la conciencia de la Iglesia, contra la que se sostienen el derecho y el deber de reaccio­nar para corregirla y enderezarla. No es sorprendente encontrar personas que expresen dudas e incertidumbres sobre las verdades, e incluso que afirman obstinadamente errores manifiestos, cien veces condenados, y que a pesar de eso se persuaden de no haberse alejado jamás de la Iglesia, porque a veces han seguido las prác­ticas cristianas. ¡Oh!, cuántos navegantes, cuántos capitanes, por poner su confianza en novedades profanas y en la ciencia embus­tera del tiempo, en lugar de arribar a puerto han naufragado!”.
“Entre tantos peligros, en toda ocasión no he dejado de hacer oír mi voz para llamar a los extraviados, para señalar los daños y trazar a los católicos la ruta a seguir. Pero mi palabra no ha sido siempre por todos bien oída ni bien interpretada, por clara y precisa que haya sido... Decid solemnemente que los hijos abnegados del Papa son los que obedecen a su palabra y la siguen en todo, no los que estudian los medios de eludir sus órdenes o de obligarle por instancias dignas de mejor causa, a exenciones o dis­pensas tanto más dolorosas, cuanto que causan mayor mal y es­cándalo”.
(San Pío X, 27-5-1914).

 “...Así se engendraron los monstruosos errores del moder­nismo, que nuestro Predecesor llamó justamente síntesis de todas las herejías y condenó solemnemente. Nos, venerables hermanos, renovamos aquí esta condenación en toda su extensión. Y dado que tan pestífero contagio no ha sido aun enteramente atajado, sino que todavía se manifiesta acá y allá, aunque solapadamente, Nos exhortamos a que con sumo cuidado se guarde cada uno del peligro de contraerlo [...] Y no solamente deseamos que los ca­tólicos se guarden de los errores de los modernistas, sino también de sus tendencias o del espíritu modernista, como suele decirse; el que queda inficionado de este espíritu rechaza con desdén todo lo que sabe a antigüedad y busca con avidez la novedad en todas las cosas: en el modo de hablar de las cosas divinas, en la celebra­ción del culto sagrado, en las instituciones católicas y hasta en el ejercicio privado de la piedad. Queremos, por tanto, que sea res­petada aquella ley de nuestros mayores: “Que nada sea innovado, si no es en el sentido de la tradición” (Nihil innovetur, nisi quod traditum est); la cual, si por una parte, ha de ser observada invio­lablemente en las cosas de fe, por otra, sin embargo, debe servir de norma para todo aquello que pueda sufrir mutación, si bien aún en esto vale generalmente la regla: Non nova, sed noviter (no novedades, sino de un modo nuevo)”.

(Benedicto XV, Ad Beatissimi, 1-11-1914)